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jueves, 18 de marzo de 2010

NOMBRES POMPOSOS

En la escuela de antes, los niños aprendían que el nombre, por su extensión, puede ser propio o común; por su composición, simple o compuesto, frase u oración; por su origen, primitivo o derivado. Pero en uno de sus lúcidos y lucidos editoriales, Teodoro Petkoff acuñó otra clase, la del título; con 'nombre pomposo' se refería a 'Comando Ayacucho'.


 Todas las revoluciones, bonitas y de las otras, tienen algunas características comunes, entre ellas destacan dos: la vuelta al punto de partida y el gusto por los nombres. Lo sucedido con la revolución bolchevique y su cambio de nombre de San Petersburgo por el de Leningrado es un buen ejemplo. Pero la madre de todas las revoluciones es también paradigma de lo que afirmamos. De la monarquía absoluta pasó a la Asamblea Nacional de los estados, la Convención, el Directorio, el Terror, el 18 Brumario, el Consulado, el Imperio y... la Restauración de los borbones en Versalles de donde los habían sacado. 



La Revolución Francesa, en plena guerra contra el sistema estamental y contra sus cimientos ideológicos, se propuso arrasar con todo, empezando por las cabezas, que segaba en la guillotina. Y queriendo arrancar el árbol del pasado hasta sus mismas raíces, no podía dejar intacto... ¡el calendario!, porque lo entendía como un gran depósito de doctrinas contrarias a la revolución. Claro que los creadores del nuevo no se devanaron excesivamente los sesos, pues aceptaron la autoridad del poeta Fabre d’Eglantine para darles un toque literario a los nombres de los meses y de los días. Así los primeros fueron llamados vendimioso, brumario, frimario, nivoso, pluvioso, ventoso, germinal, floreal, pradial, mesidor, termidor y fructoso; y los segundos, primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi y decadi. Cada semana, como se ve, era una década El Calendario Republicano duró apenas 12 años: desde octubre de 1793 hasta septiembre de 1805. Y no todo, porque los franceses no se avenían a vivir cada mes en tres décadas en lugar de las cuatro semanas. Subsistieron, entonces, los calendarios subversivos, con los que la gente se entendía. Y es que, por más que se cambien los nombres, el clima no mejora. 

El maestro Simón Rodríguez, que padeció de cerca varias revoluciones, sabía de este gusto revolucionario cuando escribió: "Había un negro que mataba cochinos en las casas, y no quería que lo buscaran por el nombre de su oficio, sino por el de BENEFICIADOR DE CERDILLOS". 

 carloshjorge@hotmail.com

 Publicado por TalCual, pág. 13, el miércoles 4 de febrero de 2004.

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miércoles, 16 de julio de 2008

Saint-Simon viaja a Utopía




Claudio Enrique, Conde de Saint-Simon (1760-1825), pertenecía a la más elevada aristocracia de Francia. Él mismo comenzó su autobiografía con esta aseveración: “Soy descendiente de Carlomagno”. Verdadera o falsa, tal idea determina en él un rasgo de naturaleza psicopática. En su obra se puede constatar, al mismo tiempo, el poeta, el místico, el reformador religioso...

Siendo muy joven, prestó servicios en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Después viaja a España, donde con el conde de Cobarrús, director del Banco de San Carlos, elabora un plan para unir Madrid con el mar a través de un canal. Luego de la revolución francesa de 1789, con la que estuvo de acuerdo y de la cual fue prisionero, viaja y realiza mil experiencias extravagantes en las que dilapidó su fortuna. Agobiado por la miseria, la noche del 9 de marzo de 1823 intentó suicidarse, pero con el tiro solamente se sacó un ojo.
Como doctrina, el saintsimonismo busca destruir todo privilegio de nacimiento, principalmente el que se refiere a la propiedad y a la herencia. Su máxima fundamental era: A cada uno según su capacidad, a cada capacidad según sus obras.
La commune sería la única propietaria del suelo y le proporcionaría a cada individuo los instrumentos y los capitales requeridos para trabajar. El trabajador, por su parte, se queda en propiedad de los frutos de su industria. Es de advertir que el jefe de la comuna está investido del poder suficiente para apreciar las capacidades y decidir, por tanto, las vocaciones y merecimientos de cada individuo.

La sociedad queda dividida y orientada por tres grandes clases: los sabios, los artistas y los industriales. El poder de los jefes se derivaría, no de sus investiduras, sino del reconocimiento de sus obras. Esto es, el nuevo lazo será el amor y no el miedo. Bajo esta jerarquía, cada hombre tomaría su lugar según su capacidad y cada capacidad sería ordenada en relación con sus obras. La humanidad no sería desde entonces más que una misma y única familia, y la tierra, un campo cultivado en común, pero cuyos frutos serían repartidos entre los cooperadores según una ley de justicia distributiva, quedando de este modo todo a decisión de los más capaces
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En el orden religioso, Saint-Simon imaginó una especie de teocracia universal. Pareciéndole que el origen de la mayor parte de los males humanos era la división entre lo espiritual y lo temporal, pensó que convenía depositar en las mismas manos ambos elementos. Por ello propuso la elección de un Padre que fusionara las influencias y la autoridad. La emancipación de la mujer y la igualdad de los sexos son dos principios que deben unirse, al no haber separación entre lo espiritual y lo material.

De 1830 a 1833 sus discípulos intentaron llevar a la práctica las doctrinas del maestro, predicando en una pequeña iglesia de París, donde representaban la más ridícula mascarada. No pudiendo sobrevivir a sus escándalos, tuvieron que dispersarse bajo silbidos y gritos de desprecio.


Publicado por TalCual, pág. 17, el jueves 4 de septiembre de 2007
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