domingo, 24 de noviembre de 2019

De mýthos a lógos y viceversa. O el círculo racional de la Filosofía en la Antigüedad clásica.



                                                               
Suele aceptarse que la racionalidad filosófica aparece en la historia  dando un salto, escapando de un período oscuro. Un antes y un después en la biografía de la  diosa razón. Pero una mirada cuidadosa observa un paisaje más alejado de contraste tan brusco, caracterizado por una variedad casi inagotable de matices.

La nación griega descubrió la razón que favorece el intercambio entre los hombres, convirtiendo la argumentación, la discusión y el diálogo en las condiciones necesarias para el despliegue intelectual, la búsqueda del conocimiento y el establecimiento de las relaciones políticas. Con la aparición de la polis se fortaleció un sistema social que convirtió la palabra en la herramienta de influencia superior. En este contexto, surge una tensión fundamental de repercusiones duraderas para nuestra cultura: mýthos en oposición a lógos. Esto es, la imagen, la narración, la emoción, lo maravilloso en contraste con el discurso racional, argumentativo, abstracto. La lógica de la ambigüedad, por una parte; y la lógica de la contradicción, por  la otra. La belleza del discurso frente  a la belleza del cuerpo. Lo expresó Diógenes el Cínico cuando escucha a un jovencito que filosofaba. “Ánimo –le dijo-, tú llevas a los adoradores del cuerpo a la belleza del alma”.




Ida

En Metafísica I, 3 (983b), Aristóteles consagró la fórmula para establecer el certificado de nacimiento de la Filosofía: Tales, Anaximandro y Anaxímenes fueron los primeros en filosofar. Con el tiempo, despojada de sus matices, esta fórmula permitió construir la imagen de un origen nítido, un descubrimiento inesperado, de una ruptura clara respecto de cualquier período anterior, un paso decisivo a favor de la razón y, sucesivamente, del pensamiento filosófico y científico. Una concepción lineal que anula la textura fina de un proceso evidentemente más complejo. Pero  es preciso separar las cosas, porque únicamente se trata del punto de partida de una historia oficial, no del inicio de la razón.

Así, el punto de vista más divulgado, habitual para un estudiante de Filosofía, muestra a estos pensadores como los primeros en describir explícitamente el mundo que nos rodea, su origen y su orden, como un problema al que hay que buscar una respuesta acudiendo sólo a los recursos de la experiencia y, ante todo, del pensamiento. Una respuesta sin misterio, expuesta para ser comprendida por otros y debatida como cualquier evento de la vida cotidiana. Una forma del pensamiento en la cual las antiguas divinidades primordiales son reemplazadas por elementos de la naturaleza dotados de gran poder y caracterizados como fuerzas imperecederas, que, a semejanza de los dioses, poseen un extenso margen de acción. Pero a diferencia de los dioses, estas fuerzas concebidas en términos abstractos se limitan a producir efectos determinados y carecen de otra voluntad. Entra en escena un tipo de conocimiento libre, imperfecto, que requiere ser defendido, incluso justificado; no ya un regalo de origen superior, sino el producto del esfuerzo humano, que instala de este modo las bases de la ciencia.

         Gadamer apunta que no se puede ya sostener hoy que el mundo está desencantado, falto de magia o de religión, como tampoco lo estuvo ayer, añadimos nosotros. «Los observadores de la actual situación mundial –escribió en Reflexiones sobre la relación entre religión y ciencia- pueden enumerar muchos indicios que testimonian la supervivencia de motivaciones religiosas también en esta nuestra época de la ciencia». La cuestión verdaderamente importante en la actualidad ya no es tanto el límite de la ciencia cuanto, si a partir del concepto de saber ilustrado, se puede alcanzar la naturaleza de lo religioso. No hay paso del mito al logos. Este esquema, observa  Gadamer (1993) con acierto, es demasiado simple. En este punto nuestro autor se opone a la tradición filosófica positivista encarnada fundamentalmente en la obra de Wilhelm Nestle Del mito al logos (1940). El esquema del desencantamiento del mundo no es, para Gadamer, en modo alguno una «ley general de desarrollo», sino que él mismo es un «hecho histórico». En definitiva, y cito sus propias palabras: «El paso del mito al logos, el desencantamiento de la realidad, sería la dirección única de la historia sólo si la razón desencantada fuese dueña de sí misma y se realizara en una absoluta posesión de sí. Pero lo que vemos es la dependencia efectiva de la razón del poder económico, social, estatal. La idea de una razón absoluta es una ilusión. La razón sólo es en cuanto que es real e histórica. A nuestro pensamiento le cuesta reconocer esto» (Mito y razón). ¿Podemos entender el fenómeno religioso, podemos comprender el mito con el lenguaje de la ciencia, con la palabra del logos? Si es cierto, como sostiene nuestro filósofo, que no hay cultura sin horizonte mítico, es necesario situar al mito en la época de la ciencia, porque sin el mito resulta imposible comprender la complejidad del mundo contemporáneo… y el de la Antigüedad clásica.

Nietzsche dio un pequeño paso hacia adelante cuando, en la Segunda consideración intempestiva, vio en el mito la condición vital de cualquier cultura. Una cultura sólo podría florecer en un horizonte rodeado de mito. La enfermedad del presente, la enfermedad histórica, consistiría justamente en destruir este horizonte cerrado por un exceso de historia, esto es, por haberse acostumbrado el pensamiento a tablas de valor siempre cambiantes.

El mito es un verdadero tesoro de historias, pensamientos, lenguajes, explicaciones y enseñanzas que constituyen la herencia común de los griegos de la época preclásica. Un tesoro interminable, además, de ejemplos y modelos de acción. Multiforme como Proteo, designa realidades muy diversas: desde teogonías y cosmogonías, hasta genealogías, cuentos, proverbios, moralejas y sentencias; todo lo que se piensa y todo lo que se dice es transmitido espontáneamente en el trato cotidiano.

¿Cuál es el significado del mito? En primer lugar, ‘mito’ no designa otra cosa que una especie de acta notarial. El mito es lo dicho, la leyenda, pero de modo que lo dicho en esa leyenda no admite ninguna otra posibilidad de ser experimentado que justo la del recibir lo dicho. La palabra griega, que los latinos tradujeron por ‘fábula’, entra entonces en una oposición conceptual con el logos que piensa la esencia de las cosas y de ese pensar obtiene un saber de las cosas que es constatable en todo momento. Pero a partir de este concepto formal de mito se sigue otro de contenido. Pues de ningún acontecimiento único, del que sólo pueda saberse gracias a los testigos oculares y a la tradición que se basa en éstos, puede levantarse acta notarial por medio de la razón pensante, ni puede ser puesto a disposición por medio de la ciencia. Lo que de tal suerte vive en la leyenda es, ante todo, el tiempo originario en que los dioses debieron haber tenido un trato aún más manifiesto con los hombres. Los mitos son, sobre todo, historias de dioses y de su acción sobre los hombres.

¿Y qué decir del concepto de ‘razón’? El concepto ‘razón’ es, si tenemos en cuenta la palabra, un concepto moderno. Refiere tanto a una facultad del hombre como a una disposición de las cosas. Pero precisamente esta correspondencia interna de la conciencia pensante con el orden racional del ente es la que había sido pensada en la idea originaria del logos que está en la base del conjunto de la Filosofía occidental. 

El lógos no sustituye al mýthos, lo acompaña. En su Filosofía de las formas simbólicas,  Ernst Cassirer ha abierto un camino al reconocimiento de estas formas extracientíficas de la verdad. El mundo de los dioses míticos, en cuanto que éstos son manifestaciones mundanas, representa los grandes poderes espirituales y morales de la vida. Sólo hay que leer a Homero para reconocer la subyugante racionalidad con que la mitología griega interpreta la existencia humana.

También la palabra ‘lógos’ narra nuestra historia desde Parménides y Heráclito. El significado originario de la palabra: ‘reunir’, ‘contar’, remite al ámbito racional de los nú­meros y de las relaciones entre números en que el concepto de lógos se constituyó por primera vez. Se encuentra en la matemática y en la teoría de la música de la ciencia pitagórica. Desde este ámbito se generaliza la palabra ‘lógos’ como  concepto contrario a ‘mýthos’. En oposición a aquello que refiere una noticia de la que sólo sabemos gracias a una simple narración, «ciencia» es el saber que descansa en la fundamentación y en la prueba.

En el pensamiento griego encontramos, pues, la relación entre mito y logos no sólo en los extremos de la oposición ilustrada, sino precisamente también en el reconocimiento de un emparejamiento y de una correspondencia, la que existe entre el pensamiento que tiene que rendir cuentas y la leyenda transmitida sin discusión. En especial, esto se muestra en el giro peculiar con que Platón supo unir la herencia racional de su maestro Sócrates con la tradición mítica de la religión popular. Así, en los diálogos platónicos el mito se coloca junto al logos y muchas veces es su culminación. Los mitos de Platón son narraciones que, a pesar de no aspirar a la verdad completa, representan una especie de regateo con la verdad y amplían los pensamientos que buscan la verdad… más allá.



Vuelta

Sin duda, Tales introduce una diferenciación, que tendrá progresivamente un perfil más acentuado, pero el punto crítico es reconocer que no se trata de un corte. Durante un tiempo privilegiado no hubo separación entre los dioses y los hombres; con sus gigantescas diferencias, todos ellos vivieron en el mismo territorio y compartieron la misma mesa. Sin embargo, en algún momento se levantaron poderosas fronteras, trazándose de manera definitiva dos espacios de vida particular, correspondientes a cada género. Los primeros son inmortales, se alimentan de ambrosía, néctar y humo (proveniente de  los sacrificios), y por su sangre corre un líquido especial llamado icor; los segundos están destinados a una vida efímera, al trabajo, al sufrimiento y a las enfermedades. Estas diferencias fueron selladas por una existencia separada. Durante un tiempo privilegiado el mito y el logos están entrelazados, estrechamente unidos; sólo después sobreviene la distancia, pero ésta no es necesariamente definitiva, como la separación de los dioses y los hombres.

 Tras las conquistas de Alejandro a fines del siglo IV, la ética individual atrae la atención de los filósofos. Y con  la desaparición de las polis, los idiotas triunfan. Pero pronto se polariza la problemática en torno de una cuestión de ascendencia socraticoiluminista: el ideal del sabio. El negativo ideal buscado reside en la imperturbabilidad (ataraxia). Sólo de este modo puede superarse el turbulento mundo externo y se dan varias respuestas.

La respuesta de Epicuro aparece como resultado natural del viejo hedonismo. En palabras de hoy, este es un valle de lágrimas donde hay que llorar lo menos posible y gozar lo más que se pueda.

El escepticismo moral es el reverso de la medalla socraticoplatónica: puesto que no es posible conocer las cosas, el sabio debe abstenerse de juzgar y obrar.

La solución estoica es más honda. Partiendo de la idea de personalidad que saca de sus ideas psicológicas, ve en la ausencia de pasiones (apátheia) el ideal soñado.

La paulatina transición de la filosofía helenísticorromana  del punto de vista ético al religioso tuvo sus causas internas en esta propia filosofía, así como sus móviles en las imperiosas exigencias de la época. Cuanto más íntimamente tenían contacto los sistemas entre sí, tanto más se puso de manifiesto cuán poco podía satisfacer la filosofía la tarea que ella misma se había propuesto conducir al hombre, mediante seguro conocimiento, al reino de la virtud y de la felicidad, a la interna independencia del mundo.

Si la corriente escéptica de la época, cada vez más extendida, enseñaba ya que la virtud más bien reside en una permanente abstención de saber, entre los estoicos se abría paso, cada vez más, la opinión de que su ideal de sabio, diseñado de modo tan estricto y severo, no era susceptible de realizarse por entero en hombre alguno. De tal suerte se convierte en lugar común de las diferentes escuelas la idea de que el hombre, por propia energía, no podía llegar a ser sabio ni virtuoso ni feliz. Esto es, la vida buena siempre sería inalcanzable.

Pero si ya en la Filosofía misma se había despertado un estado de ánimo que buscaba una instancia superior para alcanzar los objetivos morales, las doctrinas teoréticas contenían un gran número de momentos religiosos. Claro que los epicúreos rechazaban deliberadamente tales “momentos”.  Pero del envejecido mundo grecorromano surgió, por hastío y tedio, un nuevo afán hacia alegrías más puras y elevadas. Al advertirse las monstruosas diferencias que traía consigo el estado social del Imperio Romano, la mirada de millones de seres que se veían excluidos de bienes terrestres se volcó, plena de nostalgia, hacia un mundo mejor. Por doquier se fue despertando un apasionado y hondo afán de salvación (sotería), una apetencia hacia lo supraterreno, un impulso religioso sin igual, pues alcanza… hasta  nuestro siglo XXI.

Esa vitalidad del movimiento religioso se manifiesta en la ansiosa acogida que encontraron en el mundo grecorromano los cultos exóticos, en la mezcla y fusión de religiones orientales y occidentales. Con ello, la preocupación del hombre se desplazó, por largos siglos, de la tierra al cielo. Comenzó, entonces, la búsqueda de la salvación más allá del mundo de los sentidos.

Sólo las formas en las que se desarrollaba esta lucha  de las religiones por su hegemonía exhibían la fuerza espiritual que había alcanzado la ciencia griega. Cuanto más palidecía el pensamiento del mundo antiguo, tanto más hondo se imponía la necesidad de averiguar si cada una de las religiones no sólo podía satisfacer al sentimiento, sino también a la razón, esto es, en una doctrina.

La verdadera fuerza avasalladora  de la religión de Jesús de Nazaret  residió en que apareció en un mundo indolente y moribundo, con el ímpetu juvenil de un sentimiento divino, puro y elevado, y con una convicción probada con la muerte.

De este modo se encuentran en el mismo camino las exigencias de la ciencia y de la vida. Aquélla busca ahora la solución del problema que, sin éxito, había tratado de resolver la religión. La vida pide para su ansia religiosa fundamentación y formulación científica.

   Ante la imposibilidad de conciliar la Filosofía pagana, racional, con la doctrina de Cristo se menosprecia aquella en beneficio de la revelación.  Escribió Tertuliano en De Praescriptione, 7, 1:

 Todas las herejías en último término tienen su origen en la filosofía. De ella proceden los errores y no sé qué formas infinitas y la tríada humana de Valentín es que había sido platónico. De ella viene el Dios de Marción, cuya superioridad está en que está inactivo; es que procedía del estoicismo. Hay quien dice que el alma es mortal y ésta es doctrina de Epicuro. [...] Es el miserable Aristóteles el que les ha instruido en la dialéctica, que es el arte de construir y destruir, de convicciones mudables, de conjeturas firmes, de argumentos duros, artífice de disputas, enojosa hasta a sí misma, siempre dispuesta a reexaminarlo todo, porque jamás admite que algo esté suficientemente examinado. [...] Quédese para Atenas esta sabiduría humana manipuladora y adulteradora de la verdad, por donde anda la múltiple diversidad de sectas contradictorias entre sí con sus diversas herejías. Pero, ¿qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué relación hay entre la Academia y la Iglesia? ¿Qué tienen que ver los herejes y los cristianos? Nuestra escuela es la del pórtico de Salomón, que enseñó que había que buscar al Señor con simplicidad de corazón. Allá ellos los que han salido con un cristianismo estoico, platónico o dialéctico. No tenemos necesidad de curiosear, una vez que vino Jesucristo, ni hemos de investigar después del Evangelio. Creemos, y no deseamos nada más allá de la fe: porque lo primero que creemos es que no hay nada que debamos creer más allá del objeto de la fe.

      Pero defendiendo un abierto antilogismo,  estos teólogos se ven obligados a echar mano de las doctrinas de Filosofía griega que les eran afines

Hasta principios del siglo III se logra, partiendo de todos  estos antecedentes, la fundamentación de una teología positiva cristiana, de un sistema de dogmática conceptualmente elaborado. Ocurre esto sobre todo en la Escuela de Alejandría de Catequistas con su jefe Clemente y Orígenes. De tal manera, que este último es el más notorio representante del cristianismo filosóficamente hablando.

Pero fracasaron los intentos helenísticos de arribar a una nueva religión partiendo de la ciencia. Es decir, los sabios no encuentran la comunidad de hombres que buscan. En cambio la exigencia de la religión positiva de justificarse y consolidarse en una doctrina científica logra su designio: la comunidad crea su dogma. Y el desarrollo de la historia fue éste: el decadente helenismo produjo aún en su desesperada agonía los recursos conceptuales por obra de los cuales la nueva religión se convirtió en dogma.

Antes de concluir, es obligado hacer una aclaración. El historiador de la Filosofía Johannes Hirschberger comienza la II parte de su Historia de la filosofía, Filosofía de la Edad Media, con San Pablo y la patrística, y no señala que tales pertenecen a la Antigüedad clásica. Hay más. Todas las grandes religiones presentes en la vida cotidiana del siglo XXI son de ese tiempo. Más de 1.000 millones de almas siguen el hinduismo; 14 millones, el judaísmo; un sinnúmero, el confucionismo y el culto de los antepasados; más de 500 millones, el budismo; el cristianismo constituye el 31% de la población mundial, esto es, más 2.200 millones; y los musulmanes son más 1.600 millones.

  Y, para terminar, una pregunta que pretende explicar la apertura y el cierre del círculo descrito, objeto de esta charla: ¿existe Dios? ¿Esta persona eterna, que da sentido humano al universo, es algo sustancial fuera de nuestra conciencia, fuera de nuestro anhelo? He aquí algo insoluble. La razón no puede probar la imposibilidad de su existencia. Pero eso no le importa al creyente. Quien cree en Dios anhela que exista y, además, se conduce como si existiera. Vive ese anhelo y hace de él su íntimo resorte de acción. El hombre religioso no puede vivir sino en un mundo sagrado, porque sólo un mundo así participa del ser, existe realmente. Esta necesidad religiosa expresa una terrible sed ontológica. El hombre religioso está sediento de ser y de orden. El terror ante el caos que rodea su mundo habitado corresponde a su terror ante la nada.

¿Qué es la religión, la fe religiosa?, volvemos a preguntar. Cada cual define la religión según la siente en sí. Cada cual encuentra en sí la manera de dar finalidad humana al universo, a Dios. Y este religioso anhelo de unirnos con Dios no es ni por ciencia ni por arte. Es por la fuerza de la vida, por voluntad de ser. La religión es una economía o hedonística trascendental como quiere Unamuno. Lo que el hombre busca en la religión, en la fe religiosa, es salvar su propio pellejo, eternizarlo, lo que no consigue ni con la ciencia ni con el arte ni con la moral, que no exigen a Dios. Sólo la religión nos exige a Dios. Los más entienden que el mayor negocio al que podemos dedicarnos es el de nuestra salvación. A Dios no lo necesitamos ni para que nos enseñe la verdad de las cosas, ni su belleza, ni nos asegure la moralidad con penas y castigos, sino para que no nos deje morir del todo. Y este  anhelo singular es, por ser de todos y de cada uno de los hombres, universal y normativo. La voluntad de creer –señaló W. James (1994)- transfiere el valor de verdad a la funcionalidad, a la utilidad, al uso y a la acción en una pragmática conexión orgánica de pensamiento y conducta.

Muchas gracias por su atención.

Los Mecedores, noviembre de 2019.

Bibliografía mínima
GADAMER, H. G. (1997). Mito y razón. Barcelona: Paidós.
JAMES, W. (1994). Las variedades de la experiencia religiosa. Península.
JORGE, C.H. (2007). Siete Cristos. Caracas: El perro y la rana.
LEAL, Henry. (S/f). Lógica y discurso. Material impreso no publicado.
WINDELBAND, W.(1945). Historia de la filosofía. México: Antigua Librería Robredo.

Ponencia presentada en el II Congreso de Filosofía de la  Pontificia Universidad Católica Santa Rosa el 23 de noviembre de 2019


Lector, para comunicarse con el autor de la entrada, escriba a carloshjorge@yahoo.es










domingo, 14 de julio de 2019

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, ENTRE EL POSITIVISMO Y EL HUMANISMO





El monumento a José Gregorio Hernández de Marisol Escobar está en completo  abandono • Diario de Los Andes, noticias de Los Andes, Trujillo, Táchira y  Mérida



Para Fátima De Abreu
y Alexis Hernández

Comienzo con una confesión. Yo no soy ningún experto ni en la vida ni en la obra del Dr. José Gregorio Hernández. Lo que voy a exponer se basa, en gran medida,  en las investigaciones de Fátima de Abreu y Alexis Hernández, aplicados alumnos míos de Educación, mención Filosofía, en el Instituto Universitario Padre Ojeda (IUSPO) en Los Teques. No está de más recordar en este caso (y siempre) el tercer precepto de Ulpiano: cuique suum tribuere. Vaya para ellos mi pago y mi agradecimiento.

 “El doctor José Gregorio Hernández –escribieron en su tesis[1] de licenciatura Alexis y Fátima- fue un hombre formado como científico en la escuela positivista del siglo XIX, y a su vez tuvo una formación humanista inculcada por su familia y enriquecida por su bachillerato en Filosofía” (p. 5).

En la Venezuela del siglo XIX había una visión radical del positivismo que presentaba a la ciencia como el único camino para alcanzar el conocimiento y el progreso real. Pero ya en ese período existía también en Venezuela el humanismo que vino junto con la cultura española y que presentaba una visión de hombre como ser integral, como un ser digno y capaz de encontrar valor en sí mismo y en el otro. En consecuencia, tenemos dos posturas enfrentadas, es decir, positivismo o humanismo. En otros términos, la ciencia del positivismo busca su crecimiento sin contar con el hombre, sin tener en cuenta sus raíces culturales. Su único propósito, el progreso material.

La postura humanista, por su parte, pretendió avanzar sin tomar en cuenta la ciencia exitosa, llevando de una manera u otra a estancar al hombre en un punto donde todo giraba a su alrededor. Pero a finales del siglo XIX y a comienzos del XX, existió un venezolano que dedicó parte de su vida al intento de conciliar estas dos posturas antagónicas, haciéndose crítico de ellas e integrando los aspectos que pudiesen favorecer a la sociedad.

José Gregorio Hernández  tuvo una doble formación: por el lado de sus padres, católica; por su profesión, positivista; pero a pesar de los años de estudios no se borró de él la formación religiosa, aunque ésta fuese  en contra de su formación educativa.           
En sus escritos[2]  se constata la educación positivista, pero  en la práctica está muy presente su formación humanista. Esa combinación de positivismo y humanismo fue de gran ayuda para el pueblo llano que hoy lo venera. En ese pueblo, Hernández vio la posibilidad de unir dos corrientes totalmente distintas. De cada una tomaba lo bueno.  Usaba la ciencia con provecho, pues permitía el conocimiento de manera ordenada para alcanzar ciertos beneficios.  Por otro lado, no mantenía la idea de ver en la ciencia el único camino hacia  la verdad. Pero volvamos sobre los términos.

POSITIVISMO

El positivismo tuvo sus inicios en Europa, específicamente en la Francia de comienzos del siglo XIX. Llegó a América Latina a finales del mismo siglo. Se padre se llamaba Augusto Comte.

“La filosofía comtiana –escribió un autor- intenta mostrar que el positivismo es el resultado de un desarrollo histórico que se encuentra en la ley de los estados[3].” Pues para  Comte, los hechos verificables son la unidad de lo fenoménico, lo dado que se considera observable y verificable. Es la única forma, no hay otra. Este es el método científico. Así se van formando las leyes y los paradigmas, ya que los hechos positivos no se presentan en caos, sino ordenadas como ley. Y las leyes no nos dicen el porqué de las cosas, sino el cómo ocurren los hechos.  

En Latinoamérica, el positivismo será la doctrina filosófica que reemplazará a la escolástica. Fue este su principal propósito: ser visto como una herramienta de construcción. Es decir,  ser lo que la escolástica fue durante y después de la colonia: un instrumento de orden mental[4], la emancipación. “Los hispanoamericanos vieron en el positivismo la doctrina filosófica salvadora[5]”. Se presentó como el camino más adecuado para ir tras un nuevo orden social y mental que sustituyera al actual, y así poner fin al desastre social y político en el que se encontraba sumergido el continente.    

La introducción del positivismo en Venezuela es casi inmediata luego de la publicación de la obra de A. Comte y H. Spencer. Comienza a desarrollarse en la Universidad Central de Venezuela en 1863 con Adolfo Ernst y su cátedra de Historia Natural, prosigue en 1866 con Rafael Villavicencio y su cátedra de Historia Universal. En torno de ellos se nucleó un grupo de alumnos que integraron la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales establecida en 1867. En 1882 se creó la fundación del Instituto del Saber. Mediante estas instituciones se dan a conocer en el país las doctrinas evolucionistas y positivistas, que van a ser publicadas en el diario La Opinión nacional.        

Es el tiempo de Guzmán Blanco (1870-1882) el que permite la entrada de ideas positivistas a través de innovaciones en la educación y la salud. Así se fundan el Hospital Vargas, el Instituto Pasteur de Caracas, la Academia de Medicina y La Gaceta Médica.     Y con la introducción del positivismo entra también un espíritu antirreligioso y anticlerical, tal como lo quería  Comte.

En Venezuela se reconocen tres momentos o periodos positivistas muy destacados. El primer período se caracteriza por una juventud que desarrolla su pensamiento en la época del liberalismo guzmancista. Los muchachos son liberales y democráticos, que utilizan la teoría positivista como instrumento crítico contra los valores y creencias tradicionales. Este primer momento de divulgación del positivismo se prolonga hasta el año 1908 y coincide con los gobiernos de Guzmán Blanco, Rojas Paúl, Andueza Palacios, Joaquín Crespo, Ignacio Andrade y Cipriano Castro. Sus exponentes son: Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio como difusores; Luís Razetti, Ramón Briceño Vásquez, Delgado Palacio y Vicente Marcano como alumnos continuadores. A esta etapa también corresponde la obra científica, filosófica y literaria de José Gregorio Hernández[6].       

Pero esta corriente filosófica deja a un lado lo espiritual y lo metafísico. Ya no ve al hombre como un ser que posee una dimensión inmortal, sino como un ser únicamente material, finito, sujeto a la muerte. Si la educación es llevada por el positivismo, los estudiantes se irán formando en esa línea, y tendremos a una sociedad de profesionales sin un sentido humano como tal. No importará el hombre sino el progreso, aunque, paradójicamente, el progreso se logra por el hombre, que es progreso del hombre. Y progreso  es solidaridad del hombre  con el hombre. Esto lo entendió muy bien  José Gregorio Hernández que, como muchos otros venezolanos, fue educado en los ideales del pensamiento de Augusto Comte.  

HUMANISMO

El término ‘humanista’ apareció en Italia en 1538. Y el término ‘humanismo’ se oyó por vez primera  en 1808. Entre ambas fechas, la modernidad. El Renacimiento es el puente entre la filosofía medieval y la filosofía moderna, puente que permite el paso. Sus fuerzas culturales más poderosas son el humanismo, la reforma protestante y el avance de la ciencia.
Debo aclarar que al humanismo no se lo debe identificar con el Renacimiento, porque el humanismo es un episodio dentro del Renacimiento. Es una corriente renacentista que busca valorar al hombre como tal por medio de los clásicos griegos. Éstos se encontraban olvidados en la Edad Media. De este modo empiezan a ser tomados en cuenta de nuevo, pero acompañados de nuevas ideas. Se quiere redescubrir al hombre.  

 Abundando un poco más, habrá que decir que el humanismo es una corriente amplia, que toma en cuenta lo artístico, filosófico, literario, etc., y siempre resaltando al hombre. Busca cambiar la visión medieval teocéntrica por una visión antropocéntrica. El hombre es lo más importante[7]. El modelo humanista era el enciclopedista, el hombre que deseaba descubrirlo todo mediante el uso de su razón. Se profundizó la investigación sobre el cuerpo humano, la física, la química, la astronomía y la navegación[8]. Puede considerarse el humanismo como principio de todo el pensamiento moderno, intento coherente en la preparación de un nuevo concepto de mundo, cuyo centro era hombre mismo.

 Resulta ineludible comentar que, en el Renacimiento, el humanismo significó un criterio de la vida, y que a pesar del desprecio por el Medioevo  no se dejaba de aceptar la idea de Dios. Se compartía con las ideas de la antigüedad.

Por último digamos que hay distintas versiones de humanismo según los distintos momentos históricos. Así tenemos el humanismo del Renacimiento de los siglos XIV al XVI, el nuevo humanismo del período del clasicismo y del romanticismo alemán de los siglos XVIII y XIX y los humanismos contemporáneos, que son la mayor parte de los sistemas filosóficos generales y de la ética[9].

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

José Gregorio Hernández nació en Isnotú, Edo. Trujillo, el 25 de octubre de 1864 y murió en Caracas el 29 de junio de 1919. Al doctor José Gregorio Hernández lo llamaban “médico de los pobres”; mas no sólo se dedicaba a los pobres, aunque su principal atención iba enfocada a los más necesitados. Este venezolano se diferenciaba de los otros médicos por diversas razones. Adelantando algo, era un médico que no sólo atendía por ser médico, sino que también atendía solidariamente a sus pacientes y con un gran sentido compasivo, y hasta religioso, ya que consideraba a Dios como el complemento perfecto de todo ser humano. Hernández se hizo hombre de ciencia por su profesión y hombre sensible ante los demás por su formación y decisión. Fue un hombre con un carácter positivista y humanista.   

Escribió un biógrafo:[10] “José Gregorio fue un médico a tiempo completo. Reformó la escuela de medicina y formó muchas generaciones de nuevos médicos disciplinados y conscientes. Escribió artículos de reflexión filosófica, humanista y cristiana encaminados a orientar a sus compatriotas. Fue médico de ricos y pobres, escogido por sus conocimientos científicos y por su dimensión humana fuera de serie. Como cristiano veía a Dios en todas las cosas, principalmente en los pobres, enfermos y los niños. Al mismo tiempo que aliviaba el dolor corporal confortaba a los pacientes con sus palabras amables y evangélicas”.

LEGADO LITERARIO

José Gregorio Hernández dejó enseñanzas y contribuciones destacadas para la posteridad. No sólo  en el campo de la medicina, sino también en los aspectos humanos, filosóficos y morales. Su legado gira en torno de la humanidad del hombre,  la educación y  la ciencia como herramienta para el bienestar de la sociedad.    

Así que para estudiar de una forma más ordenada o estructurada los legados y aportes de Hernández, durante su vida y después de su vida, se pueden clasificar de acuerdo con su trabajo como médico, profesor y escritor.

Como escritor, Hernández abordó temas relacionados con la medicina, la filosofía y la literatura. Su obra escrita constituye un verdadero aporte a la sociedad venezolana. En ella está plasmada su vida interior, su pensamiento y sus estudios.

Los escritos publicados en vida sobre medicina llevan los siguientes títulos: La doctrina de Laennec que asienta la unidad del tubérculo, es hoy una verdad comprobada a pesar de la escuela de Virchow, que sostiene su dualidad; Sobre el número de los glóbulos rojos; Sobre la angina de pecho de naturaleza paludosa; Elementos de bacteriología; De la nefritis en la fiebre amarilla; Estudios de parasitología venezolana. De la bilharziasis en Caracas; Elementos de embriología general. Prolegómenos; Lecciones anatomapatológicas de la pulmonía simple o crupal; Estudio sobre la anatomía patológica de la fiebre amarilla; Nota preliminar acerca del tratamiento de la tuberculosis por el aceite de  Chaulmoogra        

En los Los Elementos de la filosofía enseña que ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía, pues ésta es el estudio racional del alma, del mundo y de Dios y sus relaciones.

La filosofía que él vivió y que le sirvió quiso colocarla en público para que también sirviera a todo aquel interesado. Él decía que la filosofía que escribe fue la que le ha hecho posible la vida: “las circunstancias que me han rodeado en casi todo el transcurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible”. Pero recordaba que antes de la filosofía estuvo la religión, y que su tranquilidad interior se debía a ella, pues le permitía pensar con claridad. Afirmaba que todo está relacionado y unido a algo. Al hablar sobre la unidad, señalaba que todo es uno. Al tratar de entender algo, ese algo permite entender el todo, ya que todo está unido y todo posee relación.

En su expresión literaria escribió cinco obras de prosa limpia y directa. Ellas son La verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús (1907), El Sr. Nicanor Guardia (1893), Visión de arte (1912), En un vagón (1912) y Los maitines (1912). Todas estas obras fueron publicadas en la revista El Cojo ilustrado, excepto La verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús, que permaneció inconclusa e inédita.  

José Gregorio Hernández y Simón Bolívar son, para los venezolanos, el padre de la patria, a quien admiran y que es modelo de casi todo,  y el médico bondadoso a quien piden y le agradecen sus favores. En terminología jungiana, diría que son los dos nombres propios de dos arquetipos más destacados de nuestro inconsciente colectivo, el arquetipo del héroe y el del cuidador. Y que en un caso y en el otro hay mucha ignorancia sobre ellos.

En este sentido no puedo menos que recordar aquí, para terminar, las palabras de Hegel en la Fenomenología del espíritu: “Lo conocido en términos generales, precisamente por ser conocido, no es reconocido. Es la ilusión más corriente en que uno incurre y el engaño que se hace a otros al dar por supuesto en el conocimiento algo que es conocido y conformarse con ello; pese a todo lo que se diga y se hable, esta clase de saber, sin que nos demos cuenta de por qué, no se mueve del sitio” [11].

Muchas gracias por su atención.

Caracas, mayo de 2019.

En el centenario de la muerte de José Gregorio Hernández.      

Conferencia en la Semana Universitaria de la Semana Universitaria e la UCSAR, cARACAS.


[1] Fátima de Abreu y Alexis Hernández: Humanismo y positivismo del Dr. José Gregorio Hernández, trabajo de grado para optar a la licenciatura en Educación, mención Filosofía, IUSPO, Los Teques, septiembre de 2010. Obra no publicada.
[2] HERNÁNDEZ, J.G., Obras completas, OBE, UCV, Caracas, 1968, 144.
[3]  LEÒN, F., “El positivismo como filosofía política del gomecismo. Estudio del pensamiento de Vallenilla Lanz”, en  Anthropos de Venezuela, 54/55 (2007) ,119.
[4] Cf. íbidem, 77.
[5] ibidem, 78.
[6] Cf. PINO, E.,  Positivismo y gomecismo, Academia Nacional de La Historia, Caracas, 2005, 73-82.
[7] GARCÍA, J. y FERNÁNDEZ, J., Historia de la Filosofía. VI.  Renacimiento. Humanismo y Ciencia, Alhambra Longman, Madrid, 1992,13.
[8] LA GUÍA 2000, El Humanismo, en: http://www.laguia2000.com/italia/el-humanismo, 22-02-2010.
[9] Cf. Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.
[10] DÍAZ, M., José Gregorio Hernández, Salesiana, Caracas, 1986, 13-14.
[11] HEGEL, G.W.F.: La fenomenología del espíritu, FCE, México, l97l, pág. 23. Traducción de Wenceslao Roces.


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