(O si no puedes cambiar el mundo, múdate tú)
Para Juan José Rosales Sánchez
Dramatis personae
Ágata, Calandria, Calíope y Calixto, que son niños buenos; Zoilo y Aristarco, malos. Todos juegan a la rayuela, a decir mentiras, al hospital, a prácticas de fuerza, a la candelita y a la gallina ciega.
—Vengan, chicos. Ágata, Calandria y Calixto, vengan. Juguemos a la rayuela, que Zoilo y Aristarco son unos malvados. Siempre hacen trampas al escondite.
—Aquí estamos, Calíope.
—A ver, Calandria, ve marcando los cuadros. Y tú, Ágata, marca los números. Que se vea bien el ‘cielo’.
—Sí, porque el cielo es el límite.
—¡Pero el gran Goethe dijo aquello de quien quiere lo grande tiene que limitarse! En sus palabras: “La grandeza es el límite!” ¿Cómo se come entonces lo que tú afirmas?
—Tú no entiendes, Aristarco, nunca entiendes. Se trata de motivación para la autoayuda. Me lo dijo muy claro la profesora Elsa Espinoza cuando se lo pregunté: “No entiendo bien la inclusión de la Autoayuda como teoría de la práctica. Como Psicóloga creo que valdría la pena ir a los orígenes de la Autoayuda que no es otra que una revisión de la Motivación, de la Psicología Social y desde allí, de los avances y hallazgos de la Psicología Positiva. Uno de autores e impulsores de la Psicología Positiva, Martin Seligman, viene de la formación citada. Los estudios, investigaciones e intervenciones terapéuticas provenientes de la motivación, las necesidades y los reguladores sociocognitivos han reconocido y fortalecido aspectos de la conducta humana como el autoconcepto, la autoestima, la identidad del yo, la autodeterminación, la autorregulación, el autocontrol y la resiliencia. La autoayuda con sus recetas, fórmulas y soluciones mágicas se ha nutrido de estos términos psicológicos para formular sus propuestas”.
—Sí es así, me rindo, Ágata, pero sin compartirlo. Tal vez en el juego ustedes me convenzan.
—Seguro que sí. Pero para alcanzarlo se precisa nuestra transformación. La transformación es la capacidad y la voluntad de vivir más allá de nuestra forma.
—Aristarco, a los autores de autoayuda no les gusta la forma que uno tiene.
—La verdad, Zoilo, que también yo estoy harto de que todo el mundo quiera “transformarme”. Políticos, curas y pastores, psicólogos, médicos y otros escultores chamánicos quieren mi transformación, quieren despojarme de lo que soy, de aquello en que me he constituido. Y me dicen que ese pensamiento de que yo quiera ser yo mismo debe ser abandonado ¿Por qué?
—Porque todo pensamiento negativo retarda la transformación personal. Si estás lleno de negatividad, te será imposible alcanzar cotas más altas y más plenas de felicidad.
—Desde que Aristóteles afirmó que todos buscamos eudaimonía, muchas tonterías se han seguido diciendo.
—No hagan caso, chicos, de un ser tan negativo. Y tú, Calandria, ve terminando los cuadros. Vean un ejemplo de pensamiento transformador. Me traslado a un sitio tranquilo y con los ojos cerrados visualizo una luz en tono pastel. Cualquier pensamiento que interfiera es apartado sin concesiones por el poder de la luz. Cuando me relajo veo una luz blanca en medio de un campo en tono pastel y noto que cada vez me acerco más y más al color blanco. Cuando al final consigo atravesar esa luz, la sensación es muy parecida a la descrita, la de dejar el cuerpo al otro lado de la puerta. Mi energía se revitaliza y siento que me controlo a mí mismo y a lo que me rodea. La mejor definición que se me ocurre para hablar de este lugar es el de "paz exquisita". Al final estoy tan descansada como si hubiera dormido ocho horas.
—Este ejemplo de pensamiento transformador lo es más bien de cómo nutrir el imaginario. Pero si ustedes se alimentan de eso…
—Ya está. Fíjense en lo que puse en el cielo dicho por la profesora Espinoza de esta obra que estamos construyendo y del autor.
— Vamos a ver qué escribiste: “Este libro El cantar del optimista es una clase de Filosofía, sumamente accesible, ameno y con referencias al mundo, a la realidad, que le dan mucha claridad al texto. Por lo demás, muy bien escrito y bien documentado". “El tejido del discurso a través del cual conjuga y diferencia posturas teóricas, es muy preciso e ingenioso y a la vez toda una experiencia para aprender a través de los diálogos. Agregaría que es una invitación para el aprendizaje: retomar, revisar, exponer, discutir, relacionar, oponer y descubrir conceptos, autores y posturas teóricas con una visión crítica y además a "aprender a enseñar" a través de los diálogos. “Recordando a Deleuze, la Filosofía es una disciplina creadora y para crear hay que tener ideas, inventar," hacer "conceptos... Esto se revela en el libro. “En todo caso, ¡felicitaciones al profesor Jorge por ese logro”
—Seguro que el autor se siente muy agradecido por palabras tan gentiles. Lo llevan al cielo directamente. ¿No es verdad, Zoilo?
—Agradecido y conmovido… pero no convencido.
—¿Qué más debemos hacer, Ágata?
—Por encima de todo, uno tiene que ser amable y comprensivo con uno mismo, sobre todo si nos comportamos de un modo que disgusta. Háblense con amabilidad. Ténganse paciencia cuando descubran lo mucho que les cuesta ser una persona "santa". Se necesita mucha práctica, tanto como la que necesitaron para desarrollar sus costumbres neuróticas y negativas. Concédanse el perdón.
—Me toca lanzar a mí, Ágata.
—Adelante, Calandria. Tú puedes hacerlo muy bien. Tienes experiencia. Nútrenos de ella.
—Consideren la producción de pensamientos como una visualización interior sin ninguna limitación de orden físico. Apliquen la noción de los pensamientos entendidos como cosas que participan en la adquisición de riqueza. Si se imagina nadando en la abundancia, si se mantiene esa imagen fija en su mente a pesar de las barreras con las que choca, y si permite que la riqueza les aguarda, entonces ustedes actuarán impulsados por esta imagen. Ella se convertirá en la imagen primordial de su mundo mental. Efectuarán quince llamadas al día en vez de las tres o cuatro que solían hacer. Se encontrarán ahorrando algún dinero de su sueldo y, de este modo, empezarán a pagarse a ustedes mismos. Tal es el primer paso en la adquisición de riqueza. Se rodearán, entonces, de personas que les animarán en la consecución de sus proyectos. Asistirán a clases sobre temas trascendentales que darán color a la misión que esta vida les ha encomendado, siempre se hallará en un estado de mejora continua. Buscarán el conocimiento y la experiencia de quienes, perteneciendo al mismo campo, han conocido el éxito.
—Pero no yo nunca tendré éxito porque todavía no conozco cuál es mi misión en la vida.
—Debes, entonces, leer biografías de personas de origen humilde que llegaron a triunfar. Toda tu vida girará en torno de una cosa muy simple, un pensamiento: la imagen de nadar en la abundancia
—Yo, Calandria, siempre me digo a mí misma que todo lo que visualizo ya está aquí. Recuerdo lo que Einstein nos enseñó sobre el tiempo: el tiempo no existe en el mundo lineal; es como una creación del hombre motivada en su visión limitada y su necesidad de compartimentarlo todo. No existe cosa semejante a lo que llamamos tiempo. Por tanto hay que estar dispuesto a todo para alcanzar lo visualizado. Disposición es la clave del éxito. Olvídense de la perseverancia, virtud de obsesivos. Hay que darse cuenta de que el fracaso no existe.
—Nosotros lo creamos todo, incluyendo las personas que forman parte de nuestra vida. Y lo que tiene todavía un peso mayor es nuestro modo de permitir o anular nuestras reacciones.
—Chicas, Calixto, vengan. Dejen el juego. Vean lo que encontré del Dr. Wayne DYER (1992:91 ss). Es un maravilloso programa semanal para convertirse en un soñador despierto. Dice así: 1. Domingo: El tiempo no existe. 2. Lunes: No hay causa ni efecto. (Usted puede ser cualquier cosa que desee, a pesar de lo que la gente diga o haga, y a pesar de lo que usted haya o no haya hecho antes. Hoy, lunes, intente no ser el efecto de nada, sino el creador de lo que ha imaginado que puede ser). 3. Martes: No hay principio ni final. Intente vivir este día como si la eternidad ya estuviera aquí. 4. Miércoles: Cada obstáculo es una oportunidad. (Hoy reciba con beneplácito cualquier comportamiento escandaloso o desagradable que vaya dirigido a usted por parte de otras personas, y considérelo una oportunidad para recordarse que ellos sólo le están hablando a su forma). 5. Jueves: Usted crea todo lo que necesita para su sueño. 6. Viernes: Las reacciones son reales, los personajes son ilusiones. (Hoy es el día de renacer en un sentido transformacional). 7. Sábado: La única forma de saber que está soñando es despertarse. (Hoy puede practicar el despertarse, es decir, el morir mientras está vivo, y echar una ojeada a todo lo que antes consideraba hacer en su vida. Comience a comprender que todo lo que experimenta es un pensamiento).
—¿No les parece maravilloso? ¡Tan sencillo y al alcance de todos!
*
—Zoilo, nosotros vamos a jugar a decir mentiras. Ven. Siéntate a mi lado que estos niños buenos están diciendo demasiadas verdades y no nos dejan jugar con ellos.
—¿Qué juego es ese, Aristarco?
—Es aquel del tipo “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”.
—No lo conocía.
—Entonces, aprende, Calíope. Tú empiezas, Zoilo.
—¿Y de dónde las saco?
—Bueno, eso es lo que más abunda, pero puedes sacarlas de donde las estaban sacando estos, del Dr. Wayne DYER (1992).
—Ahí va la primera: “Tú puedes ser un líder”.
—Es buena, pero esta de la abundancia es mejor. Dice el famoso doctor que el primer paso hacia la consecución de una mentalidad liberada de la visión de la escasez consiste en estar agradecido por todo lo que somos y poseemos. Sí, sí, dar las gracias plenamente convencidos y apreciando el gran milagro que todos constituimos.
—Yo creo que tiene razón, Aristarco, vivimos de milagro.
—Esto sigue, Calíope. No te quejes y da gracias porque no te falta nada. Naturalmente, ¿cómo podía faltarte algo en un universo perfecto? Cuando comiences a dar las gracias por lo que te ha sido concedido: el agua que bebes, el sol que te calienta, el aire que respiras y todo lo que supone un don de Dios, estás poniendo en funcionamiento todos tus pensamientos (toda su esencia) para centrarte en tu humanidad y en la abundancia.
—¿Y eso es una mentira? Cuando vives y respiras prosperidad bajo la creencia de que todo existe en grandes cantidades y crees tener el derecho de llegar a poseer todo lo que desee, entonces empiezas a comportarte contigo y con los demás según este principio. Este convencimiento se aplica a la adquisición de riqueza, la felicidad personal, la salud, los logros intelectuales y todo lo demás.
—Yo no lo hubiera dicho mejor, Calíope. Veo que te gustó el juego.
— Pero ¿cómo puedes tú sintonizar con la abundancia que constituye todo el universo?
—El doctor Dyer sugiere que comiences examinando y contestando estas tres preguntas: 1. ¿Cuánto crees que vales? 2. ¿Qué crees que mereces? 3. ¿Qué crees que se halla a tu disposición?
—Aquí van, chicos, algunas ideas que pueden ayudarles a superar la conciencia de escasez que predomina en sus vidas. Escuchen con atención: -¡No estén en contra de nada! Hagan un esfuerzo para expresar en términos positivos todo lo que sienten y desechar los términos negativos a los que tan acostumbrados se hallan. -Esfuércense por ser personas agradecidas por lo que tienen y por lo que son cada día. -Tómense un tiempo cada día para analizar cómo utilizan su mente. -Comprométanse a hacer lo que aman y a amar lo que hagan. ¡Empiecen hoy mismo!...
—¡Qué cursi ese uso del verbo amar! En castellano se dice ´querer’ o ‘gustar’.
—Calla, Aristarco, y escucha. -Cuando piensen que ha llegado el momento de recibir una compensación en su vida no duden en decirse “Me lo merezco”. -Poco a poco vayan repitiéndose la frase “No puedo poseerlo todo” -Cuando sientan la tentación de dar menos a los demás, intenten dar la vuelta y ofrézcanles más de lo que desean en el fondo. -Conviertan la positividad en parte de su vida. La abundancia es un principio universal, el cual una gran parte de nosotros no experimentamos porque lo malinterpretamos.
—Esta mentira es muy buena, Aristarco, oye: Decide cómo quieres vivir cada uno de los días de tu vida. No estás atado a nada: ni a cosas, ni a personas, ni al pasado, ni a tu cuerpo, y a las ideas y a tener la razón, ni al dinero.
—Estoy de acuerdo, Zoilo. Hegel no lo hubiera dicho mejor.
—Pero sí más enredado. Hablaría de que somos libertad absoluta y negatividad absoluta, entre otras cosas. La mentira de la sincronía es muy buena. Escuchen. Alguien sugiere un mundo al que nos hemos mostrado bastante indiferentes por culpa de nuestra experiencia basada exclusivamente en la forma: el mundo de las ideas, el mundo del pensamiento, ese algo sin forma denominado pensamiento…
—Pregunto: ¿Y no tiene la forma de las palabras con que lo formulamos?
—…que se origina con la persona y que a la vez es la persona. El pensamiento se halla aquí dentro y allí fuera. Está en todas partes. ¿Es energía? Tal vez. ¿Una resonancia? Quizá. ¿Una cadena formada por la unión de campos morfogenéticos? Quién sabe. ¿Invisible? No hay duda. ¿Algo de lo que no se puede escapar? Sí. Intenten dejar de pensar por unos minutos y se percatarán de que el pensamiento es algo que está estrechamente unido a ustedes.
—No veo la mentira en lo dicho, Aristarco.
—Aquí viene, Calíope. Cuando aceptes que el pensamiento puede existir fuera de ti, te encontrarás en camino de comprender la sincronía. El vínculo de unión que existe entre acontecimientos aparentemente desconectados es, en realidad, el lazo de unión de los pensamientos, la esencia de nuestro universo, la energía vibratoria que no podemos ver ni definir. Del mismo modo, el nexo de unión entre tus pensamientos y los de otras personas resulta más fácil de considerar ahora, si partimos de la base de que el pensamiento es energía y fluye por el universo sin restricción alguna, y no sólo por un individuo. Esas situaciones que parecen coincidencias se prestan perfectamente para aquellas cosas en que sintonizamos con la dimensión del pensamiento.
—A mí me cuesta mucho imaginarme como una batería o una pila, Aristarco.
—A mí, también, Zoilo. Pero fíjate en esto otro. El doctor de marras dice que ha podido experimentar una serie de acontecimientos sincrónicos que algunas personas, ajenas a su comprensión, podrían calificar de milagros. En su opinión son sencillamente el resultado de haber creído en la inteligencia universal…
—¿El nous de Anaxágoras?
—…que sostiene toda la forma y de haber permitido que se desarrollara en perfecta armonía. Dice el doctor: “Cuando alguien me comenta, por ejemplo, ‘Venga, Wayne; sea un poco más realista’, suelo contestar: ‘Yo soy realista; por eso espero los milagros” (p. 252)
—Creo que Wayne participa de la idea griega de anagké.
—En cierto sentido, sí. El piensa que todo lo que ha sucedido tenía que ocurrir. Todo lo que tiene que ocurrir no puede ser detenido. A partir de ahora ustedes pueden utilizar lo que les acabo de exponer en beneficio de su vida diaria. Una vez saben que todo lo que se cruza en su camino, todo lo que ustedes piensan y sienten, todo lo que hacen, forma parte de la sincronía del universo y de ese mismo instante en el que ustedes viven, entonces no tienen otra alternativa que deshacerse de todas las trabas que afectan a su vida. Comprenderán, así, que todos los pasos que dan en su vida se hallan sincronizados.
— Pero se me ocurre, Aristarco, que de alguna manera el individuo que no elimina esas trabas de sincronía causa un desbarajuste en el universo. Eso lo denunció en su momento el loco Schreber.
—Supongo que muchos lo dicen de ti y de mí, Zoilo.
—Continúo con la mentira. Una vez acepten esta sincronización del universo, todas las coincidencias que parecían imposibles son admitidas en una asentamiento de la cabeza y un conocimiento interior, y no con una actitud de incredulidad. Pero antes de conseguir que este principio funcione sin restricción alguna, deben eliminar sus viejas creencias.
—Pero entonces no es tan anagké la cosa, pues depende de nuestro conocimiento y de nuestra aquiescencia.
—Así me parece también a mí, Zoilo. ¿Tienes alguna mentira más que quieras contar?
—Bueno, sí, la del perdón, que, en primer lugar, debe ser de uno mismo. (Yo no puedo negar que esta mentira me agrada, lo mismo que alcanzar el cielo, que se sigue del perdón). Y asociada con el perdón está la idea de la rendición: el último acto.
—¿Puedes explicar eso?
—La idea de rendición no implica que tú le concedas el control de tu vida a otra persona, organización o conjunto de ideas. Al referirse a la rendición, Dyer alude al hecho de confiar en las fuerzas y principios que siempre funcionarán en este universo perfecto, al igual que tú día tras día te rindes ante los principios que te convierten en una unidad de trabajo basada en el amor, sin llegar a poner en duda, luchar, demandar o incluso preguntarte si son plenamente comprendidos por tu ser. Y del mismo modo puedes rendirte ante los grandes principios que gobiernan el universo y todos los seres vivos que contiene.
—En otros términos, se llega a donde habíamos partido. La idea de Bacon: para mandar a la naturaleza hay que obedecerla. ¡Tanto nadar para venir a morir a la orilla!
*
—Chicos, díganse con frecuencia: “En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero... Todo está bien en mi mundo” (HAY: 1989).
—Comienza, tú, Calíope.
—En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero... Todo está bien en mi mundo.
—Ahora tú, Calandria. —En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero... Todo está bien en mi mundo.
—Tu turno, Calixto.
—En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero... Todo está bien en mi mundo.
—A ustedes, Zoilo y Aristarco, no les digo nada porque ustedes están enfermos y primero deben sanarse.
—¡Ah qué bien!, Ágata. Se me ocurre que podemos jugar al hospital. Sí, ya tenemos los enfermos; nosotros podemos ser médicos y enfermeros.
—Me parece muy bueno. Y a ustedes, chicos malos, les ruego que no se menosprecien por estar donde están. El hecho mismo de que nos hayan encontrado, de que anden con nosotras, significa que están preparados para introducir en su vida un cambio positivo. Reconózcanse el mérito, que no es nuestro.
—Nosotros estamos bien así. Nos quedamos de enfermos, ¿verdad, Zoilo? Hagan ustedes de doctores y sanadores y, sobre todas las cosas, ¡conserven su humildad! Esta gente de la autoestima no tiene problemas con la modestia y mucho menos con la humildad, je, je, je.
—Es verdad, Aristarco, no tienen problemas, ji, ji, ji. ¡A paseo, virtudes de la modestia y de la humildad, que estorban!
—Cada uno de nosotros decide encarnarse en este planeta en un determinado punto del tiempo y del espacio. Hemos escogido venir aquí para aprender una lección determinada que nos hará avanzar por el sendero de nuestra evolución espiritual. Escogemos nuestro sexo, el color de nuestra piel y luego buscamos los padres que mejor reflejen la pauta que traemos a esta vida para trabajar con ella. Después, cuando hemos crecido, es común que les apuntemos con un dedo acusador, clamando: "Mira lo que me hiciste". Pero en realidad, los habíamos escogido porque eran perfectos para el trabajo de superación que queríamos hacer.
—Es cierto, Ágata. Yo he comprobado que cuando realmente nos amamos, es decir, cuando nos aceptamos y aprobamos exactamente tal cual somos, todo funciona bien en la vida. Es como si por todas partes se produjeran pequeños milagros. Nuestra salud mejora, atraemos hacia nosotros más dinero, nuestras relaciones se vuelven más satisfactorias, y empezamos a expresarnos de manera más creativa. Y parece que todo esto sucediera sin que lo intentásemos siquiera... Aprobarse y aceptarse a sí mismo en el ahora es el primer paso hacia un cambio positivo en todos los ámbitos de la vida.
—A mí me ensañaron un ejercicio constante de amor especular. Consiste en lo siguiente: tomen un espejito, miren a los ojos, pronuncie su nombre diciendo: "Te amo y te acepto exactamente tal como eres".
—¡Qué bello, Calixto! Todos empezamos a cambiar en el momento, el lugar y el orden adecuados para nosotros. Yo no empecé hasta después de los cuarenta. Pero antes de eso, hay que hacer una limpieza de la casa mental. Ahora es el momento de examinar un poco más nuestro pasado, de echar un vistazo a algunas de las creencias que han venido rigiéndonos (y limitándonos)... Por ejemplo, en mi caso, ¿qué fue lo que encontré? Esto: CREENCIA LIMITATIVA: "Yo no sirvo para nada" ¿DE DÓNDE PROVIENE? De un padre que me repitió insistentemente que era una estúpida. CREENCIA LIMITATIVA: Falta de amor a mí misma. ¿DE DÓNDE PROVIENE? Del intento de obtener la aprobación del padre. CREENCIA LIMITATIVA: La vida es peligrosa. ¿DE DÓNDE PROVIENE? De un padre asustado. CREENCIA LIMITATIVA: No sirvo… ¿DE DÓNDE PROVIENE? De sentirme abandonada y descuidada…
—Si entiendo la tesis, nosotros elegimos a nuestros padres que forjan nuestra mente.
—Así es, sea cual fuere el problema, proviene de un modelo mental, pero ¡los modelos mentales se pueden cambiar! Si de niños nos enseñaron que el mundo es un lugar espantoso, aceptaremos como válido para nosotros todo lo que refleje esa creencia. Lo mismo se puede decir de frases como: "No te fíes de los extraños", "No salgas de noche" o "La gente te engañará". En cambio, si de pequeños nos enseñaron que el mundo es un lugar seguro, nuestras creencias serán otras. Nos será fácil aceptar que hay amor en todas partes, que la gente es amistosa y que siempre tendremos lo que necesitamos. Si de pequeño te enseñaron que todo era culpa tuya, pase lo que pase irás por el mundo sintiéndote culpable. Y esta convicción te convertirá en alguien que andará continuamente pidiendo disculpas.
—Yo, Ágata, asumo mis miserias. Y no pido disculpas.
—A ver, si entiendo bien lo que dices: Si uno lo cree, ¿parece verdad? Es decir, si queremos una vida jubilosa, ¿debemos tener pensamientos jubilosos? Si queremos una vida próspera, ¿debemos tener pensamientos de prosperidad? Si queremos una vida llena de amor, ¿debemos poner amor en nuestros pensamientos?
—Eso es. Aquello que, verbal o mentalmente, enviemos hacia fuera, será lo que de la misma forma vuelva a nosotros. Vamos a hacer el ejercicio ‘yo estoy dispuesto a cambiar’. Vamos a usar la afirmación ‘estoy dispuesto a cambiar’. Repítanla con frecuencia reiteradamente. Mientras dicen "estoy dispuesto a cambiar", tómense la garganta.
—‘Yo estoy dispuesto a cambiar’
—‘Yo estoy dispuesto a cambiar’
—‘Yo estoy dispuesto a cambiar’
—Muy bien. En el cuerpo, la garganta es el centro energético donde se produce el cambio. Al tocársela, ustedes reconocerán que se encuentran en un proceso de cambio. Inténtenlo, enfermos Zoilo y Aristarco. Su problema es el problema de la resistencia al cambio. ¿Cómo cambiar? Hay varios principios con los deben que trabajar, a saber: 1. Alimentar la disposición a renunciar; 2. Controlar la mente; 3. Aprender hasta qué punto nos liberamos perdonando y perdonándonos.
—Dinos, ahora, Ágata, cómo se construye lo nuevo.
—Muy sencillo. La tierra es la parte subconsciente de su mente. La afirmación nueva es la semilla. La nueva experiencia está, en su totalidad en esa semillita. Ustedes la riegan con afirmaciones, dejan que se bañe en el sol de sus pensamientos positivos, limpian la maleza del jardín arrancando las ideas negativas que se les ocurren. Y cuando ven por primera vez una mínima prueba de que algo está creciendo, no la pisoteen, quejándose de que eso no es bastante, sino que la miran y exclaman jubilosos: “¡Oh, qué bien! Ya está saliendo. ¡Esto funciona!” ¿Cómo crear nuevos cambios me preguntaste, Calixto? Para empezar, a la lista de pensamientos negativos que hayas anotado puedes darle la vuelta de la siguiente manera: -Quiero liberarme del modelo mental que creó todas estas condiciones -Estoy en el proceso de hacer cambios positivos -Tengo un cuerpo sano y esbelto -Dondequiera que voy, me quieren -Tengo una vivienda perfecta -Me estoy creando un estupendo trabajo nuevo -Ahora me organizo muy bien. -Todo lo que hago me da placer -Me amo y me apruebo sin reservas -Confío en que el proceso de la vida me dé lo que es -mejor para mí -Me merezco lo mejor, y ahora mismo lo acepto. De este grupo de afirmaciones provendrán todas las cosas que ustedes quieren cambiar en su lista. Al amarse y aprobarse se creará un espacio de seguridad y confianza en que la aceptación de sus méritos permitirá que su peso corporal se normalice. Estas afirmaciones generarán la organización en su mente, crearán en su vida relaciones de amor, le atraerán un trabajo nuevo y un nuevo lugar donde vivir. Es milagroso cómo crece una tomatera. Es milagrosa la forma en que podemos hacer que nuestros deseos se manifiesten.
—Yo propongo, si me lo permites, Ágata, un ejercicio de afirmaciones diarias que hice algunas veces, aunque no muchas, por lo que no pude ver los resultados. El ejercicio es éste: hay que tomar un par de afirmaciones y escribirlas de diez a veinte veces por día. Léanlas en voz alta, con entusiasmo. Compongan después una canción con ellas, y cántenla con alegría. Dejen que su mente se concentre durante todo el día en estas afirmaciones. Las afirmaciones que se usan en forma constante se convierten en creencias, y siempre producirán resultados, a veces de manera que no podemos ni siquiera imaginar. Por la noche, cuando se acuesten, cierren los ojos y agradezcan todo lo que hay de bueno en su vida. Su gratitud les traerá más bendiciones. No escuchen las noticias por la radio ni las vean en la tele antes de acostarse. No contaminen sus sueños con una lista de desastres. Al soñar hacemos un importante trabajo de limpieza, y ustedes le pueden pedir al mecanismo del sueño que les ayude con cualquier cosa en la que esté trabajando. Con frecuencia, a la mañana siguiente recibirán una respuesta.
—Definitivamente, Calíope, el ejercicio de las afirmaciones diarias es muy gracioso. A lo mejor no resulta –como te pasó a ti- pero uno se entretiene mucho. ¡Hasta cuando dormimos!
—No te burles, Zoilo.
—Ya, niño malo. Veamos el asunto de la prosperidad que a todos preocupa, aunque a ustedes dos parece que no. Pero igualmente les enseño los pasos: 1. Limpieza general Sí, hagan lugar para lo nuevo. Vacíen la nevera. Tiren todos esos restos envueltos en papel aluminio. Limpien los armarios, desháganse de todo lo que no hayan usado en los últimos seis meses. Y si hace un año que no lo usan, decididamente eso está de más en su casa, así que véndanlo, cámbienlo, regálenlo o quémenlo (mejor). 2. Visualización de la abundancia Su conciencia de la prosperidad no depende del dinero; es el dinero que hacia ustedes afluye lo que depende de su conciencia de la prosperidad. 3. Abrir los brazos Por lo menos una vez al día, me siento con los brazos extendidos a los costados y digo: ‘Estoy abierta para todo el bien y toda la abundancia del Universo’. Eso me da una sensación de expansión. 4. Reconocer la prosperidad Empiecen a reconocer la prosperidad allí donde la vean, y a alegrarse de ella... Permítanse sacar placer de toda clase de mansiones suntuosas, bancos, grandes almacenes, establecimientos de lujo... y, ¿por qué no?, también yates. Reconozcan que todo eso es parte de su abundancia, y recuerden que ustedes están incrementando su conciencia para poder participar de esas cosas si así lo desean. Si ven gente bien vestida, díganse: ‘¡Qué maravilla que tenga semejante abundancia. Realmente, hay de sobra para todos!’
—¡En la imaginación, Ágata, en la imaginación! Que te desbocas, porque ¡tú te desbocas y te desubicas, Ágata!
—"¿Quiere contarme brevemente algo de su infancia?" Esta es una pregunta que he formulado a muchos clientes, y no porque necesite saber todos los detalles, sino porque quiero tener una visión general de su origen. Si ahora tienen problemas, los modelos mentales que los crearon se iniciaron hace largo tiempo. Cuando yo tenía un año y medio, mis padres decidieron divorciarse. No recuerdo que aquello fuese tan malo, pero lo que sí recuerdo con horror es el hecho de que mi madre empezara a trabajar en una casa, haciendo trabajos domésticos, y me dejara a cargo de una familia amiga. Según cuentan, me pasé tres semanas llorando sin parar, y como las personas que me cuidaban no sabían qué hacer, mi madre tuvo que venir a buscarme y disponer las cosas de otra manera. Hoy admiro cómo consiguió salir adelante sin respaldo alguno, pero entonces lo único que sabía, y que me importaba, era que no me prestaba la afectuosa atención a que yo estaba acostumbrada. Jamás he podido saber si mi madre amaba a mi padrastro, o simplemente se casó con él para que ella y yo pudiéramos tener un hogar.
—¿Y cómo pasó tu madre del divorcio a que tú tengas un padrastro?
—Cállate, Zoilo, que eso no importa. Lo que importa es que la decisión no fue acertada. Aquel hombre se había criado en Europa, en un hogar muy germánico…
—¿Heideggeriano?
—…y con mucha brutalidad, y nunca llegó a entender que hubiera otra manera de llevar adelante mi familia. Mi madre volvió a quedar embarazada y después, cuando yo tenía cinco años, sobrevino la depresión de 1930 y las dos, junto con mi hermana, nos encontramos confinadas en una casa donde reinaba la violencia. Para completar el cuadro, fue también por aquella época cuando un vecino, un viejo borracho, me violó. Al hombre lo sentenciaron a quince años de prisión, y a mí me repitieron insistentemente que "la culpa era mía"
—¿Lapsus en la frase, Ágata/Hay?
—No interrumpas, Aristarco, que esto es muy serio.
—¿Tan serio que lo aireas por todo el mundo?
—Chitón. Déjala hablar.
—Me pasé muchos años temiendo que cuando lo dejaran en libertad vendría a vengarse de mí por haber tenido la maldad de enviarlo a la cárcel. La mayor parte de mi niñez la pasé aguantando malos tratos físicos y sexuales
—Además del vecino, ¿te violaba el padrastro?
—… y haciendo además los trabajos más duros. Mi imagen de mí misma se deterioró cada vez más, y no parecía que hubiera muchas cosas que me fueran bien. Por cierto, empecé a expresar esa misma pauta en el mundo exterior. Estando en cuarto grado, hubo un incidente típico de lo que era mi vida. Un día tuvimos una fiesta en la escuela, y se sirvieron varios pasteles. La mayoría de los niños, salvo yo, eran de familias de clase media, de posición desahogada. Yo andaba mal vestida, con el pelo mal cortado y unos viejos zapatos negros, y olía a ajo: todos los días tenía que comer ajo crudo, "por las lombrices". En casa jamás comíamos pasteles, porque no podíamos permitírnoslo. Había una anciana vecina que todas las semanas me daba diez centavos, y un dólar el día de mi cumpleaños y en Navidad. Los diez centavos iban a engrosar el presupuesto familiar, y con el dólar me compraban en las rebajas ropa interior para todo el año. Pues bien, aquel día de la fiesta en la escuela había tantos pasteles que algunos chicos de los que podían comer pastel casi todos los días se sirvieron dos o tres porciones. Cuando la maestra llegó finalmente a donde yo estaba (y naturalmente fui la última), ya no quedaba nada, ni una sola porción. Ahora veo claramente que era "mi creencia confirmada" en que yo no servía para nada y no me merecía nada lo que me puso al final de la cola y me dejó sin pastel. Ese era mi modelo mental, que no hacía más que reflejar mis creencias. A los quince años ya no pude seguir soportando los abusos sexuales…
—¿Del padrastro? Dilo, Ágata, que me tienes en ascuas. ¿Del vecino? ¿De los dos?
—…y me escapé de casa y de la escuela. Encontré un trabajo como camarera que me pareció mucho más llevadero que todo lo que había tenido que lamentar en casa. Como estaba ávida de amor y afecto, y mi autoestima no podía ser más baja, de buena gana pagaba con mi cuerpo cualquier bondad que alguien pudiera demostrarme, y apenas cumplidos los dieciséis años di a luz una niña. Sentí que era imposible quedarme con ella, pero pude encontrarle un hogar bueno y afectuoso, un matrimonio sin hijos que estaba ansioso por tener un bebé. Durante los últimos cuatro meses viví en su casa, y al ingresar en el hospital anoté a la niña a nombre de ellas. En semejantes circunstancias, jamás disfruté de las alegrías de la maternidad; de ella sólo conocí la pérdida, la vergüenza y la culpa. Aquello fue sólo una época de humillación que había que pasar lo más pronto posible. Lo único que recuerdo de la niña son los dedos de los pies, grandes, exactamente iguales a los míos, y estoy segura de que si alguna vez nos encontrásemos, la reconocería si pudiera vérselos. La cedí cuando tenía cinco días.
—Ágata, eso que cuentas es un culebrón.
—Pero es verdad: es mi culebrón. Inmediatamente regresé a casa a decirle a mi madre, que seguía siendo una víctima. “Vamos, no tienes por qué continuar soportando esto. Yo voy a sacarte de aquí”. Y se vino conmigo, dejando con su padre a mi hermanita de diez años, que siempre había sido la mimada de él. Después de haberle ayudado a conseguir trabajo como mujer de limpieza en un hotel pequeño, y de dejarla instalada en un apartamento donde estaba segura y cómoda, sentí que ya había cumplido con mis obligaciones y me fui con una amiga a Chicago, con la intención de estar un mes... pero no volví hasta pasados treinta años. En aquellos primeros tiempos, la violencia de que había sido objeto en mi niñez, unida a la sensación de inutilidad e insignificancia que me había creado, atraía a mi vida hombres que me maltrataban e incluso me golpeaban. Podría haberme pasado el resto de mi vida execrándolos, y probablemente hoy seguiría teniendo las mismas experiencias. Sin embargo, poco a poco, gracias a mis actividades laborales positivas, mi autoestima fue en aumento y ese tipo de hombres fue desapareciendo de mi vida. Estaba abandonando mi viejo modelo mental, mi convicción inconsciente de que yo me merecía esos abusos. No se trata de que justifique su comportamiento, pero si mi modelo mental no hubiera sido aquél, ellos no se habrían sentido atraídos hacia mí. Ahora, los hombres que abusan de las mujeres ni se enteran de que yo existo; nuestros modelos mentales respectivos ya no se atraen
—¿Atraen los modelos mentales o los hechos reales?, pregunto y… no espero respuesta.
—Después de algunos años en Chicago, haciendo labores domésticas, me fui a Nueva York y tuve la suerte de llegar a ser modelo de alta costura. Sin embargo, ni siquiera trabajar para los grandes diseñadores me ayudó a aumentar en mucho mi autoestima; sólo me dio recursos adicionales para encontrarme defectos. Me negaba a reconocer mi propia belleza. Durante muchos años seguí en la industria de la moda. Conocí a un caballero inglés, encantador y educado, y me casé con él. Viajamos por todo el mundo, conocimos personajes importantes, incluso de la realeza, y hasta llegamos a cenar en la Casa Blanca. Yo era modelo y estaba casada con un hombre maravilloso, pero mi autoestima siguió siendo baja hasta años después, cuando inicié el trabajo interior. Un día, después de catorce años de matrimonio, él me dijo que deseaba casarse con otra, precisamente cuando yo estaba empezando a creer que las cosas buenas podían ser duraderas. Sí, fue un golpe aplastante. Pero el tiempo pasa, y sobreviví. Podía sentir cómo cambiaba mi vida, y una primavera me lo confirmó un numerólogo, diciéndome que un suceso muy pequeño cambiaría mi vida en otoño.
—¿También vas a meter profetas en el culebrón?
—Tan pequeño fue el suceso que no lo reconocí hasta varios meses después. En forma totalmente casual había ido a una reunión celebrada en la Iglesia de la Ciencia Religiosa, una secta protestante, en Nueva York. Su mensaje era nuevo para mí, y una voz interior me dijo que le prestara atención. Así lo hice, y no sólo concurrí a los servicios dominicales, sino que empecé a ir a unas clases semanales que daban. El mundo de la belleza y de la moda estaba perdiendo interés para mí, y me preguntaba durante cuánto más podía seguir pendiente de mis medidas corporales o de la forma de mis cejas. Tras haber abandonado la escuela secundaria sin haber estudiado jamás nada, me convertí en una estudiante ávida que devoraba todo lo que cayera en sus manos referido a metafísica y sanación.
—Ahora sí me va gustando. Sigue. Estás entrando en el papel, Ágata.
—Aquella iglesia neoyorquina se convirtió en mi nuevo hogar. Aunque en términos generales mi vida no cambió, mis nuevos estudios empezaron a ocuparme cada vez más tiempo. Tres años más tarde, casi sin haberme dado cuenta, estaba en condiciones de examinarme para ser uno de los sanadores autorizados por mi iglesia. Pasé las pruebas y así fue cómo empecé, hace muchos años, mi actividad actual. —En otros términos, ¡hiciste un curso de taumaturgia, de milagrera! ¡Bravo por ti! ¿Y cómo siguió el culebrón? —Fueron comienzos pequeños. Durante aquella época me inicié en Meditación Trascendental. Como en mi iglesia no iban a darse aquel año los cursos de formación que me interesaban, me decidí a hacer algo más por mí misma y me anoté para estudiar seis meses en la MIU (Maharishi's International University), en Fairfield, Iowa. En aquel momento ése era el lugar perfecto para mí. Todos los lunes por la mañana empezábamos con un tema nuevo: cosas de las que yo apenas había oído hablar, como biología, química, incluso la teoría de la relatividad…
—Chicos, tengan presente que todos los libros de autoayuda toman su optimismo de la ciencia y de la religión. La iglesia de la Ciencia Religiosa es una perfecta síntesis de tal origen. Así que a estudiar y a rezar con ganas.
—Todos los sábados por la mañana se nos hacía una prueba, el domingo era el día de descanso, y el lunes por la mañana volvíamos a empezar. Allí no había ninguna de las distracciones tan típicas de mi vida en Nueva York. Después de la cena, todos nos íbamos a nuestras habitaciones a estudiar. Yo era la mayor de todos, y aquello me encantaba. No se permitía fumar, beber ni consumir ninguna droga, y meditábamos cuatro veces al día. Cuando me fui, en el aeropuerto, creí que iba a desmayarme por el humo de los cigarrillos. De regreso en Nueva York, reinicié mi vida de siempre. Pronto empecé los cursos de formación de sanadores en mi iglesia, y también participé activamente en sus actividades sociales. Comencé a hablar en las reuniones de mediodía y a tener clientes…
—… ¿de modo que esos “milagros” no son gratis?
—Se amplía la síntesis, Aristarco: ciencia, religión y comercio.
—Así parece, mi amigo Zoilo. ¡Y yo que estaba pensando que debía creer en algo. Definitivamente el viejo Marx tuvo una buena razón para empezar El Capital por la mercancía: todo se compra y se vende en esta formación social, como la llama él.
—… de modo que no tardé en verme embarcada en una carrera de dedicación exclusiva. A partir del trabajo que estaba haciendo, se me ocurrió escribir un pequeño volumen, Sane su cuerpo, que empezó siendo una simple lista de causas metafísicas de enfermedades físicas. Comencé a viajar y a dar conferencias y clases. Entonces, un día, me diagnosticaron cáncer.
—¿Otra vez lagrimeo, Ágata? Abusas, abusas…
—Con mis antecedentes de haber sido violada a los cinco años, y con los malos tratos que había sufrido, no era raro que el cáncer se manifestara en la zona vaginal.
—… y abusas.
—Como cualquiera a quien acaban de decirle que tiene cáncer, fui presa de un pánico total. Sin embargo, después de todo mi trabajo con los clientes, yo sabía que la curación mental funcionaba, y ahí se me ofrecía la ocasión de demostrármelo a mí misma. Después de todo, yo había escrito un libro sobre los modelos mentales, y sabía que el cáncer es una enfermedad originada por un profundo resentimiento, contenido durante tanto tiempo que, literalmente, va devorando el cuerpo. Y yo me había negado a disolver la cólera y el resentimiento que, desde mi niñez, albergaba contra "ellos". No había tiempo que perder, tenía muchísimo trabajo por delante. La palabra ‘increíble’, tan aterradora para tantas personas, para mí significa que esa dolencia, la que fuere, no se puede curar por medios externos, y que para encontrarle curación debemos ir hacia adentro. Si yo me hacía operar para librarme del cáncer, pero no me liberaba del modelo mental que lo había creado, los médicos no harían otra cosa que seguir cortándole a Louise hasta que ya no les quedara más Louise para cortar. Y esa idea no me gustaba. Si me hacía operar para quitarme la formación cancerosa, y además me liberaba del modelo mental que la provocaba, el cáncer no volvería. Si el cáncer (o cualquier otra enfermedad) vuelve, no creo que sea porque "no lo extirparon del todo", sino más bien porque el paciente no ha cambiado de mentalidad, y se limita a recrear la misma enfermedad, quizás en una parte diferente del cuerpo. Yo creía, además, que si podía liberarme del modelo mental que había creado aquel cáncer, ni siquiera necesitaría la operación. Entonces procuré ganar tiempo, y, a regañadientes, los médicos me concedieron tres meses más cuando dije que no tenía dinero. Inmediatamente, asumí la responsabilidad de mi propia curación. Leí e investigué todo lo que pude encontrar sobre las maneras alternativas de colaborar en mi proceso curativo.
—Eso es lo que yo me digo: ¿para qué tantos gastos en investigación sobre el cáncer, el sida o el ébola? Lo que tenemos que desarrollar son métodos para que las células nos obedezcan, y también los virus y las bacterias.
—Guárdate las ironías, Aristarco, que nadie te las ha pedido. Siguiendo con mi cuento, me fui a varias tiendas de alimentación naturista y me compré todos los libros que encontré sobre el tema del cáncer. Acudí a la biblioteca para leer más. Trabé conocimiento con la reflexoterapia y la terapia del colon, y pensé que ambas me beneficiarían. Parecía que algo me encaminase hacia las personas adecuadas. Después de haber leído libros sobre reflexoterapia, decidí buscar a algún experto en el tema. Una noche asistí a una conferencia, y aunque generalmente me siento adelante, esa vez sentí que tenía que quedarme atrás. No había pasado ni un minuto cuando a mi lado se sentó un hombre... que casualmente era un reflexoterapeuta y visitaba a domicilio. Durante dos meses vino a verme tres veces por semana, y me ayudó muchísimo. Yo sabía, además, que tenía que amarme mucho más a mí misma.
—¿Quererte más? El querer es más íntimo que el amor.
—En mi niñez me habían expresado muy poco amor, y nadie me había enseñado que estuviera bien sentirme contenta conmigo misma. Yo había adoptado aquellas mismas actitudes de estar continuamente pinchándome y criticándome, y se habían convertido en mi segunda naturaleza. Durante mi trabajo había llegado a darme cuenta de que no sólo estaba bien que yo mismo me amara y me aprobara: era esencial. Y, sin embargo, seguía postergándolo, como se va dejando estar esa dieta que siempre vamos a empezar mañana. Pero ya no podía postergarlo más. Al principio me costaba muchísimo hacer cosas tales como ponerme frente al espejo y decirme: "Louise, te amo; de verdad te amo". Sin embargo, al ir persistiendo descubrí que en mi vida se daban varias situaciones en las que antes me habría censurado ásperamente, pero ahora, gracias al ejercicio del espejo, ya no lo hacía. Es decir, estaba progresando. Entendía que tenía que liberarme de los modelos mentales de resentimiento a que me había venido aferrando desde mi infancia. Era indispensable que dejara del cultivar resentimientos.
—Es decir, los hechos no importan. ¿Importan solamente ‘los modelos mentales’? ¿Será por lo del placebo de Peter: “una onza de imagen vale una libra de desempeño”?
—Sí. Yo había tenido una niñez muy difícil y había padecido muy malos tratos, mentales, físicos y sexuales. Pero de eso hacía muchos años, y aquello no era excusa para la forma en que yo misma me trataba en ese momento. Estaba, literalmente, devorando mi cuerpo con un crecimiento canceroso porque no había perdonado. Ya era hora de que dejara atrás aquellos incidentes y de que empezara a entender qué experiencias podían haber llevado a mis padres a tratar de aquella manera a una niña.
—Al menos, mal que bien te criaron, porque tú regalaste la tuya. Y si te he visto, ni me acuerdo.
—Es curioso que en ningún momento se acuerde Louise/Ágata de su verdadero padre, sólo de su padrastro. ¿Qué le dio éste? ¿Más violación? ¿No será que no le perdona a su padre que prefiriera a su hermana?
—Posiblemente, Zoilo.
—Digan lo que quieran que yo también digo lo mío. Con ayuda de un buen terapeuta, expresé toda la vieja cólera acumulada, aporreando almohadones y aullando de rabia. Eso me hizo sentir más limpia. Después empecé a reunir fragmentos de los relatos que les había oído contar a mis padres…
—¿ Y cuándo nos vas a decir algo de tu padre?
—…sobre su propia infancia, y a tener una imagen más clara de su vida. Con creciente comprensión, y desde un punto de vista adulto, comencé a sentir compasión por su sufrimiento, y el resentimiento empezó lentamente a disolverse. Además me busqué un buen dietista que me ayudara a purificar mi cuerpo y a desintoxicarlo de toda la basura que había comido durante años. Aprendí que la mala comida se acumula en el cuerpo y lo intoxica. Y los "malos pensamientos" se acumulan y crean condiciones tóxicas en la mente. Me dieron una dieta muy estricta, con muchísimas verduras de hoja y no mucho más. Incluso me hice un tratamiento de limpieza de colon tres veces por semana, durante el primer mes. Y aunque no me sometía a ninguna operación, como resultado de esa limpieza a fondo, tanto en lo mental como en lo físico, seis meses después del primer diagnóstico conseguí que los médicos me confirmaran lo que ya sabía: ¡que ya no tenía ni rastros de cáncer! Ahora sabía por experiencia personal que la enfermedad se puede curar si estamos dispuestos a cambiar nuestra manera de pensar, creer y actuar. A veces, lo que parece una gran tragedia termina por ser lo que mejor nos ha pasado en la vida. Fue mucho lo que aprendí de aquella experiencia; entre otras cosas, a valorar de otra manera la vida. Empecé a tener en cuenta lo que realmente tenía importancia para mí, y finalmente me decidí a abandonar esa ciudad sin árboles que es Nueva York, y sus temperaturas extremas. Algunos de mis clientes me rogaron insistentemente que me quedara, diciéndome que "se morirían" si yo los dejaba, pero les aseguré que dos veces por año volvería a vigilar sus progresos, y les recordé que por teléfono se puede hablar con cualquier lugar del mundo. De manera que cerré el negocio y me fui tranquilamente en tren a California, decidida a hacer de Los Ángeles mi punto de partida.
—¡Qué bueno, Ágata, que contigo no funcionan las leyes de Murphy! Pero deberías, cuando menos, tener en cuenta el postulado de Boling: “Si usted se siente muy bien, no se preocupe. Ya se le pasará” (BLOCH: 23)
—Por más que hubiera nacido allí, muchos años antes, ya no conocía a casi nadie, a no ser mi madre y mi hermana, que vivían en los suburbios. Nunca habíamos sido una familia muy unida ni comunicativa, pero aun así, para mí fue desagradable sorpresa saber que mi madre estaba ciega desde hacía algunos años, sin que nadie se hubiera molestado en decírmelo…
—Ni tampoco tú te preocupaste de tu madre. Con ella sí funcionó la primera ley de Murphy según BLOCH (1977):”Si algo puede fallar, fallará”. Para tu madre falló y no estabas ahí para compartir lágrimas siquiera. ¿De qué tanto amor estás hablando? Ella, que consiguió salir adelante sin respaldo alguno —según dijiste— tampoco tuvo el tuyo cuando más lo necesitaba.
— Calla. Y como mi hermana estaba demasiado "ocupada" para verme, la dejé en paz y empecé a organizar mi nueva vida.
—¿Acaso tú te habías “ocupado” de ella?
—Mi libro Sana tu cuerpo me abrió muchas puertas. Empecé a acudir a todas las reuniones de los movimientos de la Nueva Era de que llegaba a enterarme. Me presentaba, y en el momento apropiado les daba un ejemplar del libro. Durante los seis primeros meses fui mucho a la playa, porque sabía que cuando estuviera más ocupada me quedaría menos tiempo para esos ratos de ocio. Lentamente, fueron apareciendo los clientes. Me pidieron que hablara en distintos lugares, y las cosas empezaron a cobrar forma a medida que me iban conociendo en Los Ángeles. Un par de años después pude mudarme a una hermosa casa. Mi nuevo estilo de vida estaba separado por un abismo de lo que había sido mi niñez. De hecho, las cosas me iban muy bien, y yo pensaba con qué rapidez puede cambiar por completo nuestra vida. Una noche recibí una llamada telefónica de mi hermana, la primera en dos años. Me dijo que nuestra madre, ya de noventa años, ciega y casi sorda, se había caído y se había roto la espalda. En un momento, mi madre pasaba de ser una mujer fuerte e independiente a convertirse en una niña desvalida y sufriente. Al romperse ella la espalda, también se rompió la muralla de incomunicación que rodeaba a mi hermana. Finalmente, empezábamos a establecer contacto. Descubrí que también mi hermana tenía un problema grave en la espalda, que le molestaba para andar y para estar sentada, y que era muy doloroso. Ella lo sufría en silencio, y aunque parecía anoréxica, su marido no sabía que estuviera enferma. Tras haber pasado un mes en el hospital, mi madre estaba en condiciones de volver a casa, pero como no podía cuidarse sola, se vino a vivir conmigo. Por más que confiara en el proceso de la vida, yo no sabía cómo arreglármelas con todo aquello, de manera que me dirigí a Dios: "Está bien, me ocuparé de ella, pero Tú tendrás que ayudarme, y ocuparte de que no me falte dinero".
—Con Dios de tu parte, las cosas son más fáciles ¿no?
—Cállate, Zoilo.
—Para las dos fue un esfuerzo de adaptación. Ella llegó un sábado, y al viernes siguiente yo tenía que ir cuatro días a San Francisco. No podía dejarla sola, pero tenía que ir. Me dirigí a Dios de nuevo: "Ocúpate Tú de esto. Antes de irme tengo que tener la persona adecuada para ayudarme". El jueves había "aparecido" la persona perfecta, que se mudó a casa para organizarlo todo. Era otra confirmación de una de mis creencias básicas: "Cualquier cosa que necesite saber me es revelada, y todo lo que necesito me llega de acuerdo con el correcto orden divino". Me di cuenta de que estaba otra vez en un momento adecuado para aprender. Se me daba una oportunidad de deshacerme de residuos de mi niñez. Mi madre no había sido capaz de protegerme cuando yo era niña, pero ahora yo podía, y quería, cuidar de ella. Entre mi madre y mi hermana se inició para mí una nueva aventura. Dar a mi hermana la ayuda que me pedía significó también un reto. Me enteré de que muchos años atrás, cuando yo fui a rescatar a mi madre, mi padrastro volcó su furia y su dolor sobre mi hermana, y entonces le tocó a ella soportar sus brutalidades. Me di cuenta de que lo que había empezado siendo un problema físico estaba sumamente exagerado por el miedo y la tensión, además de la convicción de que nadie podría ayudarla. De manera que ahí estaba Louise, que no quería actuar como salvadora, pero sí dar a su hermana una oportunidad de decidirse a estar bien, a esa altura de su vida. Lentamente se empezó a desenmarañar la madeja, y en eso seguimos. Vamos progresando paso a paso, y yo me esfuerzo por ofrecerles un clima de seguridad mientras seguimos explorando diversas vías de curación alternativas. Mi madre, por su parte, reacciona muy bien. Hace ejercicios, lo mejor que puede, cuatro veces al día, y está cada vez más fuerte y más flexible. Le encargué un audífono, y ahora se muestra más interesada en la vida. También logré convencerla de que se operase las cataratas de un ojo, y ¡qué júbilo fue para ella volver a ver, y para nosotras poder ver de nuevo el mundo con sus ojos! Y se siente feliz de ser nuevamente capaz de leer. Mi madre y yo hemos empezado a encontrar tiempo para sentarnos a charlar juntas como nunca lo habíamos hecho. Entre nosotras hay un entendimiento nuevo, y hoy las dos somos más libres de reír, llorar y abrazarnos. A veces me irrita, pero sé que eso sólo significa que todavía me quedan limpiezas por hacer.
—Ay, Ágata, hay que tener siempre presente la ley de Issawi acerca de la conservación del mal: “La cantidad total de maldad en cualquier sistema se mantiene constante. Por lo tanto, cualquier disminución en una dirección, por ejemplo, una reducción en la pobreza o el desempleo, va acompañada por un aumento en otra, por ejemplo, el crimen o la contaminación ambiental”.
—Mi trabajo sigue abriéndome horizontes. Ahora, con la ayuda de un gran colaborador y amigo, he abierto un centro donde se dan clases y cursos. Y así es mi vida en el otoño de 1984
—Aplausos a una triunfadora. Pero te recuerdo la segunda ley de Chisholm: “Cuando las cosas están saliendo bien, algo saldrá mal”.¡Qué lástima que uno esté rodeado de perdedores! Porque ellos, Aristarco, no uno, están sometidos a las leyes del progreso de Issawi, que son: 1°- El rumbo del progreso: La mayoría de las cosas empeora constantemente. 2° -El camino del progreso: Un atajo es la distancia más larga entre dos puntos. 3°- La dialéctica del progreso: Una acción directa produce una reacción directa. 4°- El ritmo del progreso: La sociedad es una mula, no un automóvil... si se le presiona demasiado, pateará y tirará a su jinete.
—¡Agobiante, Ágata/Louise, agobiante!
Lector, el diálogo continúa en "JUEGOS DE AUTOAYUDA (II)".
Te agradezco un Comentario sobre lo leído.
carloshjorge@yahoo.es