Después de robar el fuego, Prometeo observa con orgullo la fuerte especie que ha engendrado: sus criaturas tienen coraje y alegría. Tienen conciencia. Se saben fuertes y poderosas. No precisan nada más fuera de su propio esfuerzo, tienen fe en sus propias manos, en su lucha, y constituyen una terrible amenaza para los olímpicos. Tal vez impongan un nuevo orden, el orden humano.
Los dioses están aterrados. Discuten. Será el mismo Júpiter en persona quien decida la forma más rápida de destruir el paraíso que los hombres se habían construido.
Llama a Vulcano, el habilidoso dios artesano, y le pide que confeccione una imagen de bronce. Deberá parecerse al hombre, pero diferenciándose de él, de tal forma que lo espante y lo conmueva, atrasándole el trabajo y trastornándole el alma.
Hecha la criatura, cada dios la adorna con algún don. Minerva, que ya no se considera amiga de Prometeo, pues éste ha desafiado a sus divinos compañeros, entrega a la mujer, recién creada, un hermoso vestido bordado que envuelve sus armoniosas formas, un velo que oculta el rostro y una guirnalda de flores que le adorna la cabeza. Venus le ofrece la belleza infinita y los encantos que les serán fatales a los indefensos varones. Mercurio le confiere el don de la lengua y Apolo le regala una suavísima voz.
Antes de partir Pandora (“todos los dones”) a cumplir su misión, el padre de los dioses le entrega una caja con una tapa.
Cuando la doncella llega a este mundo, encuentra a Epimeteo (“el que reflexiona tarde”), quien se enamora locamente de la hermosa figura. La enviada de los dioses le regala la caja. Epimeteo, todavía desorientado por el deslumbramiento que le ha ocasionado la seductora figura, olvida el juramento hecho a su hermano Prometeo de no aceptar presente alguno de Júpiter y abre la tapa. Su olvido y su acción serán fatales para el género humano. Inmediatamente, saltan de adentro de la caja todas las desgracias del mundo.
Sin embargo, en el fondo del recipiente maldito permanece un tesoro, un sentimiento precioso que podría arruinar toda la venganza de los dioses y destruir definitivamente cualquier plaga, pues Júpiter no desea deshacerse de los hombres, sólo quitarles el paraíso.
Escondida para siempre, en el fondo de la caja de Pandora estaba la esperanza.
En medio de tantos males que nos agobian, hay muchos jóvenes que son nuestra esperanza. La “generación boba” les ha dejado un mundo de miserias, pero allí están ellos, inocentes y talentosos, para transformarlo, como Enza García Arreaza.
Adornada con el don de la buena escritura y con sólo 17 años, acaba de ganar el VI Premio Cuento Contigo: Nuevas voces jóvenes, Aula Iberoamericana, de Casa de América, en Madrid. Noticias como éstas permiten creer que el paraíso existe
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