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jueves, 17 de julio de 2008

De la monarquía absoluta

Con la firma de la Declaración de Derechos por parte de Guillermo III en 1689, no sólo hubo un cambio de dinastía (de los estuardos a los orangistas) sin derramamiento de sangre, sino que se estableció el principio de que el monarca es el primer servidor y ejecutor de la ley, no la fuente de donde brota. De esta manera quedó formulada la doctrina de la monarquía constitucional. A partir de ese momento y tras la Independencia de los EE.UU., los gobiernos del mundo, en general, son repúblicas o monarquías liberales.

En los primeros años del siglo XXI, solamente algunas repúblicas devenidas en tiranías, como Corea del Norte, Cuba o Zimbabue, el reino de Bután (Estado olvidado que no tiene abogados ni mercados de valores), el sultanato constitucional de Brunei, los Estados de la península arábiga y... el Vaticano se caracterizan por regir de modo absolutista.

El Estado de la Ciudad del Vaticano surgió por el Tratado Lateranense, suscrito entre Italia y la Santa Sede, en febrero de 1929. Estado monarco-sacerdotal, se gobierna por la Constitución Apostólica (?) de 1967. La Jefatura recae en el Papa, elegido de por vida por el Colegio de Cardenales. Su Santidad, a su vez, nombra al Primer Ministro y a la Comisión Pontificia que le ayudan a administrar el Estado más pequeño del mundo en tamaño ( menos de 1 Km2) y en población (alrededor de 1.000 habitantes).

Es absoluta la monarquía cuando el soberano (emir, emperador, papa, presidente, rey o zar) tiene el control absoluto sobre el poder político y militar. En ella no existe una división de poderes, la fuente de legislar y gobernar es el monarca, así como, en términos judiciales, él es la última instancia para abolir, promulgar, vetar o reformar leyes.

Históricamente, la monarquía absoluta se desarrolló en la Edad Media a partir del sistema feudal. En los siglos XVI y XVII, conforme se consolidaron los Estados nacionales en Europa, el poder del monarca alcanzó sus niveles más altos; el rey sólo respondía ante el juicio directo de Dios y era la máxima representatividad de la divinidad en la Tierra. Luis XVI en Francia es el símbolo de este clímax de absolutismo, estrechamente relacionado con la religión.

Pero el mundo gira. El reino de Arabia Saudita por primera vez convoca a elecciones de jefes tribales en los que por primera vez las mujeres tendrán derecho a votar. Este cambio demuestra que la monarquía absoluta también tiene que modernizarse y adaptarse a las demandas de sus súbditos, porque de otro modo podrían desaparecer. ¿Pasará esto con el Vaticano?

El papa Juan Pablo II es obispo de Roma y algo así como presidente de la primera transnacional de la fe, la Iglesia Católica. En ese cargo nombra cardenales, arzobispos y obispos en todos países del mundo donde viven católicos, que lo mantienen como monarca absoluto del Vaticano y de la fe cristiana. La pregunta es: ¿para qué necesitan los católicos un Estado, cuando el Profeta de Nazaret dijo que su reino no era de este mundo?


carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual, página 13, el miércoles 24 de noviembre de 2004.
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miércoles, 16 de julio de 2008

El club de los suicidas


Sabido es que los ingleses poseen clubes de las actividades más increíbles y de los gustos más rebuscados. R. L. Stevenson imaginó el de los suicidas.
Esta singular asociación se reúne todas las noches en una casa de apariencia muy común y sus desesperados miembros se ven de lo más felices tomando champán, fumando, riendo... salvo en algunas pausas siniestras.

Por la vanagloria de las acciones deshonrosas de que hacen gala algunos, cuyas consecuencias obligan a recurrir a la muerte, y que los demás oyen sin un gesto de reprobación, se puede deducir que los individuos de tal club no son muy decentes. Sus reuniones parecen reflejar un convenio tácito contra todos los juicios morales, como si al traspasar las puertas del Club disfrutaran ya de algunas de las inmunidades que se gozan en la tumba. Por eso constantemente brindan por sus memorias y por algunos suicidas célebres.

Hay socios activos y honorarios. Los activos, es decir, que buscan la muerte, tienen que ir todas las noches al Club hasta que la encuentren. Pero no se crea que viven desganados y lánguidamente. Por el contrario, sus últimos días tratan de pasarlos entre las más fuertes emociones. El miedo es el alimento de la vida que les queda. Lo obtienen, sobre todo, prolongando indefinidamente la incertidumbre.

El último acto de cada encuentro diario es como la misa. El altar –a cuyo alrededor se sientan expectantes los socios- es una mesa con tapete verde. El Presidente –especie de gran sacerdote de los mandatos del Club- toma entre sus manos una baraja y reparte las cartas, boca a bajo, para alargar más la espera y la angustia. Cada socio debe tomar una carta. La mayoría vacila antes de hacer su selección y todos los dedos tiemblan al volver las cartas sobre el tapete. Y no es para menos: quien reciba el as de picas deberá morir; el que obtenga el as de trébol será el ejecutor de la “muerte accidental”. Es el azar, pues, quien escoge la víctima y al victimario. En otros términos, en nombre del azar se matan unos a otros para evitarse las molestias del suicido... o porque son muy cobardes. Eso sí, admirablemente combinan emociones que son propias de la mesa de juego, del duelo y del circo romano.

La mayor parte de los socios actuales del Club Internacional de Suicidas son muchachos poéticos, idealistas. Gentes de Corea del Norte, Irán, Siria, Venezuela y Cuba lo integran como miembros activos. Como honorarios, hasta la fecha, se han inscrito algunos venidos de Bolivia y del Perú. No se sabe muy bien si se convertirán en miembros activos. Están a la espera de ver qué pasa. Pero desde ya se sabe que en plena juventud, en perfecta salud, se juegan sus tronos y no sólo sus vidas, sino también el porvenir de sus repúblicas.


Publicado por Tal Cual, pág. 19, el 29 de junio de 2006
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