Adam Smith (1713-1790) es recordado por su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, fundamento doctrinario del liberalismo económico. Pocos recuerdan que también es autor de una de las obras más hermosas de ética: Teoría de los sentimientos morales, obra en la que sistemáticamente desarrolla una de las vertientes de la llamada “moral de la simpatía”.
La simpatía es, según el filósofo escocés, lo que determina la aprobación de las acciones ajenas. Pero la simpatía no es para él un movimiento de reacción instintiva dominado por la utilidad o el egoísmo. Constituye, por el contrario, el hecho de una comunidad de sentimientos con el prójimo por medio del cual se otorga a sus actos un juicio totalmente imparcial y desinteresado.
“El mayor malhechor, el más endurecido transgresor de las leyes de la sociedad, no carece del todo de ese sentimiento”, asentó. Y es que buenos y malos tienen imaginación. “Por medio de la imaginación –señala- nos ponemos en el lugar del otro, concebimos estar sufriendo los mismos tormentos; entramos, como quien dice, en su cuerpo y, en cierta medida, nos convertimos en una misma persona, de allí nos formamos una idea de sus sensaciones... Su angustia así incorporada en nosotros, adoptada y hecha nuestra, comienza por fin a afectarnos, y entonces temblamos y nos estremecemos con sólo pensar en lo que está sintiendo”.
“No queremos ser invasores” es el eco de quienes buscan un solución habitacional (perdón por el barbarismo). “Y que me digan por qué yo, con mis ocho hijos y mi niña grave, no merezco una casa”, insistía como una roca la señora Peña .“No queremos invasores” es el grito de quienes ya tienen, no sólo solución sino vivienda digna y se sienten amenazados.
No es mi intención señalar un problema que todos conocen, muchos lo padecen y pocos lo han analizado concienzudamente. Quiero referirme solamente al sentimiento que aflora en la oposición a los invasores. Es sabido que, en general, la clase alta, de aquí y de otras partes, no suele tener mucha imaginación. Pero también una parte importante de la clase media venezolana ha perdido la suya y... la memoria. Ya no recuerda qué fue.
Más allá de la violencia que puede generar una invasión, a las comunidades de la clase media caraqueña les preocupa convivir con los nuevos vecinos. Por anticipado sospechan que no tienen sus mismas costumbres. “Ponen música a todo volumen. No estamos acostumbrados a eso, aquí todo el mundo trabaja. Ellos deterioran el ambiente; botan la basura donde quieren; cuelgan la ropa en las ventanas y, si le dices algo, te tiran piedras. Uno no dice que es mejor que ellos, pero esa gente tiene mal vivir”, lamenta un honrado habitante de La Florida.
Lo anterior me lleva a creer que no hay simpatía verdadera sino entre iguales. Simpatizan, en apariencia, los inferiores con los superiores y éstos con los de abajo. La antipatía es el sentimiento natural de la desigualdad y... ¡nunca es muy agradable!
Publicado por Tal Cual
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