Ningún mortal del mundo puede escapar a las artimañas de Ate. Con caricias fatales y palabras que empalagan el alma, la engañosa diosa envuelve al hombre entre sus redes. A eso se dedica, lograrlo es la finalidad de su existencia y su gozo divino.
En épocas lejanas, Ate moró en el Olimpo. Pero de más en más se fue convirtiendo en compañía indeseable. Con sus cuchicheos, acallaba las amenas conversaciones que otrora alegraban los festines de los dioses. En las esquinas, los esperaba para espantarlos y burlarse de ellos que tan fácilmente perdían la compostura. Pronto miradas de dioses cabizbajos vagaban compungidas por oscuros corredores a causa de la presencia de tan astuta e inquietante diosa. Y más: los siemprejóvenes dioses se querellaban en toda forma todo el tiempo, porque Ate les insinuaba al oído alguna palabra que los inducía a equivocarse, ya fuera juzgando u obrando desacertadamente al tomar una cosa por otra . Los inmortales tenían entonces que cargar a sus espaldas pesados fardos de culpas nacidas de sus actos falaces y fallidos.
Pero cierto día, Zeus se cansó de tanta discordia. Se cansó de ver cómo los dioses se equivocaban y de cómo él mismo incurría en tremendas metidas de pata -con perdón-. Airado, el señor del Olimpo tomó a Ate por los cabellos y la arrojó a la Tierra.
Expulsada de la sociedad divina, la diosa pasó a vivir entre los hombres. Comenzó entonces su trabajo: perturbar los corazones, enredar las lenguas, desviar la mano que se mueve en gesto amable, poner tropiezos a los pies.... Desde ese día los lapsos, los juicios falsos, los desaciertos, el incumplimiento del deber de los hombres son pasatiempos de la diosa. Alcanzar esto es su diversión y mayor placer. A los hombres que la diosa enreda, no les queda sino vagar de un lugar a otro o divagar el pensamiento, la imaginación y atención y... lamentarse.
Pero los hombres no están desamparados, aunque casi. Cuentan con las Preces, humildes y cojas hijas de Zeus. Noche y día, estas siervas de los hombres siguen las huellas de la maléfica divinidad, tratando de deshacer muchas de las intrigas que Ate va esparciendo por donde pasa, aunque en raras ocasiones consiguen reparar por completo el mal que la diosa desparrama. Porque Ate es de muy ligeros pies. Sin dejarse alcanzar, anda por el mundo despojando a los mortales de su tranquilidad. Fingiendo mostrarles la buena senda, los conduce por vías tortuosas que van al despeñadero del mal.
Las Preces no llegan siempre a tiempo para detener a los humanos. Cuando ellas se presentan, muchas veces ya Ate ha pasado y únicamente encuentran en el camino lamentos de arrepentimiento o rebelión. Y ya no les queda otra cosa que consolar a los desdichados mortales, constantemente engañados por los artificios de la diosa con aquello de que “es de humanos errar”.
Ate es el error, el extravío, la desgracia y, sobre todo, es diosa de las disensiones. Algunos ambiciosos miembros de la Coordinadora Democrática la tienen como diosa protectora.
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Publicado por TalCual el 14 de agosto de 2003, página 13
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