Desde sus orígenes se relaciona el Cristianismo con las ideas socialistas. En la Edad Media, denuncia la propiedad privada como una consecuencia de la caída del hombre y considera un ideal la comunidad de bienes. Algunas órdenes ascéticas intentan llevar a la práctica este ideal, pero sin resultado práctico. Pero diferentes sectas heréticas incluyen, entre sus creencias, la propiedad en común. Los Waldenses en el siglo XII y los Apostólicos en el XIII son ejemplos. Sus éxitos estarán en el campo del centro europeo.
Fueron, sin embargo, derrotados sus seguidores en la guerra de los campesinos del siglo XVI. Pero las ideas comunistas no mueren. Con una fuerte base religiosa, perduran en los dogmas de la secta conocida como los Anabaptistas, sobre todo en los Países Bajos. Se consideraron heréticas sus doctrinas y se les acusó de prácticas licenciosas. Como consecuencia de ello, fueron perseguidos con toda dureza.
Hacia 1526 emigran los Anabaptistas en grandes masas a Moravia, donde sostienen una organización comunista durante un siglo. Desprecian la ciencia y conservan en gran estima el trabajo manual. Disfrutan en común la propiedad y proscriben la vida de familia. Organizan la sociedad en grandes agrupaciones domésticas, integradas por varios cientos de personas. Los jefes de estas comunidades conciertan los matrimonios entre sus miembros. Desde muy pequeños, y sin la elección de sus padres, los niños son puestos bajo un régimen severo de educación colectiva. Dirigido por una junta de ancianos, el gobierno de la comunidad es eminentemente democrático.
Los Anabaptistas consideran al Estado como un mal necesario. Lo obedecen si no hay conflicto entre las leyes y la conciencia. No juran en los tribunales ni desempeñan cargos públicos. Se oponen a la guerra y se niegan, con frecuencia, a empuñar las armas.
Después de sobrevivir a la persecución, en el siglo XVII los Quákeros y los Independientes resucitan sus doctrinas en Inglaterra y las llevan a las colonias de América.
Una facción de los anabaptistas, llamada Menonitas, vive en Manitoba, tierra baja de Bolivia. Con sus carros tirados por caballos, granjas de césped bien cuidado y campos sembrados hasta el horizonte de soya y sorgo, el asentamiento parece una versión tropical de Ohio o Pensilvania. Esa plácida impresión dura hasta que los agricultores locales empiezan a hablar de los temores por los planes de reforma agraria del presidente Evo Morales. Y es que no les gusta la utopía del presidente boliviano.
Publicado por TalCual el miércoles 5 de Diciembre de 2007, pág. 21
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