miércoles, 16 de julio de 2008

Saint-Simon viaja a Utopía




Claudio Enrique, Conde de Saint-Simon (1760-1825), pertenecía a la más elevada aristocracia de Francia. Él mismo comenzó su autobiografía con esta aseveración: “Soy descendiente de Carlomagno”. Verdadera o falsa, tal idea determina en él un rasgo de naturaleza psicopática. En su obra se puede constatar, al mismo tiempo, el poeta, el místico, el reformador religioso...

Siendo muy joven, prestó servicios en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Después viaja a España, donde con el conde de Cobarrús, director del Banco de San Carlos, elabora un plan para unir Madrid con el mar a través de un canal. Luego de la revolución francesa de 1789, con la que estuvo de acuerdo y de la cual fue prisionero, viaja y realiza mil experiencias extravagantes en las que dilapidó su fortuna. Agobiado por la miseria, la noche del 9 de marzo de 1823 intentó suicidarse, pero con el tiro solamente se sacó un ojo.
Como doctrina, el saintsimonismo busca destruir todo privilegio de nacimiento, principalmente el que se refiere a la propiedad y a la herencia. Su máxima fundamental era: A cada uno según su capacidad, a cada capacidad según sus obras.
La commune sería la única propietaria del suelo y le proporcionaría a cada individuo los instrumentos y los capitales requeridos para trabajar. El trabajador, por su parte, se queda en propiedad de los frutos de su industria. Es de advertir que el jefe de la comuna está investido del poder suficiente para apreciar las capacidades y decidir, por tanto, las vocaciones y merecimientos de cada individuo.

La sociedad queda dividida y orientada por tres grandes clases: los sabios, los artistas y los industriales. El poder de los jefes se derivaría, no de sus investiduras, sino del reconocimiento de sus obras. Esto es, el nuevo lazo será el amor y no el miedo. Bajo esta jerarquía, cada hombre tomaría su lugar según su capacidad y cada capacidad sería ordenada en relación con sus obras. La humanidad no sería desde entonces más que una misma y única familia, y la tierra, un campo cultivado en común, pero cuyos frutos serían repartidos entre los cooperadores según una ley de justicia distributiva, quedando de este modo todo a decisión de los más capaces
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En el orden religioso, Saint-Simon imaginó una especie de teocracia universal. Pareciéndole que el origen de la mayor parte de los males humanos era la división entre lo espiritual y lo temporal, pensó que convenía depositar en las mismas manos ambos elementos. Por ello propuso la elección de un Padre que fusionara las influencias y la autoridad. La emancipación de la mujer y la igualdad de los sexos son dos principios que deben unirse, al no haber separación entre lo espiritual y lo material.

De 1830 a 1833 sus discípulos intentaron llevar a la práctica las doctrinas del maestro, predicando en una pequeña iglesia de París, donde representaban la más ridícula mascarada. No pudiendo sobrevivir a sus escándalos, tuvieron que dispersarse bajo silbidos y gritos de desprecio.


Publicado por TalCual, pág. 17, el jueves 4 de septiembre de 2007
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