miércoles, 2 de julio de 2008

Pilatos



De Poncio Pilatos escribió F. Nietzsche: “En todo el Nuevo Testamento no hay más que una sola figura honorable: Pilatos, el gobernador romano”. Pero la verdad respecto a Pilatos está muy lejos de lo que escribió el filósofo de Sils-María.


Sabemos más de Poncio Pilatos por fuentes externas que por los evangelios. Sin embargo, no podría haber mayor discrepancia entre el Pilatos que conocemos por la Historia y esa figura débil que juega un papel tan vacilante en el drama de la Pasión y que Nietzsche reivindica. Tenemos descripciones bastante detalladas del Pilatos real en las obras de Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Suetonio y Tácito.


Los autores seculares acusan a Pilatos de mezquindad, avaricia, crueldad y menosprecio altanero hacia los sentimientos ajenos. Los evangelistas lo describen lleno de intenciones más humanas y honorables hacia los sometidos a su gobierno; en fin, que hace lo posible por intentar convencerlos para que desistan de su locura. Cuando la obligación política lo fuerza a cumplir con un deber que le repugna, se lava las manos antes de entregar al reo... ¡para que lo ejecute la fuerza del Imperio!


Pero el gobernador que había condenado a morir en la cruz a Jesús se convirtió, por obra de la apologética, en un instrumento de defensa de la fe cristiana. El riguroso Pilatos fue suavizándose de evangelio en evangelio. A medida que va separándose de la Historia, va convirtiéndose en un personaje cada vez más agradable. Sin embargo, bruscamente, en el siglo IV la imagen de Pilatos como amigo de Jesús se inmoviliza. ¿Por qué? Por las condiciones históricas. En su carrera póstuma, Pilatos fue víctima del emperador Constantino. Si el cristianismo se hubiera convertido en una religio licita una generación después del Edicto de Milán de 312, Poncio Pilatos figuraría, sin duda, en el santoral cristiano, lo mismo que su mujer figura, hoy, en el santoral de la Iglesia Griega.


De historia paralela pudiera ser calificada la abominable “hazaña” del diputado de cuyo nombre no quiero acordarme. Celoso trabajador para el poder revolucionario, se esmeró en elaborar una obra de impía y cruel filigrana: la Lista, que sirvió (y sirve) para atropellar a millones de inocentes. Por ella no podrá ser borrado del catálogo de los infames. Así apostate de su Constantino, el único paso digno que le resta dar al torvo político, tras ser expulsado “por denuncias sin pruebas y por irresponsable”. Algunos lo consideren una víctima de aquél a quien sirvió y lloran la desgracia de quien debe ser considerado un desgraciado.


carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual con dibujo, pág. 20, el miércoles 26 de Marzo de 2008.

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