Las grandes religiones semíticas organizadas son siempre para varones. Los profetas del judaísmo fueron contrarios a las concupiscencias femeninas. Muy duramente trataba el gran Isaías a las mujeres.
Mahoma, por su parte, escribió: “Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a éstos por encima de aquéllas” (Corán, IV,38). A causa de su razón defectuosa, la mujer está siempre dispuesta a buscar camorra sin motivo ( XLIII, 17), cosa que no parece importarle demasiado al Profeta, al punto de que se arroga ciertos privilegios para hacerse con más (XXXIII, 49).
En otras palabras, por su condición la mujer es sierva y enemiga, instrumento sexual y agente provocador: mundo, demonio y carne al mismo tiempo.
La inferioridad fisiológica, moral, jurídica y política de la mujer ha sido y sigue siendo, abierta o encubiertamente, uno de los principios esenciales de la "antropología católica", causa y consecuencia a un tiempo del celibato obligatorio del clero y de la prohibición del sacerdocio femenino. La jerarquía católica no llega ni a la proclamación abstracta de la igualdad de la mujer ante la ley. La mujer es indigna del sacerdocio y de ser esposa o compañera de sacerdotes. Si no hay otro remedio, concubina; si lo hay, sólo alivio ocasional o meretriz. A ser posible, ni una cosa ni la otra: negada para las cosas santas.
Pero Jesús fue el restaurador y el libertador de la mujer, digan lo que quieran san Pablo y los Padres de la Iglesia que, al rebajar a la mujer al papel de sierva del hombre, han falseado el pensamiento del Maestro de Nazaret, cuyo carácter era amorosamente comprensivo.
Un día le trajeron a una mujer y, poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la Ley nos aconseja Moisés apedrear a éstas; tú, ¿qué dices? (...) Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en tierra. Como ellos insistieran en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra el primero. E inclinándose de nuevo, escribía en tierra. Ellos que lo oyeron fueron saliéndose uno a uno, comenzando por los más ancianos, y quedó él solo y la mujer en medio. Incorporándose Jesús, le dijo: Mujer, ¿dónde están ? ¿Nadie te ha condenado? Dijo ella: Nadie, Señor. Jesús dijo: Ni yo te condeno tampoco; vete y no peques más” (Jn 8,1-11).
La Iglesia católica no tiene ninguna indulgencia con las mujeres. ¿Temerá acaso una inundación de lujuria, como la derramada por los nicolaítas que extraían del cuerpo la fuerza de Prunikos (la lascivia) mediante la voluptuosidad? No hay peligro de que algo así se repita mientras la Iglesia esté gobernada por una gerentocracia clerical vestida de mujer... pero en cuerpo de varón.
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Publicado por TalCual, pág. 12, el 20 de octubre de 2003
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