martes, 15 de julio de 2008

Viaje a Utopía



La vida nunca ha sido fácil. Abandonado por el Creador o por la naturaleza, el ser viviente debe buscarse su subsistencia. Y no es fácil hallarla. Porque, además, también él es subsistencia para otros seres, tan abandonados como él a sus propias fuerzas. De éstos deberá cuidarse.

En busca del alimento que posiblemente escaseaba, bajó del árbol un día el mono que sería hombre para nunca más regresar a las ramas. Correteando por la pradera, otro día alzó la cabeza y divisó el horizonte. Al día siguiente volvió a ver esa línea en que el cielo y la tierra parecen encontrarse. Igual pasó al otro día y al otro, al otro... Viendo esa línea que estaba a una carrera, decidió alcanzarla. En ese momento creó utopía y creyó en ella.

Utopía, término acuñado por Tomás Moro, viene de ou: no y tópos: lugar. Francisco de Quevedo lo tradujo por “no hay tal lugar”. Pero eso nunca lo aceptó el hombre, aunque lo haya comprobado muchas veces. Porque toda utopía está compuesta de dos aspectos: el purgativo y el aspirante. Por el primero, toda utopía es una limpieza del estado actual. Por el segundo, el hombre elabora un estado más lisonjero en el que pudiera vivir. Y el estado al que siempre regresa es al de la vida en manada, estadio primario.

Por lo anterior, frecuentemente aparecen los ideales comunistas. Las instituciones e ideas comunistas no son de origen reciente. Los pueblos de la Antigüedad tenían, con frecuencia, la propiedad en común. En Grecia, y especialmente en Esparta, persiste el comunismo hasta el final del período helénico. En su República Platón traza el cuadro de una Ciudad en donde hasta las mujeres y los niños pertenecen a la comunidad. Al aparecer el Cristianismo, se crea una sociedad en la que “todos los que creían estaban juntos y tenían las cosas en común; y vendían las posesiones y los bienes, y los repartían a todos, de acuerdo con lo que necesitaba cada uno” (Hechos, II, 44-45). En la Edad Media, la organización agrícola de los feudos, de las guildas en las ciudades y de las órdenes monásticas, encierran aspectos y caracteres del comunismo. En distintas partes del mundo se conservan, en la actualidad, huellas indudables del régimen comunista. En todos estos casos se abraza una concepción de cómo debiera ser la realidad.

Pero la tentativa utópica de alcanzar un estado ideal, sirviéndose para ello de la sociedad total, exige, por su carácter, un gobierno fuerte y centralizado de un corto número de personas. En consecuencia, debe conducir fácilmente a la dictadura. El autoritarismo tiene que silenciar toda crítica, pues la reconstrucción de la sociedad es una enorme empresa que debe acarrear perjuicios a mucha gente y durante un considerable espacio de tiempo. Por tanto, al ingeniero utópico no le quedará más remedio que hacerse sordo a las quejas y tener como política de Estado la supresión de las objeciones irracionales.

Publicado por TALCUAL, pág. 19, el 9 de febrero de 2007
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