viernes, 18 de julio de 2008

De cierta intolerancia



La intolerancia no es característica casual, sino necesidad derivada del derecho de toda sociedad de excluir de su seno a aquél que no se somete a sus normas y ordenanzas. Después de siglos de persecución furiosa en contra de los que se desviaban, la Inquisición pasó. ¿Pasó también la intolerancia de la Iglesia católica en contra de los que le son fieles? Leamos el Catecismo y entenderemos sus últimas actuaciones.

Dice sobre "Castidad y homosexualidad": “La Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural (sic). Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementación afectiva y sexual (sic). No pueden recibir aprobación en ningún caso”. Aunque los homexuales no eligen su condición, que es instintiva, deben, sin embargo, someterse a la castidad.

Si un homosexual creyente acepta estos argumentos de la Iglesia católica y decide renunciar a su condición sexual para alcanzar "la perfección cristiana", es su libertad. Pero el hecho no justifica la intolerancia eclesiástica para con él y con muchos otros que, como él, desean ser cristianos dentro de la Iglesia católica.

Otro índice de intolerancia es el referido a la decisión tan humana de divorciarse. La oposición es, incluso, a la separación decidida por ambos cónyuges. Y es que para la Iglesia "El divorcio es una ofensa grave a la ley natural" (sic)

Tampoco le gusta a la Iglesia la unión libre de un hombre y una mujer que deciden probar vida en común. Los distintos matices de esa unión libre son contrarios para la ley moral, pues "el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la unión sacramental".

Si esa intolerancia es para con la gente "del siglo", ¿qué esperar para los que deciden vivir "en religión"? La Iglesia católica impone a sus sacerdotes un estándar de pureza tan elevado, inalcanzable e inhumano, que una parte de ellos sólo son capaces de enfrentarse a él desde su propia derrota.

Pero en otro lugar se lee: "La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es dueño de la vida desde su comienzo hasta su término..." Sentado lo anterior, no podemos dejar de sonreír cuando la propia Iglesia justifica la pena de muerte: "La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar prejuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte..." Es comprensible: la Iglesia católica es gobernada por el Antiguo Régimen. Los Derechos Humanos todavía no fueron promulgados en el Vaticano. ¿O sí?


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Publicado por TalCual, página 13, el 3 de noviembre de 2003
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