Ad nauseam se ha insistido en aquello de que los pueblos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo. Pareciera que nuestra patria en esa materia se halla en estado de reparación continua.
Tratando de explicarme el fenómeno, supongo que tal deficiencia se debe, entre otras causas, al desprecio por algunas de nuestras mejores cabezas. Así, el nombre de Andrés Bello es recordado en liceos, urbanizaciones, distritos... pero más como prócer que como un pensador de nuestra realidad que tiene algo que decirnos.
Don Pedro Grases, su gran estudioso, aseveraba que el Resumen de la Historia de Venezuela no sólo fue "el primer libro impreso en Venezuela" sino también "el primer intento de historia patria". Esta pequeña gran obra, inserta en el Calendario manual y guía de forasteros para el año de 1810, debiera ser de lectura obligatoria en el tan reñido currículo escolar, que ni menciona al sabio caraqueño.
¿Qué dice Andrés Bello para afirmar que ya hemos visto la película que vamos a comentar? Por supuesto, no nos dice nada de nuestra proverbial falta de memoria, pero sí -y mucho- de las razones de la "barbarie retornada" de la que hablara G. Vico. Los hombres de ayer y de hoy se volvieron "ciegos por la codicia y sordos a las ventajas de la industria y el trabajo". La avaricia mineral los conduce a emplear la fuerza en vez de la justicia. El hallazgo de vetas de oro, amarillo o negro, es el origen de nuestras desgracias. No es otra la película de "conquistadores contra naturales", de ayer, en la versión de revolucionarios contra ciudadanos, de hoy.
Escribió el ilustre caraqueño en 1810: "El espíritu de conquista había obligado a Carlos V que ocupaba el trono de España a contraer considerables empeños de dinero con los Welsers o Bélzares, comerciantes de Augsburgo, y éstos por vías de indemnización consiguieron un feudo desde el cabo de la Vela hasta Maracapana, con lo que pudieron descubrir al sur de lo interior del país. Ambrosio de Alfínger, y Sailler su segundo, fueron los primeros factores de los Welsers, y su conducta la que debía esperarse de unos extranjeros, que no creían conservar su tiránica propiedad un momento después de la muerte del Emperador. Su interés era sacar partido del país, como lo encontraron, sin aventurar en especulaciones agrícolas unos fondos cuyos productos temían ellos no llegar a gozar jamás, ni cuidarse de la devastación, el pillaje, y el exterminio, que señalaban todos sus pasos".
"Manía de El Dorado" llamaría el exiliado en Chile a esta locura que convirtió a Venezuela en un feudo socialista para disfrute de revolucionarios con fecha de vencimiento.
Publicado por Tal Cual, página 20, el miércoles 2 de julio de 2008.
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