Tres son las aspiraciones de todo niño: pisar su sombra, ser grande y ver qué hay más allá del horizonte.
Pisar la sombra se ve como intento reiteradamente fallido. Aunque insistimos. Con el tiempo aprendemos a soportarla, caminamos con ella a todas partes y hasta con ella conversamos.
No es fácil ser grande. Que se sepa, el hombre es el animal que más tarda en crecer. Y además tiene que aprender. Pero cuando, por fin, crecemos, aunque nunca sabemos cuándo eso ocurrió, descubrimos que no valía la pena. ¡Tantas reglas, tanta disciplina, tantos ejercicios para obtener tan poco! Por ello todos quieren volver a la infancia, que es la añoranza, la inocencia, promesa de la felicidad.
Queda el horizonte. ¿Qué viene después de ese límite visual, donde parecen juntarse el cielo prometido y la tierra de nuestras penas? En la búsqueda de un sentido más poético, que pensamos nos pertenece, todos hemos atravesado llanuras, ascendido a montañas, navegado mares o volado por los aires. Pero ¿a dónde nos llevan los pies, los barcos o los aviones?
En todos los tiempos ha habido hombres que un día se echaron a andar para saberlo. Como el alucinado genovés, que en la relación de su tercer viaje, a la vista de las bocas del caudaloso río, padre de los ríos, asentó: “digo que si no procede del Paraíso Terrenal...” Se llamaba Cristóbal Colón. Y no pudo comprobar su alucinación porque "nunca -escribe- se me dañaron los ojos, ni se me rompieron de sangre y con tanto dolor como agora". El signo es un síntoma.
Siglos antes, tres monjes grecosirios: Teófilo, Sergio e Higinio, dejaron un día su árido convento para ir en busca del Jardín del Edén. Después de mucho deambular, se acercaron al Infierno, que siempre queda antes. Pero el Paraíso Terrenal no fue alcanzado.
Los tres ascetas viajeros hicieron un largo viaje para descubrir que... nunca hubo un Paraíso Terrenal. Y que nunca lo habrá. Pero ellos no lo sabían, como Angelo, el emigrante triste de Nicola di Teodoro. Éste aclaró: “triste por el dolor de querer a dos Patrias y no tener ninguna”.
Persiguiendo el horizonte, como a la sombra, nos estamos volviendo viejos. Hemos descubierto que no pertenecemos a ninguna patria , porque nuestra patria no existe. Sólo hay un horizonte sin fin y una agonía, vale decir, espejismo y lucha.
Algunos emigrantes venidos de otras tierras se agolpan, hoy, a las puertas de los consulados buscando pasaportes. Otros, de aquí, desean irse, comprobar por sí mismos qué hay tras el horizonte. Las encuestas hablan de que el 42% de los venezolanos quiere dejar su patria. Unos y otros intentan, una vez más, pisar la propia sombra o regresar a la infancia.
Pero los más nos quedamos. Porque ni aquí ni allá está el Paraíso. No es placentero, pero al menos es bueno saber que somos desgarramiento y nostalgia, que quiere decir 'dolor por el regreso' a la patria perdida. Morriña de retornar a Tortoreos, As Neves, Pontevedra de la agarimosa Galicia, al lugar en el que hipotéticamente alguna vez fuimos felices. ¿Fuimos felices?
carloshjorge@hotmail.com
Nota. Este artículo me abrió las puertas para publicar en la prensa diaria
Publicado TalCual el 18 de julio de 2003, pág. 12
Publicado por Imagen Latinoamericana el jueves 24 de febrero de 2005.
Publicado por El Aragüeño
Publicado TalCual el 18 de julio de 2003, pág. 12
Publicado por Imagen Latinoamericana el jueves 24 de febrero de 2005.
Publicado por El Aragüeño
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