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miércoles, 16 de julio de 2008

El club de los suicidas


Sabido es que los ingleses poseen clubes de las actividades más increíbles y de los gustos más rebuscados. R. L. Stevenson imaginó el de los suicidas.
Esta singular asociación se reúne todas las noches en una casa de apariencia muy común y sus desesperados miembros se ven de lo más felices tomando champán, fumando, riendo... salvo en algunas pausas siniestras.

Por la vanagloria de las acciones deshonrosas de que hacen gala algunos, cuyas consecuencias obligan a recurrir a la muerte, y que los demás oyen sin un gesto de reprobación, se puede deducir que los individuos de tal club no son muy decentes. Sus reuniones parecen reflejar un convenio tácito contra todos los juicios morales, como si al traspasar las puertas del Club disfrutaran ya de algunas de las inmunidades que se gozan en la tumba. Por eso constantemente brindan por sus memorias y por algunos suicidas célebres.

Hay socios activos y honorarios. Los activos, es decir, que buscan la muerte, tienen que ir todas las noches al Club hasta que la encuentren. Pero no se crea que viven desganados y lánguidamente. Por el contrario, sus últimos días tratan de pasarlos entre las más fuertes emociones. El miedo es el alimento de la vida que les queda. Lo obtienen, sobre todo, prolongando indefinidamente la incertidumbre.

El último acto de cada encuentro diario es como la misa. El altar –a cuyo alrededor se sientan expectantes los socios- es una mesa con tapete verde. El Presidente –especie de gran sacerdote de los mandatos del Club- toma entre sus manos una baraja y reparte las cartas, boca a bajo, para alargar más la espera y la angustia. Cada socio debe tomar una carta. La mayoría vacila antes de hacer su selección y todos los dedos tiemblan al volver las cartas sobre el tapete. Y no es para menos: quien reciba el as de picas deberá morir; el que obtenga el as de trébol será el ejecutor de la “muerte accidental”. Es el azar, pues, quien escoge la víctima y al victimario. En otros términos, en nombre del azar se matan unos a otros para evitarse las molestias del suicido... o porque son muy cobardes. Eso sí, admirablemente combinan emociones que son propias de la mesa de juego, del duelo y del circo romano.

La mayor parte de los socios actuales del Club Internacional de Suicidas son muchachos poéticos, idealistas. Gentes de Corea del Norte, Irán, Siria, Venezuela y Cuba lo integran como miembros activos. Como honorarios, hasta la fecha, se han inscrito algunos venidos de Bolivia y del Perú. No se sabe muy bien si se convertirán en miembros activos. Están a la espera de ver qué pasa. Pero desde ya se sabe que en plena juventud, en perfecta salud, se juegan sus tronos y no sólo sus vidas, sino también el porvenir de sus repúblicas.


Publicado por Tal Cual, pág. 19, el 29 de junio de 2006
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Los anabaptistas viajan a Utopía


Desde sus orígenes se relaciona el Cristianismo con las ideas socialistas. En la Edad Media, denuncia la propiedad privada como una consecuencia de la caída del hombre y considera un ideal la comunidad de bienes. Algunas órdenes ascéticas intentan llevar a la práctica este ideal, pero sin resultado práctico. Pero diferentes sectas heréticas incluyen, entre sus creencias, la propiedad en común. Los Waldenses en el siglo XII y los Apostólicos en el XIII son ejemplos. Sus éxitos estarán en el campo del centro europeo.

Fueron, sin embargo, derrotados sus seguidores en la guerra de los campesinos del siglo XVI. Pero las ideas comunistas no mueren. Con una fuerte base religiosa, perduran en los dogmas de la secta conocida como los Anabaptistas, sobre todo en los Países Bajos. Se consideraron heréticas sus doctrinas y se les acusó de prácticas licenciosas. Como consecuencia de ello, fueron perseguidos con toda dureza.

Hacia 1526 emigran los Anabaptistas en grandes masas a Moravia, donde sostienen una organización comunista durante un siglo. Desprecian la ciencia y conservan en gran estima el trabajo manual. Disfrutan en común la propiedad y proscriben la vida de familia. Organizan la sociedad en grandes agrupaciones domésticas, integradas por varios cientos de personas. Los jefes de estas comunidades conciertan los matrimonios entre sus miembros. Desde muy pequeños, y sin la elección de sus padres, los niños son puestos bajo un régimen severo de educación colectiva. Dirigido por una junta de ancianos, el gobierno de la comunidad es eminentemente democrático.

Los Anabaptistas consideran al Estado como un mal necesario. Lo obedecen si no hay conflicto entre las leyes y la conciencia. No juran en los tribunales ni desempeñan cargos públicos. Se oponen a la guerra y se niegan, con frecuencia, a empuñar las armas.

Después de sobrevivir a la persecución, en el siglo XVII los Quákeros y los Independientes resucitan sus doctrinas en Inglaterra y las llevan a las colonias de América.

Una facción de los anabaptistas, llamada Menonitas, vive en Manitoba, tierra baja de Bolivia. Con sus carros tirados por caballos, granjas de césped bien cuidado y campos sembrados hasta el horizonte de soya y sorgo, el asentamiento parece una versión tropical de Ohio o Pensilvania. Esa plácida impresión dura hasta que los agricultores locales empiezan a hablar de los temores por los planes de reforma agraria del presidente Evo Morales. Y es que no les gusta la utopía del presidente boliviano.


Publicado por TalCual el miércoles 5 de Diciembre de 2007, pág. 21
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