Discutir de religión es como pelear por la sombra de un burro, como decía un refrán griego. Pero la discusión es pertinente cuando están en juego los Derechos Humanos. De hombres y de mujeres. En estos días se ha discutido de algunos de los hombres. Hablemos un poco de los de las mujeres en la Iglesia católica.
San Pablo odiaba a las mujeres, igual que San Agustín, después que se cansó de ellas. Éste tildó al placer sexual de enfermedad, podredumbre, pus nauseabundo, monstruoso, diabólico, locura... y fanáticamente condenó lo que definió como "la concupiscencia en el matrimonio".
Desde la cruzada emprendida por el Apóstol de los Gentiles y por el Obispo de Hipona, la mujer es señalada como el ser maldito y despreciable contra el que hay que luchar para salvarse (los varones). Y esta impronta patológica quedó grabada a fuego, hasta el día de hoy, en el cuerpo teológico y vital de la Iglesia católica y de sus clérigos, así sean papas. Los buenos conocedores de la curia romana dicen que el desprecio de cierto papa por las mujeres sólo tenía parangón con su amor por los hombres.
Para entender a la Iglesia de hoy, desandemos unos siglos. En Corintios 1, el apóstol Pablo desgrana estas perlas: "Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer" (7,1). Insiste : “Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no tuvieran” (7,29). Y añade: “”Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien y quien no la casa hace mejor” (7,38). Esto es: ¡a quedarse solteras, chicas!
¿Y cuál es el papel de la mujer? La respuesta se comprende si se acepta el principio: “El varon (...) es imagen y gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón; ni fue creado el varón para la mujer; sino la mujer para el varón” (11,9). Como el lector puede deducir, Pablo no quería nada con mujeres. No deja de ser ilustrativo el “olvido” que tiene el fariseo de su madre en el último pasaje.
Sentadas las premisas, las conclusiones se caen de maduras, como le dice a Timoteo (1): “La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará por la crianza de de los hijos si permaneciere en la fe, en la caridad, en la castidad, acompañada de la modestia” (2,10-15).
¡Pobre mujer! ¡Un remedio para la concupiscencia de los hombres! ¡Sólo se salva, si se salva, criando hijos que los hombres producen! Doctrina actual de la Iglesia.
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Publicado por TalCual el 2 de octubre de 2003, pág. 12
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Publicado por El Aragüeño, Maracay, el 14 de marzo de 2006
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