miércoles, 30 de julio de 2008

Elogio del latero

A Giovanni Mauriello

Confieso que ha sido una lástima que el alcalde metropolitano no haya tenido mayor éxito (que se sepa) con el I Congreso de Nómadas, reunido en Caracas el 20 de julio de 2005, para que los trashumantes citadinos deliberaran sobre su propia situación y aprendieran a vivir en comunidad. La idea es digna de figurar no sólo en el criollo "Nuestro insólito universo", sino, y sobre todo, en "Aunque usted no lo crea", de Ripley.

La parábola de los invitados descorteses, narrada por Mateo (22, 2-14), explica el resultado anotado. Brevemente: Un hombre rico preparó un fastuoso banquete en la boda de su hijo. Llegado el día, todos los que habían sido invitados se excusaron por no poder asistir. El hombre, irritado, llama a su criado: "Sal aprisa a plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí". Como aún quedaban puestos vacíos, envió nuevamente al criado: "Sal a los caminos y cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa, porque os digo que ninguno de aquellos que habían sido invitados gustará mi cena". Es decir, esta gente de "los caminos y cercados" o "las personas en situación de calle", como quiere la prosa revolucionaria burocrática, sólo asiste si es obligada. Le importa un comino el banquete de la ciudadanía; le importa, por el contrario, la independencia casi absoluta... en sociedad.

Es muy común oponer ciudadanos a menesterosos, indigentes a gente normal. La población desafortunada, apartada de la vida del intercambio social, es imaginada desde fuera con asco. Recordaba G. Bataille que el profundo desgarramiento que opone los diferentes aspectos de la existencia aparece más claramente revelado en la ambigüedad de la palabra "miserable". Después de haber significado "que inclina a la piedad", el término se ha convertido en sinónimo de "abyecto".

Pero el latero miserable es el verdadero "único y su propiedad", del que escribiera Stirner. Recorriendo con prisa las calles para recoger los metales que le permiten vivir con dignidad, carga sobre sus espaldas la libertad tan preciada. No sabemos por qué infortunios estos desheredados tomaron la calle. Pero uno no puede menos que reconocer su pundonor. No se consideran desdichados. Quien mantiene un talante estoico, incluso cuando lo ha perdido todo, posee dentro de sí algo que detenta un valor intrínseco y se hace acreedor de nuestra compasión, cuando menos, y de nuestro respeto.

Después de diez años, los "ciudadanos normales" gobernamos un desastre económico, hemos demolido las instituciones políticas, el caos social reina en todas partes y la confusión ideológica impera. Ante este panorama, ¿quién no añora ser latero?

Artículo publicado por Tal Cual, pág. 21, el miércoles 30 de julio de 2008
JUSTICIA: La magnífica foto del latero equilibrista fue tomada de: farm2.static.flickr.com/1328/1474209964_eca5b...
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sábado, 26 de julio de 2008

De nueces y partos


La deliciosa comedia Mucho ruido y pocas nueces (1599) es una obra de Shakespeare en que mejor se amalgaman lo cómico y lo dramático. Víctor Hugo la calificó de tragedia que se resuelve en la risa. Por un afortunado error, el copista del manuscrito, que sirvió para las ediciones de 1600 y 1623, en lugar de los personajes consignó los nombres de los actores.

No por error, sino por voluntad engreída –diría yo-, los rectores Antonio París, Benjamín Sharifker y Luis Ugalde se presentaron en escena para hacer una dramática auditoría al Registro Electoral. Para generar confianza, dijeron.

Otros rectores, los del CNE, aceptaron tan desprendido ofrecimiento con la condición de que fuera con otras universidades y dentro de los parámetros del CNE.

El martes 13 de junio los actores rectores descartaron participar en la auditoría oficial. Pero, no se sabe muy bien cómo, pues el CNE no les dio la data solicitada –perdón por el barbarismo-, los técnicos de la UCV, USB y UCAB le hicieron una auditoría (¿?) al padrón de votantes con el objeto de comprobar la fidelidad de la base de datos. Lo que según los rectores llevaría ¡meses! Se hizo en poco más de 30 días. Y elaboraron un informe.

De estudio trágico, el informe devino en libreto de vulgar astracán. Ni siquiera da risa, porque mucha gente había puesto su confianza en los tres ilustres actores y en una buena representación. Con razón Carlos Figueira, profesor de la USB y asesor del CNE, preguntó el día de la puesta en escena del espectáculo: “¿Por qué ustedes llaman a esto auditoría?”

Encontraron, por ejemplo, que en 107 municipios (distribuidos por todo el país) existen más votantes que habitantes, lo cual, a primera vista, parece alarmante. Y alarmante se ve que en 54 municipios el índice de cobertura llega a niveles de 95% y 99%. Se preguntaron: ¿es sospechoso que, en un padrón en el cual los votantes se inscriben voluntariamente, casi todos los posibles electores estén inscritos? Y se respondieron: en 1983 y 1988 se registraron niveles similares.

Las conclusiones son claras: 1) hay defectos importantes en el padrón, consistentes con la mayoría de las denuncias publicadas en los medios de comunicación; 2) los errores no son nuevos; 3) pero “no hay evidencias de que estas anomalías afecten las preferencias políticas”. Y lo verdaderamente cómico: “Los resultados (de la auditoría) sugieren que los errores no parecen estar relacionados con la intención del voto en un evento comicial presidencial”. 

Éste fue el parto de los montes, expresión del poeta latino Horacio que el DRAE define como “cosa ridícula y fútil que sucede o sobreviene cuando se esperaba u se anunciaba una grande y de consideración”.

Preguntamos: ¿y para saber eso trajeron a un experto en matemática y estadística de la Universidad de Valencia, España?

Este artículo se publica hoy por primera vez, aunque fue redactado en el momento de los hechos que se comentan. La oposición al gobierno no sólo ha cometido errores, sino que también ha hecho el ridículo, como en el caso.

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El convidado de piedra

'Como el convidado de piedra' es una alusión que se hace a la estatua del comendador de Calatrava don Gonzalo de Ulloa, personaje de El burlador de Sevilla y convidado de piedra, comedia de Tirso de Molina. Es decir, con esta locución adverbial se pretende significar que alguien está con otros como una estatua: mudo, quieto y grave.

Pero el autor de la famosa comedia no redujo tanto esa significación. En efecto, don Juan Tenorio, que había seducido en Nápoles a la bella Isabela, mata en un lance a don Diego de Ulloa, al intentar éste defender el honor de la hija que ya estaba prometida al duque Octavio. Huyendo, de paso por Sevilla, Don Juan se oculta de sus perseguidores en una iglesia, pero ahí se topa con el sepulcro del asesinado comendador, sobre el que lee el siguiente epitafio: “Aquí aguarda del Señor el más leal caballero la venganza de un traidor”. Para mofarse del muerto, el Tenorio lo invita a una cena a su casa, después de la cual vendría el desafío. No contaba Don Juan con que el muerto se presentara, pero ahí estuvo como estatua de piedra. Pasada la comida, Don Gonzalo invita, a su vez, al “burlador de Sevilla” a una cena con él donde estaba enterrado. “Mañana iré –promete don Juan Tenorio- a la capilla/ donde convidado soy/ porque se admire y se espante/ Sevilla de mi valor”. A la mañana siguiente, cumple el Tenorio la promesa. Cuando llega con sus criados, la cena ya está servida. Alacranes y víboras es el plato principal. Hiel y vinagre, el vino. Antes de retirarse de la mesa, Don Gonzalo le pide al invitado la mano para despedirlo. Aquél se la da. En ese momento, el fuego del infierno que corre por las venas del comendador abrasa al seductor impenitente.

En Venezuela hemos tenido últimamente tres convidados de piedra: Gaviria, Carter y José Miguel Vivanco, director ejecutivo de la División de las Américas de Human Rights Watch. Como en la comedia de Tirso de Molina, no se contentaron los tres invitados con asistir al convite, solamente. Gaviria, pacientemente, obligó a las partes en conflicto a firmar un compromiso de solucionar la crisis política del país por medio de elecciones. Carter propuso el referendo revocatorio y aseguró que éste se producirá. J. M. Vivanco desnudó la situación nacional. “En Venezuela no hay un verdadero acceso a la justicia y hay altos índices de corrupción”, denunció. Pero esto que cualquiera puede aseverar, tiene nombre y apellido. “Las instituciones no pueden someterse a los vaivenes de quien gobierna”, dijo. 

Sólo le faltó añadir: “Quien tal hace, que tal pague”, como en la comedia.

carloshjorge@hotmail.com
Este artículo se publica hoy por primera vez.

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jueves, 24 de julio de 2008

Metis


No deja de ser una lástima que el antónimo de ‘desmesurado’ sea ‘mesurado’, ‘minúsculo’, que no ayuda a entender el concepto contrario de ‘descomunal’ y ‘exagerado’. Tal vez ‘irrisorio’ sea el que más se le acerca. Pero no es ‘grotesco’, ‘cómico’ o ridículo lo que le pasará a SÚMATE, porque la cosa no es de risa. Habrá que decirle como Don Quijote a Sancho: “Y a Dios, el cual te guarde de que ninguno te tenga lástima”. Pero de seguro Poiné, el Castigo, irá a visitar a la otrora prestigiosa organización civil.

Tal vez entendamos mejor el hecho si consideramos un aspecto de la religión de los griegos y romanos. Entre el mito y la filosofía, las divinidades alegóricas representaban los conceptos abstractos del hombre acerca de los vicios y virtudes, y se utilizaban para orientar el comportamiento humano en sociedad. Así Hibris, la Desmesura, indujo a los hombres a olvidar su condición de mortales, a desear igualarse a los dioses, lo que les trajo el castigo divino por su soberbia y falta de medida.


Pintada por Luca Giordano en el Renacimiento, la Sabiduría es una mujer exuberante y joven, que entrega una llave a la Inventiva y un martillo a la Industria. Para Hesíodo, la Sabiduría es Metis (la Prudencia, en sentido de Previsión). Metis, de ojos que miran al cielo, como en espera de respuestas, cuerpo joven, cabellos rubios y largos, flota sobre los hombres para inspirarles las buenas acciones. Éstos, a cambio, le tributan respeto y temor. Su rostro es plácido, pero doble. En efecto, uno está vuelto hacia el pasado; el otro, hacia el futuro.


Con su iniciativa y realización a ultranza de las elecciones primarias de la oposición, a SÚMATE se le olvidó el pasado y, aconsejada por Hibris, sólo ve el futuro. “La oposición podrá escoger el 13 de agosto a su abanderado unitario, de manera limpia y transparente, y su resultado será dado a conocer en pocas horas”, dijo. Apuntó, además, que abanderar al candidato sólo costará 1.3 millardos de bolívares.


Con ese dinero piensa instalar 2.967 centros de votación, 320 de comunicación y 8.643 mesas. 50.081 voluntarios cuidarán el proceso. Ya mandó a imprimir 4.5 millones de tarjetas. Éste número le fue dictado por Ate (el Error y la Desgracia), porque SÚMATE se olvidó del Firmazo y del Reafirmazo y de sus secuelas.

carloshjorge@hotmail.com

Este artículo fue escrito en 2006, pero bien pudiera escribirse hoy en Aragua, pues el próximo domingo 27 habrá elecciones primarias. Yo no sé quién le dijo a Súmate que es algo así como el padre de los partidos políticos para indicarles lo que deben hacer. Si sé que debiera convertirse en un partido y dejar de hacer el ridículo como seguramente lo hará, ridículo que Petkoff, Borges y Rosales le evitaron en su momento cuando se pusieron de acuerdo.

31/07/2008. Ya fueron las elecciones. Ganó Henry el de aragua con 71.448 votos (78.4%). Votaron 91.181 electores de un universo de 1.007.831. Es decir, votó el 9% de la población aragüeña en capacidad de hacerlo. La gran pregunta es: ¿era necesario gastar 409.511 bolívares fuertes para saber que Henry se iba a llevar el 80 % de los votos? Pregunta subsidiaria: ¿quién pagó ese montón de plata para averiguar tan poco?

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miércoles, 23 de julio de 2008

Animal político


No me refiero con el título a la definición de ‘hombre’ dada por Aristóteles. Hablo del Papa. Benedicto XVI, hasta ahora, ha sabido manejar con arte sin igual la religión para servirse de ella con el objeto de triunfar en su principal empresa: ser jefe de Estado.

Como jefe religioso no ha renunciado a su cargo político. Al contrario, moviéndose como pez en el agua en esa zona ambigua de política y religión, se está aprovechando de la religión para beneficio político. En otras palabras, está convenciendo al mundo de que se comunica con Dios.

Benedicto XVI se está comportando como un buen cirujano. Desde su asunción del papado, sus esfuerzos han estado dirigidos a estudiar cómo cortar diestramente brazos y piernas, y todo para la salvación de los enfermos. Está resultando ser un experto en golpes de Estado, tal como entiende la expresión G. Naudé, bibliotecario de Richelieu, esto es, quien ejecuta “acciones osadas y extraordinarias que los príncipes están obligados a realizar en los negocios difíciles y como desesperados”.

Su primera gran acción fue fruto de una osadía muy razonada para navegar en mares procelosos y no ahogarse en sutilezas infinitas. En otros términos, hace el zorro cuando trata con zorros. El 12 de septiembre de 2006, en el discurso que dio en la Universidad de Ratisbona, apeló a unas palabras “que recientemente leí en la parte editada por el profesor y teólogo Thedore Khoury del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno de 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la verdad de ambos. 

Fue probablemente el mismo emperador quien anotó, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo: ‘Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. Sirviéndose del emperador, el Papa explica minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. Según su expresión “la violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma”. No hubiera sido muy prudente leer el Corán en el sura XLVII, 4: “Cuando encontréis infieles, matadles hasta el punto de hacer con ellos una carnicería...”

El mundo musulmán se rebeló ante tamaña temeridad. Pero en una segunda osadía razonada, el Papa le explicó, sin pedir perdón, que la cita del discurso no reflejaba su propia opinión. ¡Un grupo de 38 teólogos musulmanes y grandes muftís aceptaron como buenas las explicaciones!

El viaje triunfal por Ankara, Éfeso y Estambul no hubiera sido posible sin tantas osadías. El premio al recibimiento turco fue declarar que él no se oponía a la entrada de Turquía a la Unión Europea. Cuando sólo era cardenal Joseph Ratzinger, se había claramente opuesto a tal posibilidad. Sin duda, hombre de ideas firmes... ¡hasta que las cambia!




Este artículo no fue publicado, pero... ¡cómo me hubiera gustado! El tiempo ha certificado que lo dicho en él no era exageración.

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Monumento a la Paz

Visto desde algún punto meridional, no parece lo que es. Pero si se mira desde Septentrión, es lo que parece. En su faz del Poniente se lee una críptica cita de Domingo Miliani: "La tierra venezolana es pródiga, el subsuelo opulento y el hombre valiente. Ellos forjaron el mito, de su entraña nace la mano mineral, defensora del pueblo, sembradora de luchas. El ojo alerta de sus hombres mayores, vigila el sueño y horada la historia. El grito airado crece cuando alguien amenaza los cauces apacibles..." En el Levante se nos recuerda que es un "Homenaje del Gobierno Municipal de Caracas a las luchas del pueblo venezolano, por la conquista de su patrimonio petrolero. Monumento a la Paz. Autor: Paul del Río. Mayo de 2003".

Dejamos a otro las consideraciones de sus virtudes artísticas, que debe de tenerlas. Nos interesa su simbología y su sintomatología. Como síntoma, el Monumento a la Paz revela la fiebre de una vieja enfermedad de muchos gobiernos venezolanos, municipales y de los otros. Veamos. Una "mano mineral" se eleva sobre una base urbana de casas y edificios amontonados. Esto si se ve desde el Sur. Desde el Norte, destacan dos porciones carnosas de la parte posterior del cuerpo humano, separadas por una hendidura redondeada. El ano se intuye en la profundidad. Justamente, por donde pudiera deducirse la ubicación de tal orificio, se yergue, erecta, una torre de petróleo. El símbolo fálico es fácilmente reconocible. Si quedaran dudas, las disipa la paloma que, con las alas desplegadas, vuela sobre la torre.

¿Cómo interpretar el Monumento? La ciencia psiquiátrica viene en nuestra ayuda. Hay -nos dice- dos modos de desviación de la conducta sexual, llamados perversiones o aberraciones sexuales: la del objeto y la del fin. Esto es: a) la apetencia sexual no se orienta hacia su objeto normal, sino hacia otros "objetos"; b) la fuente de atracción, descarga de placer y orgasmo, no está en la consumación del acto sexual normal, sino en, por ejemplo, la producción de dolor, como en el sadismo.

Los Campos Médico y Los Semerucos, en Falcón; Rojo, Morichal y La Esmeralda, en Monagas; Sur, Norte y Guaraguao, en Anzoátegui, y los Campos de la Costa Oriental del Lago, en Zulia, son los "objetos" de una relación, a todas luces, perversa. Lo hecho a los ex trabajadores petroleros no es sino un puro acto de sodomía no deseada.

Con amedrentamiento, amenazas y violencia; sin romper, legalmente, la relación laboral; sin garantizar un debido proceso, de este modo no puede realizarse la "conquista" del "patrimonio petrolero". Tampoco, estatuir la Paz, aunque se le erijan monumentos a la diosa.

carloshjorge@hotmail.com
Este artículo nunca fue publicado. Se lo envié a Milagros Socorro cuando ella publicó el suyo (muy bueno) sobre el tema en El Nacional. La carta que lo acompañaba le hizo reír, pero el artículo busca hacer pensar sobre aquellas acciones tan dolorosas que sufrieron algunos venezolanos. Creo que las heridas no están cerradas. Y no lo estarán mientras no haya JUSTICIA. Venezuela está en deuda con los petroleros (de entonces).

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Para Simón Rodríguez, la moral es un asunto público



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En el punto 4. de su original “Paralelo entre la lengua y el gobierno” con el que comienza el Pródromo a Sociedades Americanas en 1828, señala Simón Rodríguez que, si se hiciese una revolución en el alfabeto, se quejarían la hache, la ve pequeña y la ce por verse excluidas. Pero como en todas las revoluciones hay quien llore y quien cante, la equis estaría contenta porque volvería a ser lo que era: el signo para representar la guturación y el silvo. Y termina el punto con una anotación sorprendente: “Así fuera tan fácil hacer reformas en la moral como en la Ortografía!” (OC,I,267). 
 
A pesar de ser conceptuado como revolucionario por muchos autores, Simón Rodríguez es un filósofo de las reformas -todo lo radicales que se quieran (LV,II,110)-, pero no es un filósofo de revoluciones. Justamente, la mayor parte de sus reflexiones tienen esa intención, intención que aclara el autor en 1842, al hacer la edición definitiva de Sociedades Americanas en 1828, cuando pide a sus contemporáneos

una declaración, que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar costumbres, para evitar revoluciones (SA,I,299).

No nos queda la menor duda de que, en la lectura y en la meditación
de la Política de Aristóteles, debió causarle una gran impresión el libro V, que trata de las “alteraciones que en (la república) suelen acaecer (y que son como enfermedades) y de las causas de donde proceden y de cómo se han de remediar, conservar y regir cada una de las especies de república de manera tal que duren muchos años”. En efecto, Simón Rodríguez concibe la revolución política armada como una peste y, también a la manera aristotélica, haciendo un paralelo con la epidemia, encuentra la identidad de causas: eficiente, formal, ocasional o determinante y final, que es, en ambas situaciones, “desórden, aflicción, muerte y dispersión”. Para él, la causa de las revoluciones es “la ignorancia de unas cosas que todos pueden saber distinguir” (LV,II,128). El problema, entonces, no se soluciona con otra revolución. El remedio contra la enfermedad maligna es “la Instrucción Social, dada en todas las épocas de la vida, especialmente en la primera”. La posición de Rodríguez con relación a la revolución es la misma que la kantiana (La Paz perpetua, apéndice I). Para Kant, la revolución aparece como un “accidente natural”; para Rodríguez, como un “efecto natural” del curso natural de las cosas (DB,II,224). Los hombres que hacen la revolución no son autores, sino actores (LV,II,177). Los hombres figuran y se mueven en un escenario representando una obra que no han escrito. El libreto es redactado por las circunstancias, porque la naturaleza (y la naturaleza social) quiere “perpetuidad de acción, pero no de personajes” (SA,I,272). Hay un segundo argumento para oponerse a la revolución como medio de transformación de lo que llamamos sociedad. El argumento es muy simple: la vida en común se debe a una elección por el goce que el otro me proporciona, esto es, por la “Predilección (del hombre) por sus Semejantes,, porque conoce que, en su compañía, padece ménos i goza mas, que estando Solo, o en compañía de otros animales” (SA,I,409). El semejante no es instrumento de mi felicidad, lo que quiere decir que no puedo deshacerme de él cuando me venga en gana o cuando ya no me sea útil. El semejante es parte esencial constitutiva de mi felicidad. Si he elegido al semejante porque es esencia de mi goce, no puedo racionalmente renunciar a él en el enfrentamiento a muerte sin renunciar a mí mismo. El semejante existe para que yo goce con él, para que yo juegue con él, no para que nos aniquilemos. Si los hombres se reúnen por sus intereses, tienen que consultarse unos a otros, de lo contrario “yerran todos el fin de la unión” (LV,II,180). Si hay predilección, si hay intereses, quiere decir que mi proyecto para satisfacerlos, satisfaciéndome, puede ser acomodado, ajustado, discutido con el semejante, que debo entenderme con él con palabras, no con armas, respetando las razones por las que se aparta de las mías. Si no nos entendemos con palabras, la guerra es interminable y, por tanto, lo que viene es la aniquilación (SA,I,273), y esto está en contra de “las leyes de la razón” (p. 272). En fin, los hombres deben “servirse de la experiencia para esperar racionalmente lo que serán” (DB,II,340). La experiencia enseña que es un falso concepto de “libertad” el creer que “para entenderse sobre el modo de obrar, y sentar un principio que regle este modo, sea menester reñir” (SA,I,273 y 361; P.,II,384).

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Como es harto sabido, históricamente no hay distinción entre 'ética' y 'moral'. Fue Hegel quien opuso Sittlichkeit a Moralität, donde la eticidad es lo común y la moralidad corresponde al juicio práctico subjetivo, esto es, la subjetividad erigida como principio del juicio práctico. Aunque Simón Rodríguez nunca usa la palabra 'ética', en él lo moral abarca los dos sentidos diferenciados por Hegel. La gran preocupación del filósofo caraqueño es la preocupación por cada hombre en particular, pero que tiene que vivir en comunidad. La filosofía del maestro caraqueño, como en su momento lo fue la filosofía del fundador de la Academia, es una filosofía antropológica. “Platón no fue sólo un filósofo o, mejor dicho, por serlo plenamente, estuvo obligado a ser, sobre todo, un hombre político con intensa y no fingida preocupación por todo cuanto ocurría diariamente a su alrededor. Los problemas del hombre constituyeron su obsesión del principio al fin de sus días. El destino de cada uno como individuo y como ciudadano se convirtió en su tema favorito de discusión. Si de algo le sirvieron sus conocimientos, nada superficiales ni genéricos, fue aprender que la filosofía ha de ser empleada en la liquidación de los males que aquejan a los hombres y a la sociedad” Esto, que Juan A. Nuño ha dicho de Platón, puede decirse simétricamente de Simón Rodríguez. El caraqueño -como los presocráticos- buscó afanosamente la causa, el culpable del desbarajuste humano, el responsable de las desgracias humanas, el responsable del sufrimiento humano. Y creyó encontrarlo en el propio hombre. El culpable, la causa de sus desgracias, estaba en su propia naturaleza: su ignorancia. Pero también en su naturaleza había que buscar su salvación. No en un más allá feliz, siempre prometido y siempre aplazado. No en instituciones políticas proyectadas metafóricamente. La salvación humana pasa por la comprensión de la naturaleza humana; ella, sola, es la que debe decir cómo los hombres deben vivir para ser verdaderamente hombres. “Todo es ignorancia…”. Ignorancia, en último término, se reduce a esto: no saber que el otro sufre (como uno). Porque sufrimos, necesitamos al otro para sufrir menos; pero también lo necesitamos para gozar más. Mas ignoramos que él sufre también, que él padece como nosotros. La razón dice entonces que, si no sabemos eso, no sabemos para qué vivimos juntos los hombres. La educación es el medio de darnos ese saber que nos es tan fundamental. El que verdaderamente importa entre todos los conocimientos es el del hombre que vive en sociedad, que malvive con otros hombres. Ignorancia, en Simón Rodríguez, no es sólo un no saber de conocimientos; ignorancia es, sobre todo, un no poder abrir dentro de uno mismo un espacio para poder sentir el dolor del otro. Este término, 'ignorancia', tan voltairiano él en sí, tiene sin embargo, en el uso del caraqueño, cuerpo de Rousseau y sentir de Simón Narciso Rodríguez. El dolor que está en la base de nuestro ser es lo que hay que recuperar, es lo único que importa saber. Los otros conocimientos, los otros saberes no tienen sentido si no están en función de este saber fundador y fundamental. Un saber por el saber, por el conocimiento en sí, es un saber a medias, es un saber sin sentido y con esos conocimientos (sin sentido) no se puede hacer república. Para que ésta sea posible -tal era el proyecto de Simón Rodríguez- hay que recuperar el saber fundador, el saber que es fundamento: el conocimiento del otro en uno. Por eso la “instrucción”, el remedio contra la general ignorancia, debe ascender a partir de lo que es primero, a partir de lo que da sentido a vivir en república. Digamos que “saber” y “sentir al otro”, en Simón Rodríguez, son sinónimos. Simón Rodríguez, al igual que Rousseau, concibe la política como una respuesta global a los problemas (éticos) del hombre. Con toda seguridad hubiera suscrito estas líneas del Contrato Social (libro II, cap. VII): Quien se atreve a emprender el establecimiento de un pueblo, tiene que sentirse capaz de cambiar, por decirlo así, la naturaleza humana, de transformar cada individuo que, por sí mismo, es un todo perfecto y solitario, una parte de un todo más grande del cual ese individuo recibe de cierta manera su vida y su ser, de alterar la constitución del hombre para reforzarla, de reemplazar la existencia física e independiente que todos hemos recibido de la naturaleza por una existencia parcial y moral. Ahora bien, esta primacía de la política los lleva, sin embargo, a distintas concepciones del mal que la política debe vencer. Para Rousseau el origen del mal está en la desigualdad social. El estado de naturaleza es un perfecto egoísmo, que no es malo. El mal aparece cuando se mantiene, usando a los otros, ese egocentrismo. El deber ético, por lo tanto, de la victoria del bien sobre el mal se identifica con el deber político hacia la transformación de la sociedad. De ello, entonces, se deduce que “la política es la base de la moral. Una moral en sí, anterior e independiente de la política, limitada a la interioridad del hombre simplemente es, para Rousseau, como máximo inconcebible, porque es la comunidad civil -la ciudad, fundada como está en la razón y la voluntad general- lo que constituye el criterio supremo de la vida moral”. Para Rodríguez el mal es ignorancia. El mal está inscrito en la propia naturaleza del individuo que debe vivir en sociedad. Las soluciones, entonces, no pasan tanto por las instituciones políticas nacidas de un pacto, sino por el querer consciente de cada individuo que decide, racionalmente, vivir como ciudadano en sociedad. Esa “voluntad de todos”, más que una “voluntad general”, puede ser creada a partir de la educación, del acceso a la propiedad y de la ejercitación útil. Lo cual quiere decir que se trata menos de reformar la sociedad como de crear una sociedad cuya esencia es la búsqueda del bien común, y en la que cada individuo realiza su bien privado. Por eso Rodríguez no cuenta con “hombres” ni con “viejos” para formar esa “sociedad perfecta”, sino con “niños” de quienes “puede esperarse todo”, pues no están formados. Con su educación popular y ejercitándolos útilmente, no tanto para sí como para los demás, en la propiedad que satisface sus deseos, Simón Rodríguez pretende que se realizará su proyecto ético.

3 

 … un Gobierno, encargado por los Congresos de promover el bien común ¿qué obra buena hará con materiales inservibles — con instrumentos gastados — y en taller ajeno? (ER,I,226).

Como muy bien apunta el fragmento transcrito, es enteramente imposible edificar una sociedad política ideal con materiales humanos “inservibles”. Para Platón, como para Aristóteles, la buena sociedad es la compuesta por individuos autosuficientes, encráticos, capaces de convivencia mutua y dispuestos a ponerse al servicio del bien común. Los ciudadanos de una tal sociedad serán libres, virtuosos y felices porque saben lo que quieren y porque están suficientemente enseñoreados de sí mismos como para conseguirlo. Pero ¿cómo construir una “buena sociedad” (p.292)?, ¿para qué “dictarle el plan de vida que debe seguir” (p.340), si los individuos son acráticos, seres que no tienen voluntad, miembros de una sociedad en la que no pueden ver que su bien particular está en el de todos? Pudiera respondérseme aquí que el constructor de sociedades -si se nos acepta la expresión- dispone todavía de otros dos medios para lograr que la voluntad de los ciudadanos no flaquee y se alcance el bien común con la participación de todos. En efecto, como ha distinguido el sociólogo David Riesman (La Muchedumbre solitaria) el hombre puede ser guiado a la acción (b) internamente -como propone Rodríguez-, pero también puede ser guiado (a) por la tradición o c)por los otros, exteriormente. En las sociedades de “dirección tradicional”, los niños aprenden muy pronto a comportarse como adultos, simplemente observando a los adultos que los rodean; pero, además de eso, los padres educan al niño para que los suceda y no para que “triunfe” elevándose en el sistema social. El principal agente de la formación del carácter en las sociedades que dependen de la dirección tradicional es la familia amplia : Mas es el daño que hace, á la sociedad, un viejo ignorante, conversando con un nietecito, que el bien que promueven mil filósofos escribiendo … volúmenes! (LV,II,112). Tenemos que aprender a ser dueños de nosotros mismos si queremos ser libres. 

4

Hasta ahora, anota el filósofo, el conocimiento de la sociedad ha estado reservado “á los que la dirijen”. Es hora de que los pueblos sepan que ese conocimiento les es vital. El conocimiento de la sociedad no puede menos que pertenecer “á los que la componen” (LV,II,123). La verdadera sociedad se funda en el saber que de sí tiene esa sociedad (ER,I,244). “La reunión de hombres será más Gregal que Social, o mas Social que Gregal, según el estado de conocimientos: esto es, según el número de hombres Instruidos en los asuntos públicos” (CPG,II,412). Los “actos de humanidad” son, entonces, “VIRTUDES SOCIALES” (SA,I,409). Para Rodríguez, la virtud individual no cuenta. La virtud, como expresión de un vivir ético, tiene sentido en sociedad únicamente. Así como sólo se es hombre con otros hombres, del mismo modo esa humanidad se expresa a través del vivir virtuoso, del comportamiento virtuoso con otros hombres. La virtud en Rodríguez no es la búsqueda de la excelencia a través de un esfuerzo extraordinario o sobrenatural. La virtud es expresión del ser, es la “fuerza o propiedad inherente” (DB,II,230) de ese ser que quiere perseverar, que desea seguir siendo. Por eso si el hombre es ser social, sus virtudes no pueden dejar de ser sociales. Pero para ser apetecido, el obrar virtuoso debe ser instaurado en el ser humano. Porque el ser humano nace ignorante. Como repetidamente se ha señalado, no se puede obrar por virtud si no se está acostumbrado a hacerlo. Mas para hacerlo es preciso saber qué es virtud y qué virtudes se deben practicar. La virtud, como inconfundiblemente ha señalado Aristóteles (EN,1103 a 32) es un asketón, algo que se obtiene por ejercicio. Pero para Rodríguez, como para Sócrates, la naturaleza de la virtud es conocimiento. Esto es, la virtud sólo puede realizarse en el individuo cuando éste ha entendido las verdades morales, y, una vez que las ha entendido, la virtud se hace necesariamente presente en él. El condicionamiento intelectualista también está presente en el caraqueño: “saber es facultad necesaria para hacer” (LV,II,121). Cuando se sabe hacer una cosa, y conviene hacerla, se debe. No es otra cosa la obligación. En otros términos, la obligación es beneficiosa para el individuo, pero no es una imposición ciega. No es una imposición en contra de su libertad, es la realización de la libertad. Y las obligaciones no pueden no ser éticas. Las obligaciones son “actos de humanidad” que se expresan en “virtudes sociales”. Un hombre que es “veraz, fiel, servicial, comedido, benéfico, agradecido, consecuente, jeneroso, amable, dilijente, cuidadoso, aseado”, que respeta la reputación y que cumple con lo que promete no puede menos que ser sociable (CA,II,8-9). Un hombre que se comporta siguiendo los preceptos del saber más genuino, esto es, del conocimiento de sus semejantes, no puede dejar de ser “civilizado”. “Civilizado” no es una etiqueta de “las cualidades de que se cree adornado” alguien. Es civilizado aquél que da pruebas en su conducta con los demás de las ideas sociales que tiene (P,II,390,397). Pero para llegar a esa verificación de humanidad, el hombre tiene que recorrer un largo camino. En un texto inconfundible de la Defensa de Bolívar (OC,II,291), el filósofo caraqueño nos muestra gráficamente cuál es el verdadero ascenso del individuo humano para llegar a ser hombre. 0º __ Individuos del populacho que se ignoran mutuamente. 1º __ Reconocimiento de las personas como tales, no por colores ni por ascendencia. 2º __ El aprecio y respeto de alguien no es ni por patriotismo, ni por sus creencias políticas o religiosas, sino porque es persona. 3º __ Cada quien se ocupa decentemente de sí, esto es, no se es una carga para los demás para subsistir. 4º __ El individuo no sólo se ocupa de sí, sino que se interesa “por el bien jeneral”, porque también es su bien. 5º __ Sabe cuáles son sus deberes: a) para consigo, b) para con quienes está en contacto (animales y personas), c) para con todo hombre en todo tiempo y lugar. 6º __ Reconocimiento de los derechos humanos; esto implica que hay que atender al otro siempre y prestarle los “servicios cuando los necesite”. En este punto, y sólo en este punto, alguien es “civilizado”, porque, en este grado del ascenso, el individuo se ha hecho hombre, “igual (de hombre á hombre) con el mejor”. Si lo que se pueda decir de un individuo lo generalizamos, diremos que “las pruebas de Sociabilidad que un Pueblo da en su conducta” “es CIVILIZACION” (SA,I,409). Civilización no es otra cosa, pues, que el saber “vivir en buena intelijencia” (p. 344) con otros hombres. El mayor castigo que alguien puede sufrir, entonces, será el de no tener “su REPUTACION de CIVILIZADO”. Pero para llegar a ese estado, es preciso haber aprendido. Sólo -según el filósofo- de “la Instrucción Social” pueden esperarse tales “EFECTOS” (CA,II,61). En otras palabras, para “ser Libres” -y sólo se es libre en sociedad, como igualmente sólo es esclavo ó miserable quien vive en sociedad (DB,II,353)- es preciso “SABER” (LV,II,177). De ahí la obligación que tiene el que sabe de enseñar y la obligación que tiene el que desconoce de aprender (p. 121). “La Instrucción Jeneral, que se pide, es la que da el conocimiento de las obligaciones que contrae el hombre por el mero hecho de nacer en medio de una sociedad” (p. 131). 
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La deuda de Simón Rodríguez con Sócrates aparece claramente expresada en un pasaje de Sociedades … donde se pregunta “Si se podrá hacer entender que la ocupación es una virtud, al quien no sabe lo que es virtud” (OC,I,326; II,143). El tema de la virtud es un tema recurrente en Rodríguez, en grado tal que una de sus obras más importantes se intitula TRATADO sobre las LUCES y sobre las VIRTUDES sociales. Podemos decir que, en este título, los sustantivos “luces” y “virtudes” son socráticos y el adjetivo “sociales” es netamente rodrigueciano. Frente a los sofistas que, como maestros de areté, ofrecían a sus discípulos una formación para el éxito aceptando los valores en boga, Sócrates, por el contrario, renuncia al éxito social; su objetivo es otro: indagar a fondo qué es el hombre, cada hombre como tal, cuál es su bien real, qué son las virtudes y los vicios y cuál es el mejor camino para la felicidad real. Por ello tiene que ir más allá de los valores aceptados y discutir los conceptos heredados o fijados de acuerdo con una opinión aceptada sin más. Este es el camino que también andará Simón Rodríguez. La doctrina más claramente socrática es aquélla que afirma que la virtud es conocimiento y que, por consiguiente, puede enseñarse y aprenderse, doctrina que está, también, en el núcleo mismo de las proposiciones politicomorales del filósofo caraqueño determinando su aplicación social a gran escala -si se me permite la expresión-, pues, como él mismo recuerda, “Luces i Virtudes hay …pero …lo que no es JENERAL, no es PUBLICO — i lo que no es PUBLICO,no es SOCIAL “(CA,II,30). Advierte George H. Sabine que la inclinación platónica presente en República a encontrar la salvación de la polis en un gobernante educado es una consecuencia directa de la certidumbre socrática de que la virtud -sin excluir la virtud política- es conocimiento. En efecto, Platón no sólo se encuentra en el primer período bajo la influencia de Sócrates, sino que le es fiel al maestro, durante toda su vida, en muchas de sus concepciones fundamentales. Por ejemplo, todavía en su segundo período, Platón opinaba que quien sabe lo que es el bien, obrará bien también; por consiguiente, nadie hace algo malo voluntariamente, sino sólo por ignorancia lo que constituye una tesis profundamente socrática como lo recuerda Aristóteles. Simón Rodríguez sigue a Sócrates en la concepción intelectualista de la virtud y a Platón en el proyecto práctico de enseñar la virtud a gran escala. “La enseñanza de la areté /…/, no sólo es posible, sino necesaria para mejorar el comportamiento humano a partir del conocimiento -apunta Juan Nuño-. A esto se le suele llamar “intelectualismo ético” de Sócrates, pero quizás /…/ hay que captar, por el contrario, ese intelectualismo como la expresión de un optimismo ético-social a través de lo pedagógico”. La tesis de Simón Rodríguez fue expuesta de la siguiente manera: Si en lugar de perder el tiempo, en discusiones y en proyectos, se tratara de persuadir á la jente ignorante, que debe instruirse, porque no puede vivir en República sin saber lo que es sociedad … y si, para ser consecuente con ella, se le mandase Instruir jeneralmente … llegaría el día (y nó mui tarde) de poder hacerle entender con FRUTO, que saber es facultad necesaria para hacer — que cuando se sabe hacer una cosa, y conviene hacerla, se debe — y que esto se llama OBLIGACION: entònces, estaría bien mandarle cumplir con las obligaciones del ciudadano (LV,II,121). La gradación que conduce a la obligación es, pues, saber – hacer –convenir-deber. En otros términos, el deber es el grado final que alcanza la voluntad en su recorrido. Cuando el individuo obra por deber, obra por necesidad: esto es, no puede dejar de obrar, porque la necesidad lo empuja, lo arrastra. Apunta Rodríguez que, en ese recorrido, todos los momentos fueron necesarios: querer, desear y anhelar, pero sólo el último fue imperioso. El querer inicial tiene que ver con el saber, con la voluntad de saber. El hombre quiere saber por naturaleza: lo necesita. Y ésta es la única fuerza que se le puede oponer a la general ignorancia que también es natural. El hombre no viene dotado con los conocimientos necesarios para vivir con otros hombres. Tiene, por tanto, obligación de aprender, pero no puede aprender si no se le enseña. Por eso “el Gobierno debe ser maestro”, porque el gobierno tiene el saber que se requiere para obrar convenientemente. Aunque Simón Rodríguez se plantea que es “una cuestión para pocos” el determinar si las virtudes vienen de las luces o las luces de las virtudes (LV,II,129), sin embargo cree que se puede enseñar la virtud sólo una vez que se ha adquirido, la práctica precede a la teoría, aunque ésta asegura la difusión y persistencia de aquélla. Y ¿quiénes deben ser los encargados de enseñar la virtud? Obviamente, los virtuosos. Y ¿quién garantiza que alguien es virtuoso? El conocimiento que conduce a la práctica de la virtud. El conocimiento de la virtud no sólo hace que alguien sea virtuoso, sino que, además, lo empuja, lo obliga a trabajar para que otros lo sean. El que sabe socialmente quiere, por definición, compartir la verdad. La virtud -hija del saber-, dice Rodríguez, es una “fuerza, propiedad inherente” (DB,II,230), pero no es comprensible en soledad. El hombre, cuando está solo, no es bueno ni malo; su comportamiento es aprobado o desaprobado cuando está con otros hombres. No se trata de la virtud cristiana donde el hombre es virtuoso, o no, a los ojos de Dios, su “señor”, o de su conciencia, como su representante. La virtud que importa verdaderamente es la virtud del ciudadano que se vuelca en el otro: “al prójimo como a sí mismo”, la virtud social. Por ello señala el filósofo que “La ignorancia de los principios SOCIALES, es la causa de todos los males, que el hombre se hace y hace a otros”(ER,I,,229). “Que el hombre se hace” cuando está con otros hombres como si estuviera solo, como se dice en CPG,II,418. En un pasaje citado hace un momento señalaba Rodríguez su crítica a las luces y virtudes particulares, privadas e individuales, no porque fueran “luces y virtudes”, sino por ser exclusivamente reducidas. La virtud -como ha apuntado Juan Nuño a propósito de Platón- es un asunto público. Si la virtud propia del hombre es la justicia, como función rectora del alma, entonces la ética debe desembocar necesariamente en una política. “No tiene sentido hablar de justicia en un hombre, sino de la justicia entre los hombres. La virtud del hombre ha dejado de ser un asunto privado y abstracto para convertirse en materia de tratamiento social y concreto”, aunque tiene sentido hablar de justicia entre las partes del alma. En República ( 368e-369a), Platón propone considerar metodológicamente la “justicia en letras mayúsculas” y será “más fácil de aprender bien”. “Al proyectar sobre la agrandada pantalla del Estado -comenta Nuño- el problema de la justicia, encontrará Platón sus rasgos lo suficientemente claros y distintos como para poder determinarla en la virtud del individuo-ciudadano. A través de lo socio-político, adquiere sentido la determinación de la areté. Pero con esto deja de ser un tema estrictamente ético y se convierte en un conjunto de problemas políticos. El individualismo moral socrático se ve así desbordado por el colectivismo político platónico. De la virtud del hombre a la virtud de ciudadano” (El pensamiento de Platón, pág. 44). La moral, entonces, deja de ser un asunto privado para convertirse en asunto público. En otras palabras, no podemos dejar la moral a la conciencia de cada quien. “El tener la conciencia pura, es bueno para dar cuenta á Dios, nó á los hombres”, asentó el filósofo caraqueño en la Defensa de Bolívar (OC,II,328). 

Ponencia en el I Congreso Internacional Robinsoniano, Academia y Círculo Militar, Caracas, 27 y 28 de octubre de 2005.

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lunes, 21 de julio de 2008

Sociedades Americanas en 1828 por Simón Rodríguez




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Simón Rodríguez (Caracas, Venezuela, 1769; Amotape, Perú, 1854) no escribió (totalmente) en 1828 la obra que lleva por título Sociedades americanas en 1828. En efecto, en ese año de 1828, en Arequipa (Perú) solamente publicó un cuaderno de treinta y cuatro páginas que constituye el "Pródromo" o discurso precursor de la que será denominada por el autor "obra clásica". Y es muy posible que gran parte de la primera publicación del filósofo caraqueño fuera redactada en Europa, en donde había vivido, entre 1800 y 1823, dedicado a la enseñanza, pues le dijo a Simón Bolívar en noviembre de 1824: "Tengo muchas cosas escritas para nuestro país, y sería lástima que se perdiesen". En 1831, en Lima, el autor hace imprimir un volante que "anuncia una obra larga". El 27 de febrero de 1840, El Mercurio de Valparaíso (Chile) publicó un curioso "EXTRACTO de la introduccion á la obra intitulada SOCIEDADES AMERICANAS en 1828". La "Imprenta del Comercio por J. Monterola", de Lima, en 1842 edita la obra completa que ahora consta de 153 páginas. De ella hablaremos en este artículo, no sin antes referirnos al poco éxito que tuvieron, en vida, las publicaciones del filósofo, según nos confesó un año después al publicar las Críticas a las Providencias del Gobierno : El año 28 dio, en Arequipa, el primer ataque al Gobierno Representativo i al abuso de la Prensa, un Cuaderno de nueve pliegos intitulado SOCIEDADES AMERICANAS [el cuaderno es el Pródromo, o discurso precursor, de una obra larga que las circunstancias no han permitido continuar]—i el año 30 (en Arequipa también)apareció la Defensa de los Jefes Republicanos, en la persona del Jeneral Bolívar. Chocáron con las preocupaciones las Ideas,, i muchos de los que debian acojerlas las despreciáron: la Defensa de Bolívar, tasada en 2 pesos por costos de impresión, la hizo vender un librero por las calles a real,, i el Pródromo anduvo por las tiendas envolviendo Especias—ahora buscan uno i otro = luego se aprecia hoy lo que se despreció ayer.

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A cualquier lector deben extrañarle tres aspectos de la escritura de Simón Rodríguez. En primer lugar, la manera de presentar las ideas y los pensamientos. Las primeras son pintadas "en Paradigma"; los segundos, "en Sinópsis". El paradigma hace sentir; la sinopsis, pensar. En un largo pasaje de Luces y virtudes sociales (Concepción, 1834; Valparaíso, 1840), justificó el filósofo la "FORMA que se da al DISCURSO", forma que él había adoptado por primera vez en el Pródromo de 1828. ¿Por qué ese modo de expresión? Porque su intención permanente fue instruir, informar (dar forma con ideas fundamentales que todos han de saber para vivir en República ), en una palabra: educar. Una característica esencial de la filosofía de Simón Rodríguez es su intención pedagógica. El maestro que fue de primeras letras en la Caracas colonial entre 1791 y 1795 lo marcará para siempre. El lector de Rodríguez siente que está en un aula escuchando al maestro que le enseña y le explica lo que le enseña; siente que el maestro se baja al nivel del alumno para aclararle el correcto significado de los términos que emplea, para advertirle, para hacerle notar la importancia de algo. Sociedades Americanas en 1828 está llena de notas, advertencias y definiciones. Si esta forma de expresión hace que la escritura del filósofo caraqueño sea inconfundible, también lo es su ortografía. Muy de acuerdo con su doctrina pictórica, la ortografía fonética que emplea daría cuenta de los sonidos que la boca emite. En realidad, en esto no es original Simón Rodríguez, aunque lo parezca. El filósofo no hace sino seguir las recomendaciones de Nebrija (a quien nombra en otro lugar) y del Padre Feijoo (a quien nombra en esta obra de 1828), y que hace poco volvió a proponer Gabriel García Márquez en Zacatecas, México. Hay un tercer aspecto de la escritura de Rodríguez (sobresaliente en Sociedades Americanas en 1828) al que es preciso dedicarle unas líneas. Simón Rodríguez escribió en aforismos, como F. Bacon, y en máximas, como la Rochefoucauld. Pero esta elección de la forma expresiva entraña una grave contradicción. El discurso aforístico, como recordó el filósofo, es para hablar con los sabios, pues "para ellos las sentencias son PALABRAS". ¿Cómo conciliar entonces esta forma de expresión con la intención manifiesta de "instruir al pueblo"? En otro lugar, el autor se deshizo de esta observación mostrando que hay varias especies de pueblo. El empleo de la palabra 'pueblo', como categoría que expresa las distintas formas, grados y estratificaciones del conocimiento, es uno de los legados más preciosos de Rodríguez a la posteridad. Tal vez la comprensión de América, hoy, implique la comprensión de los grados del verdadero o falso saber que tiene el pueblo americano para vivir en República.

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Al tratar de atrapar la estructura de Sociedades Americanas en 1828, el lector descubre que se le escurre. Sigue Rodríguez un método expositivo que bien podríamos denominar de asociación libre. Sin dejar de pensar en el objeto de sus reflexiones (y siguiendo un plan perfectamente calculado), el filósofo se deja llevar, sin embargo, por el encantamiento que sobre él ejercen ideas de la más diversa índole (y que considera deber participar al lector). Así, teorías políticas y observaciones pedagógicas, principios morales y económicos, cuestiones de lingüística, historia, semiología o geografía danzan con temas sociológicos, de antropología, de religión, de botánica..., al lado de definiciones, y adobado todo con ironía voltairiana. Como en el Platón de la vejez, la obra incluye, también, ¡varios arbitrios y... un "PROYECTO DE LEI". De todo hay en Sociedades Americanas en 1828.

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El postulado que Rodríguez asienta para iniciar una investigación de las sociedades americanas en 1828 es: 

En la América del Sur las Repúblicas están Establecidas pero nó Fundadas 

A partir de esta proposición que admite sin pruebas, pero que le es imprescindible para la indagación filosófica, llega el autor a una primera conclusión importante: el Gobierno que adopten las naciones americanas debe ser "Etolójico, esto es, fundado en las costumbres". Y añade: "En él serán felices todos los que sean capaces de seguir un nuevo plan de vida". Aquí comienza el fundamento republicano (en el que se puede apoyar un futuro distinto): costumbres republicanas, de los jefes y de la masa. Por esta razón pasa revista, de inmediato, a las impropiedades de ambos en tan decisivo momento histórico. Hecha la revisión, emprende Rodríguez la tarea -por la que espera ser recompensado con gloria- de introducir (llevar adentro) la República en los pueblos de América, en los seres que pueblan América. Y más: el salto de la América colonial a la América independiente se le presentaba como el momento estelar para reformar racionalmente la manera de vivir que durante tanto tiempo el mundo había esperado. Por esta razón, asentó al comienzo de la edición completa de la obra en 1842: 

 Solo pido, a mis contemporáneos, una declaracion, que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres, para evitar revoluciones— empezando
por la ECONOMIA social, con una EDUCACION POPULAR reduciendo
la DISCIPLINA destinacion a ejercicios UTILES, i propia de la economía a 2 principios aspiracion FUNDADA a la propiedad
i deduciendo
de la disciplina el DOGMA lo que no es JENERAL no es PUBLICO lo que no es PUBLICO no es SOCIAL 

 Y éste es el gran proyecto del maestro caraqueño. En otros términos, las costumbres que se necesitan para vivir en República sólo pueden lograrse mediante una educación popular, de todos y para todos. Esa educación no puede quedar en manos de cualquiera. Popular quiere decir general, pública, social. Se entiende, por tanto, que importa al Gobierno. En el sistema republicano, comenta el filósofo, el Gobierno debe formar las costumbres del pueblo (de quien es gobierno) a través de una educación social, que, a su vez, creará una "autoridad pública nó una autoridad personal (monárquica), que se sostendrá "por la voluntad de todos". Insiste el filósofo en que las costumbres son "efectos necesarios de la EDUCACIÓN", porque "educar es CREAR VOLUNTADES". En otros términos, la autoridad republicana descansa en las costumbres del pueblo republicano, porque circula por todo el cuerpo social como la sangre en el animal. Si la autoridad descansa en todos, sin excepción, todos deben contribuir con su sostenimiento. Y deben tener la oportunidad de dar esa contribución. Por ello, el concepto de ejercicios útiles de Simón Rodríguez, además de suponer la distinción fundamental entre trabajo productivo e improductivo, no es solamente un concepto económico. No hay que entender la “destinacion a ejercicios UTILES” como un no estar ocioso, pues se puede estar ocupado sin “estar ocupado socialmente”. El concepto de utilidad supone la presencia social e histórica del otro. En la sociedad de Rodríguez no hay competidores, hay socios en igualdad de condiciones. La oportunidad que se pide para los pueblos de América está en la posibilidad de la propiedad a que todos aspiran. Pero esa propiedad debe ser fundada (esto es, basada, debida a las propias fuerzas), de tal manera que, a través de ella, se puedan satisfacer las necesidades que persiguen al hombre y que por ellas se destrozan. Todos aspiran satisfacer sus necesidades porque la propia aspiración es una necesidad conservadora. Esas necesidades son de alimento, de vestido, de alojamiento, de curación y de distracción, necesidades que “estan, como 5 fuentes, manando centenares de pleitos al día”. Rodríguez cree, con Aristóteles, que la propiedad es el fundamento de la virtud, pues “el HAMBRE convierte los crímenes en actos de virtud, por la obligacion de conservarse”. No puede ser virtuoso quien no es propietario, porque le falta -en el sistema de aristotélico- una condición indispensable para ello: la autonomía o la autarquía; el no propietario depende de los demás y, por tanto, no puede aspirar a ser libre. En el sistema de Rodríguez -sistema eminentemente ético-, la satisfacción de las necesidades (con el acceso a la propiedad) es el punto de partida de una vida virtuosa. En esto se apoya su idea de “COLONIZAR el pais con... sus PROPIOS HABITANTES”, cuyo proyecto cierra Sociedades Americanas en 1828. Simón Rodríguez pide a la clase influyente que se les dé (en propiedad) a los desposeídos las tierras abandonadas. Pero los colonos no han de ser abandonados a su suerte, sino regidos por una “Dirección Jeneral” del Gobierno que “debe considerar las conveniencias económicas, civiles, morales y políticas de la Industria y la condición de los productores”.

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No es casual que en la página (capital), en donde aparecen las ideas con las que concluimos el punto anterior, termine el autor hablando del amor propio. Y no es casual porque, si se quiere efectuar esa transformación profunda de la sociedad, hay que contar con los hombres que la constituyen. Y el resorte fundamental del obrar humano, según el filósofo caraqueño, es el amor propio . Para Rodríguez, el hombre es un animal de deseos. Y el amor propio es un deseo "de ESENCIA" en el hombre. "Es -define el filósofo- el deseo de ser más que otro, u otro tanto, si es mucho lo que otro vale: i cuando no halla con quien compararse, desea solamente ser más de lo que es, para no exponerse a dejar de ser, i quedar en lo que debe ser—entonces no se llama amor propio, sino amor de sí mismo". En el orden de preferencias, Simón Rodríguez está más por el amor propio que por el amor de sí mismo, aunque propiamente todo es uno. El amor de sí mismo expresaría la conservatio sui que prefería Rousseau, porque es una especie de amor propio sin término de comparación. En pocas palabras, el amor de sí mismo no es otra cosa que la tendencia natural (propia de todos los seres) al bienestar, a estar bien, pero que no opera mucho como resorte de la acción. Rousseau había rechazado el amour prope porque es amor "que se compara". Justamente para Rodríguez, es en esta comparación con los demás donde radica el que el amor propio sea "el motor de todo lo que emprendemos", "causa de todos los yerros como de todos los aciertos", "juez de todo lo que hacemos". Entonces, ¿cómo aprovechar lo bueno y dejar lo que alucina del amor propio? La respuesta a esta pregunta es un grito de las angustias éticas del filósofo.
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En algún lugar dije alguna vez que Sociedades Americanas en 1828 es la expresión del esfuerzo de Simón Rodríguez para definir, de otra manera, el concepto de 'civilización'. Porque nos hacemos mucho daño, critica implacablemente a quienes están viendo la civilización en otro lado. Al final de la obra, en una página escasa, define el filósofo el término mostrando que es el resultado de un largo proceso de evolución moral, es decir, a través de él es posible constatar, o no, si hubo ascenso del hombre. La evolución humana pasa por tres estadios. En un primer momento, la naturaleza le concede al hombre tres derechos: a la existencia, a ocupar un lugar que posibilite la existencia y el derecho a defenderlo para defenderla por los medios que el instinto le dicta. Es éste el estadio individual. Hay, sin embargo, dos sentimientos humanos originarios que van a diferenciar al hombre de otras especies animales. El primero es el sentimiento de compasión. El hombre comprueba que los otros hombres padecen como él. Sobre este sentimiento se puede asentar la convivencia posterior. El segundo sentimiento es el de la predilección por sus semejantes. Este sentimiento, como el de la compasión, surge del saber humano. El hombre "conoce que, en su compañía (la de los semejantes), padece ménos i goza mas, que estando Solo, o en compañía de otros animales". No cabe duda, entonces, de que el semejante -como le gusta decir a Rodríguez- es el objeto más placentero para el hombre, porque no sólo se goza en él sino que goza con él. Por eso el hombre elige al hombre. De ello se deduce que no puede destruirse mutuamente para gozar de las comodidades de la vida, puesto que el mayor goce está "en compañía" del semejante. Estamos aquí en el estadio gregario o de la manada (sociedad actual = conjunto por agregación). Es éste el estadio de los individuos indiferenciados que se han conectado entre sí, a través de lazos familiares o de clase, para defender -así sea a cornadas o a mordiscos como la jauría- sus interés más descarnados. El tercer estadio es el social, momento de perfeccionar la naturaleza. Es el encuentro o, más bien, la creación de su humanidad. Para alcanzar lo social es preciso, en primer lugar, transmutar los sentimientos gregarios de compasión y de predilección por los semejantes. Esa perfección no es otra cosa que la reducción de los dos sentimientos a uno solo: el sentimiento de HUMANIDAD. Ahora, el animal humano es hombre. Sólo "en el trato con sus Semejantes", el hombre tiene la posibilidad de construir (y de encontrar) su humanidad. Sólo a través de su trato, el hombre se descubre como hombre descubriendo al semejante. De la reducción y "combinación de sentimientos forma cada hombre su conciencia" . En el trato con los semejantes el hombre ha perdido sentimientos, pero ha ganado la conciencia de que el otro es hombre como él, igual que él. Ahora puede entenderse con él. No estará ya únicamente unido al otro por conveniencia propia, no estará sólo conectado con él por el goce ocasional o instrumental que el otro le proporciona. Ahora, con su conciencia, el hombre está en condiciones de gozar con el otro, de ser plenamente hombre. Ahora está las puertas de la civilización. La unión íntima que deriva de esa conciencia se denomina sociedad. Los actos de humanidad son las virtudes sociales. Los puntos de reunión son las ciudades. Y de ciudad deriva CIVILIZACION, que está constituida por "todas las pruebas de Sociabilidad que un Pueblo da en su conducta". El autor cierra la obra:

El que no VE lo que le TOCA está ciego 
el que no lo SIENTE está muerto.

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Muchos se preguntan sobre la vigencia del pensamiento de S. Rodríguez. En apretada síntesis podemos decir que su indagación filosófica nunca pasará de moda, como no pasa la de Tales de Mileto ni la de otros presocráticos que afanosamente buscaron los primeros principios del ser en general. Preocupado como Platón por los problemas humanos, el "Sócrates de Caracas" -como lo llamó Bolívar- creyó encontrar su origen en las necesidades del hombre. Es su filosofía eminentemente práctica y muy ligada a su momento histórico. Aquí residen, básicamente, sus deficiencias, como la platónica. Pero el interés de solucionar problemas sociales a partir e la búsqueda filosófica es perfectamente válido. Sólo el tiempo dirá la última palabra. Por ahora, su proyecto merece, cuando menos, ser estudiado.




Maracay, octubre de 2003. (Este artículo fue publico por Núcleo Abierto Nº 8, órgano informativo de la UNESR, en el mes de noviembre de 2004)

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viernes, 18 de julio de 2008

¿Alegres viajeros?... los de antes


No hablamos de los que, en la Antigüedad y en la Edad Media, dejaron un día sus casas y sus cosas y pusieron de por medio leguas de tierras ignotas y mares tenebrosos para encontrarse con los monocoli, dotados de un solo ojo y gigantesco pie, que les servía para correr y para protegerse del sol o de la lluvia, echados sobre sus espaldas, o con los acéfalos, que vivían sin cabeza y con los ojos en los hombros y la boca y nariz en el pecho... Nos referimos a dos de nuestros más conocidos (aunque poco reconocidos) próceres: Francisco de Miranda y Simón Rodríguez.

Don Francisco de Miranda se echó a recorrer mundo en 1771 y murió planeando un nuevo viaje. Así llegó a ser el Precursor y Padre de la Patria venezolana. Porque él la imaginó mucho antes que muchos otros. Este “turista” almorzó con Washington en Filadelfia, tuvo encuentros cercanos con Catalina, Zarina de todas las Rusias; en los salones parisinos saludó a un joven militar llamado Bonaparte y, frecuentemente, hostigaba a William Pitt, Primer Ministro de la Gran Bretaña, para que le financiara la expedición libertadora de Venezuela. En ese menester, sobre la cubierta del Leander en 1806 mandó izar la primera Bandera de la nueva Patria, ideada por él “con los tres colores primarios del arco iris”.


Otro empedernido viajero fue Simón Rodríguez. Salió de Caracas en noviembre de 1795 para no regresar nunca más a ella, porque desde ese día se puso a patear Europa y América, a donde regresa por Cartagena de Indias en 1823. Desde Guayaquil emprende el antepenúltimo viaje, cuando huía de los acosos de un tal Zegarra, el prestamista del capital de una empresa de refinación de esperma para la fabricación de 
velas que fracasa. Con su hijo Cocho y un amigo, Camilo Gómez, se embarca en una balsa, como Noé. Enfermo, es llevado hasta Amotape, Perú, donde muere en febrero de 1854. Su penúltimo viaje es al Panteón de los Próceres en Lima en diciembre de 1924. El último lo hizo de Lima al Panteón Nacional de Caracas en 1954.

¿Por qué tantos viajes del maestro caraqueño? Algún autor se afanó en demostrar que sufría de dromomanía. Otro, con más cordura, estableció que sus movimientos en América tienen que ver, fundamentalmente, con sus deseos de publicar. Simón Rodríguez va persiguiendo las circunstancias que le permitan dar a conocer sus ideas, que fueron siempre “emprender una educación popular, para dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros y en los Congresos”.

La República imaginada por Miranda, buscada desesperadamente por Rodríguez, ¿dónde está? Si esa no se encuentra aquí, ¿adónde la iremos a buscar? Rodríguez y Miranda, igual que los viajeros antiguos, al tomar distancia de sus propias patrias adquirieron conciencia de su valor. Los antiguos vieron seres fantásticos, que les recordaron su propia humanidad. Los venezolanos, desde lejos, reconocen su identidad. 

¿Cómo haremos nosotros para viajar sin divisas?

carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual el día 20 de mayo de 2003
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Dirección El Valle











La Fortuna es una diosa por todos adorada. Sus devotos le suplican, le ruegan, invierten en ella. Religiosamente, todos los días, semana tras semana, por meses y años visitan sus santuarios y capillas.

Posiblemente en este país ningún otro dios, virgen o santo tiene más adoradores. En sus altares se sacrifica el rebusque diario, el sueldo mensual, hasta el patrimonio familiar. Con bingos, caballos, loterías, terminales, menjurjes, péndulos y plegarias, procesiones y velas, se pretende seducir a la casquivana y veleidosa diosa. Pero ella ama caprichosamente y concede sus favores sin considerar a nadie. Por más que te esfuerces, por más sacrificios que hagas, por más gritos que le des, por más ofrendas que pongas a sus plantas, no puedes hacer nada para obtenerlos. Y es que, como la justicia, ella es ciega, pero también sorda. Los antiguos la representaban presidiendo los sucesos de la vida, distribuyendo bienes y males sin saber a quién.

Adivinos, analistas, augures, brujos, cirujanoplásticos, elegidos, economistas, encuestadores, espiritistas, expertos, loteros, medicoalternativos, mentalistas, milagreros, místicos, numerólogos, parapsicólogos, pastores, predicadores, psicólogos, psíquicos, rematadoresdecaballos, reveladores, sanadores, videntes y otros optimistas de la Coordinadora Democrática venden sus contactos y buenos oficios ante la divinidad. También el Papa, que sigue creando mediadores. Todos ofrecen asegurar la suerte, el amor, la salud, el trabajo, el éxito, la vida eterna y... cambio de gobierno. Dotados de facultades extraordinarias, viendo el aura, oliendo orina, leyendo tabaco o café o las cartas o la marcha de los caracoles o las piedras; escudriñando el iris, interpretando sueños, analizando miserias, sacerdotes y sacerdotisas de la diosa prometen lo imposible. Porque la diosa no quiere saber nada de nosotros. Es inútil insistir. Hay que desistir, por ahora.

Porque sólo los profetas del desastre están acertando en sus predicciones. Según éstos, la diosa en este momento únicamente reparte males a la mayoría. Abramos el periódico de hoy, de cualquier día. Ahí podremos leer éstas malas noticias u otras parecidas: “Pelando clínicas del IVSS; Ratas, zancudos, escombros y basura sepultan al barrio Anauco de San Bernardino; La inversión vuela a Costa Rica; Disturbios en Liceo Andrés Bello por segundo día; Recesión obliga a cierre de tiendas; Decomisan 480 kilos de cocaína; Auguran fin del ejercicio del periodismo; La angustia se apodera de los pacientes renales; Un violento terremoto en Argelia causa más de 640 muertos y 4.700 heridos...”

 (Lo que es malo para unos puede ser una bendición para otros: las clínicas privadas, los vendedores de repelentes, la policía, los estudiantes flojos, los ticas, la competencia, los que recogen la basura, las funerarias y los enterradores...).

No siga leyendo. Lo que queda es ir a llorar al Valle. Tome el metro en Plaza Venezuela.

carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual el jueves 3 de julio de 2003
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Tras el horizonte


Tres son las aspiraciones de todo niño: pisar su sombra, ser grande y ver qué hay más allá del horizonte.

Pisar la sombra se ve como intento reiteradamente fallido. Aunque insistimos. Con el tiempo aprendemos a soportarla, caminamos con ella a todas partes y hasta con ella conversamos.

No es fácil ser grande. Que se sepa, el hombre es el animal que más tarda en crecer. Y además tiene que aprender. Pero cuando, por fin, crecemos, aunque nunca sabemos cuándo eso ocurrió, descubrimos que no valía la pena. ¡Tantas reglas, tanta disciplina, tantos ejercicios para obtener tan poco! Por ello todos quieren volver a la infancia, que es la añoranza, la inocencia, promesa de la felicidad.

Queda el horizonte. ¿Qué viene después de ese límite visual, donde parecen juntarse el cielo prometido y la tierra de nuestras penas? En la búsqueda de un sentido más poético, que pensamos nos pertenece, todos hemos atravesado llanuras, ascendido a montañas, navegado mares o volado por los aires. Pero ¿a dónde nos llevan los pies, los barcos o los aviones?

En todos los tiempos ha habido hombres que un día se echaron a andar para saberlo. Como el alucinado genovés, que en la relación de su tercer viaje, a la vista de las bocas del caudaloso río, padre de los ríos, asentó: “digo que si no procede del Paraíso Terrenal...” Se llamaba Cristóbal Colón. Y no pudo comprobar su alucinación porque "nunca -escribe- se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tanto dolor como agora". El signo es un síntoma.
Siglos antes, tres monjes grecosirios: Teófilo, Sergio e Higinio, dejaron un día su árido convento para ir en busca del Jardín del Edén. Después de mucho deambular, se acercaron al Infierno, que siempre queda antes. Pero el Paraíso Terrenal no fue alcanzado.

Los tres ascetas viajeros hicieron un largo viaje para descubrir que... nunca hubo un Paraíso Terrenal. Y que nunca lo habrá. Pero ellos no lo sabían, como Angelo, el emigrante triste de Nicola di Teodoro. Éste aclaró: “triste por el dolor de querer a dos Patrias y no tener ninguna”.

Persiguiendo el horizonte, como a la sombra, nos estamos volviendo viejos. Hemos descubierto que no pertenecemos a ninguna patria , porque nuestra patria no existe. Sólo hay un horizonte sin fin y una agonía, vale decir, espejismo y lucha.

Algunos emigrantes venidos de otras tierras se agolpan, hoy, a las puertas de los consulados buscando pasaportes. Otros, de aquí, desean irse, comprobar por sí mismos qué hay tras el horizonte. Las encuestas hablan de que el 42% de los venezolanos quiere dejar su patria. Unos y otros intentan, una vez más, pisar la propia sombra o regresar a la infancia.

Pero los más nos quedamos. Porque ni aquí ni allá está el Paraíso. No es placentero, pero al menos es bueno saber que somos desgarramiento y nostalgia, que quiere decir 'dolor por el regreso' a la patria perdida. Morriña de retornar a Tortoreos, As Neves, Pontevedra de la agarimosa Galicia, al lugar en el que hipotéticamente alguna vez fuimos felices. ¿Fuimos felices?


carloshjorge@hotmail.com
Nota. Este artículo me abrió las puertas para publicar en la prensa diaria
Publicado TalCual el 18 de julio de 2003, pág. 12
Publicado por Imagen Latinoamericana el jueves 24 de febrero de 2005.
Publicado por El Aragüeño
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De la soberanía popular



He debido escribir: la soberanía popular es un fraude. Hegel lo expresó claramente: la soberanía popular es una ilusión. De lo que se trata es de una confusión de conceptos, pues el pueblo, “tomado sin sus monarcas y sin la articulación del todo que se vincula necesaria e inmediatamente con ellos es una masa informe que no constituye ya un Estado”. En otros términos, es esencialmente del monarca, de sus derechos, de su poder, de quien se trata en la organización general del sistema juridicopolítico occidental. El monarca era el cuerpo viviente de la soberanía. Hoy, soberano no tiene por qué ser un monarca en sentido estricto. El poder de uno puede estar en el ejército, los servicios secretos, los consejos de administración de compañías transnacionales, el “complejo militar-industrial” que denunciara Eisenhower en 1960, o... en tiranos y aprendices de tiranos. Entonces, soberano es quien tiene el poder para decidir, no sobre el funcionamiento normal de un orden jurídico, sino sobre los estados de excepción o, con palabras de Bodino, para hacer callar el Derecho cuando la necesidad es urgente, para castigar al enemigo interno al instante.

Para entender la tiranía debemos volver a los clásicos. Tanto Platón como Aristóteles hicieron énfasis en la degeneración de sistemas de gobierno. El Estagirita reconocía tres formas correctas de ejercer el poder: el reinado de uno, la aristocracia de los pocos (los ‘mejores’) y la república (politeia) o gobierno de los muchos.

Pero estas formas pueden degenerar en tiranía, el gobierno de uno dirigido a la utilidad del monarca, la oligarquía o el poder ejercido para utilidad de los ricos y la democracia, es decir, la república vuelta hacia el beneficio de los pobres únicamente. Son degeneradas porque ninguna de estas formas gobierna para utilidad pública.

Pero los hombres se juntan para vivir bien todos y cada uno, por ello éste es el fin del Estado. ¿Qué beneficia más -se pregunta el preceptor de Alejandro Magno- ser gobernado por un hombre excelente o por excelentes leyes? Mejor es aquello que no está sujeto en absoluto a pasiones. Ahora bien, esas pasiones no corresponden a las leyes, mientras que toda alma humana necesariamente las posee.
La exención de toda responsabilidad y el poder vitalicio es un poder excesivamente grande, y el poder que no se halla regulado por leyes, sino por el propio arbitrio, es peligroso, señalaba el viejo filósofo. Y añadía: "El poder más necesario al pueblo (es) el de elegir los magistrados y hacerse rendir cuenta de sus gestiones, pues, privado de semejante poder, el pueblo será esclavo y enemigo".
Si queremos entender la tragedia del soberano pueblo de Cuba, leamos la Política de Aristóteles. Cuba puede definirse como república de un ciudadano y... medio (cuando está sobrio). El único acaba de ser condecorado por su exitosa satrapía. Para los demás sólo queda vasallaje y esclavitud. Sin soberanía.

carloshjorge@hotmail.com
Publicado en TalCual, p. 13, el 31 de julio de 2003
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Ate

Ningún mortal del mundo puede escapar a las artimañas de Ate. Con caricias fatales y palabras que empalagan el alma, la engañosa diosa envuelve al hombre entre sus redes. A eso se dedica, lograrlo es la finalidad de su existencia y su gozo divino.

En épocas lejanas, Ate moró en el Olimpo. Pero de más en más se fue convirtiendo en compañía indeseable. Con sus cuchicheos, acallaba las amenas conversaciones que otrora alegraban los festines de los dioses. En las esquinas, los esperaba para espantarlos y burlarse de ellos que tan fácilmente perdían la compostura. Pronto miradas de dioses cabizbajos vagaban compungidas por oscuros corredores a causa de la presencia de tan astuta e inquietante diosa. Y más: los siemprejóvenes dioses se querellaban en toda forma todo el tiempo, porque Ate les insinuaba al oído alguna palabra que los inducía a equivocarse, ya fuera juzgando u obrando desacertadamente al tomar una cosa por otra . Los inmortales tenían entonces que cargar a sus espaldas pesados fardos de culpas nacidas de sus actos falaces y fallidos.

Pero cierto día, Zeus se cansó de tanta discordia. Se cansó de ver cómo los dioses se equivocaban y de cómo él mismo incurría en tremendas metidas de pata -con perdón-. Airado, el señor del Olimpo tomó a Ate por los cabellos y la arrojó a la Tierra.

Expulsada de la sociedad divina, la diosa pasó a vivir entre los hombres. Comenzó entonces su trabajo: perturbar los corazones, enredar las lenguas, desviar la mano que se mueve en gesto amable, poner tropiezos a los pies.... Desde ese día los lapsos, los juicios falsos, los desaciertos, el incumplimiento del deber de los hombres son pasatiempos de la diosa. Alcanzar esto es su diversión y mayor placer. A los hombres que la diosa enreda, no les queda sino vagar de un lugar a otro o divagar el pensamiento, la imaginación y atención y... lamentarse.

Pero los hombres no están desamparados, aunque casi. Cuentan con las Preces, humildes y cojas hijas de Zeus. Noche y día, estas siervas de los hombres siguen las huellas de la maléfica divinidad, tratando de deshacer muchas de las intrigas que Ate va esparciendo por donde pasa, aunque en raras ocasiones consiguen reparar por completo el mal que la diosa desparrama. Porque Ate es de muy ligeros pies. Sin dejarse alcanzar, anda por el mundo despojando a los mortales de su tranquilidad. Fingiendo mostrarles la buena senda, los conduce por vías tortuosas que van al despeñadero del mal.

Las Preces no llegan siempre a tiempo para detener a los humanos. Cuando ellas se presentan, muchas veces ya Ate ha pasado y únicamente encuentran en el camino lamentos de arrepentimiento o rebelión. Y ya no les queda otra cosa que consolar a los desdichados mortales, constantemente engañados por los artificios de la diosa con aquello de que “es de humanos errar”.

Ate es el error, el extravío, la desgracia y, sobre todo, es diosa de las disensiones. Algunos ambiciosos miembros de la Coordinadora Democrática la tienen como diosa protectora.


carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual el 14 de agosto de 2003, página 13
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