miércoles, 16 de julio de 2008

Labridae




Solimán trata a los hembras de su harén exactamente como se describe en Las mil y una noches: la hembra que se aproxima al señor sin haber sido llamada es azotada; la que intenta escapar, azotada y mordida; la que demuestra alguna falta de respeto recibe un buen golpe en el costado. La que tiene que soportar más es la favorita. Para ella sólo hay dos cosas: sexo o palos, la mayoría de las veces esto último.

Este trato que regula la vida del harén no es el practicado por un sultán oriental, sino por unos pequeños peces de la familia de los lábridos, de apenas unos seis centímetros de largo, que en los arrecifes de coral de los mares tropicales del mundo se dedican al aseo y limpieza de otras especies.

Un arrecife coralino cualquiera, especialmente si está bien situado como para servir de “salón de belleza”, por lo general sólo está habitado por un macho con las hembras que componen su harén. En él se da la bienvenida a las hembras nuevas, pero se rechaza a todo macho que quiera competir con el señor. Y, aunque parezca extraño, esto no es llevado a cabo únicamente por el macho propietario sino que... ¡sus hembras le ayudan en ello!

La explicación está basada en una circunstancia realmente insólita: las hembras que componen el harén tienen la esperanza, fundada, de llegar un día a convertirse en macho y, con ello, en señor del harén. En efecto, es muy posible que Solimán pueda ser devorado por algún pez grande cuando trate de retener a alguna fugitiva que se esconda en una caverna. Si esto ocurre, en menos de tres horas la antigua favorita se convierte en macho. A este rápido proceso la ciencia lo denomina protogenia. El pez hasta entonces oprimido se hizo dueño y opresor de las que hasta entonces habían sido sus compañeras de esclavitud. Mediante una continua distribución de golpes de cola y de aletas, mordiscos y empujones, el nuevo señor del harén impide que las hembras se conviertan en machos, es decir, en rivales mientras él viva.

Verdaderas artistas hermafroditas de la limpieza del idioma son las cultivadoras del hablanueva del género. En su salón de belleza femenina, insisten en librar al idioma de parásitos, granitos, callosidades en la piel y cualquiera otra irregularidad que el tiempo ha ido acumulando. Sienten particular inquina contra la segunda regla general de la concordancia que norma la preponderancia del masculino sobre el femenino, a la que ven como herida purulenta. “El lenguaje transmite la cultura masculina en cada sujeto”, sentencian. Confundiendo sexo con género, declaran: “Lo masculino sigue siendo lo relevante, lo prestigioso. Eso se cambia con el uso”, y se toman el trabajo de limpiar la propiedad común de más de 320 millones de hablantes, que se ha ido constituyendo durante más de mil años. ¡Lástima que tanta virtud no sirva sino para alcanzar un producto tan espantosamente deforme!


PUBLICADO POR TALCUAL EL 3 DE ABRIL DE 2006, PÁG. 15, CON ILUSTRACIÓN
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