Amigo lector, esta es una de ocho entradas que componen un libro.
En la VI encontrarás el índice.
LA INVESTIGACIÓN (2)
Si el método es camino, permítame, lector, decirle que habrá veces en que el trayecto exigirá tomar varios vehículos para poder recorrerlo, como avión, tren, autobús, taxi, moto, chalana para atravesar un río o caballo para ir por un sendero. De lo contrario, no se puede alcanzar el propósito. Y la metáfora debe servirnos para anunciar la necesidad de tener que emplear métodos especiales si se quiere ser creador y original en la tesis filosófica. ¿Cuáles le convienen? Eso no puedo contestarlo yo. Seguramente Ud. lo hará. Yo sólo le muestro algunos que debieran incitarlo a buscar los suyos. Los presentaré en orden alfabético según el nombre del autor que lo ilustrará. Así hablaremos de métodos empleados por Aristóteles, J. L. Austin, M. Beuchot, I. Copi, C. H. Jorge, N. Maquiavelo, E. Mayz, Platón, S. Rodríguez, J. G. Roscio, B. Russell, B. Spinoza, G. Vico, L. Wittgenstein. En otros términos, a continuación consideraremos el método de los antecedentes, la fenomenología lingüística, la hermenéutica analógica, la analogía y la definición, el método biográfico, el histórico y el fenomenológico, la división, la síntesis y el método por autoridad, la teoría de las descripciones y el método geométrico, el etimológico y el derivativo.
Comencemos con una
transcripción de una obra de Aristóteles:
LIBRO I
CAPÍTULO SEGUNDO
Que recoge y expone las doctrinas de otros filósofos
en torno al conocimiento
y al movimiento como
rasgos característicos
del alma
Puesto que estamos estudiando el alma se hace necesario (20) que
—al tiempo que recorremos las dificultades cuya solución habrá de encontrarse a
medida que avancemos— recojamos las opiniones de cuantos predecesores afirmaron
algo acerca de ella: de este modo nos será posible retener lo que dijeron
acertadamente así como tomar precauciones respecto de aquello que puedan haber
dicho sin acierto. El comienzo de la investigación, por otra parte, consiste en
proponer aquellas (25) propiedades que de
manera especialísima parecen corresponder al alma por naturaleza. Ahora bien,
lo animado parece distinguirse de lo inanimado principalmente por dos rasgos,
el movimiento y la sensación y ambas caracterizaciones acerca del alma son
aproximadamente las que hemos recibido de nuestros predecesores: algunos
afirmaron, en efecto, que el alma es primordialmente y de manera especialísima
el elemento motor. Y como, por otra parte, pensaban que lo (30) que no se mueve no puede mover a otro, supusieron que
el alma se encuentra entre los seres que se mueven. De ahí que Demócrito afirme
que el alma es un [404a] cierto tipo de fuego o
elemento caliente; siendo infinitos en número las figuras y los átomos,
concluye que los de figura esférica son fuego y alma y los compara con las motas
que hay en suspensión en el aire y que se dejan ver en los rayos de luz a
través de las rendijas; afirma que el conjunto originario formado por todos los
átomos constituye los elementos de la Naturaleza (5) en su totalidad (Leucipo piensa de manera semejante);
de ellos, a su vez, los que tienen forma esférica son alma ya que tales figuras
son especialmente capaces de pasar a través de todo y de mover el resto estando
ellas mismas en movimiento: y es que parten del supuesto de que el alma es aquello
que procura el movimiento a los animales. De donde resulta también (10) que la frontera del vivir se encuentra en la
respiración; en efecto, cuando el medio ambiente contrae a los cuerpos
empujando hacia el exterior aquellas figuras que —por no estar jamás en reposo—
procuran a los animales el movimiento, la ayuda viene de fuera al penetrar
otras semejantes en el momento de la respiración. Y es que estas últimas,
contribuyendo a repeler (15) la fuerza contractora y condensadora, impiden que se
dispersen las figuras ya presentes en el interior de los animales; éstos, a su
vez, viven hasta tanto son capaces de realizar tal operación.
Parece, por lo demás, que la doctrina
procedente de los pitagóricos implica el mismo razonamiento: efectivamente,
algunos de ellos han afirmado que el alma se identifica con las motas en
suspensión en el aire, si bien otros han afirmado que es aquello que mueve a
éstas. De éstas lo afirmaron porque se presentan (20) continuamente
en movimiento aunque la ausencia de aire sea total. A la misma postura vienen a
parar también cuantos afirman que el alma es lo que se mueve a sí mismo: es que
todos ellos, a lo que parece, parten del supuesto de que el movimiento es lo
más peculiar del alma y que si bien todas las demás cosas se mueven en virtud
del alma, ella se mueve por sí misma; conclusión ésta a la que llegan al no
haber observado (25) nada que mueva sin que esté a su vez en movimiento.
También Anaxágoras, de manera similar, afirma que el alma es la que mueve —e
igualmente quienquiera que haya afirmado que el intelecto puso en movimiento al
universo— por más que su afirmación no es exactamente igual que la de
Demócrito. Pues éste identificaba sin más alma e intelecto: la verdad es la
apariencia; de ahí que, a su juicio, Homero se expresó con justeza al decir que
Héctor yacía con la mente sin sentido (30). No recurre al intelecto como potencia relativa a la verdad,
sino que, por el contrario, sinonimiza alma e intelecto. Anaxágoras, por su
parte, se expresa con [404b] menos claridad: a menudo dice que el intelecto es la causa
de la armonía y el orden, mientras que en otras ocasiones dice de él que es el
alma, por ejemplo, cuando afirma que se halla presente en todos los animales,
grandes y pequeños, nobles y vulgares. No parece, (5)
sin embargo, que el
intelecto entendido como prudencia se dé por igual en todos los animales, ni
siquiera en todos los hombres.
Todos aquellos que se fijaron en el
hecho de que el ser animado se mueve supusieron que el alma es el motor por
excelencia. Los que se han fijado, sin embargo, en que conoce y percibe los
entes identifican (10) el alma con los
principios: si ponen muchos, con todos ellos, y si ponen uno sólo, con éste.
Así, Empédocles establece que el alma se compone de todos los elementos y que,
además, cada uno de ellos es alma cuando dice: Vemos la tierra con la
tierra, el agua con el agua, el divino éter con el éter, con el fuego el fuego
destructor, (15) el amor con el amor y el
odio, en fin, con el dañino odio.
También y de la misma manera construye
Platón el alma a partir de los elementos en el Timeo: y es que, a su
juicio, lo semejante se conoce con lo semejante y, por otra parte, las cosas se
componen de los principios. De manera similar se especifica, a su vez, en el (20) tratado denominado Acerca de la Filosofía, que
el animal en sí deriva de la idea de Uno en sí y de la longitud, latitud y
profundidad primeras, siendo el proceso análogo para todo lo demás. También, y
según otra versión, el intelecto es lo Uno mientras que la ciencia es la Diada:
ésta va, en efecto, de un punto de partida único a una única conclusión; el
número de la superficie es, a su vez, la opinión y el del sólido es la
sensación: se afirma, pues, que los números constituyen (25) las ideas en sí y los principios y, además, que
proceden de los elementos y que ciertas cosas se disciernen con el intelecto,
otras con la ciencia, otras con la opinión y otras con la sensación. Estos
números, por lo demás, son las ideas de las cosas. Y puesto que el alma les
parecía ser a la vez principio de movimiento y principio de conocimiento,
algunos llevaron a cabo una síntesis de ambos aspectos, afirmando que el alma
es (30) número que se mueve a sí
mismo. Discrepan, sin embargo, sobre cuáles y cuántos son los principios,
especialmente aquellos autores que ponen principios corpóreos [405a] y aquellos otros que los ponen incorpóreos; de unos y
otros discrepan, a su vez, los que proponen una mezcla estableciendo que los
principios proceden de ambos tipos de realidad. Discrepan además en cuanto al
número de los mismos: los hay, en efecto, que ponen uno sólo mientras otros
ponen varios.
De acuerdo con ellos todas estas
teorías dan cuenta del alma. Y no sin razón han supuesto que aquello que mueve
a la Naturaleza (5) ha de contar entre los primeros principios. De ahí
que algunos hayan opinado que era fuego: éste es, en efecto, el más ligero y
más incorpóreo de los elementos, amén de que se mueve y mueve primordialmente
todas las demás cosas.
Demócrito, por su parte, se ha
pronunciado con mayor agudeza al explicar el porqué de cada una de estas
propiedades: alma e intelecto son la misma cosa, algo que forma parte de los
cuerpos primarios e indivisibles (10) y que mueve merced a la pequeñez de sus partículas y su
figura; explica cómo de todas las figuras la mejor para el movimiento es la
esférica y que así son el intelecto y el fuego. Anaxágoras, a su vez, parece
afirmar que alma e intelecto
son distintos —como ya dijimos más arriba— si bien recurre a ambos como (15) si se tratara de una única naturaleza por más que
proponga especialmente al intelecto como principio de todas las cosas: afirma
al respecto que solamente él —entre los entes— es simple, sin mezcla y puro.
Pero, al decir que el intelecto pone todo en movimiento, atribuye al mismo
principio tanto el conocer como el mover. Parece que también Tales —a juzgar
por lo que de él se recuerda— supuso que el alma es un principio (20) motor si es que afirmó que el imán posee alma puesto
que mueve al hierro. Por su parte, Diógenes —así como algunos otros— dijo que
el alma es aire, por considerar que éste es no sólo lo más ligero, sino también
principio, razón por la cual el alma conoce y mueve: conoce en cuanto que es lo
primero y de él se derivan las demás cosas; es principio de movimiento en
cuanto (25) que es lo más ligero.
Heráclito afirma también que el principio es alma en la medida en que es la
exhalación a partir de la cual se constituye todo lo demás; es además lo más
incorpóreo y se encuentra en perpetuo fluir; lo que está en movimiento, en fin,
es conocido por lo que está en movimiento. Tanto él como la mayoría han opinado
que los entes se hallan en movimiento. Cercano a los anteriores es también, a
lo que parece (30), el punto de vista de
Alcmeón acerca del alma: efectivamente, dice de ella que es inmortal en virtud
de su semejanza con los seres inmortales, semejanza que le adviene por estar
siempre en movimiento puesto [405b] que todos los seres
divinos —la luna, el sol, los astros y el firmamento entero— se encuentran
también siempre en movimiento continuo. Entre los de mentalidad más tosca, en
fin, algunos como Hipón llegaron a afirmar que el alma es agua; su convicción
deriva, al parecer, del hecho de que el semen de todos los animales es húmedo;
este autor refuta, en efecto, a los que dicen que el alma es sangre, replicando
que el (5) semen no es sangre y sí
es, sin embargo, el alma primera. Otros, como Critias, han afirmado, por el
contrario, que el alma es sangre, partiendo de que lo más propio del alma es el
sentir y esto le corresponde al alma en virtud de la naturaleza de la sangre.
Todos los elementos han encontrado, por tanto, algún partidario, si exceptuamos
la tierra; nadie se ha pronunciado por ésta a no ser quien haya afirmado que el
(10) alma proviene de todos
los elementos o se identifica con todos ellos.
En resumidas
cuentas, todos definen al alma por tres características: movimiento, sensación
e incorporeidad. Cada una de estas características se remonta, a su vez, hasta
los principios. De ahí que los que definen al alma por el conocimiento hagan de
ella un elemento o algo derivado de los elementos coincidiendo entre sí en sus
afirmaciones a excepción de uno de ellos: afirman (15), en efecto, que lo semejante es conocido por lo
semejante y, puesto que el alma conoce todas las cosas, la hacen compuesta de
todos los principios. Por tanto, todos aquellos que afirman que hay una única
causa y un único elemento, establecen también que el alma es ese único
elemento, por ejemplo, el fuego o el aire; por el contrario, aquellos que
afirman que los elementos son múltiples, hacen del alma también algo múltiple.
Anaxágoras es el único en afirmar que el intelecto (20) es impasible y que nada tiene en común con ninguna
otra cosa: cómo y por qué causa conoce siendo de naturaleza tal, ni lo ha dicho
ni se deduce con claridad de sus afirmaciones. Por otra parte, aquellos que
ponen las contrariedades entre los principios construyen el alma a partir de
los contrarios, mientras que los que establecen como principio alguno de los (25) contrarios —por ejemplo, lo caliente o lo frío o
cualquier otro por el estilo— establecen también paralelamente que el alma es
sólo uno de los contrarios. De ahí que busquen apoyo en los nombres: los que
afirman que el alma es lo caliente pretenden que zên (vivir) deriva de zeîn
(hervir); los que afirman que el alma es lo frío pretenden que psyché (alma)
deriva su denominación de psychrón (frío) en razón del enfriamiento (katápsyxis)
resultante de la respiración.
Estas son las doctrinas transmitidas
en torno al alma así como las causas que han motivado el que (30) estos autores se expresen al respecto de tal manera.
Aristóteles. Acerca
del alma. Madrid: Gredos, Biblioteca
Básica Gredos.
Libera los libros. Traducción
de Tomás Calvo Martínez. Edición on line en
En el pasaje transcrito
se pueden leer los nombres de Demócrito y Leucipo, Anaxágoras, Homero, Empédocles,
Platón y, nuevamente, Demócrito y Anaxágoras, Tales, Diógenes (“así como
algunos otros”), Heráclito, Alcmeón, Hipón, Critias y Anáxagoras, este por
tercera vez, que serían los autores que antecedieron en el tratamiento del tema
que aborda el Estagirita. Pero para entender el método que proponemos, tenemos
que hablar de dialéctica (y lo haremos varias veces).
Señala L.A
Greenwood (Aristotle’s Nichomachean
Ethics. Book six. CUP, 1909) que dialéctica, en un
primer sentido, es una especie de juego intelectual muy útil como entrenamiento
mental de velocidad y sutileza. Aristóteles lo denominaba gymnastiké. El
método era esencialmente oral. Se empleaba entre dos personas que conversaban
-de ahí los términos dialéguesthai y dialektikós- sobre un tema
específico (tópic), aunque los dos “dialécticos” sostenían opiniones
contrarias acerca del tema en discusión. “El propósito de la discusión no era
saber cuál era la verdad realmente: no había, en verdad, un objeto en común,
sino que cada disputante intentaba probar que el otro estaba errado y que él
era el acertado”, remata Greenwood. La
pelea concluía cuando uno forzaba al otro a confesar que estaba en el error, o
a que confesara que estaba derrotado.
Veamos algo más de la dialéctica como
método en Aristóteles para entender el problema de los antecedentes.
Además de la inducción,
propone Aristóteles otro método para el conocimiento de los principios, método
que está muy vinculado con aquélla: la dialéctica, en el sentido aristotélico
del término, esto es, tal como el autor lo presenta en el libro I de los Tópicos. En la Ética a Nicómaco,
VII, 1, Aristóteles lo emplea a propósito de tres de sus principios más
importantes: eudaimonía, akrasía y hedoné.
El profesor F. Bravo -cuya
Ética y razón. Una aproximación a las
éticas de Aristóteles y G. E. Moore estoy siguiendo- ha explicado con mucha
claridad cómo se desenvuelve el proceso dialéctico. Podemos hablar de un terminus
a quo y de un terminus ad quem. Si en el razonamiento inductivo el
punto de partida es la percepción y la experiencia, en el proceso dialéctico el
punto de partida son las opiniones recibidas (ta éndoxa). Distingue
Aristóteles dos clases: a) las opiniones corrientes de la multitud (hoi
pólloi) y b) las opiniones de los filósofos -muy a menudo los platónicos-. Pero
esas opiniones deben ser reformuladas, tal como lo hace el método dialéctico,
para examinar su contribución a la verdad. Mas -se pregunta, con razón, el
profesor Bravo-, ¿tiene Aristóteles un verdadero respeto por los éndoxa?
¿Tiene el mismo respeto que Moore por el “sentido común”? La actitud de
Aristóteles es más problemática y diferenciada de lo que parece, sobre todo cuando
se trata de opiniones corrientes, “pues considera que la masa se manifiesta profundamente
esclava, al hacer del placer su aspiración dominante y optar, así, por una vida
de animales (EN, I, 5), aunque ello no le impida asumir el fondo de
verdad que hay en ese género de vida e incluir el placer, tal como él lo concibe,
en el bien supremo del hombre”.
El examen de los éndoxa,
desde el punto de vista metodológico, no es casual en Aristóteles, sino
sistemático. Basta leer EN: I, 4-6, a propósito de felicidad; VII,1, en relación
con la incontinencia, y VII,11, a propósito del placer. Para ese examen,
Aristóteles suele servirse de ciertos tópoi -lugares comunes-, modelos
de razonamiento que él ha examinado en los Tópicos, libro I, entre los
capítulos 13 y 18. En esos lugares, Aristóteles trata de mostrar cómo una
opinión puede ser atacada o cualificada con el fin de volverla aceptable, o
también cómo se puede resolver una aporía suscitada por dos opiniones
contrarias entre sí. Entre los tópoi más importantes están 1) la
distinción entre esencial y accidental y 2) la ‘oposición’, tópos “utilizado
por Eudoxo para mostrar que el placer, al ser lo opuesto del dolor, que es
malo, tiene que ser bueno”.
La importancia del
método dialéctico para el descubrimiento de los principios se ve, sobre todo,
en el empleo que el autor hace prácticamente de este método: 1º en la aproximación
al concepto de “felicidad”; 2º en la confirmación de su definición. En efecto,
la búsqueda de la definición de felicidad comporta los siguientes momentos:
1. planteamiento del
problema (I, 4,1095a);
2. opiniones: a)
corrientes (I,4-5), b) filosóficas (I,6).
3. doctrina aristotélica de “felicidad”, cuyo fondo son
las opiniones examinadas (I,7);
4. confirmación dialéctica; aquí, una vez más, recurre Aristóteles a los éndoxa (I,8) para mostrar cómo su doctrina está muy cercana de esas opiniones.
Destaca el profesor
Bravo que, en el proceso de clarificación de los principios, el examen
dialéctico de los éndoxa es de capital importancia, pues cumple una
doble función: por un lado, es punto de partida para el descubrimiento de la
mejor hipótesis en el establecimiento de los primeros principios; por otro
lado, ese examen es un punto de referencia para explicar y consolidar la mejor
hipótesis establecida.
Con esto, lector, se puede entender mejor el método de los antecedentes
que tiene que ser considerado dentro del más general que llamamos dialéctica.
Método de la fenomenología lingüística
Para la presentación de este método, nadie
mejor que su creador, J.L Austin (1911-1960).
Anotamos un pasaje de su Alegato en pro
de las excusas:
Supongamos, entonces, que nos proponemos investigar
las excusas. ¿Cuáles son los métodos y los recursos con los cuales contamos
desde un principio? Nuestro objeto es imaginar la variedad de situaciones en
las cuales proferimos excusas y examinar las expresiones que en ellas usamos. Si
tenemos una imaginación vívida, así como una amplia experiencia con la
negligencia, llegaremos lejos; sólo necesitamos un sistema; no sé cuántos de
ustedes tengan una lista de los distintos tipos de tonterías que han hecho. Es
aconsejable recurrir a recursos sistemáticos de ayuda, los cuales podrían ser,
por lo menos, tres. Los enumero en orden de su disponibilidad para cualquier
lego.
Primero, debemos utilizar un diccionario –uno conciso
podría servir, pero es menester decir que se le usará con minucia-. Se sugieren
dos métodos, ambos un poco tediosos pero productivos. Uno consiste en leer el
diccionario, haciendo una lista de todas las palabras que resulten importantes;
esto no toma tanto tiempo como muchos suponen. El otro, en comenzar con una
amplia selección de los términos obviamente relevantes y buscar cada uno de
ellos en el diccionario: se encontrará que, en la explicación de los varios
significados de cada uno, un número sorprendente de otros términos se dan cita,
relacionados, si bien no en todos los casos, como sinónimos. Entonces,
revisaremos cada uno de éstos, incluyendo cada vez más en nuestra bolsa de
definiciones y, a medida que avancemos, será claro que el círculo comienza a
cerrarse hasta estar completo; y en este punto, no daremos más que con
repeticiones. Este método tiene la ventaja de agrupar los términos en conjuntos
convenientes –pero, por supuesto, un buen trabajo dependerá de nuestra
comprensión de la selección inicial.
Al trabajar con el diccionario, es interesante
encontrar que un porcentaje elevado de términos ligados a las excusas muestran
ser adverbios, un tipo de palabra que no ha gozado de tantas miradas
filosóficas como el sustantivo, el adjetivo o el verbo; esto es natural pues,
como ya hemos mencionado, el tenor de muchas excusas es el de “Yo lo hice pero
sólo de una manera no llana como esa”, es decir, el verbo necesita modificarse.
Además de los adverbios, hay palabras de todo tipo, incluyendo numerosos
sustantivos abstractos, como “concepto erróneo”, “accidente”, “propósito” y
otros de este tipo; y algunos verbos, los cuales poseen posiciones clave para
agrupar las excusas en clases a un nivel elevado (“no poder ayudar”, “no
pretender”, “no caer en la cuenta”, “intentar”, “pretender”). En conexión con
los sustantivos, otra clase desatendida de palabras resulta prominente: las
preposiciones. No sólo es importante, de manera considerable, qué preposición,
de las muchas que hay, es utilizada con un determinado sustantivo, sino también
qué preposiciones merecen ser estudiadas por sí mismas. Para la pregunta
sugerida “¿Por qué los sustantivos están en un grupo gobernado por ‘bajo’, en
todo por ‘sobre’, e incluso en otro por ‘por’ o ‘desde’, ‘que’ o ‘con’?”,
resultaría decepcionante si se prueba que no existe razón para la existencia de
estos grupos.
Nuestro segundo recurso sería, por supuesto, la ley.
Ésta nos proveería de una inmensa cantidad de casos encontrados y de una lista
útil de alegatos reconocidos, así como de análisis profundos de ambas. Nadie
que pruebe esta fuente podrá tener la duda, me parece, de que la ley común, y
en particular la ley de penal, es la más provechosa fuente. El crimen y la
propiedad contribuyen con algunas adiciones, pero el judicial es más
comprensivo y flexible. Incluso en lo referente al delito, rama dura y antigua
de la ley, es necesario tener mucha precaución con los argumentos del abogado y
las decisiones de los jueces; siendo tan agudos como son, siempre debe tenerse
en cuenta que, en los casos legales, existe el requerimiento fundamental de que
una decisión sea tomada, una decisión blanca o negra –culpable o no culpable-
para el demandante o el defensor.
Hay el
requerimiento fundamental de que un cargo o acción, así como las declaraciones,
se fundamenten en los procedimientos que, durante el curso de la historia, han
sido aceptados por las cortes. Éstos son sólo unos cuantos estereotipos, en
comparación con las acusaciones y defensas de la vida cotidiana. Además, muchos
tipos de discusiones se encuentran más allá de la ley; son triviales o puramente
morales -por ejemplo, la falta de consideración. Existe el requerimiento
general de que argumentemos tomando como base las decisiones judiciales. En la
ley, esto posee un valor incuestionable, aunque puede conducir, ciertamente, a
la distorsión de expresiones ordinarias.
Por
razones como estas, conectadas y enraizadas en la naturaleza y la función de la
ley, los abogados y los juristas son tan cuidadosos en dar a nuestras
expresiones cotidianas los significados y aplicaciones ordinarias. Hay defensa
y evasión, hay exageración y encierro, además de la invención de tecnicismos o
de sentidos técnicos para términos cotidianos. Aun así, es una sorpresa continua
el descubrir cuánto hay que aprender de la ley. Hay que añadir que si una
distinción trazada es lógica, aunque aún no esté reconocida por la ley, un
abogado debe tomar nota de ella; no hacerlo resultaría peligroso –su oponente
podría hacerlo-.
Finalmente, la tercera
fuente es la psicología, en la cual incluyo los estudios antropológicos y del
comportamiento animal. En este punto, hablo aún con mayor temor que en el caso
de la ley. Pero, por lo menos es claro que algunas variedades de
comportamiento, algunos modos de actuar o algunas explicaciones de la puesta en
práctica de ciertas acciones, las cuales son tomadas en cuenta y clasificadas
por la psicología, no han sido observados aún por los hombres ordinarios ni
encuentran lugar en el lenguaje común; ello hubiera ocurrido si estos modos de
actuar contaran con mayor importancia práctica. Existe un verdadero peligro en
el desprecio de la jerga psicológica, al menos cuando ésta intenta
complementar, y algunas veces suplantar, el lenguaje de la vida ordinaria.
Con estos recursos y con la ayuda de la imaginación, será difícil que no lleguemos al significado de un gran número de expresiones y a la clasificación de una buena cantidad de acciones. Entonces podríamos comprender claramente mucho de lo que, anteriormente, sólo usábamos ad hoc. Debo agregar que la definición, la definición explicativa, debe encontrarse entre nuestros principales objetivos: no es suficiente mostrar cuán hábiles somos mostrando cuán oscuro es todo. La claridad, lo sé, tampoco es suficiente; tal vez llegará el momento en que nos involucremos en ello, cuando estemos a una distancia que permita ver con claridad lo conseguido hasta ese punto.
AUSTIN, J.L. Un alegato en pro de las excusas. Emilio García Cuevas en http://acefalosilencioso.blogspot.com/2009/10/john-langshaw-austin-un-alegato-en.html
En resumen, Austin propone 1) imaginar variedad de situaciones, 2) hacer uso del diccionario (confeccionando listas de
palabras y seleccionando los términos más relevantes), 3) abocarse al estudio
de la ley para encontrar alegatos
reconocidos y análisis profundos de ellos
y 4) ir a la Psicología y a
los estudios antropológicos y de comportamiento animal.
Digamos algo sobre el final de lo resumido. Piratear en aguas de la Psicología, Antropología –como quiere Austin-, el Derecho, Física, Química, Biología, Ciencias sociales, Etimología -e, incluso, de la Matemática, que tanto influyó en el pensamiento de J. D. García Bacca de donde obtuvo sus términos de ‘finito’, ‘infinito’ y ‘transfinito’- no está prohibido. Es más, desde antiguo se ha venido haciendo. Como usted, lector, muy bien sabe ciencia y Filosofía durante mucho tiempo vivieron en la misma casa, pero se divorciaron. Ya el viejo Platón señalaba que la Filosofía únicamente podía llegar a ser ‘opinión verdadera’ y no ‘ciencia en sentido estricto’. La razón es muy simple –digo yo- porque ambas esferas del conocimiento se sirven de dos tipos de verdad, la verdad por correspondencia, en el caso de la mayor parte de las ciencias, y la verdad por coherencia, en el caso de la Filosofía. Por esa razón Husserl quiso restituir la segunda a su estatus original. (Para estas distinciones, consulte nuestra obra El cantar del optimista).
Método de la hermenéutica analógica
En este apartado queremos que el propio
promotor del método anunciado nos diga en qué consiste. El artículo siguiente
es bastante explícito. Si el tesista
siente que puede ayudarle en su trabajo de investigación, no dude en ir a las
obras que el autor menciona en el primer párrafo y profundizar en el
conocimiento de tal método y, sobre todo, en su aplicación.
Mauricio
Beuchot
"Hermenéutica
analógica y crisis de la modernidad"
Introducción
Crisis de la razón. Crisis de sentido y de valores. Así se ha marcado nuestro tiempo, ahora designado como crisis postmoderna. ¿Cómo sacar lección y moraleja de esta postmodernidad, sin incurrir en el relativismo que muchos de sus seguidores exhiben? ¿Cómo evadir la cerrazón del positivismo sin caer en el desorden anárquico de muchos epistemólogos nuevos? Esta preocupación ha deparado el surgimiento de la hermenéutica analógica expuesta detalladamente en mis trabajos Posmodernidad, hermenéutica y analogía (1996); Tratado de hermenéutica analógica (1997); y Perfiles esenciales de la hermenéutica (1998) , que trata de ponerse en el límite entre el univocismo positivista y el equivocismo relativista. Esa hermenéutica (aunque igual podría ser una pragmática) quiere ser una respuesta a la crisis en la que nos debatimos hoy en día, sobre todo en las ciencias humanas.
¿Hermenéutica analógica?
La hermenéutica analógica es, primeramente, un
intento de ampliar el margen de las interpretaciones sin perder los límites; de
abrir la verdad textual, esto es, la de las posibles lecturas de un texto, sin
que se pierda la posibilidad de que haya una jerarquía de acercamientos a una
verdad delimitada o delimitable. Es un intento de respuesta a esa tensión que
se vive ahora entre la hermenéutica de tendencia univocista, propia de la línea
positivista, y la hermenéutica equivocista de línea relativista, ahora
postmoderna. La tendencia univocista, representada por muchas actitudes
cientificistas, se ha mostrado en intentos de un lenguaje perfecto, de una
ciencia unificada, etc. Todo ello se ha puesto en grave crisis; brota, pues, la
necesidad de revisarlo y de mitigarlo. Dentro de la misma filosofía analítica
se ha visto esa matización, en pensadores como Chisholm, Putnam y otros. Pero
dentro de esa misma corriente de pensamiento ha habido reacciones excesivas,
como la de Davidson y, más claramente, Rorty, quien ha renegado de la
epistemología analítica, y ha caído en un escepticismo que se me antoja muy
grave.
Como introyección de esa crisis, pero por otros
caminos distintos, el pensamiento postmoderno ha llegado a un escepticismo
parecido, y a veces más grande, ya en franco camino del nihilismo. Eso ha
provocado que se sienta un clima de desengaño de la filosofía. Esto se puede
encontrar en la tensión que señala el filósofo cubano-estadounidense Ernesto
Sosa entre lo que él llama la filosofía risueña y la filosofía en serio.
Pero, dado que el hombre es difícil para el
equilibrio, y tiende fácilmente a los excesos, se ha oscilado entre el
univocismo y el equivocismo. Ciertamente algunos han llegado a esa situación no
como reacción postmoderna contra la modernidad, sino por su propio desarrollo,
premisas y curso, pero la mayoría se ve que ha llegado a él como manifiesto de
anti-modernidad. Dada esa dolorosa tensión entre la univocidad y la
equivocidad, se presenta como coyuntura la analogía, colocada entre el
univocismo de la modernidad y el equivocismo de la postmodernidad. (Como es
comprensible, al distinguir "la modernidad" y "la
postmodernidad", hago una abstracción forzada y ruda ya que habría que
matizar muchas tonalidades dentro de una y otra; pero permítaseme esta
generalización burda, en aras de la brevedad cada quien sabrá matizar estas
nociones). Lo veo como una buena alternativa; no sólo porque tengo la
convicción de que la analogicidad ayudará a sintetizar las tensiones
modernidad/postmodernidad, sino porque estoy persuadido de que la analogicidad
está en la entraña misma del conocimiento humano.
Eso hace que sea indispensable revivir la mentalidad
analógica en la hermenéutica y otros campos. Es necesario centrar y modelar las
fuerzas en tensión, y lograr un equilibrio (no estático, sino dinámico) entre
la pretensión de univocidad y la disgregación de la equivocidad, una
integración. No puede tratarse de una suavización o ablandamiento baladíes de
la exigencia epistemológica, en el sentido de relajación. Hay que tratar de
preservar lo más que se pueda del impulso hacia el rigor y la univocidad; pero
catalizarlo con la admisión de la tendencia al equivocismo, sin caer en él,
sino sujetándolo por la analogicidad. En esta tensión reside la hermenéutica
analógica. Ella responde a la pregunta por su caracterización.
De esta manera se tendrá una epistemología sensata.
Una epistemología cargada de una modestia y humildad que eviten todos aquellos
proyectos -o ilusiones, más bien- de conocimiento completamente claro y
distinto (sobre todo en las ciencias humanas), los cuales, con sus fracasos,
han mostrado que tiene que llegarse a una moderación. Pero igualmente ayudará a
mostrar moderación en la renuncia a esos proyectos y expectativas. Que también
en la derrota se eviten los excesos. Después de una crisis es cuando mejor se
puede levantar cabeza. Va a ser la mejor manera de replantearse el alcance y
los límites del conocimiento, de nuestra apropiación de la verdad, como señala
A. Velasco Gómez, en su artículo "La hermeneutización de la filosofía de
la ciencia contemporánea”.
La analogía se presenta sobre todo como procedimiento dialógico o de diálogo, ya que sólo a través de la discusión que obliga a distinguir se captan la semejanza y, sobre todo, las diferencias. Pero también en el sentido de tensión de opuestos, de lucha de contrarios, ya que la analogía introduce en el seno del concepto o del término ese juego y rejuego de semejanza y distinción que están poniendo en acción la diferencia y la oposición. Es algo que ya habían visto el Maestro Eckhart y Nicolás de Cusa.
La crisis de la modernidad
El sueño de la razón engendra monstruos, dice uno de
los dibujos a los que Goya puso el nombre de "Caprichos". Y es verdad.
La razón sola, dormida, sin las demás virtudes, lo hace. Fue, por cierto, una
cosa muy propia de la modernidad el ver la razón como muy desligada de otros
aspectos (afectivos, morales, etc.) del hombre. Se olvidó la noción de
"razón recta" de la ética de la Edad Media, la cual no era la razón
sola, entendida como pura discursividad o cumplimiento de reglas de inferencia
o argumentativas, sino como la razón animada por algo más, que era el deseo o
la intención de hacer el bien. Pero esto desaparece al fin de la Edad Media,
con Ockham y Marsilio de Padua, y al principio de la modernidad, en el
Renacimiento, con Maquiavelo. En efecto, Maquiavelo habla ya de una
racionalidad fría, calculadora, estratégica. Lo que Habermas en su texto
Perfiles filosófico-políticos llamará la razón instrumental.
Por eso muchos de los postmodernos ven con recelo la
razón, e insisten en que hay que vincularla con (y a veces suplirla por) otras
dimensiones del hombre: la pasión, el deseo, la voluntad, etc. Tal vez esto es,
en parte, muy justo, ya que se refieren a la razón moderna, olvidadiza de todos
los otros aspectos humanos, desligada de ellos, y tratan de volver a encontrar
esa vinculación. Incluso con la fe, con el mito, y otras cosas. Pero no parece
que haga falta renunciar a la razón, y suplirla por otra de las facultades o
dimensiones antropológicas. De lo que se trata es de vincularla con ellas,
volver a la conciencia de que pensamos con todo el hombre. Una visión más
holística del pensar, de la razón como no sola, sino acompañada. Para que no
engendre sus monstruos.
Y aun faltaría acompañarla con los otros, en el
diálogo, en la búsqueda, de manera que no únicamente no engendre monstruos,
sino que pueda engendrar algo bueno. Y eso es solamente por la compañía con el
otro, con los otros. Se hace en compañía con los demás, en la producción y
creación solidaria de los pensamientos.
Son comprensibles, pero habría que tener cuidado con
ellas, algunas expresiones en que muchos postmodernos se ven sobrecogidos por
el miedo a la falsa y mala univocidad. Se preguntan con qué derecho se puede
juzgar a otra cultura, desde la cultura particular propia. Aunque no sea de
manera absoluta, este enjuiciamiento tiene que ser posible, so pena de dejar
que toda cultura sea válida, se trate de la que sea, y podría darse sin que
pudiéramos evitarlo el que una cultura aniquilara a otra, y tendríamos que
permitirlo; sería válido. Tienen que ponerse límites al pluralismo. Desde la
perspectiva particular se puede acceder a una verdad que la trascienda. Por
supuesto que no como imposición de esa perspectiva unilateral, sino como
atención e intento de comprender a los demás, y sacando de los que entran en
juego aquellos valores y principios que se compartan y se tengan en común. El
pluralismo es un ideal regulador, pero se da en lo concreto.
Algo que tenemos que asumir teórica y prácticamente
es un aspecto de la solución al problema del pluralismo. Se trata de la idea de
una verdad encarnada, de una universalidad que se da en los particulares, que
no existe desligada de los individuos. Yo la llamaría una universalización a
posteriori, respetuosa de las diferencias y que toma inicio en ellas, viendo
qué puede reunir de los anhelos de los hombres, no imponiéndoles un paradigma o
cultura a priori, que es lo que siempre se ha hecho. Más bien hay que ver qué
cosas se pueden elevar a una abstracción o universalización vivas y dinámicas.
Y algo muy importante: a diferencia de lo que dice Habermas, creo que eso no se
logrará sólo por el diálogo razonable, sino sobre todo por el respeto y la
solidaridad. Siempre se trata de un reconocer dentro de ciertos límites; no se
puede aceptar todo (eso sería autorrefutante), y es lo que llamo un universal
mitigado, a posteriori y análogo. (Curiosamente, la analogía se parece a la
figura retórica del quiasmo, como bien puede deducirse del estudio que M. T.
Ramírez hace en su texto intitulado El quiasmo. Ensayo sobre la filosofía de M.
Merleau-Ponty).
De hecho, la analogía, el razonamiento analógico -que
es su mayor aplicación- es un procedimiento a posteriori, que consiste en pasar
de lo conocido a lo desconocido, de los efectos manifiestos a las causas que se
nos esconden. Es de tipo abductivo. Es partir de algo pequeño o fragmentario,
como en el ícono, y pasar al todo, ser remitido a la totalidad; ni siquiera por
el esfuerzo propio de la abstracción, sino por la misma fuerza abstractiva que
ya trae de suyo el signo icónico, que así nos lanza en epagogé y apagogé, que
nos conduce. Es pasar de lo que se tiene a lo que no se tiene. Así, pasamos de
nuestro marco conceptual, de nuestra cultura, a otra, de la cual vamos
apropiándonos paulatinamente. Es parecido al procedimiento de universalización
que ejerce Kant, y que tiene como diferencia el que tiene ya recursos a priori
y no es tan a posteriori como el nuestro (que también debe tener sus a prioris
y sus presupuestos, sus condiciones de posibilidad). La universalidad depende
aquí de la traducción, pues la universalidad que se alcance será proporcional a
lo que podamos traducir para el otro. Por eso no puede ser una universalización
unívoca, que abarque indiferenciadamente, sino de manera matizada. Es, además,
una universalización hipotética, y por ello no se puede extender o generalizar
sin más a todos los afectados, tiene que matizar.
En efecto, la universalización analógica (e icónica) tiene un momento hipotético o abductivo. Se gesta en el seno de la cultura, con la que uno dialoga, por eso requiere del diálogo, una abstracción no solipsista o monológica. Es el resultado de todas las intencionalidades de la propia cultura, que se polariza, concreta y sintetiza como en un punto en nuestro acto de universalización. Esta es su iconicidad, su carácter icónico, preñado y suspendido, virtual. Y, como es nuestro, ya en el caso de nuestros compañeros de cultura, es diversificación, analogía. Mucho más cuando se aplica a otras culturas. Y es que se requiere la analogización inclusive para decir hasta dónde llega una cultura y comienza otra. Pues los límites no son precisos, se entremezclan, viven el mestizaje. Los periodos de transición, los espacios limítrofes no son tan claros. Y tiene que aplicarse la analogía (y la iconicidad) para poder señalarlos.
La analogía como salto categorial que evita el error categorial
Es preciso desentrañar los vínculos, a veces
crearlos, entre la epistemología, la ética y la ontología; como es necesario
desentrañar las intuiciones que tuvieron los hombres de pensamiento, para poder
comprender lo que exponen de manera ya argumentativa. Intuiciones difíciles:
difíciles de ponderar, a veces también difíciles de argumentar; pero exhibiendo
una verosimilitud que impresiona. Se prestan estas relaciones o vínculos a
través de la relación y el vínculo con el otro. El otro análogo, no el otro
casi equívoco y misterioso de Lévinas, ni el otro que se ansía unívoco, como en
Habermas y Apel.
Hay un fenómeno curioso. Lo que Bachelard llama
"ruptura epistemológica", y Gustavo Bueno "cierre epistémico o
categorial". Todos lo hemos sentido algunas veces. Hay un momento en el
que el discurso llega a un límite y parece romperlo, y lo que hay es una
colocación entre los dos lados del límite. Algo se conserva de una de las
partes y se rompe o se reinventa en la otra. Hay un aspecto que se conserva
familiar, y otro aspecto que irrumpe como algo desconocido, inquietante, como
algo unheimlich -según decía Freud-, esto es, no hogareño, y que algunos
traducen como "siniestro". Es lo que está del lado izquierdo, de lo
zurdo, de lo absurdo (a lo que también a veces hay que asomarse, o visitarlo,
como lo hizo Alicia, cuando pasó al otro lado del espejo. Pero hay que sacarlo
de lo absurdo, reducirlo -a veces no sin violencia- a lo comprensible.)
El modo de conocimiento se hace, entonces, por así
decirlo, mestizo de las dos formas, las dos que quedan adheridas a cada una de
las caras del límite que las demarca. Esa intuición, esa ruptura discursiva,
ese cierre categorial (incluso con peligro de error categorial, que es lo que
caracteriza a la analogía) nos colocan entre los dos lados del cerco que se
cierra. Momento limítrofe, que entronca con lo eterno, y hace entroncar lo
nuevo con lo ya dicho, casi ya visto (déjà vu), pero siempre nuevo y siempre
distinto. Es la experiencia del límite analógico.
Puede concederse casi sin dudar que no hay un metasistema que englobe a todas las culturas y dé razón de ellas. Pero también es posible conceder que desde la propia cultura -sin brincar a un metasistema inalcanzable, por inexistente, y sin tener que erigir a la propia cultura como totalmente universal, porque no es cierto- se pueden juzgar las demás culturas. De manera dia-filosófica, no meta-filosófica. Por analogía. Para comprender algo no hace falta tener que vivirlo (como decía Ortega y Gasset: para estudiar al pato no hace falta ser pato) ni siquiera recordarlo (podemos condenar los campos de concentración sin haber estado en ninguno de ellos), ni compartirlo idealmente; basta con poder compartirlo de manera analógica, proporcional, por acercamiento icónico al paradigma o modelo que se nos muestra de ello. Así, podemos acercarnos (según cierta gradación) a la comprensión de otras culturas y a la capacidad de evaluar sus cosas buenas y malas, corregir las malas y compartir con ellas nuestras cosas buenas. Eso se da en el quiebre categorial, en el horizonte epistémico, en el límite analógico de las vivencias que se pueden acercar siempre más y más, aunque nunca coincidan.
Conclusión: hacia una esperanza
Crisis saludable, el impasse en el que se encuentra
la epistemología actual puede ser muy aleccionador. Puede brindarnos la
advertencia de que los proyectos univocistas no han sido capaces de seguir
adelante, pero que no por ello hemos de caer en programas y aventuras equivocistas.
La analogía puede albergar en su seno tanto la metonimia como la metáfora. Esto
es, la metonimia, que es el paso de los efectos a las causas, de las partes o
fragmentos al todo, o de los individuos a los universales. Y también la
metáfora, que es la translación de sentidos y referencias, o la tensión entre
el sentido literal y el sentido figurado, translaticio. Si sabemos sujetar
ambos polos en su misma tensión, a saber: el de lo metonímico sin perder la
capacidad de la metáfora, y el de lo metafórico sin abandonar la posibilidad de
reconducir los fragmentos al todo, como es lo propio de la iconicidad, podremos
reedificar lo que ha quedado frente a nosotros en esta llamada "época del
fragmento".
Mauricio Beuchot (2003). "Hermenéutica analógica
y crisis de la
modernidad" en
Biblioteca virtual universal.
Edición on line.
El método
anterior, desarrollado por Mauricio Beuchot, es una variante de la tradicional
analogía. Nadie mejor que un exitoso profesor de Lógica para que nos explique
qué es y qué estimación podemos esperar de la validez de este tipo de
razonamiento. Transcribimos algunos pasajes de una de sus obras más difundidas
publicada por primera vez en 1953: Introducción
a la lógica.
CAPITULO XI
LA ANALOGÍA Y LA INFERENCIA PROBABLE
EL RAZONAMIENTO POR ANALOGÍA
/…/ La analogía
constituye el fundamento de la mayoría de nuestros razonamientos ordinarios en
los que, a partir de experiencias pasadas, tratamos de discernir lo que puede reservarnos
el futuro. La conducta del niño que alguna vez se ha quemado del fuego se basa
en algo muy similar a una inferencia analógica, si bien claro está, no se
expresa en un razonamiento formulado explícitamente.
Ninguno de estos razonamientos es seguro, o
demostrativamente valido. Ninguna de sus conclusiones deriva por necesidad
lógica de sus premisas. Lógicamente, es posible que lo ocurrido a los
trabajadores manuales hábiles no ocurra a los trabajadores intelectuales
hábiles, que la Tierra sea el único planeta habitado, que los nuevos zapatos no
den buen resultado y que el último libro de mi autor favorito me parezca
intolerablemente insípido. Inclusive, es lógicamente posible que un fuego pueda
quemar y otro no. Por consiguiente, ningún razonamiento por analogía pretende
ser matemáticamente seguro. Los razonamientos analógicos no pueden clasificarse
como válidos o inválidos. Todos lo que se pretende de ellos es que tengan una
cierta probabilidad.
/…/ No es difícil definir la “analogía” en cualquiera de
sus usos. Trazar una analogía entre dos o más entidades es indicar uno o más
aspectos de ella en los que son similares. Esto explica qué es una analogía,
pero subsiste el problema de caracterizar el
razonamiento por analogía. Podemos enfocar este problema examinando un
razonamiento analógico en particular y analizando su estructura. Tomemos el más
simple de los ejemplos citados hasta ahora, el razonamiento según el cual mi
nuevo par de zapatos me dará buen resultado porque mis zapatos viejos,
comprados en la misma tienda, me dieron buen resultado. Las dos cosas que
consideramos similares son los dos pares de zapatos. Hay tres puntos de
analogía implicados aquí. Los aspectos en los cuales se dice que las dos
entidades se asemejan son: primero, en que son zapatos; segundo, en que han
sido comprados en la misma tienda; tercero, en que dan buen resultado. Sin
embargo, los tres puntos de analogía no desempeñan idéntico papel en el
razonamiento. Los dos primeros aparecen en las premisas, mientras que el tercero
es afirmado por la conclusión. El razonamiento mencionado puede describirse,
pues, en términos muy generales, como un razonamiento en el que las premisas
afirman la similaridad de dos cosas en dos aspectos y la conclusión afirma que
son también similares en un tercer aspecto. Claro está que no todos los
razonamientos analógicos se refieren exactamente a dos cosas, o exactamente a
tres aspectos diferentes /…/. Pero, dejando de lado estas diferencias
numéricas, todos los razonamientos analógicos tienen la misma estructura o
esquema común. Toda inferencia analógica parte de la similaridad de dos o más
cosas en uno o más aspectos para concluir la similaridad de esas cosas en algún
otro aspecto.
Esquemáticamente, si a, b, c y d son ‘entidades’ cualesquiera, y P, Q y R son propiedades o 'aspectos' cualesquiera, puede representarse la forma de un razonamiento analógico de la manera siguiente:
a, b, c y d tienen todos
las propiedades P y Q.
a, b y c tienen todos la
propiedad R.
Luego d tiene la propiedad N.
LA ESTIMAClÓN DE LOS RAZONAMIENTOS ANALÓGICOS
Si bien ningún razonamiento por analogía puede ser 'válido',
en el sentido de que su conclusión se deduzca de sus premisas por necesidad
lógica, algunos de ellos son más convincentes que otros. Los razonamientos
analógicos pueden ser estimados sobre la base de la mayor o menor probabilidad
con que establecen sus conclusiones. En esta sección discutiremos algunos de
los criterios que se aplican a los razonamientos de ese tipo.
El primer criterio importante para la apreciación de un
razonamiento analógico es el número de entidades entre las cuales se afirman
las analogías. Este principio se halla profundamente arraigado en el sentido
común. Si yo le aconsejo no enviar sus camisas a una determinada lavandería
porque yo una vez mandé una, y volvió arruinada, Ud. puede responderme que eso
es "sacar conclusiones apresuradas" y que quizá se les deba dar otra
oportunidad. En cambio, si le doy el mismo consejo y lo justifico relatando
cuatro ocasiones diferentes en que ellos hicieron un trabajo poco satisfactorio
con mi ropa y, además, informo que nuestros amigos comunes Jones y Smith eran
también clientes de la lavandería con los mismos malos resultados, estas
premisas sirven para establecer la conclusión con mucho mayor probabilidad que
el primer razonamiento, el cual mencionaba solamente un caso. No debe pensarse,
sin embargo, que exista alguna relación numérica simple entre el número de
ejemplos y la probabilidad de la conclusión. Si solamente he conocido un perro
salchicha y éste era de mal genio, esto da cierta probabilidad a la conclusión
de que el próximo que encuentre sea también de mal genio. En cambio, si he
conocido diez perros salchichas, todos ellos de mal genio, ello da una
probabilidad considerablemente mayor a la conclusión de que el próximo también
sea de mal genio. Pero de ninguna manera se deduce que la conclusión del
segundo razonamiento sea exactamente diez
veces más probable.
El segundo criterio para juzgar razonamientos analógicos es
el número de aspectos en los cuales se establecen analogías entre las cosas en
cuestión. Tomemos nuevamente el ejemplo de los zapatos. El hecho de que un
nuevo par de zapatos haya sido comprado en la misma tienda que otro viejo que
dio buenos resultados constituye ciertamente una premisa, de la cual se
desprende que los zapatos nuevos probablemente den también buen resultado. Pero
esta conclusión tiene mayor probabilidad si las premisas afirman, no solamente
que fueron comprados en la misma tienda, sino también que fueron manufacturarlos
por la misma fábrica, que se vendieron al mismo precio, que son del mismo tipo
y que yo los usaré en las mismas circunstancias y para las mismas actividades.
Tampoco en este caso debe pensarse que exista alguna relación numérica simple
entre el número de puntos de semejanza afirmados en las premisas y la
probabilidad de la conclusión.
El tercer criterio por el cual puede juzgarse los
razonamientos analógicos es la fuerza de sus conclusiones con respecto a las
premisas. Si Jones tiene un automóvil nuevo que gasta un galón de nafta cada
veintitrés millas, Smith puede inferir de esto con alguna probabilidad que su
automóvil nuevo, de la misma fábrica y del mismo modelo que el de Jones, tendrá
también un buen rendimiento. Smith puede también elaborar otros razonamientos
con las mismas premisas, pero conclusiones diferentes. Si saca la conclusión de
que su automóvil andará más de veinte millas con un galón, la probabilidad de
la conclusión es elevada. Si infiere que su automóvil andará más de veintiuna
millas con un galón, su razonamiento ya no será tan seguro: esto es, hay menos
probabilidad de que su conclusión sea verdadera. Pero si concluye que su
automóvil rendirá exactamente veintitrés millas por galón, su razonamiento será
mucho más débil.
El cuarto criterio será para la estimación de los
razonamientos analógicos se relaciona con el número de desemejanzas o
diferencias entre los ejemplos mencionados de las premisas y el ejemplo al que
se refiere la conclusión. La conclusión del razonamiento precedente se hace muy
dudosa si se agrega que Jones conduce su automóvil, generalmente, a la escasa
velocidad de veintiocho millas por hora, mientras que Smith habitualmente va a
velocidades que exceden de las ochenta millas por hora. Esta desemejanza entre
el ejemplo de la premisa y el de la conclusión debilita el razonamiento y
reduce mucho la probabilidad de la conclusión.
Claro está que, cuanto mayor sea el número de ejemplos
citados en las premisas, tanto menos probable es que sean todos diferentes del ejemplo mencionado en la conclusión. Sin
embargo, para reducir las desemejanzas entre los ejemplos de las premisas y el
ejemplo de la conclusión no necesitamos enumerar muchos más ejemplos en las
premisas. Puede lograrse el mismo fin si se toman en las premisas ejemplos que
sean diferentes entre sí. Cuanto menos sea la similitud de los ejemplos de las
premisas, tanto menos probable es que sean todos
ellos distintos del ejemplo de la conclusión. Nuestro quinto criterio para
juzgar razonamientos por analogía, pues, es que cuanto más desemejantes son los
ejemplos mencionados en las premisas, tanto más fuerte es el razonamiento.
Se apela tan a menudo a este principio y se lo acepta tan
comúnmente como cualquiera de los otros que hemos mencionado. La conclusión de
que Johnny Jones, estudiante de primer año de la Universidad del Estado,
terminará exitosamente su educación universitaria y obtendrá su diploma puede
considerarse como altamente probable, sobre la base de que otros diez
estudiantes provenientes del mismo colegio secundario que Johnny Jones y que obtuvieron
calificaciones muy similares a las de este entraron en la Universidad del
Estado, terminaron exitosamente su actuación universitaria y obtuvieron sus
diplomas. El razonamiento es mucho más fuerte si los otros diez estudiantes
mencionados en las premisas no se parecen mucho entre sí. El razonamiento se
refuerza si se señala que esos otros diez estudiantes no provienen del mismo
estrato económico, que difieren en su origen racial, que tienen religiones distintas, etc. Incidentalmente, el quinto criterio
explica la importancia del primero. Cuanto mayor es el número de ejemplos
mencionados, mayor será el número de desemejanzas que puedan señalarse entre
ellos.
Ninguno de estos
cinco criterios son nuevos ni tienen nada de sorprendentes. Los usamos
constantemente al juzgar razonamientos analógicos.
Nos queda por discutir un criterio aplicable a los
razonamientos por analogía. Aunque es el último que consideramos, no es de
ningún modo el menos significativo; por el contrario, es el más importante de
todos. Los ejemplos presentados hasta ahora constituían todos razonamientos
convincentes porque todas sus analogías guardaban una relación con la conclusión. Así, en apoyo de la conclusión según la
cual el nuevo automóvil de Smith tendría un buen rendimiento adujimos como
argumento el hecho de que el nuevo automóvil de Jones, del cual se sabe que
tiene un buen rendimiento, es del mismo modelo; esto es, que tiene el mismo
número de cilindros, el mismo peso y la misma potencia que el de Smith. Todas
estas son consideraciones que guardan una relación
con la conclusión. Contrapongamos este razonamiento con otro que extraiga la
misma conclusión de premisas diferentes, por ejemplo, de premisas que no digan
nada acerca de los cilindros, del peso o de la potencia, sino que afirmen en
cambio que los dos automóviles tienen el mismo color, el mismo número de
indicadores en su tablero y cl mismo estilo de tapicería en sus interiores. Es
evidente que este último razonamiento es mucho más débil que el anterior. Sin
embargo, no se puede llegar a esta conclusión sobre la base de cualquiera de
los primeros cinco criterios mencionados. Los dos razonamientos aducen el mismo
número de ejemplos y el mismo número de analogías. La razón de que el primero
sea un buen razonamiento, mientras que el segundo es ridículamente malo, reside
en que los factores mencionados en el primero guardan relación con el
rendimiento, mientras que los del segundo son completamente ajenos a él.
Esta cuestión de la atingencia de las premisas con lo
afirmado por la conclusión es de suprema importancia. Un razonamiento basado en
una sola analogía atinente a la
conclusión y referida a un único ejemplo tendrá más fuerza que otro que señale
una docena de puntos de semejanza no atingentes entre el ejemplo de la
conclusión y una veintena de ejemplos enumerados en las premisas. Así, un
médico hace una inferencia correcta cuando afirma que el señor Black mejorará
con un cierto específico sobre la base de que el señor White mejoró con él, si
un análisis de sangre demostró la presencia en su organismo del mismo tipo de
gérmenes que se encuentran en el organismo del señor Black. Pero sería
fantástico extraer la misma conclusión de premisas que afirmaran que Smith,
Jones y Robinson mejoraron con él y de que todos ellos y Black son clientes del
mismo sastre, tienen la misma marca y modelo de automóvil, el mismo número de
hijos, recibieron una educación semejante y nacieron todos bajo el mismo signo
del zodíaco. La razón de la debilidad del segundo razonamiento reside en que
los puntos de semejanza citados carecen totalmente de relación con el punto al
que se refiere la conclusión.
Aunque puede haber desacuerdos respecto de cuáles son las
analogías que guardan relación con ciertas conclusiones, esto es, con respecto
a cuáles son las propiedades que importan para demostrar la presencia de otras
propiedades en un caso dado, es poco probable que haya desacuerdo acerca del
significado de 'atingencia'. El profesor J. H. Wigmore, en uno de sus
importantes tratados legales, ha dado la siguiente ilustración de esto:
Para
demostrar que una caldera no corre riesgo de explotar a una cierta presión del
vapor es importante traer a colación otros ejemplos de calderas que no han
empleado a la misma presión, pero esos ejemplos tienen que ser sustancialmente
similares en tipo, antigüedad y otros factores que se relacionan con su
resistencia.
Tenemos aquí un criterio para juzgar la atingencia en sí
misma. Una analogía tiene importancia para establecer la presencia de una
propiedad determinada (la resistencia, en la ilustración de Wigmore), si se
refiere a otras circunstancias que afectan a esta propiedad. Una propiedad o
circunstancia tiene atingencia con respecto a otra, a los fines del
razonamiento analógico, si la primera afecta
a la segunda, esto es, si tiene un efecto causal
o determinante sobre esta.
La atingencia debe explicarse en función de la causalidad,
En un razonamiento por analogía, las analogías que importan son aquellas que se
refieren a propiedades o circunstancias relacionadas causalmente. Si la casa de
mi vecino no está térmicamente aislada y su cuenta de combustible disminuye,
entonces, si mi propia casa está térmicamente aislada, puedo esperar
confiadamente en que mi cuenta de combustible disminuirá. La analogía es
apropiada porque el aislamiento térmico guarda relación con el monto de la
cuenta del combustible, ya que se halla causalmente conectado con el consumo de
combustible. Los razonamientos analógicos son altamente probables cuando van de
la causa al efecto o del efecto a la causa. También son probables cuando la
propiedad de la premisa no es causa ni efecto de la propiedad de la conclusión,
pero ambas son efectos de la misma causa. Así, por ejemplo, de la presencia de
ciertos síntomas propios de una determinada enfermedad un médico puede predecir
otros síntomas, no porque un síntoma sea la causa del otro, sino porque todos
ellos son producidos por la misma enfermedad.
COPI, I. (1981). Introducción a la Lógica. Buenos Aires: EUDEBA (22ª). Traducción de Néstor Alberto Míguez
(No está fuera de lugar invitar al lector para que consulte
la obra Analogía y fuerza argumentativa de la profesora
CorinaYoris-Villasana (2014). Caracas: UCAB/Editorial Quirón. Pp. 81).
Desde Sócrates para acá,
‘dialéctica’ y ‘definición’ son palabras que andan juntas, esto es, diálogo y
establecimiento de límites, si nos atenemos a la etimología de las palabras que
empleamos. Aprendemos a hablar por imitación, aunque poseamos estructuras
significativas que nos proporcionó la evolución de la especie, según la tesis
de la gramática generativa propuesta por N. Chomsky. Pero el lenguaje que
adquirimos con el uso es un instrumento muy complicado. De ahí la necesidad de
las definiciones, la necesidad de explicar los términos que empleamos. Y
explicar la significación de un término es dar una definición del mismo. Pero -recuerda
I. Copi en el capítulo IV de su Introducción
a la Lógica que trata de la definición y al que invitamos al lector a que
lo visite- que “dar definiciones no es el método fundamental para educar a la
gente en el uso y la comprensión correctos del lenguaje; es, más bien, un
recurso complementario para llenar las lagunas que ha dejado el método
fundamental”.
Enumeramos los
propósitos de la definición según este profesor filósofo: 1) enriquecer el vocabulario de la persona para la cual se da
la definición; 2) eliminar la ambigüedad; pero, para disipar la ambigüedad,
necesitamos dar definiciones que expliquen los diferentes significados de la
palabra o frase ambigua y es que algunos desacuerdos no corresponden a genuinas
diferencias de opinión, sino simplemente a usos diferentes de un término. Allí
donde la ambigüedad de un término clave ha originado una disputa verbal, a
menudo podemos poner fin al desacuerdo señalando la ambigüedad; 3) reducir la
vaguedad de un término conocido, lo cual se logra dando una definición del
mismo que permita decidir, para cada situación particular, si es o no aplicable
en ella; 4) otra finalidad que podemos perseguir aún al definir un término es
formular una caracterización teórica adecuada del objeto al cual deberá aplicársele.
Por ejemplo, los físicos han definido la palabra 'fuerza' como el producto de
la masa por la aceleración. No se da esta definición con el fin de enriquecer
el vocabulario de nadie, ni para eliminar la ambigüedad, sino para incorporar
parte de la mecánica newtoniana al significado de la misma palabra 'fuerza'; 5)
además de las razones precedentes para definir términos, que son las más
importantes, puede haber también otra que conduce a la formulación de
'definiciones' retóricas o persuasivas,
que no es sino el deseo de influir en las decisiones.
Para continuar con el método, adjunto algunos pasajes del capítulo IV de la obra de I. Copi de la que estoy hablando. El lector podrá comprender más adelante la justeza de la transcripción.
CINCO TIPOS DE DEFINICIÓN
Antes de distinguir diferentes tipos de definición, debemos
observar que las definiciones lo son siempre de símbolos, pues solamente los
símbolos tienen significados, que las definiciones explican. Podemos definir la
palabra 'silla', puesto que tiene un significado; pero, aunque podemos
sentarnos sobre ella, pintarla, quemarla o describirla, no podemos definirla, pues una silla es un
artículo, un mueble, no un símbolo con un significado que debamos explicar. Hay
dos maneras de formular una definición: hablando acerca del símbolo definido o
hablando de aquello que designa.
Así, es igualmente correcto decir:
La palabra 'triángulo' designa una figura plana limitada por tres líneas
rectas.
o:
Un triángulo es (por definición) una figura plana limitada por tres líneas rectas.
En este punto, debemos introducir dos términos técnicos que
se usan en la teoría de la definición. El símbolo que se debe definir es
llamado el definiendum, y el símbolo
o conjunto de símbolos usados para explicar el significado del definiendum
recibe el nombre de definiens. Por
ejemplo, en la definición anterior la palabra 'triángulo' es el definiendum y
la frase 'una figura plana limitada por tres líneas rectas' es el definiens. El
definiens no es el significado del definiendum, sino otro símbolo o grupo de
símbolos que, de acuerdo con la definición, tiene el mismo significado que el
definiendum.
1. Definiciones
estipulativas. El primer tipo de definición que examinaremos
es la que se da de un término totalmente nuevo, cuando se lo introduce por vez
primera. Cualquiera que introduzca un nuevo término tiene completa libertad de
estipular qué significado le dará. La asignación de significaciones a términos
nuevos es un problema de elección; podemos dar a las definiciones que efectúan
tal asignación el nombre de definiciones estipulativas.
Claro está que no es necesario que el definiendum de una definición
estipulativa sea un sonido, una marca o una sucesión de letras absolutamente
nuevas. Basta con que sea nuevo en el contexto dentro del cual se da la
definición. Los análisis tradicionales sobre este tema no son muy claros, pero,
al parecer, las que hemos llamado definiciones estipulativas han sido
designadas a veces como definiciones 'nominales' o 'verbales'.
Hay muchas razones que pueden provocar la introducción de
nuevos términos. Por ejemplo, un establecimiento comercial con sucursales en
países extranjeros puede confeccionar un código telegráfico en el cual se usen
palabras únicas como abreviaturas de mensajes extensos pero rutinarios. Entre
las ventajas de introducir esos nuevos términos puede incluirse el secreto
relativo que su uso determina y el menor costo de los cablegramas. Si este
código se usa realmente para la comunicación, su creador debe explicar el
significado de los nuevos términos y para hacer esto debe dar definiciones de
ellos.
En las ciencias, es frecuente la introducción de nuevos términos. Es muy ventajosa la introducción de un símbolo técnico nuevo, definido de manera que signifique algo cuya formulación requeriría una larga sucesión de palabras familiares. Al hacer esto, el científico economiza el espacio que necesita para escribir sus informes o teorías y también el tiempo que ello demanda. Pero, lo que es más importante, reduce de este modo la cantidad de atención o de energía mental necesaria, pues cuando una frase o una ecuación se hace demasiado larga, su sentido no puede ser 'captado' fácilmente. Considérese, por ejemplo, la economía enorme que se logra en matemáticas mediante la introducción del exponente. Lo que ahora puede escribirse brevemente
A12 = B,
antes de la adopción del
símbolo especial para la potenciación tenía que expresarse
A x A x A x A x A x A x A x A x A x A x
A x A=B
o mediante alguna
oración del lenguaje ordinario, en vez de una ecuación matemática.
Hay también otra razón que impulsa al científico a
introducir nuevos símbolos. La carga emotiva de las palabras familiares es a
menudo un inconveniente para alguien que solo está interesado en su
significación literal o informativa. La introducción de nuevos símbolos,
definidos explícitamente de manera que tengan el mismo significado literal que los familiares, liberará al
investigador de la distracción que puede derivarse de las asociaciones emotivas
de estos últimos. Esta ventaja explica la presencia de algunas palabras
curiosas en la psicología contemporánea, como el 'factor g' de Spearman, por
ejemplo, al que se atribuye el mismo significado descriptivo que la palabra
'inteligencia', pero sin ninguna de sus significaciones emocionales. Ahora
bien, para que la nueva terminología pueda ser aprendida y usada, es menester
explicar el significado de los nuevos símbolos mediante definiciones.
Dado que un símbolo definido mediante
una definición estipulativa no tiene ningún significado anterior, la definición
no puede considerarse como una afirmación o un informe de que el definiendum y
el definiens tienen el mismo significado. Lo tendrán para todo el que acepte la
definición, pero esto es algo posterior a la definición y no un hecho afirmado
por ella. Una definición estipulativa no es verdadera ni falsa, sino que debe
ser considerada como una propuesta o una resolución de usar el definiendum de
manera que signifique lo que el definiens, o como un pedido o una orden. En
este sentido, una definición estipulativa tiene un carácter directivo más que
informativo. Las propuestas pueden ser rechazadas, las resoluciones violadas,
las solicitudes denegadas, las órdenes desobedecidas y las estipulaciones
ignoradas, pero ninguna de ellas puede ser, en este aspecto, verdadera o falsa.
Lo mismo ocurre con las definiciones estipulativas.
Claro está que las definiciones estipulativas pueden ser
apreciadas desde otros puntos de vista. El que un término sirva o no al
propósito para el cual fue introducido es una cuestión de hecho. La definición
puede ser demasiado oscura o demasiado compleja para cumplir una finalidad
útil. No se trata de que una definición estipulativa sea tan 'buena' como
cualquier otra, sino de que los criterios para compararlas no pueden ser los de
verdad o falsedad, pues estos términos simplemente no se les aplican. Las
definiciones estipulativas solamente son arbitrarias en el sentido
especificado. Pero el que sean claras u oscuras, ventajosas o desventajosas,
etcétera, son cuestiones de hecho.
2.
Definiciones lexicográficas. Cuando el propósito de la definición es eliminar la
ambigüedad o enriquecer el vocabulario de la persona para la cual se la
construye, si el término definido no es nuevo sino que tiene ya un uso
establecido, la definición es entonces lexicográfica
y no estipulativa. Una definición lexicográfica no da al definiendum un
significado del cual carecía hasta ese momento, sino que informa acerca del
significado que ya tiene. Indudablemente, una definición lexicográfica puede
ser verdadera o falsa. Así, la definición
La
palabra 'montaña' designa una gran masa de tierra o roca que se eleva a
considerable altura por encima de la región circundante.
es verdadera; es un informe veraz acerca de cómo usan la palabra 'montaña' las personas de habla castellana (o sea, lo que quieren significar con ella). Por otro lado, la definición
La palabra 'montaña' indica una figura plana limitada por tres líneas rectas.
es falsa, pues es un
informe falso acerca de cómo usan la palabra 'montaña' las personas de habla
castellana. Ésta es la diferencia importante que existe entre las definiciones
estipulativas y las lexicográficas. Puesto que el definiendum de una definición
estipulativa no tiene ningún significado aparte de la definición que lo
introduce o anterior a ella, ésta no puede ser falsa (o verdadera). Pero, dado
que el definiendum de una definición lexicográfica tiene un significado
anterior e independiente, su definición es verdadera o falsa, según que este
significado se transmita correcta o incorrectamente. Si bien las consideraciones
tradicionales a este respecto no son muy claras, parece que las definiciones
que llamamos lexicográficas han sido llamadas a veces definiciones 'reales'.
Debemos aclarar un punto concerniente a un problema de 'existencia'. El hecho de que una definición sea estipulativa o lexicográfica no tiene nada que ver con el problema relativo a si el definiendum designa algún objeto 'real' o 'existente'. La siguiente definición:
La palabra 'unicornio' designa a un animal. semejante a un caballo, con la particularidad de que tiene un único cuerno recto que emerge de su frente
es una definición 'real'
o lexicográfica, y además verdadera, pues el definiendum es una palabra que
tiene un uso establecido desde hace mucho tiempo, cuyo significado es
exactamente el que indica el definiens. Sin embargo, el definiendum no nombra o
designa algo existente, ya que no hay unicornios.
En este punto debemos hacer una aclaración, pues al afirmar
que las definiciones lexicográficas del tipo referido son verdaderas o falsas
en realidad hemos simplificado una situación compleja. El hecho es que hay
muchas palabras que se usan de diferentes maneras, no porque tengan toda una
variedad de significados corrientes, sino por lo que llamaríamos 'error'. No
todos los ejemplos de uso erróneo de las palabras son tan divertidos como los
de la señora Malaprop de Sheridan, por ejemplo, cuando da la orden:
"iletradlo...de vuestra memoria", o cuando dice: "es tan cabeza
dura como una alegoría sobre las orillas del Nilo". Mucha gente usa
algunas palabras de una manera que podría llamarse 'errónea' o 'equivocada', pero
que sería más adecuado describir como heterodoxa; y toda definición de una
palabra que ignore la manera en que es usada por un grupo considerable de
personas no refleja el uso real y, por tanto, no es completamente verdadera.
El uso de las palabras es una cuestión estadística y una
definición de una palabra cuyo uso esté sujeto a este tipo de variación no puede
ser una simple enunciación del ‘significado' del término, sino una descripción
estadística de 'los significados' del mismo, tales como se hallan determinados
por los usos que tiene en el lenguaje corriente. La necesidad de las
estadísticas lexicográficas no puede eludirse mediante la referencia al uso
'correcto', pues esto también es una cuestión de grados, ya que se mide por el
número de escritores de 'primer rango' que coinciden en el uso de un cierto
término. Además, los vocabularios literarios y académicos tienden a quedar
rezagados respecto del desarrollo del lenguaje vivo, que es el que sale de los
labios del hombre de la calle. Los usos heterodoxos suelen llegar a ser
ortodoxos; por eso, las definiciones que sólo transmiten los significados
aprobados por una aristocracia académica pueden ser muy engañosas. Claro está
que la idea de obtener definiciones estadísticas es utópica, pero los diccionarios
tratan de aproximarse más o menos a ella indicando cuales son los significados
'arcaicos' o 'anticuados' y cuáles son 'familiares' o 'vulgares'. Con las
anteriores limitaciones, podemos seguir afirmando que las definiciones
lexicográficas son verdaderas o falsas, en el sentido de que representan o no
el uso real.
3. Definiciones
aclaratorias. Ni las definiciones estipulativas ni las
lexicográficas pueden servir para eliminar la vaguedad de un término. Una
expresión vaga es aquella que da origen a casos límites, tales que es imposible
decidir con respecto a ellos si se les aplica o no. No puede apelarse al uso
ordinario en busca de una decisión, pues éste no es suficientemente claro sobre
la cuestión. Para llegar a una decisión, pues, es necesario ir más allá del uso
ordinario; una definición que permita decidir acerca de los casos límites debe
ir más allá de lo puramente lexicográfico. Daremos a tal definición el nombre
de definición aclaratoria.
La definición aclaratoria es diferente de la estipulativa,
porque su definiendum no es un nuevo término sino que tiene un uso ya
establecido, aunque vago. Por consiguiente, el que construye una definición
aclaratoria no tiene libertad de asignar cualquier significado que se le ocurra
al definiendum; debe, por el contrario, permanecer fiel al uso establecido,
hasta donde éste llegue.
Con todo, para poder superar la vaguedad del definiendum,
debe ir más allá del uso establecido. La exacta medida en que puede ir más allá
de éste, la manera en que llena las lagunas o resuelve los conflictos que hay
en el uso establecido, es en cierto sentido un problema de convención, pero no
totalmente. Muchas decisiones de carácter legal formulan definiciones
aclaratorias en las cuales se precisan algunos términos que aparecen en las
leyes, de modo que incluyan o excluyan específicamente el caso en cuestión. A
menudo los juristas presentan argumentos tendientes a justificar esas
decisiones; esta práctica demuestra que no consideran sus definiciones
aclaratorias como puras convenciones, ni siquiera en aquellos ámbitos que
habían quedado fuera del uso anterior ya establecido. Por lo contrario, tratan
de guiarse en parte por las intenciones que se supone tenían los legisladores
que sancionaron la ley, y en parte por lo que el jurista considera que es de
interés público. Los términos 'verdadero' y 'falso' solo parcialmente se
aplican a las definiciones aclaratorias; su aplicación a ellas significa que la
definición concuerda o no concuerda con el uso establecido, dentro del alcance
de éste. Al juzgar la manera en que una definición aclaratoria va más allá del
uso establecido, cuando éste es oscuro, no podemos aplicar criterios de verdad
o falsedad; debemos hablar más bien de su conveniencia o inconveniencia
(especialmente en un contexto legal o semilegal), o de su cordura o desatino.
4. Definiciones teóricas. La mayoría de las 'disputas por definiciones'
surgen en conexión con las definiciones
teóricas. Hemos llamado 'definición teórica' de un término a aquella que
trata de formular una caracterización teóricamente adecuada de los objetos a
los cuales se aplica. Proponer una definición teórica equivale a proponer la
aceptación de una teoría, y, como lo sugiere el nombre, las teorías son
evidentemente discutibles. De aquí que una definición sea remplazada por otra a
medida que aumentan nuestro conocimiento y nuestra comprensión teórica. En una
época los físicos definían el calor como un fluido sutil e imponderable,
mientras que en la actualidad lo definen en términos de la energía cinética de
moléculas que se mueven al azar. Los mismos criterios que se aplican a las
definiciones teóricas se aplican también, justamente, a las teorías mismas.
Haremos el examen de estas últimas en la Tercera parte, la última de este
libro.
Los que tienen cierto conocimiento de los escritos de
Platón reconocerán que las definiciones que buscaba constantemente Sócrates,
tal como aparece éste en las obras del primero, no eran estipulativas, ni
lexicográficas, ni aclaratorias, sino teóricas. Sócrates no estaba interesado
en ningún informe estadístico acerca de cómo usaba la gente la palabra
'justicia' (o 'valor', o 'templanza', o 'virtud') aunque insistiera al mismo
tiempo en que toda definición propuesta debía estar en consonancia con el uso
real. Tampoco le interesaba dar definiciones precisas de esos términos, pues no
dirigía su atención a los casos límites. Muchos filósofos se proponen definir
términos tales como 'bueno', 'verdadero', 'hermoso', etc. Su discusión de las
definiciones propuestas por otros indica que no buscan simplemente definiciones
estipulativas. Tampoco buscan definiciones lexicográficas, pues si así fuera la
simple consulta a los diccionarios o el cateo de la opinión pública acerca del
uso de la palabra bastaría para dirimir la cuestión. No es tampoco una
definición aclaratoria del término lo que se pretende alcanzar, como lo indica
el hecho de que algunos filósofos concuerden acerca de la aplicación de la
palabra 'bueno' en todas las circunstancias, sin que surjan desavenencias a
causa de casos límites, y sin embargo difieren en cuanto a la manera en que
debe definirse la palabra. Los filósofos, al igual que los científicos, se
interesan principalmente por la construcción de definiciones teóricas. Éstas
reciben a veces el nombre de definiciones 'analíticas', si bien este término
tiene también otro sentido.
5.
Definiciones persuasivas. (Recomendamos al lector ir a las páginas 140-142 de la obra
del profesor Copi para que averigüe más sobre este quinto tipo de definición).
/…/.
TÉCNICAS DE LA DEFINICIÓN
1.
Definiciones denotativas. Podemos dividir las técnicas de la definición en dos
grupos, el primero de los cuales se basa principalmente en la denotación o
extensión y el segundo en la connotación o intensión. La manera más obvia y
sencilla: de instruir a alguien sobre la denotación de un término es dar
ejemplos de los objetos denotados por éste. Es una técnica usada con frecuencia
y que resulta a menudo muy efectiva. Tiene, sin embargo, algunas limitaciones
que deben conocerse.
Una limitación obvia y trivial del método de definir mediante
ejemplos es que no puede usarse para definir palabras que no tienen denotación,
tales como 'unicornio' o 'centauro'. Basta, pues, con mencionarla, para pasar a
limitaciones de carácter más serio.
Observamos en la sección precedente que dos términos con
significados diferentes (intensiones) pueden tener exactamente la misma
extensión. Si se define un término dando una enumeración completa de los
objetos denotados por él, esta definición no logrará el fin de distinguirlo del
otro término que denota los mismos objetos, aun cuando ambos términos no son
sinónimos. Esta limitación del método de definir mediante ejemplos es una
consecuencia del hecho de que, si bien la intensión determina la extensión, la
extensión no determina la intensión.
La limitación precedente, sin embargo, es muy “académica”,
pues son muy pocos los términos cuyas extensiones pueden enumerarse de manera
completa. Es imposible enumerar los infinitos números denotados por la palabra
'número', como es prácticamente imposible enumerar el número finito, pero
literalmente astronómico, de los objetos denotados por la palabra 'estrella'.
En casos como éstos, nos vemos obligados a dar una muestra o enumeración
parcial de los objetos denotados, y esta restricción implica una limitación más
seria. Cualquier objeto tiene muchísimas propiedades y, por eso, está incluido
en la extensión de muchísimos términos diferentes. De ahí que cualquier ejemplo
mencionado en la definición denotativa de un término podrá ser mencionado
también, con igual propiedad, en las definiciones denotativas de muchos otros
términos. Un individuo particular, Juan Pérez, puede ser mencionado como
ejemplo en la definición de 'hombre', de 'animal', de 'marido', de 'mamífero' o
de 'padre'. Por eso, mencionarlo no ayudará a distinguir entre los significados
de cualquiera de estos términos. Lo mismo será cierto también si se mencionan
dos ejemplos, o tres, o cualquier número que esté lejos del total. Así, tres
ejemplos obvios que pueden usarse para definir la palabra 'rascacielos', los
edificios Chrysler, Empire State y Woolworth, sirven también como ejemplos de
la denotación de las expresiones 'edificio', 'estructuras construidas desde
1911’, 'objetos ubicados en Manhattan',
'cosas costosas', etc. Sin embargo, cada una de estas expresiones denota
objetos no denotados por las otras, de modo que la definición por enumeración
parcial no puede servir ni siquiera para distinguir entre términos que tienen
extensiones diferentes. Naturalmente que pueden aportarse 'ejemplos negativos'
para ayudar a especificar el significado del definiendum, agregando por ejemplo
a la anterior definición de 'rascacielos' que el término no se aplica a cosas
tales como el Taj Mahal, el edificio del Pentágono, el Parque Central o el
diamante Hope. Pero, puesto que la enumeración de estos ejemplos negativos
tiene que ser también incompleta, subsiste la limitación básica. La definición
por enumeración de ejemplos, completa o parcial, puede tener razones
psicológicas que la hagan recomendable, pero es lógicamente inadecuada para
especificar con precisión el significado de los términos que se quiere definir.
Las observaciones anteriores se relacionan con las
definiciones denotativas en las cuales los ejemplos son nombrados o enumerados
uno a uno. Quizás un medio más eficiente de dar ejemplos consista, no en
mencionar los miembros individuales de la clase que constituye la extensión del
término definido, sino en mencionar grupos enteros de sus miembros. Así,
definir la palabra 'metal' incluyendo dentro de su significación el oro, el
hierro, la plata, el estaño, etc., es diferente a definir 'rascacielos' como
significando los edificios Chrysler, Empire State y Woolworth. Este tipo
especial de definición mediante ejemplos -definición por subclases- permite
también una enumeración completa, como al incluir en la significación de
'vertebrado' a los anfibios, las aves, los peces, los mamíferos y los reptiles.
A pesar de la diferencia indicada, este segundo tipo definición denotativa
tienen las mismas ventajas y limitaciones que aquéllas ya examinadas.
Hay un tipo especial de definición mediante ejemplos que
recibe el nombre de definición ostensiva
o demostrativa. En vez de nombrar o describir los objetos denotados por el
término que se quiere definir, como en el tipo ordinario de definición
connotativa, la definición ostensiva se refiere a los ejemplos señalándolos o
mediante algún otro ademán. Un ejemplo de definición ostensiva o demostrativa
seria: la palabra 'escritorio' significa esto, junto con un ademán tal como
señalar con un dedo o con un movimiento de cabeza en dirección a un escritorio.
Es evidente que las definiciones ostensivas tienen todas
las limitaciones que hemos mencionado en el examen precedente. Además, la
definición ostensiva tiene ciertas limitaciones que son propias de ella.
Dejando de lado la limitación geográfica relativamente trivial debida al hecho
de que no es posible definir ostensivamente la palabra 'rascacielos' en un
pueblo pequeño, o la palabra 'montaña' en una llanura, hay una ambigüedad
esencial propia de los ademanes que debemos considerar. Señalar un escritorio es
también señalar una parte de él, el color, la forma, el tamaño, el material de
que está hecho, etc. y también, de hecho, todo lo que se halle en la misma
dirección que el escritorio, por ejemplo, la pared que está detrás de él o el
jardín que está más allá. Solo puede disiparse esta ambigüedad agregando al
definiens alguna frase descriptiva, lo que da como resultado algo que podría
llamarse una definición casi ostensiva;
por ejemplo: "La palabra 'escritorio' significa este artículo o mueble” (junto
con un ademán apropiado).
Este agregado, sin embargo, frustra el propósito al cual
debían servir las proposiciones ostensivas. Se ha afirmado a veces que éstas
son las definiciones 'primeras' o 'primarias', en el sentido de que todas las
otras definiciones suponen el conocimiento de algunas palabras (aquellas usadas
en el definiens) y, por tanto, no pueden ser usadas hasta no haber definido
previamente esas palabras. Se ha insinuado que esta dificultad puede evitarse
comenzando con definiciones ostensivas. Es por medio de estas definiciones, han
sostenido algunos autores, cómo empezamos
a comprender las primeras palabras. Puede verse fácilmente que esta afirmación
es errónea, pues es menester aprender la significación o el sentido de los
ademanes mismos. Si señalamos con el dedo el costado de la cuna de una
criatura, es tan probable que la atención de ésta, si logramos atraerla, se
dirija hacia el dedo como a la dirección señalada. Y seguramente nos haríamos
en la misma dificultad en lo que respecta a la definición de gestos mediante
otros ademanes. Para comprender la definición de cualquier signo, es necesario comprender ya algunos signos. Esto
confirma nuestra anterior observación de que la manera primaria de aprender a
usar el lenguaje es por medio de la observación y la imitación, y no por
definición.
Debemos destacar que estas observaciones acerca de las
definiciones ostensivas solo atañen a las especiales interpretaciones de ellas
que se dan aquí. Algunos autores de libros de lógica incluyen en el significado
de 'definición ostensiva' el proceso de 'oír con frecuencia la palabra cuando el
objeto que denota está presente'. Pero tal proceso no sería una definición, en
el sentido en que hemos usado el término en este capítulo. Sería más bien la
manera primaria, anterior a las definiciones, de aprender el uso del lenguaje.
/…/.
2. Definiciones connotativas. Antes de volver al tema de la definición connotativa propiamente dicha, debemos decir algunas palabras acerca de la técnica, usada con frecuencia, de definir una palabra aislada dando otra palabra aislada que tenga el mismo significado. Dos palabras que tienen el mismo significado son llamadas 'sinónimos'; de ahí que la definición de este tipo sea llamada definición por sinonimia. Muchos diccionarios, especialmente los pequeños, usan profusamente este método. Así, un diccionario de bolsillo puede definir 'adagio' como significando proverbio, 'vergonzoso' como significando tímido, etc. Las definiciones por sinonimia se usan casi siempre en los libros de texto y en los diccionarios destinados a explicar el significado de palabras extranjeras; en ellos, encontramos las palabras extranjeras correlacionadas con sus sinónimos castellanos en columnas paralelas, por ejemplo:
annonce anuncio
boite caja
chat gato
Dieu Dios
éleve alumno
Éste es un buen método para definir términos, pues es sencillo
y eficiente. Sin embargo, su aplicación se halla limitada por el hecho de que
algunas palabras no tienen sinónimos exactos. Además, no puede usarse para la
construcción de definiciones aclaratorias
o teóricas /…/.
Cuando no puede darse o es inadecuada una definición por
sinonimia, podemos usar una definición por género y diferencia. Este tipo de
definición recibe también los nombres de 'definición por división', 'definición
analítica', 'definición per genus et
differentiam' o simplemente 'definición connotativa'. Algunos autores lo consideran el tipo de
definición más importante y otros como el único tipo “genuino” de definición.
Difícilmente haya alguna justificación para este último punto de vista, pero el
primero tiene ciertos méritos, ya que su aplicación es más general que
cualquiera otra técnica. La posibilidad de definir términos por género y
diferencia depende del hecho de que algunas propiedades son complejas, en el
sentido de que son reducibles a otras dos o más propiedades. Esta complejidad y
reducibilidad pueden explicarse mejor en términos de clases.
Las clases con miembros pueden tener a éstos divididos en
subclases. Por ejemplo, la clase de todos los triángulos puede dividirse en
tres subclases no vacías: la de los triángulos escalenos, la de los isósceles y
la de los equiláteros. Es con referencia a tajes divisiones como suelen usarse
los términos 'género' y 'especie': la clase cuyos miembros se dividen en
subclases es el género y las diversas subclases son las especies. Tales como las
usamos aquí, las palabras 'género' y 'especie' son términos relativos, como 'padre' e 'hijo'. Así
como la misma persona es un padre respecto de sus hijos y un hijo respecto de
sus padres, así también la misma clase puede ser un género con relación a sus subclases
y una especie con relación a alguna clase más amplia de la cual sea una
subclase. Así, la clase de todos los triángulos es un género con respecto la
especie triángulo escaleno y una
especie respecto de género polígono.
El uso que hace el lógico de las palabras 'género' y 'especie', como términos
relativos, es diferente del uso que de ellos hace el biólogo como términos
absolutos; no debemos, por lo tanto, confundirlos.
Puesto que una clase es una colección de entidades que
tienen alguna propiedad común, también los miembros de un determinado género
tendrán alguna propiedad común. Así, todos los miembros del género polígono comparten la propiedad de ser
figuras planas cerradas y limitadas por líneas rectas que se intersectan. Este
género puede ser dividido en diferentes especies o subclases, tales que todos
los miembros de una subclase tengan alguna otra propiedad en común, no
compartida por ningún miembro de cualquier otra subclase. El género polígono se divide en triángulos, cuadriláteros, pentágonos,
hexágonos, etc. Estas especies del
género polígono son diferentes y la diferencia específica entre los miembros de la subclase triángulo y los miembros de cualquier otra subclase es que
solamente los de la primera tienen tres lados. Hablando con mayor generalidad,
aunque todos los miembros de todas las especies de un género determinado tienen
alguna propiedad en común, los miembros de cualquier especie comparten alguna
otra propiedad -que los diferencia de los miembros de toda otra especie. La
característica que sirve para distinguirlos es la diferencia específica.
Así, tener tres lados es la diferencia específica entre la especie triángulo y
todas las otras especies del género polígono.
En este sentido puede decirse de la propiedad de ser un triángulo que es reducible a la propiedad de ser un polígono y la propiedad de tener tres lados. A cualquiera que no conozca el significado de la palabra 'triángulo' o de cualquier otro sinónimo de ella, pero que conozca los significados de los términos 'polígono', 'lados' y 'tres', se le puede explicar el significado de la palabra mediante una definición por género y diferencia:
La palabra 'triángulo' significa polígono de tres lados.
La antigua definición de 'hombre' como animal racional es otro ejemplo de definición por género y
diferencia. Aquí, la especie hombre
es incluida en el género animal y se
afirma que la diferencia entre ella y otras especies es la racionalidad. Definimos un término por género y diferencia si
designamos un género del cual sea una subclase la especie designada por el
definiendum, y luego indicamos la diferencia que la distingue de otras especies
del género. Por supuesto que en la definición de 'hombre' mencionada, podemos
considerar racional como el género y animal como la diferencia, con igual
propiedad que a la inversa. El orden no es absoluto desde el punto de vista de
la lógica, aunque pueda haber otras razones, quizás metafísicas, para
considerar a uno u otro como el género.
Debemos mencionar brevemente dos limitaciones de esta
técnica para definir términos. En primer lugar, el método solo es aplicable a
palabras que connotan propiedades complejas.
Si hay propiedades simples e irreductibles, entonces las palabras que las
connotan no son susceptibles de definición por género y diferencia. Se han
sugerido como ejemplos de tales propiedades las cualidades sensoriales de
matices de color específicos. Que existan o no realmente tales propiedades es
un problema debatido, pero, si las hay, limitarían la aplicabilidad de la
definición por género y diferencia. Otra limitación se relaciona con las
palabras que connotan propiedades universales,
si se las puede llamar así, tales como las palabras 'ser', 'entidad',
'existente', 'objeto' y otras similares. Estas palabras no pueden ser definidas
por el método del género y la diferencia, porque la clase de todas las
entidades, por ejemplo, no es una especie de ningún género más amplio; las
entidades mismas constituyen el género superior, o el 'summun genus', como se lo suele llamar. La misma observación se
aplica a palabras que designan categorías metafísicas últimas, tales como
'sustancia' o 'propiedad'. Estas limitaciones, aunque vale la pena
mencionarlas, son de poca importancia práctica en la apreciación de este método
de definición. /…/.
REGLAS PARA LA DEFINICIÓN POR GÉNERO Y DIFERENCIA
Hay cierto conjunto de reglas tradicionales en lo referente a la definición por género y diferencia. No constituyen una receta que nos permitirá construir buenas definiciones sin tener que pensar, pero son valiosas como criterio para estimar las definiciones, una vez propuestas. Hay cinco de esas reglas, que se aplican principalmente a las definiciones lexicográficas.
REGLA 1: La definición debe indicar los atributos esenciales de la especie.
Así formulada, esta regla parece un poco enigmática, pues
en sí misma, una especie tiene los atributos que tiene y ninguno es más “esencial”
que otro. Pero si comprendemos adecuadamente la regla, como referida a
términos, su sentido es claro. Hemos hecho ya la distinción entre la
connotación objetiva de un término y su connotación convencional, y hemos dicho
de esta última que consiste en aquellas propiedades cuya posesión o carencia
constituye el criterio convencional mediante el cual decimos si un objeto es
denotado o no por el término. Así, forma parte de la connotación objetiva de
'círculo' encerrar un área mayor que cualquier otra figura plana cerrada de
igual perímetro. Pero definir la palabra 'círculo' por esta propiedad sería violar
el espíritu o la intención de nuestra primera regla, porque no es la propiedad
que se ha acordado significar con esa palabra. La connotación convencional es la
propiedad de ser una figura plana cerrada cuyos puntos son todos equidistantes
de otro punto dado llamado centro. Definirla en estos términos es indicar su
'esencia' y adecuarnos, así, a la primera regla. En la terminología que estamos
usando, quizás una manera mejor de formular la regla sería: "La definición
debe indicar la connotación convencional del término que se quiere
definir".
Debe tenerse bien en cuenta que no es necesario que la “connotación convencional' de un término sea una característica intrínseca de las cosas que denota, sino que puede también referirse al origen de las mismas, a sus relaciones con otras cosas, a los usos a los que están destinadas, etc. Así, la palabra 'estradivarios', que denota un cierto número de violines, no necesita connotar alguna característica física real compartida por todos esos violines y no poseída por ningún otro, sino que tiene la connotación convencional de ser un violín hecho en el taller de Cremona de Antonio Stradivari. Así también, los gobernadores no son física o mentalmente distintos de los otros hombres, sino simplemente están relacionados a ellos de manera diferente. Finalmente, la palabra 'zapato' no puede definirse exclusivamente por las formas o los materiales de las cosas que denota; su definición debe incluir también una referencia al uso para el cual está destinado, como cobertura externa para el pie.
REGLA 2: La definición no debe ser circular
Es obvio que si el definiendum mismo aparece en el definiens, la definición solo aclarará el significado del término definido para aquellos que ya lo conocen. En otras palabras, si la definición es circular, fracasará en su propósito, que es explicar el significado del definiendum. Cuando se aplica esta regla a la definición por género y diferencia específica, debe entenderse, no solamente que proscribe la aparición del definiendum en el definiens, sino también la de cualquier sinónimo de él. La razón para dar esta interpretación es que si se supone la comprensión de un sinónimo, entonces es posible dar una definición por sinonimia, en vez de usar la técnica más poderosa, pero más complicada, de la definición por género y diferencia específica.
REGLA 3: La
definición no debe ser demasiado amplia ni demasiado
estrecha
Esta regla afirma que el definiens no debe denotar más
cosas que las denotadas por el definiendum, ni tampoco menos. Evidentemente,
esta consideración no se aplica cuando damos una definición estipulativa, pues
en tales casos el definiendum no tiene ningún significado aparte de su
definición y, por tanto, la regla 3 no puede violarse. Por supuesto que si es
obedecida la primera regla, también la tercera debe serlo, pues si el definiens
realmente transmite la connotación convencional del definiendum, ambos deberán
ser equivalentes en la denotación.
Se cuenta que los sucesores de Platón en la Academia de
Atenas dedícaron mucho tiempo y meditación al problema de definir la palabra
'hombre'. Finalmente, decidieron que significaba bípedo implume. Estaban muy satisfechos de esta definición, hasta
que Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó dentro de la Academia por encima de
la muralla. Era indudable que se trataba de un bípedo implume, pero era también
indudable que no se trataba de un hombre. El definiens era demasiado amplio,
pues denotaba más que el definiendum. Después de pensar nuevamente el asunto,
los académicos agregaron al definiens la expresión 'con uñas amplias'. La regla
3 es difícil de observar.
Otra violación de esta regla, en la dirección contraria, sería defínir la palabra 'zapato' como cobertura de cuero para el pie humano, pues así como hay zapatos de cuero, también los hay de madera. Esta defínición de la palabra 'zapato' es demasiado estrecha, pues hay objetos denotados por el definiendum que no son denotados por el definiens.
REGLA 4: La definición no debe formularse en un lenguaje ambiguo, oscuro o figurado
Es indudable que deben evitarse los términos ambiguos al
formular una definición, pues si el mismo defíniens es ambiguo, obviamente la
defínición no logrará cumplir su función de explicar el defíniendum. Puesto que
el propósito de la definición es aclarar el significado, el uso de términos
oscuros frustra tal propósito. Claro está que la oscuridad es una cuestión
relativa. Palabras que son oscuras para los niños son razonablemente claras
para la mayoría de los adultos, así como términos que son oscuros para los
legos son, en cambio, completamente familiares para los especialistas de un
campo determinado. Considérese, por ejemplo, la defínición de 'dinatrón oscilador': circuito que emplea una curva de volt-ampere de resistencia negativa
para producir una corriente alterna. Para el lego esta defínición es
terriblemente oscura; es perfectamente inteligible para el estudiante de ingeniería electrónica al cual está destinada.
Tal defínición no es oscura, sino técnica.
En cambio, en los problemas no técnicos, usar un lenguaje oscuro es tratar de
explicar lo desconocido por algo más
desconocido aún, procedimiento realmente fútil. Un buen ejemplo de oscuridad que frustra toda intención
explicativa se encuentra en la defínición que da Herbert Spencer de 'evolución', a la que caracteriza como: “Una integración de la materia y una
concomitante disipación del movimiento, durante las cuales la materia pasa de una homogeneidad indefinida e incoherente a una
heterogeneidad definida y coherente,
y durante las cuales, también, el movimiento conservado sufre una
transformación paralela”.
Otro ejemplo de definición oscura citado a menudo es la
famosa segunda definición del doctor Samuel Johnson de la palabra 'red', según
la cual significa “cualquier cosa hecha con vacuidades intersticiales”.
Una definición que use un lenguaje figurado o metafórico puede transmitir ciertos sentimientos respecto del uso del término que se quiere definir, pero no logra dar una explicación clara del significado del definiendum. Así, definir 'pan' como el sustento para la vida explica muy poco el significado de esta palabra. A menudo las definiciones figuradas tienen un carácter humorístico, por ejemplo cuando se define 'anillo de bodas' como un torniquete matrimonial destinado a parar la circulación, o la definición de 'discreción' como algo que adquiere una persona cuando ya es demasiado vieja para que le sea de alguna utilidad. A veces, las definiciones persuasivas son principalmente figuradas, como en la definición cl 'prejuicio' que da el liberal, según la cual es estar por debajo de aquello por encima de lo cual no podemos estar. Pero una definición que contiene un lenguaje figurado, por divertida o persuasiva que sea, no puede servir para dar una explicación seria del significado preciso del término que se quiere definir.
REGLA 5: La definición no debe ser negativa, cuando puede ser afirmativa
La razón para dar esta regla es que una definición debe explicar lo que un término significa, y no lo que no significa. La regla es importante porque para la gran mayoría de los términos hay demasiadas cosas que no significan para que una definición negativa pueda abarcarlas a todas. Definir la palabra 'canapé' diciendo que no es una cama y no es una silla, es fracasar lamentablemente en la explicación del significado de la palabra, pues hay otras infinitas cosas que la palabra no significa. Por otra parte, hay muchos términos que son esencialmente negativos en su significado y que requieren una definición negativa. La palabra 'huérfano' designa a un niño que no tiene padres vivos; la palabra 'calvo' indica el estado caracterizado por la ausencia de cabellos sobre la cabeza, etc. A menudo, la elección entre una definición afirmativa y otra negativa es simplemente una cuestión de elección de las palabras. No hay mucho fundamento para optar por definir la palabra 'borrachín' como persona que bebe excesivamente, en lugar de definirla como persona que no es moderada en el beber. Debe destacarse que aun cuando sea permisible una definición negativa, el definiens no debe ser totalmente negativo, como en la ridícula definición de 'canapé' mencionado antes, sino que debe tener una mención 'afirmativa' del género y una caracterización negativa de la especie, en la que se descarten todas las otras especies del género mencionado. Solo en casos excepcionales hay tan pocas especies del género dado que pueda resultar conveniente mencionarlas y descartarlas en una definición negativa. Puesto que solamente hay tres especies de triángulos, cuando se divide el género según las longitudes relativas de los lados, una definición totalmente adecuada de 'triángulo escaleno' es triángulo que no es isósceles ni equilátero. Pero no podemos definir la palabra 'cuadrilátero' como un polígono que no es un triángulo, ni un pentágono, ni un hexágono, etc., pues hay demasiadas especies del género polígono que sería necesario excluir. En general, deben preferirse las definiciones afirmativas a las negativas. /…/.
COPI, I. (1981). Introducción a la Lógica. Buenos Aires: EUDEBA (22ª). Traducción de Néstor Alberto Míguez
Escribimos en Educación
y revolución en Simón Rodríguez (Caracas: Monte Ávila) en 2000 (p. 80-81):
Nosotros creemos que
este nudo en la vida de Rodríguez -estos
sucesos exteriores, anecdóticos- explica que lo que se pudo leer, al final, en
su obra ya estaba escrito al principio. Simón Rodríguez aprendió en su carne
que lo único que importa saber es el dolor del otro, el dolor que se incrustó
en su cuerpo. Toda su vida fue un desclasado. Nació desclasado. Por no tener no
tuvo ni clase donde diluirse. Cuando hombre, eligió a los pobres, a los indios,
a los más despreciados (ER,I,255): a
los marginales. Esta elección no fue gratuita. Tampoco lo fue su vivir. No fue
un fracasado -como piensa A. Mijares- ni tuvo un trágico destino. Simón
Rodríguez asumió plenamente sin caretas, sin tartufería, sin trampas, aquello
que tan tempranamente se había instalado en su carne. Si entendemos esto,
podemos comprender su obra. Y aquí
es, entonces, donde la lectura de sus pensamientos
se vuelve difícil. Resucitar su dolor, su miedo, su frío, su soledad y hacerlos
propios es aceptar el miedo de uno, la soledad inmensa, el dolor olvidado.
Resucitar a Simón Rodríguez es destapar la cloaca social, el poder sometedor y
represivo que se instala en uno desde el origen. Es tan grande el miedo que
infunde que no deja ni pensar en él. Pero ahí está: la carne lo siente y lo sabe.
Si no partimos
de la experiencia de ser expósito, no
podemos entender el pensamiento de
Simón Rodríguez. Esa experiencia es
fundamental, como lo es sentirse aislado y arrojado de la madre, expuesto fuera de los padres, recogido en medio
de un ocultamiento original. ¿Por qué los padres de la clase alta pueden
abandonar un hijo? Es evidente que tal costumbre tiene un basamento: la
ignorancia del sentir del otro, del saber que se funda en el afecto. Reiteramos
una vez más: para Simón Rodríguez, este desarraigo fundamental es lo que va a
determinar sus actos. Lo evidencian cada uno de sus escritos.
Lo anterior pudo ser escrito
porque, además del hecho crucial que se narra –que el filósofo fuera expósito
en la Caracas de 1769- encontramos un pasaje en Luces y virtudes sociales, edición hecha por el autor en Concepción,
Chile, en 1834, que permite hacer la generalización. El pasaje dice lo
siguiente:
Todo es ignorancia… absoluta ó
modificada—y la ignorancia es causa de todos los males: hasta los que hace el
bruto, por instinto, para alimentarse, no los haría tal vez, si no
ignorase que PADECEN los que despedaza ó se traga vivos—hay jentes que se
abstienen de comer carnes por no matar, y todos alejan la idea de la muerte
cuando comen—el carnicero tiene que aparentar crueldad: si es cruel es
insensible—y la insensibilidad es ignorancia de sentimiento. La naturaleza ha
dado la ira para atacar y defenderse,
el miedo para vengarse y el olvido para moderar la compasión (OC, t. II, p. 118. Se mantiene la ortografía original).
A partir de aquí se puede entender
que ‘educación’ sea el concepto central
del sistema rodrigueciano e ‘ignorancia’, su contraparte. Cara y cruz de una
misma moneda.
No es
una regla general el que se pueda interpretar la obra completa de un autor o
una obra particular o una tesis a partir de algún rasgo biográfico, pero sí
es recomendable tenerlo presente.
Así podemos preguntarnos: ¿por qué
Platón escribió tres obras de política? Porque la llevaba en los genes. En
efecto, descendía de Codro, el último rey del Ática, y de Solón, legislador griego que puso las bases de la democracia
ateniense (Isla de Salamina, h. 640 - h. 558 a. C.). Un tío suyo era político y
él mismo quiso llevar a la práctica en Sicilia aquello de ‘los filósofos al
poder’.
La tesis del ‘justo medio’ de Aristóteles, incluso la tesis
de la prudencia (phrónesis), puede
entenderse si tenemos presente que el Estagirita siempre fue extranjero donde estuvo:
Atenas, Assos, Mitilene, Pella y Calcis.
Basados en su expulsión de la sinagoga, se puede explicar
la “venganza” teórica llevada a cabo por B. Spinoza con su Tractatus theologico-politicus. Y el hecho de ser pulidor de
cristales puede dar cuenta de su exposición del racionalismo más radical del
siglo XVII, de tal manera que algunos autores lo consideran el verdadero padre
de la filosofía moderna.
Sin duda alguno, el hecho históricamente establecido de que
J. J.Rousseau fuera preceptor de niños ricos puede arrojar luz
sobre su tesis de que sólo los ricos necesitan ser educados: « Le pauvre n'a pas besoin d'éducation: celle de son
état est forcée ». Y también el hecho de
que entregaba sus hijos al orfanato dice mucho de su tesis de que hay que dejar
a la naturaleza que haga su obra, interfiriendo en su acción lo menos posible.
“Todo es perfecto cuando sale de las manos del Creador, pero todo degenera en
las manos del hombre” abre el Emilio o de
la educación.
La gran mayoría de los llamados
‘filósofos analíticos’ habían sido hombres de ciencia, excepto G. Moore. Así B.
Russell era matemático y lógico; R. Carnap, físico; L. Wittgenstein, ingeniero
aeronáutico; A. Traski, matemático… Muchos de ellos habían trabajado en el área
de los fundamentos de las Matemáticas y, por tanto, en Lógica antes de
dedicarse a la Filosofía, y por su formación la gran mayoría de ellos en
cuestiones de filosofía de la ciencia. En otros términos, Lógica y ciencias
naturales constituían el trasfondo general de estos pensadores. De esta manera
estaban ausentes de sus proyectos filosóficos los teólogos, los ‘filósofos de
la cultura’, los moralistas y los ideólogos. Y esto les da un sabor muy
peculiar a sus actividades y contribuye a aclarar sus objetivos más generales y
sus ideales filosóficos.
El concepto y término ‘pastor del ser’
heideggeriano puede explicarse en gran medida si conocemos el origen campesino
del filósofo de Messkirch, y su ontología la explican algunos como ontología
nazi por su adhesión al régimen nacionalsocialista, manifestada
en el discurso que pronunció en la toma de posesión de la cátedra en la Universidad
de Friburgo (1933). La renuncia a la cátedra, muy poco después de ocuparla, no
evitó que en 1945 fuera destituido como docente en Friburgo, tras la ocupación
de Alemania por los aliados.
En fin, algunos temas abordados por M.
Foucault: locura, medicina, prisión o la sexualidad… tienen su fundamento en
las vivencias personales del autor.
Y ya que terminamos la
exposición del método biográfico con referencias a M. Foucault, digamos que la historia
de las ciencias sociales es una de las principales preocupaciones de la obra
foucaultiana, preocupación que suele incluirse dentro del estructuralismo
francés. Sostenía este filósofo que la Historia no debe ser superficial, sino
que su estudio debe alcanzar niveles más profundos. Lo que queda ejemplificado
en su Historia de la locura en la época
clásica y en su Historia de la
sexualidad o en El nacimiento de la clínica, una arqueología
de la mirada médica.
Pero el ejemplo más paladino del empleo del método histórico lo constituye, sin lugar a dudas, Nicolás Maquivelo (1469-1527). Veamos cómo el ilustre florentino hace uso de él en un breve capítulo de su obra más conocida:
V
Quomodo administrandae
sunt civitates vel principatus,
qui, antequam
occuparentur, suis legibus vivebant
Hay tres maneras de conservar los estados adquiridos cuando
éstos, como se ha dicho, están acostumbrados a vivir con sus propias leyes y en
libertad: la primera, destruirlos; otra, ir a vivir personalmente en ellos, y
la tercera, dejarles vivir con sus antiguas leyes cobrándoles tributo y creando
un gobierno minoritario que te los mantenga amigos. Porque, habiendo sido este
gobierno creado por el príncipe conquistador, los oligarcas saben muy bien que
no pueden mantenerse sin su poder y apoyo, con lo que harán lo posible para
conservar su autoridad; y más fácilmente se conserva una ciudad acostumbrada a
vivir libre, con el apoyo de sus ciudadanos, que de ninguna otra manera; eso,
claro, queriendo evitar su destrucción. Como ejemplos tenemos a los espartanos
y a los romanos. Los espartanos conquistaron Atenas y Tebas, creando en ellas
un gobierno oligárquico, y con todo las volvieron a perder. Los romanos, para
mantener su dominio en Capua, Cartago y Numancia, las destruyeron y no las
perdieron; quisieron conservar Grecia casi como lo habían hecho los espartanos,
manteniendo sus leyes y dejándola libre y fracasaron; así que se vieron
obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para conservarla.
Porque, en verdad, no hay otro medio más seguro de posesión que la ruina. Y
quien se apodera de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, que
espere a ser destruido por ella; ya que siempre, en caso de rebelión, se
apoyará en el nombre de la libertad y en sus antiguas instituciones; cosas
ambas que no se olvidan por mucho tiempo que pase y por muchos beneficios que
se reciban. Y por mucho que se haga o se prevea, si no se disgregan o dispersan
sus habitantes, nunca olvidarán ni aquel nombre ni aquellas instituciones, y a
la menor ocasión recurrirán a ellas como hizo Pisa luego de cien años de
sometimiento a los florentinos. Pero cuando las ciudades o las provincias están
acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y la familia se ha extinguido, estando por
un lado acostumbrados a obedecer y por otro no temiendo a su viejo príncipe, no
se ponen de acuerdo para elegir de entre ellos a otro, ni saben vivir libres:
así que son siempre más lentos a la hora de tomar las armas y un príncipe puede
con más facilidad conquistarlos y hacerlos suyos. En cambio en las repúblicas
hay mayor vida, más odio, más deseo de venganza; no las deja, ni puede dejarlas
descansar el recuerdo de la antigua libertad: así que el camino más seguro es
destruirlas o vivir en ellas.
Nicolás Maquiavelo (2001). El príncipe. Madrid: Tecnos (4ª). Traducción de Helena Puigdomenech