Es muy posible que al lector el nombre de Claudio Emiliano no le diga gran cosa. Y no tiene la culpa: nadie sabe nada de los hechos que tejieron su biografía. Los conocedores del mundo grecolatino solamente saben que fue un autor romano, que nunca salió de Italia. Y lo saben por una rara obra: Historia de los animales. No es ésta, sin embargo, la obra de un zoólogo, sino una gratísima a la vez que irresponsable descripción (Borges dixit) de los hábitos de los animales y las moralidades de las que son ejemplos esos hábitos.
Eliano pintó de manera muy gráfica el comportamiento agresivo de alias Lula en contra del pacífico, maltratado y sufrido pueblo de Venezuela. Con lo dicho no me refiero al “Presidente más popular que ha tenido el Brasil en décadas”, como escribió Moisés Naím, que merece todo mi respeto, sino al “Lula contra Lula”, del que habló S. A. Consalvi.
Esa agresión comienza en diciembre de 2002 cuando, todavía electo, convence al presidente F. H. Cardoso de enviar un barco de combustible para paliarle al gobierno los efectos del famoso Paro Cívico. Continúa la agresión durante 2006. En noviembre de ese año se traslada a Venezuela para participar en nuestras elecciones montado sobre el puente Orinoquia, signo evidente de sus buenos negocios en el país. Tal vez su descarado atrevimiento hunde sus raíces en las perspectivas de mayores ganancias. Para el periódico alemán Der Spiegel, días atrás emitió una opinión impúdicamente ofensiva para buena parte del pueblo de Venezuela.
El nombre de Lula debe ser considerado en la historia del veneno, de la serpientes que silenciosamente muerden a quienes juegan con ellas. Escribió Eliano: “Las serpientes poseen un veneno tremendo, pero el áspid tiene uno peor aún. No resulta sencillo hallar una medicina ni un antídoto para este veneno, por mucho que se logre disimular o atenuar los dolores. Por supuesto que también en el hombre existe un veneno extraño, que fue descubierto así: al capturar una serpiente, agarrándola con precaución y mucha firmeza por el cuello, tras hacerle abrir la boca, se escupió dentro; el esputo bajó hasta el vientre del reptil y le resultó tan nocivo que lo pudrió de inmediato. De tal hecho se extrajo la conclusión de cuán maligno puede llegar a resultar un mordisco que un hombre aseste a otro y de que tampoco implica menos riesgos que el de otros animales” (II, 24).
¿Por qué nos hemos dejado morder? ¿Por qué nos hemos dejado escupir por el sinuoso político de la corrupción triunfante? Tal vez por la misma razón que muchos consideran que la selección nacional de fútbol de Brasil es la selección nacional de fútbol de Venezuela.
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