martes, 15 de julio de 2008

Luces y virtudes sociales


PRESENTACIÓN 

  A Jesús Everduim

1

Por primera vez publicó Simón Rodríguez (1769-1854) Luces y virtudes sociales en la ciudad de Concepción, sur de Chile, en 1834. Estaba compuesta entonces la obra por el (prólogo) Galeato (pp. 11-30), la Introducción (pp. 32-49) y la Conclusión (pp. 50-54). Es de advertir que la Introducción constaba de dos páginas adicionales, que con el rótulo de Aditamento puede encontrar el lector en las pp. 99-100. 

La segunda edición de la obra aparece en Valparaíso, Chile, con el título de Tratado sobre las luces y sobre las virtudes sociales, publicada por Simón Rodríguez en la imprenta del (diario) Mercurio en 1840. Llaman la atención en esta nueva edición varias cosas. Primera, el autor ha eliminado las treinta y seis páginas del Galeato. Segunda, el autor también elimina dos páginas que trataban (con sorna) de los “medios de adquirir conocimientos sociales” e iban insertadas después del párrafo que termina así en la página 35: “por consiguiente los Gobiernos deben proporcionar JENERALMENTE los medios de adquirirlos – y pensar mucho en los modos de dar estos medios”. 

¿Qué razones pudo tener el autor para suprimir treinta y ocho páginas en la segunda edición de la obra? Aunque él suele dar información sobre sus publicaciones, en este caso tenemos que suponer las razones que tuvo para hacer limpieza en Luces y virtudes sociales. Creemos que eliminó el Galeato porque, como concede en la página 13, su publicación es el cumplimiento de un deber que se había impuesto en 1828 y que ya no tiene en 1840. Es decir: más que un prólogo, el Galeato es un epílogo del Pródromo a Sociedades Americanas en 1828, primera publicación del filósofo. Suponemos que también elimina el Aditamento por su carácter ofensivo a la educación jesuítica, valga decir, a la educación de la Iglesia Católica. El Galeato termina refiriéndose a hombres, “menos recomendables que el autor”, que valen algo porque “se ponen detras de las cosas sagradas” (p. 30).

 Pero no sólo suprime textos; el maestro añade cincuenta nuevas páginas en la segunda edición de la obra que la enriquecen sustancialmente. Los nuevos escritos (pp. 55 a 99) versan sobre “El modo de presentar las cuestiones”, “La forma que se da al discurso” y “La opinión del autor sobre la Libertad de Imprenta”. 

  2

Hechas las anteriores aclaraciones sobre esta edición de Luces y virtudes sociales –que funde en un único texto las dos publicaciones hechas por el autor-, abordemos algunos puntos de su contenido. Empecemos por el prólogo. Como lo dice su nombre y el propio autor lo recuerda (p. 29), el galeato es un prólogo que defiende la obra -Sociedades Americanas en 1828- de las objeciones que se le han puesto. Y más. El galeato es una forma de expresión del gusto dialéctico[1] del filósofo. La pulverización de seis reparos le permitirán obtener premisas firmes en razonamientos sobre materias tan controvertidas. Y la puesta ante el lector de dos opiniones favorables de dos distinguidos peruanos le posibilitarán salir airoso del cerco dialéctico. Al final dirá: “El autor será... (aquí pondrá, cada uno, lo malo que le parezca) pero, no se trata de su persona. La causa social será siempre respetable” (p. 30). 

La causa social se debate por conocimientos y virtudes. Tal es el planteamiento central de la obra. Señalará el autor que luces y virtudes hay, pero que no son públicas, pues no todos tienen los conocimientos necesarios ni las virtudes requeridas para vivir racionalmente en sociedad. Por esa razón “el orden público es asunto del día” (p. 33). Es más, teme la peste de una nueva revolución. Y es que el desorden social tiene su origen en la general ignorancia, en un no saber del otro que sufre como uno. Y muchos sufren. Por ello ese conocimiento imprescindible para vivir moralmente, esto es, de otro modo (p. 37), no se obtendrá por la instrucción, sino por la educación, por la creación de voluntades que quieran vivir en república, como se asevera con lujo de detalles en la Introducción.

 Puede parecer extraño que el autor “antes de entrar en materia” (p. 55) exponga tres cuestiones aparentemente ajenas al tema. En realidad, la materia está íntimamente relacionada con ellas. El primer lugar, el modo de presentarlas. Justifica el autor su discurso aforístico porque está hablando a sabios, que tienen en sus manos el poder de educar a la masa del pueblo, a la tropa (p. 34). 

Expresa a continuación la forma que le da al discurso, su doctrina pictórica del discurso (p. 67ss). Pero no se trata sólo de su discurso. La exposición de esta cuestión busca mostrar a quienes pretenden instruir al pueblo -y el Gobierno debe asumir las funciones de padre común y generalizar la instrucción (p. 43)- que es preciso apelar al corazón y a la razón, que es preciso persuadir y convencer. De otro modo es imposible contar con la voluntad de aquellos con quienes queremos comunicarnos. 

Y finalmente, señala uno de los más portentosos medios de que dispone la sociedad para su propia instrucción es la imprenta, candelabro de las luces (p. 87). Con ellas, el pueblo puede hacerse de los conocimientos requeridos parar vivir en república. Sólo las luces sociales iluminan los oscuros mecanismos que inexorablemente conducen al enfrentamiento entre los hombres y a la disolución de las naciones. Sólo el convencimiento íntimo de que los intereses de uno están incluidos en los intereses de todos, como lo atestigua la fórmula de República (p. 95), asegura la verdadera vida en sociedad. En otros términos, el bien individual se halla íntimamente ligado al bien común. Para dar su opinión sobre la libertad de imprenta –que es la misma de 1828-, el autor ha hecho un largo recorrido para arribar a lo esencial, y es que “la libertad de imprenta como todas las libertades está sujeta a la razón” (97).

3

Como el lector podrá comprobarlo de inmediato, el tema de la virtud es un asunto trascendental en la obra de S. Rodríguez, como lo fue en la de Sócrates de Atenas. De éste tomó el “Sócrates de Caracas” –así lo llamó S. Bolívar- la tesis que se conoce como el intelectualismo de la virtud. La doctrina más claramente socrática es aquella que afirma que la virtud es conocimiento y que, por consiguiente, puede enseñarse y aprenderse. Con esto por delante, puede decirse de Luces y virtudes sociales que los sustantivos son socráticos, pero el adjetivo es rodrigueciano. El maestro caraqueño pretende llevar al pueblo luces y virtudes en gran escala, formar del país una gran Academia.

 Y es que el concepto de pueblo –desarrollado por el filósofo en el Galeato de esta obra- es uno de sus mayores aportes a la teoría política. “El empleo de la palabra pueblo, como categoría que expresa las distintas formas, grados y estratificaciones del conocimiento, es uno de los legados más preciosos de Rodríguez a la posteridad. Tal vez la comprensión de América, hoy, implica la comprensión de los grados del verdadero o falso saber que tiene el pueblo americano para vivir en república”[2], escribí en 2000. Todavía está vigente.

Este texto fue escrito para servir de presentación de la obra Luces y virtudes sociales, que próximamente va a ser editada por la Universidad Simón Rodríguez, Ediciones Rectorado, Caracas, 2010.


Lector, al año siguiente del publicar Luces y virtudes sociales, Simón Rodríguez levantó un informe sobre el devastador terremoto que asoló la ciudad. En la foto de arriba se puede apreciar algunos efectos del trágico suceso.

_______________________________ NOTAS
[1] Este tema está desarrollado en Un nuevo poder, cap. 8, obra publicada por la UNESR en Caracas, 2000. [2] Educación y revolución en Simón Rodríguez, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2000, pág. 196.
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