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domingo, 5 de febrero de 2017

Didáctica y dialéctica de Simón Rodríguez





                                                                                                                         
                                                                                                                                      



Resumen:
J. D. García Bacca (1981) afirmó que Simón Rodríguez (1769-1854) es un “filósofo dialéctico”. Si lo es, ¿en qué sentido lo sería? Es objetivo central de esta ponencia señalar los sentidos de la dialéctica rodrigueciana y mostrar cómo tal método filosófico está al servicio de la pedagogía republicana. Haciendo un recorrido por  algunas de sus obras más representativas, llegamos a la conclusión de que su tal metodología lo ubica dentro de la mejor filosofía americana.


1.      Sentidos de dialéctica

      Afirmar que Simón Rodríguez hizo uso de la dialéctica requiere demostración, entre otras razones porque ésta es una mala palabra. J. Ferrater Mora (1975) registró dieciocho diferentes significaciones. Creemos que el filósofo caraqueño fue un dialéctico, pero ¿en qué sentido y en qué medida? A propósito de la primera pregunta, no nos cabe la menor duda para una respuesta afirmativa. Y más: la dialéctica ocupa un espacio muy privilegiado en su pensamiento y en su quehacer filosófico. Veamos.

A) Los pros y los contra.

El planteamiento de la dialéctica con sentido pedagógico puede verse en la portada de la llamada Defensa de Bolívar, en donde se lee:


EL
LIBERTADOR
DEL
MEDIODIA DE AMERICA
Y
SUS COMPAÑEROS DE ARMAS
DEFENDIDO
POR
UN AMIGO DE LA CAUSA SOCIAL


La causa del Jeneral Bolívar
es la de los Pueblos Americanos
en ella se interesan los Jefes de
las nuevas Repúblicas.

Instruyamos al Pueblo
con nuestros debates.

Esta obra, escrita al mismo tiempo que el  Pródromo de Sociedades Americanas en 1828, muestra de manera palmaria la subordinación de la dialéctica al objeto principal del método pedagógico: instruir al pueblo. A final de una advertencia del Pródromo, se lee que “El Editor recibirá todas las objeciones que quieran dirijírsele — las hará imprimir, y las pondrá en manos de los distribuidores de la obra” (I,261). Esta propuesta a sus lectores es la postulación de la dialéctica como método para descubrir la verdad en aquellas cuestiones que interesan al pueblo y que no son objeto de la ciencia.
Años después, en Concepción de Chile, Simón Rodríguez publica las objeciones hechas al Pródromo al lado de las respuestas correspondientes, en un prólogo galeato a Luces y Virtudes Sociales (1834). Esta obra, en esa primera edición, tiene setenta páginas en total, de las que el Galeato consume treinta y cuatro. Esto muestra la importancia que tal método posee para el filósofo.
Para justificar el Galeato, el filósofo dice que las objeciones que ha presentado le habrán servido al lector de entretenimiento, al tiempo que lo prevendrán de otras que pudieran hacerse al cuerpo de la obra que se dispone a presentar. Creemos que esta idea del “entretenimiento” dice mucho respecto de cuál pueda ser el espíritu dialéctico de Simón Rodríguez. Pero hay otra idea que también debe ser expuesta, cuando señala:

Nada se ha omitido de lo que pueda ilustrar el lector, para dar su parecer con conocimiento. Todo el mal que se ha dicho de ella se publica … ¿Por qué no se publicará el bien? PRO y CONTRA son los datos que preparan el juicio: tenga dos orejas el que quiera ser juez (II,98).

De seguidas aporta dos opiniones favorables: una hecha en 1829 por el editor del Mercurio Peruano; otra, dada por escrito, hecha por el doctor Eguilus, “letrado arequipeño”.
Esta segunda idea del pro y contra debe servirnos más adelante para establecer con más exactitud en qué sentidos puede ser considerado Simón Rodríguez como dialéctico. Antes de eso debemos encontrar nuevos textos en donde el uso de la dialéctica sea otro.

       B) Técnica de cuadro

La técnica del cuadro es un nuevo uso del método dialéctico. Simón Rodríguez la empleó muchas veces, lo que, en obras de filosofía moderna, causa extrañeza. Quizás uno de los mejores cuadros sea el presentado a propósito de la colonomanía o deseo de algunos que estimaban que las repúblicas americanas debían colonizarse con extranjeros. Simón Rodríguez, por el contrario, sostenía que la colonización debía hacerse con los propios habitantes. El cuadro muestra, en un primer momento, el desembarco de

Dinamarqueses, Suecos i hasta Lapones, que vienen a enseñar a cultivar Camotes, Caña dulce, Algodón, i sobre todo el Cacao! que se da tan frondoso en las Riberas del Báltico (I,352).

La ironía del cuadro expone lo ridículo y absurdo del proyecto colonizador. En un segundo momento, el autor deja ver el reverso del cuadro: “Escaseces, fatigas, insectos, reptiles, tercianas, disentería”. Ante esta situación, ilustra ahora el filósofo cómo se desintegrará el proyecto: muchos vuelven a sus tierras de origen, otros se quedarán en las poblaciones de las nuevas tierras americanas.

No se habrá conseguido cultivar los campos; pero se habrán colonizado los apellidos: en breve se verán los Institutos Ortolójicos i Caligráficos de las Aldeas, llenos de Esmites de Juaites i de Cuques, i al cabo de algunos años, la hija de ña Petrona la Pulpera será madama Cranyan. Con esto i con otras cosas, no ménos importantes, la Civilización del país habrá hecho grandes progresos, siguiendo la marcha majestuosa de su Gobierno i el rápido vuelo de los negocios.
Pero un viejo, que estará sentado al Sol, en la esquina viendo pasar el cortejo dirá, cabeceando, no hai peor mal que el que se hace bajo las apariencias del bien (I,389).

Simón Rodríguez empleó la técnica del cuadro en múltiples ocasiones. Fundamentalmente con ella buscaba ridiculizar una situación, mostrar su absurdo o hacer sentir lo insostenible que puede resultar una idea encarnada en el cuadro.  Por ejemplo, en uno de ellos enumera las “peticiones” de los que desean vivir descansados, sin cuidado, sin pagar derechos ni tributos, alcabalas ni diezmos, pero quieren poder hacer lo que les venga en gana. A nombre de las promesas que se hicieron en la revolución, piden al gobierno los mineros, los emigrados y los patriotas, los realistas, los agricultores, los artesanos y los comerciantes, los abogados, las ciudades, los colegios, los estudiantes, los curas, los canónigos y las catedrales, los viandantes, los frailes y las monjas, los soldados, los sargentos y hasta los generales, que quieren ser presidentes.
En un segundo cuadro se ve todo un “basurero de sobrescritos”. Papeles de todo tipo inundan el gabinete presidencial: anónimos, correspondencia que ni veinte lectores podrían hacerse cargo de ella en veinte días, gacetas nacionales y extranjeras. Y lo más gracioso: recogido durante dos o tres días, el presidente empolla más escritos y … decreta. Sintetiza el autor:

¿Quién no ve en este cuadro, el mal de que adolecen las repúblicas — la inutilidad de los esfuerzos que hacen sus jefes para remediarlo — y la necesidad de ocurrir á otros medios, para no perder el fruto de la revolución?

Y cierra el cuadro (y la obra), con un giro muy típico de él, donde, una vez más, vemos que la dialéctica está al servicio de la pedagogía política:

Todas las faltas pueden reducirse á una, diciendo
El lugar de las Instituciones
ES LA OPINION PUBLICA
Esta está por formar
Y NADA SE HACE POR INSTRUIR
(II,373).

Hemos tomado esta última cita del Extracto de la Defensa de Bolívar, publicado por el autor en El Mercurio, de Valparaíso, en febrero de 1840. Es sintomático que esta obrita, de escasas nueve páginas, dedique ¡seis! de ellas a los cuadros que hemos pintado apresuradamente, y cuya conclusión dialéctica es una proposición de carácter general sobre la necesidad de la instrucción pública (en el sentido que tiene en Simón Rodríguez).

C)    Juego intelectual

El Extracto de la Defensa de Bolívar es dialéctico de principio a fin, dijimos. He mostrado uno de los sentidos que el término tiene en la obra. Veamos, ahora, el otro, a propósito de una acusación que se le había hecho al Libertador:

-AMBICION …
-¿Quién no la tiene?
-ES DEMASIADO AMBICIOSO!
-¿Cómo se miden cantidades de ambición? (I, 367).

Creemos que se ve claro el sentido de dialéctica como “juego intelectual” , según la denominación de J. Greenwood (1909:128). Pero Simón Rodríguez no busca ganar el juego humillando al acusador, ni está únicamente interesado en mostrar sus dotes dialécticas. Rodríguez busca la verdad y piensa que también hay un fondo de verdad en los acusadores de Bolívar, cuando dice

La AMBICION es la pasión predominante en el hombre. AMBICIONAR es querer ser mas; pero como para ser es menester valer,  y para valer TENER … todos aspiran á poseer algo que les de superioridad.
La ambición misma ASPIRA y quiere que la llamen NOBLE por el objeto de sus deseos.

El argumento se ha vuelto ahora en contra de los acusadores. Pero el dialéctico no se queda ahí; avanza hasta señalar que las distinciones -éstas y otras que ha hecho- “son principios irrefragables”. Concluye:

GRACIAS A LA AMBICION!
sin ambición no habría sociedad.

Se puede también apreciar en este pasaje la satisfacción que siente el filósofo por haber podido salir airoso de una opinión tan contraria, de una opinión que él convierte en razón o, al menos, en la mejor hipótesis para defender a Bolívar. Esto también es muy típico de Simón Rodríguez. Estaba consciente de sus habilidades dialécticas y hacía gala de ellas. Así se puede entender la primera página del Pródromo a Sociedades Americanas en 1828 que, textualmente, dice:

Tan EXOTICO debe parecer
el PROYECTO de esta obra
como EXTRAÑA
la ORTOGRAFIA en que va escrito.

En unos lectores excitará, tal vez, la RISA
En otros ..................... el DESPRECIO
ESTE será injusto:
ni en las observaciones hay Falsedades
ni en las proposiciones ...... Disparates

De la RISA
Podrá el autor decir
(en francés mejor que en latín)
Rira bien qui Rira le dernier (I,260

Simón Rodríguez usa la dialéctica como juego intelectual, fundamentalmente para salir airoso de ciertas opiniones que son más que eso, pues son acusaciones. Esto se puede verificar en la denominada Defensa de Bolívar. En esta obra el juego dialéctico es, muchas veces, armamento para defender al héroe. Rodríguez  emplea la dialéctica como juego intelectual, pero del que derivará algún principio importante. Como ejemplos más evidentes destacamos el uso, ya transcrito, de la acusación de ambición contra Bolívar (II,209). Pero todavía le saca provecho mayor a la acusación de que “Propuso el Libertador una Constitución Monárquica á las Repúblicas” (II,317), acusación que Simón Rodríguez coloca como la segunda prueba de las (malas) intenciones de Bolívar. El juego dialéctico alrededor del vitalicismo le lleva a Rodríguez a plantear, entre otras cosas, el objeto de la política y su división en teoría y práctica. El mismo juego dialéctico alrededor de la acusación de despotismo (II,219) le permite formular su teoría de la “simpatía” y llegar a la conclusión de que “No hay simpatía verdadera sino entre iguales — simpatizan, en apariencia, los súbditos con sus superiores, porque el que obedece proteje las ideas del que manda; pero, la ANTIPATIA es el sentimiento natural de la inferioridad …que ¡nunca es agradable!” (II,221). En fin, como juego intelectual, se puede considerar el uso dialéctico -aunque siempre didáctico- que el autor hace de la acusación de “que Bolívar es ZAMBO” (II,290), momento que aprovecha para instruir al populacho.
En segundo lugar, Simón Rodríguez emplea la dialéctica como técnica de cuadro. Así, ridiculiza la “representación” política, mostrando que es una verdadera mise-en-scène de un viejo libreto (II,197). Hace un paralelo de la locura del enfermo mental y de la vida social, que cierra con la siguiente generalización:

Todas son manías ¡(dicen los locos) más ó ménos extrañas! más ó ménos útiles ó perjudiciales (II,209).

Muestra, asimismo mediante un cuadro, los “extremos que prueban Grandeza ó popularidad … para el vulgo” de sus gobernantes (II,229), y la divulgación de noticias por parte de “Realistas Indíjenas” que no pueden dejar de amar al rey, porque nacieron bajo sus banderas (II,258). Muchos cuadros hay en esta obra que pudiéramos traer a colación, pero cansaríamos al oyente innecesariamente. Baste lo expuesto para ejemplificar la idea.
En tercer lugar, Simón Rodríguez emplea la dialéctica en la Defensa de Bolívar como procedimiento para la obtención de premisas probables de sus demostraciones. Las fuentes son de tres clases: a) Opiniones de algunos escritores -biógrafos de Washington y Napoleón- y, fundamentalmente, de filósofos. En esta obra pueden leerse los nombres de Aristóteles (II,318), Voltaire (II,242 y 304), Maquiavelo (II,294 y 302), Bacon (II,340) y A. Smith (II,339).  b) Una serie de acusaciones escritas contra Bolívar que  Atacan su CARÁCTER. Delatan su CONDUCTA, y Denuncian sus INTENCIONES” (II,212).  c) Frases hechas, que ruedan en escritos sin precisar el contenido, y dichos populares (II 297 y 298), también bastante imprecisos.
Respecto de la primera fuente de obtención de premisas probables, es oportuno señalar que Simón Rodríguez no se opone a ninguna opinión filosófica -de las que admite-, aunque de manera general critica a los “espiritualistas” que les importa hablar “mas de la casa ajena que de la suya” (II,340). De los nombrados, Aristóteles le sirve para asentar que el político, hoy, ha de ser …

TODO, porque la ciencia de la Sociedad se compone de todos los conocimientos, de todos  los movimientos, y de todas las relaciones del hombre (II, 318).

De Voltaire transcribe Rodríguez algunas ideas, literalmente incluso:

1) “El primer rey fué un soldado feliz” (p. 304).)
2) El mas atrevido reina, no el mas sabio  (p. 309).

3) Fijen su atención en las siguientes verdades, advirtiendo, que el entusiasmo precede al fanatismo — que este se parece mucho a la ignorancia — y que solo la ignorancia es suspicaz (p. 339).

Esta última cita sirve de rótulo al empleo que hace Simón Rodríguez de la síntesis, otro método empleado en la Defensa de Bolívar para cerrar la obra. Utiliza la síntesis para dar cuenta de catorce verdades que el autor presenta a la consideración de sus lectores - jueces. La “Tercera verdad” dice:

Ha llegado el tiempo de Obrar como aconsejó Bacon = tratando con las cosas, ocupandose en lo material, porque de la materia salen las abstracciones
(II, 340).

Y ocuparse en lo material quiere decir, también, ocuparse de la opinión pública. Por eso se explica que Simón Rodríguez postule como “Sexta verdad” que “El fundamento del Sistema Republicano está en la opinion del pueblo, y esta no se forma sino instruyéndolo”  (II, 342), donde la dialéctica cobra su pleno sentido al ponerse al servicio de la pedagogía política.

2. El método pedagógico

Con los sentidos que hemos establecido, la dialéctica está en Simón Rodríguez al servicio de la didáctica. Pero no es sino un método más, al igual que la definición y la síntesis. Todos estos métodos parciales son tales en función de un método más general que hemos denominado pedagógico. Es de advertir que Simón Rodríguez no llamó a su método con ningún nombre, solamente filosofó con él. Por otro lado, el método que propuso para que los gobiernos de América lo aplicaran tampoco tiene nombre, ni siquiera lo llamó “método”. Hechas estas aclaraciones debemos además destacar que las formulaciones metódicas aparecen en los últimos escritos del autor: Extracto sucinto de mi obra sobre la educación republicana (1849) y Consejos de amigo Dados al Colejio de Latacunga (1851), lo que significa que consideraba como uno de los aportes importantes para el futuro su descubrimiento metodológico, y nos consta cuán vívida era en él la idea de su propia trascendencia.
El método pedagógico está constituido por tres momentos que corresponden a los tres pasos que el sujeto debe andar para alcanzar el verdadero objeto de conocimiento. Tales pasos son “observar”, “reflexionar” y “meditar”. A lo largo del método pedagógico fluye la tensión sujeto-objeto, tensión que debe concretarse en un resultado teoricocientífico, el cual, a su vez, aparecerá como producto del conjunto ordenado de las acciones empleadas, que es el método. Veremos, entonces, los pasos metódicos separadamente para concluir con una visión de conjunto.

1º) “Observar”, el momento objetivo.

 Este primer momento puede ser, a su vez, subdividido en dos partes o tomado bajo dos aspectos, esto es: hay en la observación un aspecto que va del sujeto al objeto y hay que considerar un segundo aspecto que va del objeto al sujeto.

OBSERVAR -define Simón Rodríguez- es ponerse delante de un Objeto, a examinarlo para CONOCERLO, con intención de guardarlo, o de guardar la Imajen para si (CA,II,30).

1.1. Aspecto subjetivo-objetivo de la observación. Este aspecto puede representarse gráficamente con el momento de “abrir los ojos”. Naturalmente, para seguir con el símil propuesto por Rodríguez, los ojos se pueden abrir poco, mucho, desmesuradamente o apenas una rendija. La capacidad del sentido reside de manera diferente en cada observador, por lo que no todo el mundo está capacitado para ver las mismas cosas ni de la  misma manera. Este hecho fisiológico Simón Rodríguez lo refirió a la visión intelectual y lo denominó “discreción” (I,406). La “discreción” así entendida está íntimamente relacionada con la “estética” o “perspicacia” (II,412). La “perspicacia intelectual” nos concede la capacidad de poder ver todo bien: las adyacencias que los objetos guardan entre sí en un estado de cosas. El que aparece como más libre tiene sus dependencias, y éstas habrá que mantenerlas presentes a la hora de aislar el objeto.
1.2. Aspecto objetivo-subjetivo de la observación. Tras “abrir los ojos”, el estado de cosas y su movimiento se presentan a la observación. Hemos ya establecido que no hay cosas solas; están con otras y, al contacto con ellas, obran con ellas e influyen en ellas, de tal modo que viene a resultar que “todo influye y es influido” a la vez. Por eso, más que de “cosas” hay que hablar de “circunstancias”.

Las circunstancias –escribió en 1843- , en un caso, no pueden ser las mismas que en otro; aunque se parezcan: porque todo varía … y varía porque las circunstancias tienen sus circunstancias = cada tendencia, cada hecho, cada estado de cosas, es, al mismo tiempo, circundado y circundante, rodeado y rodeante: i es, porque no hai acaecimiento, acontecimiento ni suceso, que no sea al mismo tiempo Influyente e Influido. Toda cuestión, por consiguiente, es un compuesto de cuestiones compuestas de otras cuestiones (II,407).
.
Consideremos los dos principios que rigen el concepto de “circunstancia”:

1er. PRINCIPIO
No hai  objeto aislado: el mas independiente, al parecer, tiene Relaciones - /…/
2do. PRINCIPIO
El movimiento mas Libre tiene Dependencias 
                     la parte moviente,

el todo a que pertenece
el lugar, el tiempo, el modo              son circunstancias
i los objetos presentes

Si en lo que enseñamos o queremos aprender falta UNA SOLA
 relación o circunstancia,

enseñamos o aprendemos MAL —
i  si observamos o hacemos observar UNA SOLA,
ni aprendemos ni enseñamos.

En el 1er caso somos malos Maestros o malos Estudiantes,
En el 2do no somos ni Estudiantes ni Maestros
(I,407).

La razón de por qué hemos denominado “pedagógico” el método de Rodríguez aparece clara en la derivación que hace el autor de la observación y aprehensión de las circunstancias dentro del todo contextual.

2º) “Reflexionar”, el momento subjetivo del método.

En varios lugares he dejado constancia de la identidad de los principios y leyes que regulan la naturaleza y la sociedad en Simón Rodríguez. En otras palabras, en Rodríguez se da una naturalización de la historia y una socialización de la naturaleza, esto es, el concepto de “necesidad” regula de igual manera en ambos órdenes constitutivos de la realidad.
Ahora bien, ¿ cómo se determina la necesidad de un estado de cosas, sea económico, social o político? En otras palabras, ¿en qué consiste la necesidad “histórica”, para que sea distinta de la “natural”? Lo dijo el filósofo: “el Observador (de un estado de cosas) estudia las Propensiones i las Tendencias, para reglar su conducta por ellas”. La necesidad histórica viene entonces determinada por las “propensiones” y por las “tendencias” del estado de cosas. Lo que, justamente, obliga o permite las reformas, las transformaciones sociales, son las tendencias del pueblo, de los hombres en sociedad, que piden o exigen un modo de existir distinto, una satisfacción de las aspiraciones expresadas en las “tendencias”[i]. Esas reformas, a veces, son “pedidas”, “exigidas”; otras veces, los cambios son “permitidos”. La necesidad tiene grados, y el hombre, de alguna manera, puede modificar las circunstancias, puede regular y conducir la necesidad. Siempre “se obra por necesidad” en última instancia -nos dice Simón Rodríguez-, nos guste o no nos guste, queramos o no. Nuestro querer y la necesidad pueden ir de la mano, pero esta última es la que manda. O cedemos aceptándola, aprovechando la tendencia del estado de cosas, o el estado de cosas nos obliga a ceder. Cuando la necesidad lo ordena, no hay resistencia que se oponga; sólo queda la conformidad (II,407).
Habría que preguntarse ahora: ¿determinar la necesidad del estado de cosas no pertenece al  primer momento? Creemos que no, porque la necesidad se expresa por la razón. Por eso es que hemos determinado el segundo paso como el “momento subjetivo”. Esto es: en un primer momento el observador sale de sí, abre los ojos, y ante él se explaya una situación que será objeto de su visión; en el segundo momento, el observador retorna sobre sí: reflexiona. Este es el momento de fijar la mirada, según una imagen del propio Simón Rodríguez. La mirada debe fijarse en la necesidad que se encuentra en los datos observados. Consideremos una definición de este segundo paso metodológico hecha por Simón Rodríguez

                                                         el objeto que la da
        Reflexionar, es hacer reflejar la imagen entre                             y
                                                                           el sentido que la
                                                                            recibe (I,253):

Si deseamos establecer un verdadero conocimiento, deseamos entonces apropiarnos de una cosa -se ha dicho-; pero esa apropiación, para ser objetiva, real y verdadera debe seguir un camino: 1º Observar: ver para tomar los datos requeridos; 2º Reflexionar, esto es,  reflejar en los sentidos los datos que el objeto nos proporciona. En otro lugar (,II,30), Simón Rodríguez define:

REFLEXIONAR
es hacer REFLEJAR la Imájen del Objeto, contra el Objeto mismo,
por el sentido que ha recibido la impresión:
es tratar de grabarse bien la Imájen, paraque no se confunda
con ótras, o se borre.

Si unimos esta definición con lo dicho anteriormente sobre la necesidad, tendremos que el segundo paso del método es descubrir la “propensión” (inclinación sin finalidad) y la “tendencia” (inclinación hacia un fin) del objeto en cuestión en nuestros sentidos. En el primer paso se abren los ojos para ver los datos que establecen la necesidad de la acción. En el segundo, se fija el sentido en el objeto. La imagen que en el primer momento llegaba al sentido es ahora devuelta (reflejada) al objeto, “contra el Objeto mismo”. Esto es: en este segundo momento el observador ve en sí lo que el objeto le ha dado.

  “Meditar”, el momento decisivo del método.

Debemos aclarar que la observación y la constatación de las imágenes reflejadas son cambiantes, son “circunstancias” en un todo de acuerdo con las circunstancias en que se hagan, con los conocimientos de que se disponga y derivando también de quién es el observador. Esto es postular, por otro lado, la posibilidad del “error” y de la “preocupación”, como se llamaba en el siglo XVIII al prejuicio.
Al proponer el segundo paso del método como reflexión, Simón Rodríguez está pensando en que el propio observador debe ser objeto de su investigación. Esto es, el observador no es imparcial, neutro ni aséptico. Está metido en el estado de cosas que observa, por lo que las observaciones que realice del estado de cosas y el juicio que establezca debe ser hecho también sobre sí, incluyéndose. El observador debe saber que no es libre, que carga con un conjunto de determinaciones que condicionan su observación. Y esto debe estar especialmente presente en el tercer momento del método, el decisivo, puesto que

De unos errores pueden nacer otros, y conducir en direcciones opuestas … al sublime saber ó á la crasa ignorancia (II,118).

Sólo la “educación” -tal como Simón Rodríguez la entiende- puede sacar parcialmente al hombre de la “ignorancia”, y eso debe hacerse a tiempo, en la infancia, antes de que los “errores de concepto” se hayan instalado formando parte constitutiva de él, conformando una segunda naturaleza (II,26).

Sintetizando a grandes rasgos lo expuesto sobre el método rodrigueciano, tenemos:
1. En un primer paso, el observador realiza el movimiento objetivo, esto es, se enfrenta al objeto, abre los ojos para verlo: el objeto se le muestra en su circunstancialidad, en toda la complejidad a la que este término remite.
2. En el segundo momento, el observador retorna sobre sí: reflexiona. Es el tiempo de fijar la mirada sobre las imágenes que el objeto ha dejado en el observador. Por ello hemos llamado subjetivo este momento del hacer metódico. Es el momento de la experiencia y de la razón.
3. Momento de cerrar los ojos para emplear los medios de apropiarnos del objeto. El observador se coloca entre el objeto observado y las imágenes que en sí se ha reflejado para decidir, esto es, hay que mirar “a un lado y a otro”. Deberá luchar contra el error y contra los prejuicios, pero deberá actuar. Como método auxiliar, el observador se valdrá continuamente de la definición y de la elucidación de los términos.
4. El método es pedagógico porque su propósito es educar, formar ciudadanos que deseen vivir en República, lo que lo convierte en un “modelo de filosofar” , como quiere García Bacca (1963).

3. A modo de conclusión

Llegados a este punto de nuestra exposición, suponemos que el oyente ha podido constatar que en el caraqueño hay dos aspectos de un mismo magisterio: el escolar y el americano. Rodríguez fue durante toda su vida maestro de escuela, pero también fue maestro de América, como quiere A. Rumazo González (1976), y pensador para América, como quiere J. D. García Bacca (1981). Lo cual quiere decir que Simón Rodríguez debe ser ubicado en eso que se llama, en general, pensamiento latinoamericano y filosofía americana.
Respecto de su magisterio escolar, le hemos dedicado una de nuestras últimas obras (Jorge, 2012). Venezuela, Francia, ¿Rusia?, Inglaterra, Colombia, Bolivia, Perú, Chile y Ecuador lo tuvieron como maestro de niños y preparador de maestros en su metodología didáctica. Pero Simón Rodríguez pretendía ser, por sobre todas las cosas, maestro de América. Lo cual significa que debemos colocarlo en la llamada filosofía americana.
Por filosofía americana entienden muchos –entre quienes nos incluimos- la filosofía que hacen americanos, ocúpense o no de “lo americano” como objeto de sus reflexiones. Algunos ejemplos: La filosofía del entendimiento, de Andrés Bello, o los Problemas de la libertad y del determinismo, de Vaz Ferreira, o la Teoría del hombre, de Romero, son obras que pertenecen a la filosofía americana” sin ser filosofía de lo americano. Simón Rodríguez, a mi entender, aparece como filósofo americano en los dos sentidos, esto es: a) haciendo filosofía americana en la Crítica de las Providencias de(l) gobierno (Lima, 1843), y b) reflexionando, filosofando sobre lo americano en Luces y virtudes sociales (Concepción, 1834; Valparaíso, 1840) y en Sociedades Americanas en 1828 (Arequipa, 1828, y Lima, 1842). En esta última obra, sobre todo, el filósofo caraqueño se presenta, a veces, como un sociólogo de penetrante mirada sobre el acontecer de la América de su tiempo. Pero ¿acaso no fue el Platón de República un excelente sociólogo, sin dejar de ser, por ello, el gran filósofo de Atenas y del mundo?
J. D. García Bacca (1963) estima que hay siete grandes métodos o “modelos de filosofar”. Añade García Bacca en el prólogo a la segunda edición de su obra que otros filósofos pudieran ser tenidos como “modelos” de hacer filosofía. Entre ellos -pensamos nosotros- se halla Simón Rodríguez. Haciendo buena filosofía aplicó un método original, su método: el método pedagógico, de manera que puede ser llamado con razón “maestro de América”. Y es, desde este magisterio, como hoy nos sigue enseñando.

Muchas gracias a todos por escucharme.

 Conferencia pronunciada en las III Jornadas de Filosofía del Seminario Diocesano María Madre de la Iglesia de Maracay, Edo. Aragua, Venezuela, el 4 de febrero de 2017



3. Bibliografía mencionada

FERRATER, J. (l975). Diccionario de filosofía (dos tomos). Buenos Aires: Sudamericana.
GARCIA BACCA, J.D. (l963). 7 modelos de filosofar. Caracas: UCV,
___________  (1981).Simón Rodríguez, pensador para América. Caracas: Academia
                        Nacional de la Historia.
GREENWOOD, L.A. ( l909). Aristotle’s Nicomachean Ethics. Book six. Cambridge: CUP.
JORGE, C. H. (2013). La escuela de Simón Rodríguez. Caracas: UNIMET
RODRIGUEZ, S. (1975). Obras Completas (dos tomos). Caracas: Universidad Simón
                         Rodríguez, Colección ‘Dinámica y siembra’.
RUMAZO, A. (1976). Simón Rodríguez maestro de América. Caracas: Universidad Simón
                        Rodríguez.
    


[1] Carlos H. Jorge es especialista en el pensamiento de Simón Rodríguez. Ha dictado conferencias sobre este autor y publicado, también,   gran cantidad de artículos. Entre sus obras destacan Educación y revolución en Simón Rodríguez, Monte Ávila Latinoamericana, Caracas, 2000; UNIMET. Caracas, 2015.; Un nuevo poder, UNESR, Caracas, 2005; La escuela de Simón Rodríguez, UNIMET, Caracas, 2013.
Lic. y Doctor en Filosofía por la UCV, Carlos H. Jorge actualmente dicta materias de Filosofía en el IUSPO, en la UCAB y en la UCSAR.


[i] Cf.: SA,I,322; CPG,II,407; ER,I,324

lunes, 17 de marzo de 2014

Las mujeres de Simón Rodríguez






 Muy buenas tardes.

0.Teresona

En asunto de amores y amoríos, a fe que don Simón se las traía. A juzgar  por su fealdad procera, por el desorden de su vida y por el descuido de su indumento, no debió de ser propiamente un Don Juan de Mañara.
Antes de entregarse de lleno al ejercicio de la enseñanza, el día 25 de junio de 1794, contrajo matrimonio en esta ciudad con doña María Ronco. Se carece de datos verídicos que comprueben su honorabilidad como pater familias.
Por el año de 1823 lo presentó don Andrés Bello a la Sociedad de Emigrados Españoles. Hacía pasar entonces por mujer suya a una pizpireta muchacha, lirio del Sena, a la cual enseñó las más rotundas interjecciones y escabrosidades del castellano, sin rodeo alguno.
Según propia confesión, en Chuquisaca vivía a lo sultán, sin bien en mal estado; y no faltó quien le atribuyese eróticos líos con unas monjas. En Lima, ciudad que Venus ha favorecido siempre, debió de holgar a todo su talante.
Refiere un historiador, Irisarri, que el año de 1846 halló a don Simón Rodríguez en Ibarra, burgo del Ecuador adentro.  Allí estaba abarraganado con una india robusta a quien nombraba Teresona.
Tenía dos chicos y una chica, “llamados el mayor de ellos Choclo y el otro Sapallo, nombres quechuas que significaban el primero, la mazorca del maíz tierno, que llaman elote los centroamericanos, y el otro, una especie de calabaza que asada tiene el nombre de castaña, y la llaman en Centro América azote. La chica tenía por nombre Zanahoria”.
Don Simón decía que les puso nombres de vegetales a sus hijos para que no se confundiesen con los otros.
Un individuo le arrebató a su compañera. Pasó una semana. El viejo filósofo pensó, de seguro, en el Génesis: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, y le espetó al seductor esta carta:
‘Mi muy estimado: Sírvase devolverme a mi mujer, porque yo también la necesito para los usos a que usted la tiene destinada. De usted atento amigo y seguro servidor, SIMON RODÍGUEZ’[1]

Si la brutal anécdota que cierra el pasaje de Eduardo Carreño -recogida del diplomático guatemalteco Antonio José de Irisarri, autor de la Historia del perínclito Epaminondas del Cauca, Imp. Hallet, Nueva York, 1963, editada por el Ministerio de Educación de Guatemala en 1951-, no valdría la pena ocuparse del Sócrates de Caracas, sobre todo si se tiene en cuenta que el núcleo de su pensamiento es la ética. Pero creo que otra es la historia. Y hay más. En esta charla pretenderé deshacer la tesis que de manera diáfana expusiera A. Rumazo González[2]: “Las mujeres son buscadas y tomadas [por SR] con un sentido estrictamente razonado –el que insurge de la necesidad- y también rousseauniano: retorno a la naturaleza-”

1. Rosalía

El mismo año de la muerte del filósofo caraqueño en Perú, pero en el mes de diciembre -muerte que es registrada en la obra que vamos a comentar- aparece en Santiago de Chile una (¿la primera?) biografía[3] de Simón Rodríguez (1769-1854). Allí el autor escribió, entre otras cosas:

Don Simón Rodríguez nació en Caracas.
Tuvo por padre a un clérigo nombrado Carreño, cuyo apellido llevó don Simón por algún tiempo; pero que cambió después por el de Rodríguez.
¿Cuándo nació? No lo sabemos. La fecha de nacimiento de los hijos bastardos, i sobre todo de los sacrílegos, no se conserva en las familias. La madre no repite jamás esa fecha por que le recuerda un desliz que la deshonra; el padre procura olvidarla para ahogar los remordimientos, de una conciencia culpable (...) Don Simón no fue hijo único; tuvo un hermano, llamado Cayetano, que de afición llegó a ser el mejor músico de Venezuela” (p. 232)

Señaló el historiador Simón de la Plaza[4]  y después reprodujo Arístides Rojas[5] que los hermanos Carreño vivían en continuas disputas. Como resultado de una de ellas, Cayetano siguió llevando el apellido del padre; Simón adoptó el de la madre. No deja de ser curiosa que esta elección de nombre se deba a un pleito entre hermanos, aunque no debió de ser muy grande el enojo del que después será “uno de los pensadores más orijinales que ella [América] haya producido”[6], pues el 28 de octubre de 1794 será testigo con su mujer del matrimonio del hermano músico[7].

Prestémosle atención a la -para nosotros- figura materna. Nadie mejor que Alberto Calzavara nos da noticias de ella. Escribió este historiador del arte[8] en la ficha de Don Cayetano Carreño:

Sobre Rosalía Rodríguez se anotan las siguientes informaciones: Nació en Caracas el 25 de febrero de 1743. Fue hija de don Antonio Rodríguez (propietario de haciendas y ganaderías en los llanos del Guárico) y María Teresa Álvarez Carneiro. Antonio Rodríguez, por su parte, fue hijo de don Matías Rodríguez y Polonia Díaz, ambos vecinos del pueblo de El Sombrero (Guárico) pero naturales de la isla de Tenerife (Canarias); se casaron en Caracas el 1696. Por parte de Teresa Álvarez Carneiro se anota que fue hija del pintor Fernando Álvarez Carneiro y doña Teresa Picón, hija  a su vez del platero y orfebre don Juan Picón. (Sobre estos artistas, véase: Boulton, 1964 y Duarte, 1970). Rosalía Rodríguez Álvarez, madre del Maestro del Libertador y de Cayetano Carreño, tuvo dos hermanos: el doctor don Juan Rafael Rodríguez, clérigo, Canónigo Doctoral de la mencionada Catedral y doña María Isabel Rodríguez quien se mantuvo en estado de soltería toda su vida. Rosalía se casó en primeras nupcias con don Alejandro Areste y Reina en 1759, (contando apenas 16 años de edad) pero enviudó de éste en 1765. Del matrimonio con Areste y Reina tuvo una hija: Petrona Areste y Reina, quien se casó en 1779 con don Francisco López, hijo del pintor Juan Pedro López, convirtiéndose así en concuñada de los músicos Manuel Sucre y Bartolomé Bello (padre de Andrés Bello) quienes se casaron con sendas hijas del mencionado pintor caraqueño. Rosalía Rodríguez contrajo segundas nupcias  hacia 1780 con un tal don Ignacio Abay de quien tuvo una hija: María Josefa Joaquina, nacida el 8 de marzo de 1781. Según los censos de la ciudad, Rosalía Rodríguez vivió en Caracas por lo menos hasta 1792, fecha cuando se estima que viajó a la población de Santa María de Ipire (Guárico) lugar donde falleció en 1799 ó 1800.

1774. Según censo de la parroquia de Altagracia, Rosalía Rodríguez aparece de esta forma:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
Petrona, hija
esclavos:
Ana Santiago
Inés, hija de ésta
Agustina, idem
Victoriano, idem
agregados:
Gerónima
Josefa María
Cornelia
María de Jesús, loca
Simón, párvulo
Ana María, idem “ (AAC, Mat. Altagracia)

1775. El censo de este año reporta lo siguiente:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
d.Petrona, cc
Concepción, esclava
Juana, id.
Ana Santiago, id.
Inés
Agustina
Victoriano, hijos de ésta
Simón, expósito, párvulo
Ana María, id. Párvula
Cayetano, id. párvulo “ (Idem)

1776. A su vez, el censo de este año trae lo siguiente:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
d. Petrona, su hija
Juana, esclava
Concepción, idem
Ana Santiago, idem
Inés, su hija
Ignacio, idem
Agustín, idem
agregados: Simón, expósito cc
Cayetano, expósito, párvulo” (Idem).

Entre otras noticias, el historiador nos dice de Rosalía Rodríguez en la ficha de  Don Alejandro Carreño lo que viene:

1779. 31 de marzo. [Alejandro Carreño] Compra una casa en la parroquia Candelaria (Caracas) al bachiller don Mateo Gedler la cual está gravada con una hipoteca de 2.488 pesos 7 y medio reales. Para la realización de esta transacción, Carreño presenta como su fiadora a doña Rosalía Rodríguez Álvarez, quien a través de un poder general y especial, se constituye como fiadora y principal pagadora. El poder de Rosalía Rodríguez está firmado en Caracas el 27 de marzo de 1779. La casa en cuestión está situada “en la calle que baja de la esquina de la Torre de la Catedral para la plazuela de la parroquia de la Candelaria, con 13 varas de frente y 44 varas y media de fondo” (RPC, Esc.)”

En el censo de 1790 Don Simón y Don Cayetano viven con el cura Alejandro Carreño. Al año siguiente, el 2 de febrero, éste se muere. Escribió el filósofo en la Defensa de Bolívar[9]: “En otra parte se ha dicho que un hombre con diferentes aptitudesno remplaza á otro en las mismas funciones.  Muere un padre y lo representa un tutor: éste será mejor padre que el natural, pero nó el mismo, mejorará de suerte el hijo, pero llorará lo que perdió porque nada lo remplaza, aunque lo compense. Esa verdad riega el mundo de lágrimas, y hace aborrecer la vida al que nació para amar”. Pero no queremos hablar de su padre sino de su madre, aunque todo pertenece a la misma maraña[10].

Sin que hubiera razón alguna para el comentario, como si le saliera del fondo del alma, le filósofo le dice a J. I. París en una carta el 30 de enero de 1847: “Ya estoy cansado de verme despreciar por mis paisanos. Abogaré sí, por la primera enseñanza, como lo he hecho siempre, porque mi patria es el mundo, y todos los hombres mi compañeros de infortunio. No soy vaca para tener querencia, ni nativo para tener compatriotas. Nada me importa el rincón donde me parió mi madre, ni me acuerdo de los muchachos con quienes jugué al trompo”[11]. (Cursivas mías).

2. María de los Santos

El 23 de mayo de 1791 el Cabildo de Caracas le otorga a Simón Rodríguez el título de maestro. El 30 prestará juramento. Según A. Rumazo, Caracas tenía 25.000 habitantes. La ciudad contaba con tres escuelas y una universidad. Simón Rodríguez estaba al frente de la pública, que en cierto momento llegó a contar con 140 estudiantes, entre ellos el niño Simón Bolívar. Esa escuela estaba entre las esquinas de Veroes y Jesuitas de la Caracas actual, en el piso alto de la casa de doña Juana Aristiguieta; la parte baja estaba destinada a los cursos de latinidad del maestro Guillermo Pelgrón, quien había recomendado al maestro que ahora quedaba al frente de la escuela[12].

 Dos años después considerará el maestro del Cabildo caraqueño que es buen momento para casarse. El acta de matrimonio lo atestigua:

En la ciudad mariana de Caracas, en veinticinco días del mes de junio de mil setecientos noventa y tres, yo el infrascrito cura teniente de esta parroquia de Nuestra Señora de Altagracia, habiendo precedido todo lo prescrito por el ritual romano, pragmática sanción y licencia del señor gobernador don Pedro Carbonell, presencié el matrimonio que por palabra de presente contrajeron in facie ecclesiae don Simón Rodríguez, expósito de esta feligresía, y doña María de los Santos Ronco, hija legítima de don Juan Ronco y de doña María Ignacia Pulido de la misma feligresía. Fueron testigos don Antonio Aleado y doña Juana Nuevo; para que conste firmo, Br. José Nicolás Fajardo[13]

El matrimonio Rodríguez Ronco fue a vivir entre las actuales esquinas de Cují y Romualda[14] de Caracas.

Este autor que estamos siguiendo califica al maestro caraqueño “temperamento erótico”[15], pero no se nos ocurre que el calificativo pueda aplicarse en la relación que tuvo con su mujer María de los Santos. Veamos lo que sabemos.

Según algunos historiadores, Simón Rodríguez salió de Caracas posiblemente en el mes de noviembre de 1795. Nunca más regresó a la ciudad.

El 8 de diciembre de 1823, desde Pallasca, Perú, cuando Bolívar está dirigiendo la última campaña de la guerra de Independencia, le escribe a Francisco  de Paula Santander en Bogotá: “He sabido que ha llegado de París un amigo mío, don Simón Rodríguez; si es verdad, haga usted por él cuanto merece un sabio y amigo mío que adoro. Es un filósofo consumado y un patriota sin igual; es el Sócrates de Caracas, aunque en pleito con su mujer, como el otro con Jantipa, para que no le falte nada socrático[16]...”

En plena gloria del Libertador, María Antonia Bolívar, que manejaba los intereses económicos de su hermano Simón cuando éste se ausentaba de Venezuela, recibe una carta que pudiéramos calificar de insólita. En ella el Libertador le da órdenes para entregar dinero a la esposa de Rodríguez. Éste estaba con su insigne discípulo en el Perú[17]. La carta enviada desde el Cusco el 27 de junio de 1825 por Simón Bolívar a  su hermana María Antonia dice así:

     Don Simón Carreño, que está conmigo trabajando en   la educación de
     este país, me ha pedido que le entregue a doña María de los Santos, su
mujer, que vive con don Cayetano Carreño, cien pesos al mes, hasta que se completen tres mil pesos que debe entregarme con este objeto. Llama a Carreño de mi parte, y dile la orden que tienes de entregarle los cien pesos al mes, los que pondrás a su disposición sin la menor falta, pues amo mucho a don Simón y a su familia.

En la misma fecha el Libertador se dirige a Cayetano Carreño y le manifiesta:

Este dinero jamás lo ha poseído hasta ahora, porque es tan desinteresado que no quiere ni pide cosa alguna. Se ha puesto a trabajar por ganar esa cantidad y me ha rogado que la adelante a usted con el fin de aliviar a su infeliz mujer que aún ama entrañablemente[18]

Es claro que el Libertador, además de exagerado, miente (piadosamente, se entiende). Si no lo hiciera, no sería humano.

María de los Santos escribe al Libertador, dándole las gracias por el dinero recibido y, por adelantado, por otro favor que le pide:
    
Caracas: 23 de agosto de 1825
Señor Simón Bolívar.
Mi apreciado señor:
Recibí el regalo que Vd. Se dignó hacerme y lo agradecí en el último grado, por hallarme, como Vd. no ignora, sin tener ningún amparo. Le suplico que no se olvide de prodigarme sus favores, siendo de su gusto socorrer a una infeliz.
He tenido noticias de que Simón está en el Congreso; espero que sin que le sirva de molestia y entorpecimiento a sus negocios, le dé un recuerdo, como que sale de Vd., a él, de lo que le quedaré muy agradecida.
Ambas mercedes espera de Vd. la que ha sido con el mayor reconocimiento su servidora que desea se halle sin novedad, y verle lo más pronto.
María de los Santos Ronco”[19]

“Cuánta delicadeza y seráfico pudor al mandarle memorias a Róbinson. Así lo amó”, comentó de esta carta Arturo Guevara.

Unos meses después “la desvalida esposa” de Simón Rodríguez le vuelve escribir al Simón benefactor (que no al desmemoriado, a pesar de que fuera éste quien le ¿enviara? el dinero):

Caracas, 5 de noviembre de 1825.
Señor Presidente Simón Bolívar.
Muy estimado señor y protector:
La señora María Antonia su hermana, me ha entregado por orden de Vd. trescientos pesos, y más me ha participado que si necesitare de alguna otra cosa, ocurra a ella con franqueza, pues tiene orden para remediar mis urgencias.
También he visto por una nota de Vd. dirigida a Cayetano Carreño, que se me asignan cien pesos mensuales hasta cubrir tres mil, que me ha donado de su trabajo mi legítimo marido Simón Rodríguez, pero no expresando la carta de Carreño  de quien deba recibir esta cantidad, pues su señora hermana dice no tener orden para hacerme este abono, ocurro a Vd. para que se sirva darla a quien corresponda.
No tengo expresión con que manifestar a Vd. hasta que extremo llega mi gratitud y reconocimiento, y me congratulo con la plausible noticia de la venida de los Simones para el año próximo venidero.
Repito a Vd. mi agradecimiento con las protestaciones más sinceras, deseándole toda felicidad, y que pueda verlo lo más pronto posible.
Su atenta y segura servidora.
Q.B.S.M.
María de los Santos Ronco”[20]

Con razón Arturo Guevara la llama “infortunada mujer”. Después de este dinero que recibe de su “legítimo marido”, no volvió a saber de él -que se sepa- ni volvió a verlo como era su deseo, según lo manifestaba en la carta al Libertador. Éste sí vino a Caracas en 1827. Por última vez.

3. La francesita

Escribió A. Rumazo González[21]:

¿Cómo se presenta Samuel Robinson en Londres, en aquel 1821?
“El señor Bello recordaba haberlo introducido en la sociedad de los emigrados españoles en Londres. Lo acompañaba entonces una francesita que él presentaba como su mujer y a quien había tenido tiempo de enseñar el castellano en su feroz crudeza, con todas sus interjecciones y sin ninguna reticencia. Era ese el lenguaje que, según contaba don Andrés, usaba en sociedad la picaresca hija del Sena con maliciosa ingenuidad”. José Victoriano Lastarria le oyó contar esos detalles al propio Bello, en Santiago. Robinson, en 1821, gobierna pasajeramente su ir con himnarios a la concupiscencia. ¿Al amor? Jamás escribió esa palabra en sus obras; nunca se mostró sentimental.

Antes de seguir ganamos mucho si deshacemos esta última afirmación. A Simón Bolívar[22] le dijo Simón Rodríguez: “El amor es muy delicado y la amistad lo es más aún, y en el hombre sensible [¿el propio filósofo?], estos sentimientos son de una delicadeza extrema, la menor sospecha es una mancha indeleble. Porque soy incapaz de perdonar una injuria, no quiero saber que me han ofendido; es cuanta generosidad puede esperar de mí una amante o un amigo”.

Y en la Defensa de Bolívar [23] les recuerda a los compañeros de armas del Libertador que “disfrazados con las canas de la senectud, os retiráis de los campos donde vencisteis, buscando en los poblados... nó los honores del triunfo... sino los brazos de vuestros compatriotas, y... tal vez... el corazón de vuestras amantes”.

Y continúa en la misma dirección: “Ha! Volved los ojos hácia esos retratos que dejasteis al despediros, y preguntad por qué causa habeis salvado, sin sentirlo, los floridos años de vuestra vida. Y... ¡cuántos, entre vosotros, no se verán privados hasta de ese consuelo! La amante, que unida, en otro tiempo, á vuestra suerte, os habría sido constante, ofendida de ver sus gracias pospuestas á la saña de Marte, oyó los consejos de la ausencia y os entregó al olvido.
“¡Todo lo habéis perdido! Salud, caudal, parientes, ¡amantes!...”

A pesar de lo expuesto,  A. Rumazo González asegura que Simón Rodríguez “se embarcó sólo, abandonándole en Londres a la francesita. Es duro de sentimientos”, comenta[24].

Otros autores creen que la francesita llegó a América, entre ellos A. Úslar Pietri[25]. Se basan para ello en una carta que el general Juan Paz del Castillo le enviara a Bolívar desde Guayaquil donde le decía:

Se me había olvidado participar a usted que tenemos aquí a don Simón Rodríguez, nuestro maestro /.../ Perdió la mujer en la navegación de Panamá a este puerto, y le robaron la ropa, instrumentos y todo cuanto tenía. Le voy a traer a casa como mi mejor amigo. Incluyo la carta que escribe a usted[26]

Pero en esa carta que Rodríguez le dirige “Al Libertador de Colombia[27]” el 30/11/1824 no nombra para nada algo tan grave como el haber perdido la mujer en el viaje para encontrarse con el antiguo discípulo. A menos que tenga razón el Libertador cuando escribió a Cayetano Carreño (27/06/1826):  “Créame Vd.,  mi querido amigo, su hermano de Vd., es el mejor hombre del mundo; pero como es un filósofo cosmopolita, no tiene ni patria, ni hogar, ni familia, ni nada”[28]. En ese momento el filósofo no tenía familia, pero no siempre será así, como se verá a continuación.


4. Manuela

La familia, tal vez, se haya formado en Bolivia y consolidado en Chile. En carta a Bernardino Pradel del 19 de agosto de 1836, el  filósofo le dice desde Trilaleubu: “Amigo: Ni puedo pasar el Deñicalqui ni tengo a quien confiar el rancho, para ir a ver a V. Estoy varado: ni puedo irme porque no tengo dónde, ni puedo quedarme porque no tengo qué... ; V. sabrá lo que ha de hacer conmigo: póngame V. en estado de ganar el sustento aunque sea de sacristán: todavía me acuerdo de mi tiempo, con 2 o 3 días de ejercicio repicaría como otro cualquier, empéñese V. con el señor Jarpa o con su coadjuntor tenga ya una recomendación, que es tener mujer moza y un muchachito que poder poner a cuidar la puerta mientras yo esté en la torre del campanario...”[29] Parece obvio que esta carta, además de hablar de la familia del filósofo, también habla de su excelente sentido del humor. Algunos autores han visto en la carnada que ofrece el filósofo el espíritu perverso  y cínico del maestro caraqueño.

Un ilustre viajero, llamado Luis Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez en El Almendrón -un barrio del Valparaíso- el viernes 29 de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario:

Don Simón estaba reducido a la mayor escasez. Después de tantos viajes y estudios que habían consumido su fortuna, el pobre hombre se hallaba condenado a no salir de su casa, porque no tenía más que una chaqueta, un pantalón de tela grosera y el viejo sombrero que llevaba cuando le vi. Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo[30]. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba cuatrocientos.
El origen del descrédito y abandono en que había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días como si los hubiera tenido de una europea de pura sangre

Agradece uno este juicio del viajero sobre los hijos de Rodríguez habidos con la “india” que más adelante se vuelve “querida”[31].

Poco tiempo después, ¿en1841?,  el filósofo “Vive en Azángaro, un caserío a unos 30 Km del lago Titicaca y 4.000 m de altitud. Paul Marcoy, un viajero francés a quien ofrece hospitalidad por una noche, relatará sus impresiones en un libro de viajes publicado años más tarde. Vivía –según Marcoy- en una choza en compañía de una “india”, y se dedicaba a la fabricación de velas de sebo”[32].

El relato del viajero que transcribe A. Rumazo en la pág. 170-172 de su obra, dice que Simón Rodríguez se dirige a Arequipa en la ruta desde Oruro, pero hace un alto en Azángaro. El filósofo invita a pasar  al también viajero. El francés recuerda, entre otras cosas, el buen trato del maestro y de la india-criada:

No fue necesario que repitiera su proposición y, cruzando la tienda detrás del lonjista, penetré en la habitación inmediata al mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina, de laboratorio y de alcoba... Una india acurrucada delante del hogar preparaba una cena cualquiera, que mi patrón me invitó a compartir con él /.../
Nos sentamos uno frente a otro delante de dos tablas, colocadas sobre otros tantos banquillos, que hacían las veces de mesa, y la india nos sirvió algunos pedazos de cecina y una sopa con pimienta. Para beber diónos agua fresca de la fuente, cuya crudeza atenuamos con algunas gotas de tafia. Durante la cena, mi patrón dio órdenes a su criada para que se cuidase igualmente del arriero y de nuestras monturas.

Por carta a su amigo José Ignacio París, fechada en Latacunga, Ecuador, el 6 de enero de 1846, sabemos que Simón Rodríguez sí tiene familia. Incluso menciona la palabra que le negaba Bolívar. “Mi familia se compone de 2, una mujer i un niño”, dice[33]. Y menos de dos años después, exactamente el 26 de noviembre de 1847, le comunica al coronel Don Anselmo Pineda, posiblemente desde Túquerres (Colombia), que “la casualidad ha traído aquí un médico naturalista suizo, que anda explorando, y me ha hecho el favor de dar algunos remedios a Manuelita[34]”. Pocos diminutivos emplea el filósofo en su escritura. Escogió uno para nombrar con la ternura delicada del caso a quien, sin duda alguna, quiso entrañablemente.

En su partida de defunción, don Santiago Sánchez, cura de Amotape (Perú), escribió que Rodríguez le había dicho

que fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamaba Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que sólo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez[35]” 

5 y 6. Temis y Astrea

Si deseáramos saber cuál es la valoración que Simón Rodríguez hizo de las mujeres, debemos observar la tierra en el día, todos los días, y contemplar el cielo estrellado en la noche. En efecto, en un pasaje sin igual nos indica el filósofo cómo son tratadas las mujeres en la tierra y por qué razón han tenido que ir a refugiarse en el cielo. A la manera platónica, esto lo hace a través de dos mitos: el de Temis, diosa madre y encarnación de la idea de la Justicia, y el mito de su hija, Astrea, la diosa de la Administración de la Justicia.

La “justicia” terrestre se ilustra en estos mitos con dos ejemplos. El primero abre el famoso pasaje del artículo N. 3 de la Crítica de las providencias del Gobierno, Lima, 1843. Menciona el caso de una vieja, que no tiene derecho ni a que se le haga justicia, puesto que su caudal está reducido a cuatro o seis reales. Leamos lo que escribió el filósofo:
         
...el valor de la cosa da importancia a la queja, en los Tribunales se ve:
Demanda que no pase de 5 pesos toca al alcalde barrio, i-i.. sin apelacion:
Porque nada importa  que haya injusticias de a 4 o de a seis reales; aunque a
esa suma se reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la demanda no alcanza a
cubrir el papel sellado  ¿cómo  se practicarán las dilijencias? (preguntan). La
RAZON ! es poderosa porque la Justicia se pesa[36].

El segundo ejemplo, puesto en el artículo N. 4. de la misma obra[37], recuerda que “no habiendo, entre los animales del Zodíaco, sino dos Mujeres,, las atenciones debidas al bello sexo exijen que se pongan juntas, i i... lejos de esos dos guapos mancebos (Castor i Polux) que podrían llevarse a la niña por fuerza, burlándose de los clamores de la Justicia Madre,, i tratándola de LOCA, como hacen los litigantes poderosos con las pobres Viudas, cuando pleitean con ellas, por quitarles [en toda forma de derecho, i sin proceder de malicia] las hijas o los bienes”.

El filósofo relata el mito de Temis y Astrea de la siguiente manera:

               Los antiguos Vates materializaron la idea de lo Justo, figurándola en una
mujer sentada, que llamaron TEMIS, para indicar el reposo en que debe
estar el Juez, le bendaron los ojos, porque el juez no ha de ver las personas 
i le dieron un semblante sereno, porque el juez no se ha de apasionar, le
pusieron balanzas en la mano izquierda, porque el juez no se ha inclinar más a
un lado que a otro,, i en la derecha una espada, con que amenaza al culpable,
porque el juez no ha de perdonar. ¡Injenioso conjunto de Ideas!, tanto más
hermoso cuanto más distante de la Realidad. Los antiguos lo sacaron del
movimiento aparente del Sol. Éste, en su curso, va dando a las noches lo que
quita a los días hasta tropezar con CÁNCER al Norte, en Diciembre, se
vuelve i sigue hasta tropezar con CAPRICORNIO al Sur, en Junio,  i solo en 2
puntos iguala, cada 6 meses, la luz con las tinieblas,, al pasar por ARIES a
Oriente, en Setiembre,, y al pasar por LIBRA al poniente, en Marzo. De esta
constante exactitud dedujeron los poetas que solo en el cielo había verdadera 
JUSTICIA,, i para indicarlo pintaron en el signo libra unas BALANZAS. Luego, 
para adornar su alegoría dijéron que Júpiter, en uno de sus Matrimonios, 
reconoció por suya la hija de Temis, llamada ASTREA ¾ que la envió al mundo 
presidir los Tribunales  i a dirijir los Consejos que mantenían la Paz! Entre los 
mortales, en los venturosos días de la edad de Oro – que, con el tiempo, el oro se 
convirtió en bronce, el bronce en hierro,, i que la Niña viendo que los hombres, 
de miedo de quedarse en el suelo, no pensaban sino en matarse,, se volvió al 
cielo, i juró domicilio en el Zodíaco, con el nombre de VIRGO: porque no 
habiendo hallado con quien casarse en la tierra, tuvo que retirarse, al lado de su 
madre, Doncella. Allá está, desde entonces, viviendo de la escasa renta de 28 días 
y % avos de día que le da el mes de Febrero. La madre, temiendo la petulancia de 
la especie humana, puso un escorpión de centinela, a su lado, auxiliado por el 
flechero [Sajitario], i a la hija le puso un León,, con orden de emponzoñar, 
lancear o desgarrar al que osase acercarse. Al Carnero (aries) su ministro, le 
encargó que se defendiese con sus cuernos ó que ocurriese a los del Toro (taurus) 
o a las armas de los jemelos Castor i Polux (gemini) o a los peces (piscis) 
[Tiburones, sin duda] si los hombres venían embarcados,, o por último recurso, a 
un aguacero deshecho (aquarius) que los ahogase sin dejar uno.

           Y aquí viene la moraleja:

Tal es el horror con que las mujeres ven las injusticias de los hombres, que han      preferido vivir en el aire, entre animales, desnudas, i sin otra capa que la del sol. Desde allá se están burlando de las ficciones de los pobres poetas
“ Mis balanzas [dice la Diosa madre] se les han vuelto balanzas de frutera = platos de hoja, astil de palo, fiel romo que se detiene donde quiere el codo: mi benda se la ponen floja, para poder ver de medio cuerpo abajo, i juzgar por las faldas del vestido: ya mi semblante no es sereno, sino airado,, para amedrentar al desvalido: mi espada se ha vuelto estoque de jugador de manos, que se alarga o se esconde en el puño según lo requiere la suerte. En una de las plazas de Florencia han puesto mi estatua sobre una columna,, i los Italianos, que de todo se burlan con sorna, dicen que me han puesto en alto para que nadie me alcance” (...)[38]


7. Y muchas más...

Antes del deceso del filósofo, cuenta Camilo Gómez, -testigo presencial de su muerte, y que Manuela Sáenz creía que “era hijo de don Simón”[39],  aunque el filósofo lo consideraba  “como hijo adoptivo” , según palabras del corresponsal de El grito del pueblo, que relató los hechos muchos años después, el jueves 4 de agosto de 1898[40]- : “Todos los días iba al pueblo a buscar el alimento para don Simón, que era preparada por una señora caritativa” [41]. No fue ésta, sin embargo, la única mujer que se apiadó del filósofo. Escribió  a su amigo el obispo Torres cuando se hallaba en Latacunga el 11 de mayo de 1843: “Un hacendado me ofrece llevarme para su hacienda, y no puedo moverme, porque estoy debiendo en las pulperías, bajo la responsabilidad de una pobre mujer que vive en la casa donde estoy”[42]. En fin, para cerrar este relato de tantas mujeres que lo quisieron, oigamos de nuevo a Camilo Gómez que nos dice lo que pasó tras la muerte del filósofo:

Una señora que me vio salir llorando, se acercó a consolarme y me aconsejó que escribiera al cónsul de Colombia en Paita; lo que hice inmediatamente”[43]

Después de este recorrido por la vida de Simón Rodríguez, no nos explicamos cómo A. Rumazo González pudo escribir que “para el educador caraqueño la cuestión mujeres fue siempre asunto secundario. Punto que, en este caso, revela lamentablemente limitación”[44].

Pero lejos ya del relato mítico y del relato de su propia historia, ¿qué lugar ocupan las mujeres en la obra de Simón Rodríguez? Tal es lo que nos proponemos averiguar antes de callarnos para permitir las observaciones de tan distinguida audiencia.

Por una investigación de Mercedes M. Álvarez, sabemos que Simón Rodríguez hizo una  petición al Cabildo de Caracas, el 11 de noviembre de 1793, solicitando una escuela para niñas[45]. Tuvo el maestro de Caracas que esperar treinta y dos años para concretar su idea juvenil. En efecto, relata O’Leary que, en 1825, en Arequipa, el Libertador “fundó escuelas para niños de ambos sexos, y atendió personalmente a la organización de estos planteles, bajo la dirección de don Simón Rodríguez, y, a pesar de la escasez de las rentas, halló el modo de dotarlos”[46].

De ahí en adelante, en la subida a Bolivia y de la mano de su antiguo discípulo caraqueño, irá el filósofo fundando escuelas para niñas y niños. Algunos años después recordará que Bolívar “Expidió un decreto paraque se recojiesen los niños pobres de ambos sexos... nó en Casas de misericordia á hilar por cuenta del Estado, nó en Conventos á rogar a Dios por sus bienhechores, nó en Cárceles á purgar la miseria ó los vicios de sus padres, nó en Hospicios, á pasar sus primeros años aprendiendo a servir, para merecer la preferencia de ser vendidos, a los que buscan criados fieles ó esposas inocentes”[47].

Este es el comienzo de la “libertad civil”, como le expresaba a J.I. París el 6/11/1846. En otros términos, el señalado es el aspecto negativo de su proyecto de Educación Popular. Es decir, en primer lugar es preciso rescatar a hombres y mujeres de las servidumbres de la pobreza. De esta “JENTE NUEVA no se sacarían pongos para las cocinas, ni cholas para llevar las alfombras detrás de las señoras...”[48]

Lo positivo del proyecto lo expresó como sigue:

Los niños se habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas á talleres, y éstos surtidos de instrumentos, y dirijidos por buenos maestros. Los varones debían aprender los tres oficios principales, Albañilería, Carpintería y Herrería porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas mas necesarias, y porque las operaciones de las artes mecánicas secundarias, dependen del conocimiento de las primeras. Las hembras aprendían los oficios propios de su sexo, considerando sus fuerzas,  se quitaban, por consiguiente, á los hombres, muchos ejercicios que usurpan á las mujeres”[49]

Por lo transcrito sabemos que Rodríguez sigue la opinión general de la época de que hay oficios que son propios de hembras y otros propios de varones. Pareciera deducirse de esta distinción que Rodríguez comparte la idea de una cierta diferencia entre las personas que se derivaría de la diferenciación sexual. Pero si uno lee con atención, los “oficios propios de su sexo” lo son “considerando las fuerzas”. En otros términos, hasta ahí alcanza la diferencia de oficios basada en el sexo.

Más bien el filósofo cree que las diferencias entre hembras y varones son propiamente culturales, de educación. Y por la educación se pueden corregir diferencias que parecieran naturales. Por eso apunta que en su proyecto “Se daba instrucción y oficio á las mujeres paraque no se prostituyesen por necesidad, ni hicieran del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”[50]. En un texto sin igual de Sociedades Americanas en 1828[51], señala que si la instrucción se proporcionara a TODOS, “las mas de las mujeres, que excluimos de nuestras reuniones, por su mala conducta, las honrarían con su asistencia”.

Sin pretender que Simón Rodríguez fuera un adelantado feminista, pensamos, sin embargo,  que él considera que en las mujeres hay un plus por el cual hace la afirmación anterior. Ese plus explica la exigencia  de “las atenciones debidas al bello sexo”, como lo dijo en un pasaje anteriormente citado. Y explica también esa creencia el trato diferenciado[52]: afectuoso, gentil, cortés y amable, que tiene con  las esposas y hermanas de sus corresponsales.

Muchas gracias.


Conferencia dictada el 16 de marzo de 2014 en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), Espacios Cálidos, como parte de las actividades de FILVEN 2014.

Para comunicarse con el autor, escriba a carloshjorge@hotmail.com


[1] CARREÑO, Eduardo: Vida anecdótica de venezolanos, Colección Libros Revista Bohemia, Nº 36, s/f. Impresión en Caracas, Venezuela, pág. 17-18.
[2] Simón Rodríguez maestro de América, UNESR, Caracas, 1976, pág. 89.
[3] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor: Biografías de americanos [ Obra en línea digitalizada por Google de un ejemplar de Harvard College Library ], Santiago, Imprenta Nacional, calle de Morandé, diciembre de 1854. Ver en http:/books.google.co.ve/
[4] DE LA PLAZA, Simón: Historia del arte en Venezuela, 1 vol.,  Caracas, 1883.
[5] ROJAS, Arístides: Crónicas y leyendas, Monte Ávila, Caracas, 1979, pág. 126.
[6] AMUNÁREGUI, ML i GV, obra citada, pág. 233.
[7] ALVAREZ F., Mercedes M.: Simón Rodríguez tal cual fue, UNESR, Caracas, 1977, pág. 19.
[8] CALZAVARA, Alberto: Historia de la música en Venezuela. Período hispánico con referencias al teatro y a la danza, Fundación Pampero, Caracas, 1987.
[9] Simón Rodríguez, Obras completas, t. II, pág. 275.
[10] El tema (capital) del origen (expósito-sacrílego) de Simón Rodríguez lo hemos abordado con detenimiento en nuestra obra Educación y revolución en Simón Rodríguez, Monte Editores Latinoamericana, Caracas, 2000, pp. 55-100.
[11]  Obras completas, t.II, pág. 538. Subrayado mío.
[12] A. Rumazo González, Simón Rodríguez maestro de América, UNESR, Caracas, 1976,  p. 27, nota 3.
[13] El documento está recogido por A. Rumazo González, ob. cit., pág. 36, nota 33.
[14] Ídem, pag. 45, nota 43.
[15] Idem, pág. 199.
[16] Citado por Mercedes M. Álvarez en Simón Rodríguez tal cual fue, pág. 151.
[17] Ídem, nota 24, p. 28.
[18] Idem, pág. 131.
[19] Carta tomada de A. Guevara: Espejo de justicia, UNESR, Caracas, 1977, pág. 200
[20] Ibídem, pág. 200-201.
[21] Simón Rodríguez maestro de América, pág. 89.
[22] Carta desde Oruro del 23 de septiembre de 1827, Obras completas, t. II, p. 512
[23] Obras completas, t. II, pag. 196ss
[24] Obra citada, pág. 100.
[25] Véase La isla de Róbinson,  Seix Barral, Barcelona, 1981.
[26] Citado por Fabio Morales, “Cronología”, en  ob. cit., pág. 320.
[27] Obras completas, t. II, pág. 503-504.
[28] Carta que reproduce A. Guevara en Espejo de justicia, p. 60.
[29] Obras completas, t. II, pág 519-520
[30] Esto que cuenta el viajero francés es verdad a medias, pues en febrero de ese mismo año acaba de publicar el filósofo, casi todos los días, en el diario El Mercurio. Cf.: Carlos H. Jorge, “Los extractos de Simón Rodríguez”, en Apuntes filosóficos 31, UCV, Caracas, 2007, pp. 7-18.
[31] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor, obra citada, pág. 256.
[32] Fabio Morales, “Cronología” en Simón Rodríguez Sociedades Americanas, Biblioteca Ayacucho nº 150, Caracas, 1990, pág. 328.
[33] Obras completas, t. II, p. 534.
[34] Idem, pág. 543
[35] A. Rumazo González, ob. cit.,  291-192
[36] Obras completas, t. II, pág. 415.
[37] Ídem, t. II, pág. 417.
[38] Idem, t. II, pág. 415-416.
[39] Obras completas, t. II, p.550.
[40] Ídem, pág. 547.
[41] Ídem, pág. 549.
[42] Ídem, pág. 528.
[43] Ídem, pág. 550.
[44] Obra citada, pág. 136.
[45] Archivo del Concejo Municipal, Acuerdos del Cabildo 1793, f. 480 vto. Citado en Simón Rodríguez tal cual fue, pág. 26.
[46] Citado por Fabio Morales, “Cronología”, pág. 321.
[47] Obras completas, t. II, pág. 356.
[48] Ídem, pág. 361.
[49] Ídem, pág. 356.
[50] Ídem, pág. 357.
[51] Obras completas, t. I, pág. 327.
[52] Entre otros lugares, ver en O.C., t. II, pág. 506, 528, 530, 531 y 532.