La memoria es sorprendente. Cualquiera que se detenga un momento en el análisis de sus fenómenos estará de acuerdo conmigo. Por ejemplo, todos tenemos los llamados falsos recuerdos. Y, lo que es peor, uno no sabe muy bien si esos recuerdos fueron soñados o inventados en fantasías diurnas. Así me ocurre a mí con el fabuloso desarrollo económico del Eje Orinoco-Apure o con el recuerdo que tengo de un ferrocarril que corre a toda velocidad –casi enloquecido- por más de ¡13 mil kilómetros de vía! y que uno puede abordar en cualquier punto del país como lo señala una cuña de televisión o el faraónico Gasoducto del Sur.
Hay muchos otros fenómenos sorprendentes.
En estos días me acordé de un poema de Espronceda que aprendí de muchacho en la escuela; se llama La canción del pirata. Lo primero que me saltó a la conciencia fue una falsa expresión que repetía en mis años de infancia: baja el pirata, porque no entendía la verdadera de “bajel pirata”, que aparece en la primera estrofa del poema: “Con diez cañones por banda,/ viento en popa a toda vela,/ no corre el mar, sino vuela,/ un velero bergantín./ Bajel pirata que llaman/ por su bravura El Temido/ en todo mar conocido/ del uno al otro confín...”
Revisando la composición de comienzos del siglo XIX, ahora sin confianza en la memoria por aquello de los falsos recuerdos, me encuentro con unos versos realmente descriptivos de nuestra situación, que, tal vez por ello, me recordó el poema. “Y va el capitán pirata,/ cantando alegre en la popa,/ Asia a un lado, al otro Europa/ y allá a su frente Istambul”. ¿Y qué canta? Entre otras cosas: “Veinte presas/ hemos hecho/ a despecho/ del inglés/ y han rendido/ sus pendones/ cien naciones/ a mis pies”. En un rapto de euforia, sin embargo, se sincera: “¡Sentenciado estoy a muerte!”, pero él se ríe. Confía en su buena estrella y en que podrá colgar “de alguna antena” “al mismo que lo condena”. Y sigue cantando.
En vano busco en el poema por qué, a medida que el barco se aleja de tierra, el mar de la felicidad con “olas de plata y azul” se ha ido convirtiendo en un líquido viscoso, negro, que poco a poco se va endureciendo.
Tampoco dice nada de la sospecha fundada que tiene el capitán de que su velero navega rumbo al desastre; hace tiempo que sus marineros empezaron a dejarlo solo en la popa dando órdenes de “envíame, mándame...” que promete recompensar, pues “en las presas/ yo divido/ lo cogido/ por igual;/ sólo quiero por riqueza/ la belleza sin igual”.
No es seguro que ahora el capitán duerma arrullado por el mar cuando tiene el viento aullando en la proa.
Publicado por Tal Cual, pág. 21, el miércoles 17 de diciembre de 2008.
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