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jueves, 4 de diciembre de 2008

Con el viento en la proa

La memoria es sorprendente. Cualquiera que se detenga un momento en el análisis de sus fenómenos estará de acuerdo conmigo. Por ejemplo, todos tenemos los llamados falsos recuerdos. Y, lo que es peor, uno no sabe muy bien si esos recuerdos fueron soñados o inventados en fantasías diurnas. Así me ocurre a mí con el fabuloso desarrollo económico del Eje Orinoco-Apure o con el recuerdo que tengo de un ferrocarril que corre a toda velocidad –casi enloquecido- por más de ¡13 mil kilómetros de vía! y que uno puede abordar en cualquier punto del país como lo señala una cuña de televisión o el faraónico Gasoducto del Sur. Hay muchos otros fenómenos sorprendentes. 

En estos días me acordé de un poema de Espronceda que aprendí de muchacho en la escuela; se llama La canción del pirata. Lo primero que me saltó a la conciencia fue una falsa expresión que repetía en mis años de infancia: baja el pirata, porque no entendía la verdadera de “bajel pirata”, que aparece en la primera estrofa del poema: “Con diez cañones por banda,/ viento en popa a toda vela,/ no corre el mar, sino vuela,/ un velero bergantín./ Bajel pirata que llaman/ por su bravura El Temido/ en todo mar conocido/ del uno al otro confín...” 

Revisando la composición de comienzos del siglo XIX, ahora sin confianza en la memoria por aquello de los falsos recuerdos, me encuentro con unos versos realmente descriptivos de nuestra situación, que, tal vez por ello, me recordó el poema. “Y va el capitán pirata,/ cantando alegre en la popa,/ Asia a un lado, al otro Europa/ y allá a su frente Istambul”. ¿Y qué canta? Entre otras cosas: “Veinte presas/ hemos hecho/ a despecho/ del inglés/ y han rendido/ sus pendones/ cien naciones/ a mis pies”. En un rapto de euforia, sin embargo, se sincera: “¡Sentenciado estoy a muerte!”, pero él se ríe. Confía en su buena estrella y en que podrá colgar “de alguna antena” “al mismo que lo condena”. Y sigue cantando. 

En vano busco en el poema por qué, a medida que el barco se aleja de tierra, el mar de la felicidad con “olas de plata y azul” se ha ido convirtiendo en un líquido viscoso, negro, que poco a poco se va endureciendo. Tampoco dice nada de la sospecha fundada que tiene el capitán de que su velero navega rumbo al desastre; hace tiempo que sus marineros empezaron a dejarlo solo en la popa dando órdenes de “envíame, mándame...” que promete recompensar, pues “en las presas/ yo divido/ lo cogido/ por igual;/ sólo quiero por riqueza/ la belleza sin igual”. 

No es seguro que ahora el capitán duerma arrullado por el mar cuando tiene el viento aullando en la proa.

Publicado por Tal Cual, pág. 21, el miércoles 17 de diciembre de 2008.

Lector, si me dejas un Comentario, mejoro el blog. Doblemente agradecido

miércoles, 13 de agosto de 2008

La gloria de la Sala

El asedio y la conquista de la ciudad de Numancia constituyen uno de los episodios más interesantes de la conquista romana de la Península Ibérica. El período final del asedio y toma de Numancia se desarrolló a partir del año 134 a.C., cuando el destructor de Cartago, general romano Publio Escipión, se puso al frente de un ejército de 25.000 hombres contra unos 10.000 asediados.

En principio, Escipión no se dirigió directamente contra la ciudad, sino contra el territorio que la circundaba, devastándolo. Levanta, entonces, una serie de torres de observación y fortificaciones y corta el paso por el río Duero, único punto de contacto de la ciudad con el exterior. 

Después de verse sitiada por Escipión durante unos ocho meses, Numancia se rinde agotada por el hambre y las dificultades. Algunos de sus habitantes prefieren darse muerte entre sí antes que rendirse a los romanos. De los rendidos, Escipión se guardó cincuenta para que lo acompañaran en su triunfo a Roma y al resto los vendió como esclavos. La ciudad permanecerá arrasada hasta comienzos del Imperio.

Numancia ha pasado a la gloria de la Historia por su valor, por su afán de libertad que le llevó a resistir durante once años a las poderosas legiones romanas con escasos medios y pocas posibilidades de éxito. Y es que por la gloria se sacrifica todo, sentenció un filósofo. Es cierto: en el altar de esta diosa se ofrenda el reposo, el caudal y hasta la vida. La religión católica la identifica con el estado de los bienaventurados en el Cielo; pero también la misma Iglesia le recuerda al Papa en su coronación: "Sic transit gloria mundi", que en buen cristiano quiere decir que la gloria del mundo se desvanece como el efímero humo del incensario. La verdadera gloria no pasa. La verdadera gloria es la inmortalidad, porque está en la memoria de los pueblos que de esa manera tributan agradecimiento a sus benefactores. Esa inmortalidad es una sombra de la vida que se prolonga en el tiempo más allá de un horizonte sin fin.

Pocos, un grupo de elegidos, tienen la posibilidad real de ver extenderse su existencia, tal como se suceden valles y montañas. Si en las circunstancias que el azar agita esos pocos no ven su gloria, los dados del tiempo les traerán, no la gloria, sino su contrario, el infierno en la eternidad, esto es, el olvido.

Asediada por todos los flancos, sin retirada posible y sin esperanza de conseguir ayuda, la Sala Constitucional del TSJ, por fin, se ha entregado. Con su decreto 1265 prefirió una vida de esclavitud a una muerte gloriosa.


Lector, si me dejas un Comentario, mejoro el blog. Doblemente agradecido
Publicado por Tal Cual, pág. 20, el miércoles 13 de agosto de 2008