La historia suele ser socarrona. En el 726 d.C., el emperador León III el Isáurico mandó destruir los iconos o imágenes religiosas de todas las casas e iglesias; las paredes de éstas, decoradas con magníficas pinturas y mosaicos, fueron encaladas. Desde entonces, a los rompedores de imágenes se les denomina iconoclastas.
¿Por qué un emperador cristiano - que diez años antes había destrozado la armada de Sulaymán en el asedio de Constantinopla (716-717)- osaría acometer tal profanación? Por alergia personal que se le unió a la idea de que los fulgurantes éxitos de los musulmanes, enemigos de cualquier imagen, fuese un castigo divino para los cristianos no inmunes a la idolatría.
Por su lado, los defensores de las imágenes, llamados iconódulos (literalmente: servidores de iconos), reivindicaban la legitimidad de venerar lo divino en sus expresiones materiales, pues el mismo Dios había tomado cuerpo haciéndose visible en Cristo.
La historia, que es irónica, quiso que la principal oposición al decreto del rey-sacerdote viniera de la capital del Imperio omeya, golosa de conquistar el mundo, en la persona del monje (san) Juan el Mansur. Este hijo del visir de Damasco se atrevió a discutir la autoridad del emperador en cualquier materia religiosa, o sea, a proponer una separación de poderes en una tradición secular. Justificaba el Damasceno: "Las imágenes son para los que no saben leer lo que los libros para los letrados". Este último Padre griego rezaba a la Virgen: "Estrella de los mares, haz renacer la calma entre las olas. El león ruge buscando a quien devorar. No me dejes entre sus garras, oh Tú, Virgen Inmaculada, que diste al mundo un Niño divino, domeñador de furias y leones".
La revolución iconoclasta duró 116 años. En ese largo período se abrió un abismo de antipatía entre el Oriente y el Occidente, que culminó en el cisma griego de 1054, antipatía que los orientales sentían hacia los países latinos, a quienes menospreciaban como bárbaros. Algunos historiadores dicen que la barbarie estuvo en la infinidad de obras de arte que fueron destruidas.
No hay peligro de que el enfrentamiento entre iconoclastas e iconódulos criollos llegue a tanto. El pueblo venezolano es alegre por naturaleza y la guerra de las imágenes no es más que una buena razón para divertirse. Unos lo hacen sirviéndose de las imágenes con propósitos políticos; otros, cortándoles la cabeza (a las imágenes, todavía) por las mismas razones.
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Publicado por TalCual el 9 de enero de 2004
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