Escribió F. Nietzsche: “En mi concepto, la voluntad de poder es la forma más primitiva de la pasión, y todas las otras pasiones son configuraciones de aquella”.
Lo anterior se dice de cada ser humano y, en especial, de Juan Pablo II, el Papa que se vio moribundo en Lourdes. En Suiza, reiteró que no renunciará al papado y que seguirá al frente de la Iglesia. “Después de casi sesenta años de sacerdote -dijo en Berna ante 13.000 oyentes que abarrotaron el Palacio de Hielo- estoy contento de poder expresar ante ustedes, jóvenes, mi testimonio: es bonito poder entregarse hasta el final por la causa del Reino de Dios”.
Cuarenta y un teólogos y sacerdotes no piensan lo mismo, pues en carta pública reclamaron que los pontífices deben jubilarse a los 75 años. Argumentaban: es muy difícil que un hombre anciano y enfermo, como el Papa Wojtyla, pueda dirigir la Iglesia.
El ejemplo más dramático de esto es Brasil. Por primera vez en 500 años, la Iglesia Católica del Brasil se está debatiendo en su propio terreno. Según el clero brasileño, el materialismo es uno de sus rivales. Un vigoroso movimiento evangélico es otro. Nación con el mayor número de católicos, de 1991 a 2000 perdió 9 puntos; por el contrario, el movimiento evangélico ganó el15% en el mismo período. (Y no sólo en Brasil. Le invito, lector, que vea cuántos templos católicos se están construyendo y que me diga cuántos templos evangélicos puede comprobar en su urbanización o en su barrio). Pero lo peor es un sentimiento creciente de indiferencia en la población.
El mismo hombre que defiende de puertas afuera los derechos humanos los niega, puertas adentro, a sus pares obispos y a los teólogos que no comulgan con su conservadurismo.
Se presenta como un gran admirador de María y predica excelsos ideales femeninos, pero, en realidad, rebaja a las mujeres al no permitirles ingresar en la jerarquía eclesiástica.
Predicador en contra de la pobreza masiva y la miseria del mundo, sin embargo su posición en contra de la regulación de la natalidad y la explosión demográfica es culpable de esa miseria.
La gente tiene problemas en el mundo de hoy con las drogas, el divorcio, la violencia y el alcohol, pero cuando va a la Iglesia Católica en busca de alivio lo que recibe es una ración de dogma y... espectáculo. Como cualquiera estrella del pop, el Papa es recibido con cantos haciendo la “ola” y ondeando banderas.
En sus presentaciones, Juan Pablo II suele estar rodeado de impresionantes multitudes, que durante horas aguardan el paso del “papamóvil”. Pero el sucesor del pescador galileo se rodea de un importante número de policías y guardaespaldas. Tocarlo, como tocaban las gentes al Maestro, es imposible: demasiado importante.
La tradición católica quiere que el solio pontificio romano sea la piedra sobre la que el Profeta de Nazaret presuntamente fundó la Iglesia. Y a mí me parece que Juan Pablo II es la hiedra.
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Publicado por Tal Cual en Libremente, pág. 14, el jueves 7 de octubre de 2004.
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