El italiano Tomás Campanella (1568-1639) aportó su grano de arena al desarrollo de las ideas políticas de la época con una doctrina original expuesta en la obra La imaginaria Ciudad del Sol. Su pensamiento ofrece una mezcla singular del paganismo humanista, el materialismo de Maquiavelo y los ideales monásticos para la organización social.
Piensa este autor que los fenómenos de la historia y de la naturaleza se explican por tres principios: el poder, la inteligencia y el amor. Piensa también que la autocracia del Papa es la forma ideal de organización política. Su concepción utópica, escrita en forma dialogada, describe una comunidad descubierta por un navegante genovés. Gobierna este país el Sol, un monarca absoluto elegido por un colegio de magistrados. Sus funciones son a la vez políticas y religiosas. Sus principales ministros son la Potentia, que tiene a su cuidado la guerra y la diplomacia; la Prudentia, que dirige todo lo referente a las artes, educación y trabajos públicos; y el Amor, que se encarga de la perpetuación y mejoramiento físico del pueblo.
No deja de ser curioso que Campanella, un fraile dominico, proponga la promiscuidad sexual. Argumenta: “la promiscuidad sexual no destruye las personas ni impide la procreación. Por lo tanto no se opone al orden natural, sino que por el contrario ayuda grandemente al individuo, la procreación y al Estado”. Algunas malas lenguas dicen que esta idea de una república filosófica inspiró a los jesuitas en sus experimentos comunistas del Paraguay.
Como ha demostrado palmariamente K. Popper en La sociedad abierta y sus enemigos (cap. IX), este radicalismo extremo de la concepción utópica se halla relacionado con un cierto esteticismo. En otros términos, el mundo no sólo puede ser algo mejor y más racional que el que tenemos, sino que también puede verse libre de toda fealdad.
Es interesante observar la íntima relación que media entre el radicalismo revolucionario, con su exigencia de medidas drásticas, y el esteticismo. Hay que purgar y purificar al hombre de adherencias sociales que lo han pervertido, por ello las instituciones y tradiciones existentes deben ser borradas como se borra un retrato pintado sobre un lienzo para poder pintar otro nuevo, dijo Platón en República (500e-501a).
Pero aun inspirados por las mejores intenciones de traer el cielo a la tierra, los revolucionarios sólo logran convertirla en un infierno, ese infierno que sólo el hombre es capaz de preparar para sus semejantes.
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Publicado por TalCual
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