Muy buenas tardes.
0.Teresona
En asunto de
amores y amoríos, a fe que don Simón se las traía. A juzgar por su fealdad procera, por el desorden de su
vida y por el descuido de su indumento, no debió de ser propiamente un Don Juan
de Mañara.
Antes de
entregarse de lleno al ejercicio de la enseñanza, el día 25 de junio de 1794,
contrajo matrimonio en esta ciudad con doña María Ronco. Se carece de datos
verídicos que comprueben su honorabilidad como pater familias.
Por el año de
1823 lo presentó don Andrés Bello a la Sociedad de Emigrados Españoles. Hacía
pasar entonces por mujer suya a una pizpireta muchacha, lirio del Sena, a la
cual enseñó las más rotundas interjecciones y escabrosidades del castellano,
sin rodeo alguno.
Según propia confesión, en Chuquisaca
vivía a lo sultán, sin bien en mal estado; y no faltó quien le atribuyese
eróticos líos con unas monjas. En Lima, ciudad que Venus ha favorecido siempre,
debió de holgar a todo su talante.
Refiere un
historiador, Irisarri, que el año de 1846 halló a don Simón Rodríguez en
Ibarra, burgo del Ecuador adentro. Allí
estaba abarraganado con una india robusta a quien nombraba Teresona.
Tenía dos
chicos y una chica, “llamados el mayor de ellos Choclo y el otro Sapallo,
nombres quechuas que significaban el primero, la mazorca del maíz tierno, que
llaman elote los centroamericanos, y
el otro, una especie de calabaza que asada tiene el nombre de castaña, y la
llaman en Centro América azote. La
chica tenía por nombre Zanahoria”.
Don Simón decía que les puso nombres de
vegetales a sus hijos para que no se confundiesen con los otros.
Un individuo
le arrebató a su compañera. Pasó una semana. El viejo filósofo pensó, de
seguro, en el Génesis: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, y le espetó al
seductor esta carta:
‘Mi muy
estimado: Sírvase devolverme a mi mujer, porque yo también la necesito para los
usos a que usted la tiene destinada. De usted atento amigo y seguro servidor,
SIMON RODÍGUEZ’[1]
Si la brutal anécdota que cierra el pasaje de Eduardo Carreño
-recogida del diplomático guatemalteco Antonio José de Irisarri, autor de la Historia del perínclito Epaminondas del
Cauca, Imp. Hallet, Nueva York, 1963, editada por el Ministerio de
Educación de Guatemala en 1951-, no valdría la pena ocuparse del Sócrates de
Caracas, sobre todo si se tiene en cuenta que el núcleo de su pensamiento es la
ética. Pero creo que otra es la
historia. Y hay más. En esta charla pretenderé deshacer la tesis que de
manera diáfana expusiera A. Rumazo González[2]:
“Las mujeres son buscadas y tomadas [por SR] con un sentido estrictamente razonado –el que
insurge de la necesidad- y también rousseauniano: retorno a la naturaleza-”
1. Rosalía
El mismo año de la muerte del filósofo caraqueño en Perú, pero en el
mes de diciembre -muerte que es registrada en la obra que vamos a comentar-
aparece en Santiago de Chile una (¿la primera?) biografía[3]
de Simón Rodríguez (1769-1854). Allí el autor escribió, entre otras cosas:
Don Simón
Rodríguez nació en Caracas.
Tuvo por padre
a un clérigo nombrado Carreño, cuyo apellido llevó don Simón por algún tiempo;
pero que cambió después por el de Rodríguez.
¿Cuándo
nació? No lo sabemos. La fecha de nacimiento de los hijos bastardos, i sobre
todo de los sacrílegos, no se conserva en las familias. La madre no repite
jamás esa fecha por que le recuerda un desliz que la deshonra; el padre procura
olvidarla para ahogar los remordimientos, de una conciencia culpable (...) Don
Simón no fue hijo único; tuvo un hermano, llamado Cayetano, que de afición
llegó a ser el mejor músico de Venezuela” (p. 232)
Señaló el historiador Simón de la Plaza[4] y después reprodujo Arístides Rojas[5]
que los hermanos Carreño vivían en continuas disputas. Como resultado de una de
ellas, Cayetano siguió llevando el apellido del padre; Simón adoptó el de la
madre. No deja de ser curiosa que esta elección de nombre se deba a un pleito
entre hermanos, aunque no debió de ser muy grande el enojo del que después será
“uno de los pensadores más orijinales que ella [América] haya producido”[6],
pues el 28 de octubre de 1794 será testigo con su mujer del matrimonio del
hermano músico[7].
Prestémosle atención a la -para nosotros- figura materna. Nadie mejor
que Alberto Calzavara nos da noticias de ella. Escribió este historiador del arte[8]
en la ficha de Don Cayetano Carreño:
Sobre Rosalía
Rodríguez se anotan las siguientes informaciones: Nació en Caracas el 25 de
febrero de 1743. Fue hija de don Antonio Rodríguez (propietario de haciendas y
ganaderías en los llanos del Guárico) y María Teresa Álvarez Carneiro. Antonio
Rodríguez, por su parte, fue hijo de don Matías Rodríguez y Polonia Díaz, ambos
vecinos del pueblo de El Sombrero (Guárico) pero naturales de la isla de
Tenerife (Canarias); se casaron en Caracas el 1696. Por parte de Teresa Álvarez
Carneiro se anota que fue hija del pintor Fernando Álvarez Carneiro y doña
Teresa Picón, hija a su vez del platero
y orfebre don Juan Picón. (Sobre estos artistas, véase: Boulton, 1964 y Duarte,
1970). Rosalía Rodríguez Álvarez, madre del Maestro del Libertador y de
Cayetano Carreño, tuvo dos hermanos: el doctor don Juan Rafael Rodríguez,
clérigo, Canónigo Doctoral de la mencionada Catedral y doña María Isabel
Rodríguez quien se mantuvo en estado de soltería toda su vida. Rosalía se casó
en primeras nupcias con don Alejandro Areste y Reina en 1759, (contando apenas
16 años de edad) pero enviudó de éste en 1765. Del matrimonio con Areste y
Reina tuvo una hija: Petrona Areste y Reina, quien se casó en 1779 con don
Francisco López, hijo del pintor Juan Pedro López, convirtiéndose así en
concuñada de los músicos Manuel Sucre y Bartolomé Bello (padre de Andrés Bello)
quienes se casaron con sendas hijas del mencionado pintor caraqueño. Rosalía
Rodríguez contrajo segundas nupcias
hacia 1780 con un tal don Ignacio Abay de quien tuvo una hija: María
Josefa Joaquina, nacida el 8 de marzo de 1781. Según los censos de la ciudad,
Rosalía Rodríguez vivió en Caracas por lo menos hasta 1792, fecha cuando se
estima que viajó a la población de Santa María de Ipire (Guárico) lugar donde
falleció en 1799 ó 1800.
1774. Según censo de la parroquia de Altagracia, Rosalía
Rodríguez aparece de esta forma:
Casa de doña
Rosalía Rodríguez
Petrona, hija
esclavos:
Ana Santiago
Inés, hija de
ésta
Agustina,
idem
Victoriano,
idem
agregados:
Gerónima
Josefa María
Cornelia
María de
Jesús, loca
Simón,
párvulo
Ana María,
idem “ (AAC, Mat. Altagracia)
1775. El censo de este año reporta lo siguiente:
Casa de doña
Rosalía Rodríguez
d.Petrona, cc
Concepción,
esclava
Juana, id.
Ana Santiago,
id.
Inés
Agustina
Victoriano,
hijos de ésta
Simón,
expósito, párvulo
Ana María,
id. Párvula
Cayetano, id.
párvulo “ (Idem)
1776. A su vez, el censo de este año trae lo siguiente:
Casa de doña
Rosalía Rodríguez
d. Petrona,
su hija
Juana,
esclava
Concepción,
idem
Ana Santiago,
idem
Inés, su hija
Ignacio, idem
Agustín, idem
agregados:
Simón, expósito cc
Cayetano,
expósito, párvulo” (Idem).
Entre otras noticias, el historiador nos dice de Rosalía
Rodríguez en la ficha de Don Alejandro
Carreño lo que viene:
1779. 31 de marzo. [Alejandro Carreño] Compra una
casa en la parroquia Candelaria (Caracas) al bachiller don Mateo Gedler la cual
está gravada con una hipoteca de 2.488 pesos 7 y medio reales. Para la
realización de esta transacción, Carreño presenta como su fiadora a doña
Rosalía Rodríguez Álvarez, quien a través de un poder general y especial, se
constituye como fiadora y principal pagadora. El poder de Rosalía Rodríguez
está firmado en Caracas el 27 de marzo de 1779. La casa en cuestión está situada
“en la calle que baja de la esquina de la Torre de la Catedral para la plazuela
de la parroquia de la Candelaria, con 13 varas de frente y 44 varas y media de
fondo” (RPC, Esc.)”
En el censo de 1790 Don Simón y Don Cayetano viven con el cura
Alejandro Carreño. Al año siguiente, el 2 de febrero, éste se muere. Escribió
el filósofo en la Defensa de Bolívar[9]:
“En otra parte se ha dicho que un hombre con diferentes aptitudesno remplaza á
otro en las mismas funciones. Muere un padre y lo representa un tutor: éste será
mejor padre que el natural, pero nó el mismo, mejorará de suerte el hijo, pero
llorará lo que perdió porque nada lo remplaza, aunque lo compense. Esa verdad
riega el mundo de lágrimas, y hace aborrecer la vida al que nació para amar”.
Pero no queremos hablar de su padre sino de su madre, aunque todo pertenece a
la misma maraña[10].
Sin que hubiera razón alguna para el comentario, como si le saliera
del fondo del alma, le filósofo le dice a J. I. París en una carta el 30 de
enero de 1847: “Ya estoy cansado de verme despreciar por mis paisanos. Abogaré
sí, por la primera enseñanza, como lo he hecho siempre, porque mi patria es el
mundo, y todos los hombres mi compañeros de infortunio. No soy vaca para tener
querencia, ni nativo para tener compatriotas. Nada me importa el rincón donde me parió mi madre, ni me acuerdo de los muchachos con quienes jugué al trompo”[11]. (Cursivas mías).
2. María de los Santos
El 23 de mayo de 1791 el Cabildo de Caracas le otorga a Simón
Rodríguez el título de maestro. El 30 prestará juramento. Según A. Rumazo,
Caracas tenía 25.000 habitantes. La ciudad contaba con tres escuelas y una
universidad. Simón Rodríguez estaba al frente de la pública, que en cierto
momento llegó a contar con 140 estudiantes, entre ellos el niño Simón Bolívar.
Esa escuela estaba entre las esquinas de Veroes y Jesuitas de la Caracas
actual, en el piso alto de la casa de doña Juana Aristiguieta; la parte baja
estaba destinada a los cursos de latinidad del maestro Guillermo Pelgrón, quien
había recomendado al maestro que ahora quedaba al frente de la escuela[12].
Dos años después considerará el
maestro del Cabildo caraqueño que es buen momento para casarse. El acta de
matrimonio lo atestigua:
En la ciudad mariana de Caracas, en
veinticinco días del mes de junio de mil setecientos noventa y tres, yo el
infrascrito cura teniente de esta parroquia de Nuestra Señora de Altagracia,
habiendo precedido todo lo prescrito por el ritual romano, pragmática sanción y
licencia del señor gobernador don Pedro Carbonell, presencié el matrimonio que
por palabra de presente contrajeron in facie ecclesiae don Simón Rodríguez,
expósito de esta feligresía, y doña María de los Santos Ronco, hija legítima de
don Juan Ronco y de doña María Ignacia Pulido de la misma feligresía. Fueron
testigos don Antonio Aleado y doña Juana Nuevo; para que conste firmo, Br. José
Nicolás Fajardo[13]”
El matrimonio Rodríguez Ronco fue a vivir entre las actuales esquinas
de Cují y Romualda[14]
de Caracas.
Este
autor que estamos siguiendo califica al maestro caraqueño “temperamento
erótico”[15],
pero no se nos ocurre que el calificativo pueda aplicarse en la relación que
tuvo con su mujer María de los Santos. Veamos lo que sabemos.
Según
algunos historiadores, Simón Rodríguez salió de Caracas posiblemente en el mes
de noviembre de 1795. Nunca más regresó a la ciudad.
El
8 de diciembre de 1823, desde Pallasca, Perú, cuando Bolívar está dirigiendo la
última campaña de la guerra de Independencia, le escribe a Francisco de Paula Santander en Bogotá: “He sabido que
ha llegado de París un amigo mío, don Simón Rodríguez; si es verdad, haga usted
por él cuanto merece un sabio y amigo mío que adoro. Es un filósofo consumado y
un patriota sin igual; es el Sócrates de Caracas, aunque en pleito con su
mujer, como el otro con Jantipa, para que no le falte nada socrático[16]...”
En
plena gloria del Libertador, María Antonia Bolívar, que manejaba los intereses
económicos de su hermano Simón cuando éste se ausentaba de Venezuela, recibe
una carta que pudiéramos calificar de insólita.
En ella el Libertador le da órdenes para entregar dinero a la esposa de
Rodríguez. Éste estaba con su insigne discípulo en el Perú[17].
La carta enviada desde el Cusco el 27 de junio de 1825 por Simón Bolívar a su hermana María Antonia dice así:
Don Simón Carreño, que está conmigo
trabajando en la educación de
este país, me ha pedido que le entregue a
doña María de los Santos, su
mujer,
que vive con don Cayetano Carreño, cien pesos al mes, hasta que se completen
tres mil pesos que debe entregarme con este objeto. Llama a Carreño de mi
parte, y dile la orden que tienes de entregarle los cien pesos al mes, los que
pondrás a su disposición sin la menor falta, pues amo mucho a don Simón y a su
familia.
En la misma fecha el Libertador se dirige a Cayetano Carreño
y le manifiesta:
Este
dinero jamás lo ha poseído hasta ahora, porque es tan desinteresado que no
quiere ni pide cosa alguna. Se ha puesto a trabajar por ganar esa cantidad y me
ha rogado que la adelante a usted con el fin de aliviar a su infeliz mujer que
aún ama entrañablemente[18]
Es claro que el Libertador, además de exagerado, miente
(piadosamente, se entiende). Si no lo hiciera, no sería humano.
María de los Santos escribe al Libertador, dándole las
gracias por el dinero recibido y, por adelantado, por otro favor que le pide:
Caracas: 23
de agosto de 1825
Señor Simón
Bolívar.
Mi apreciado
señor:
Recibí el
regalo que Vd. Se dignó hacerme y lo agradecí en el último grado, por hallarme,
como Vd. no ignora, sin tener ningún amparo. Le suplico que no se olvide de
prodigarme sus favores, siendo de su gusto socorrer a una infeliz.
He tenido
noticias de que Simón está en el Congreso; espero que sin que le sirva de
molestia y entorpecimiento a sus negocios, le dé un recuerdo, como que sale de
Vd., a él, de lo que le quedaré muy agradecida.
Ambas
mercedes espera de Vd. la que ha sido con el mayor reconocimiento su servidora
que desea se halle sin novedad, y verle lo más pronto.
María de los
Santos Ronco”[19]
“Cuánta
delicadeza y seráfico pudor al mandarle memorias a Róbinson. Así lo amó”,
comentó de esta carta Arturo Guevara.
Unos meses
después “la desvalida esposa” de Simón Rodríguez le vuelve escribir al Simón
benefactor (que no al desmemoriado, a pesar de que fuera éste quien le
¿enviara? el dinero):
Caracas, 5 de
noviembre de 1825.
Señor
Presidente Simón Bolívar.
Muy estimado
señor y protector:
La señora
María Antonia su hermana, me ha entregado por orden de Vd. trescientos pesos, y
más me ha participado que si necesitare de alguna otra cosa, ocurra a ella con
franqueza, pues tiene orden para remediar mis urgencias.
También he
visto por una nota de Vd. dirigida a Cayetano Carreño, que se me asignan cien
pesos mensuales hasta cubrir tres mil, que me ha donado de su trabajo mi
legítimo marido Simón Rodríguez, pero no expresando la carta de Carreño de quien deba recibir esta cantidad, pues su
señora hermana dice no tener orden para hacerme este abono, ocurro a Vd. para
que se sirva darla a quien corresponda.
No tengo
expresión con que manifestar a Vd. hasta que extremo llega mi gratitud y
reconocimiento, y me congratulo con la plausible noticia de la venida de los
Simones para el año próximo venidero.
Repito a Vd.
mi agradecimiento con las protestaciones más sinceras, deseándole toda
felicidad, y que pueda verlo lo más pronto posible.
Su atenta y
segura servidora.
Q.B.S.M.
María de los
Santos Ronco”[20]
Con razón Arturo Guevara la llama “infortunada mujer”. Después de este
dinero que recibe de su “legítimo marido”, no volvió a saber de él -que se
sepa- ni volvió a verlo como era su deseo, según lo manifestaba en la carta al
Libertador. Éste sí vino a Caracas en 1827. Por última vez.
3. La francesita
Escribió A.
Rumazo González[21]:
¿Cómo se
presenta Samuel Robinson en Londres, en aquel 1821?
“El señor
Bello recordaba haberlo introducido en la sociedad de los emigrados españoles
en Londres. Lo acompañaba entonces una francesita que él presentaba como su
mujer y a quien había tenido tiempo de enseñar el castellano en su feroz
crudeza, con todas sus interjecciones y sin ninguna reticencia. Era ese el
lenguaje que, según contaba don Andrés, usaba en sociedad la picaresca hija del
Sena con maliciosa ingenuidad”. José Victoriano Lastarria le oyó contar esos
detalles al propio Bello, en Santiago. Robinson, en 1821, gobierna
pasajeramente su ir con himnarios a la concupiscencia. ¿Al amor? Jamás escribió
esa palabra en sus obras; nunca se mostró sentimental.
Antes de seguir ganamos mucho si
deshacemos esta última afirmación. A Simón Bolívar[22]
le dijo Simón Rodríguez: “El amor es muy delicado y la amistad lo es más aún, y
en el hombre sensible [¿el propio filósofo?], estos sentimientos son de
una delicadeza extrema, la menor sospecha es una
mancha indeleble. Porque soy incapaz de perdonar una injuria, no quiero saber
que me han ofendido; es cuanta generosidad puede esperar de mí una amante o un
amigo”.
Y en la Defensa de Bolívar [23]
les recuerda a los compañeros de armas del Libertador que “disfrazados con las
canas de la senectud, os retiráis de los campos donde vencisteis, buscando en
los poblados... nó los honores del triunfo... sino los brazos de vuestros
compatriotas, y... tal vez... el corazón de vuestras amantes”.
Y continúa en la misma dirección: “Ha!
Volved los ojos hácia esos retratos que dejasteis al despediros, y preguntad
por qué causa habeis salvado, sin sentirlo, los floridos años de vuestra vida.
Y... ¡cuántos, entre vosotros, no se verán privados hasta de ese consuelo! La
amante, que unida, en otro tiempo, á vuestra suerte, os habría sido constante, ofendida de ver sus gracias
pospuestas á la saña de Marte, oyó los consejos de la ausencia y os entregó al
olvido.
“¡Todo lo habéis perdido! Salud, caudal,
parientes, ¡amantes!...”
A pesar de lo expuesto, A. Rumazo González asegura que Simón
Rodríguez “se embarcó sólo, abandonándole en Londres a la francesita. Es duro
de sentimientos”, comenta[24].
Otros autores creen que la francesita
llegó a América, entre ellos A. Úslar Pietri[25].
Se basan para ello en una carta que el general Juan Paz del Castillo le enviara
a Bolívar desde Guayaquil donde le decía:
Se me había olvidado
participar a usted que tenemos aquí a don Simón Rodríguez, nuestro maestro
/.../ Perdió la mujer en la navegación de Panamá a este puerto, y le robaron la
ropa, instrumentos y todo cuanto tenía. Le voy a traer a casa como mi mejor
amigo. Incluyo la carta que escribe a usted[26]”
Pero
en esa carta que Rodríguez le dirige “Al Libertador de Colombia[27]”
el 30/11/1824 no nombra para nada algo tan grave como el haber perdido la mujer en el viaje para encontrarse con el antiguo
discípulo. A menos que tenga razón el Libertador cuando escribió a Cayetano
Carreño (27/06/1826): “Créame Vd., mi querido amigo, su hermano de Vd., es el
mejor hombre del mundo; pero como es un filósofo cosmopolita, no tiene ni
patria, ni hogar, ni familia, ni nada”[28].
En ese momento el filósofo no tenía familia, pero no siempre será así, como se
verá a continuación.
4. Manuela
La familia, tal vez, se haya formado en Bolivia y consolidado en
Chile. En carta a Bernardino Pradel del 19 de agosto de 1836, el filósofo le dice desde Trilaleubu: “Amigo: Ni
puedo pasar el Deñicalqui ni tengo a quien confiar el rancho, para ir a ver a
V. Estoy varado: ni puedo irme porque no tengo dónde, ni puedo quedarme porque no tengo qué... ; V. sabrá lo que ha de hacer conmigo: póngame V. en estado
de ganar el sustento aunque sea de sacristán: todavía me acuerdo de mi tiempo, con 2 o 3 días de ejercicio repicaría como otro cualquier, empéñese V. con el señor Jarpa o con su coadjuntor tenga ya una recomendación, que es tener mujer moza y un
muchachito que poder poner a cuidar la puerta mientras yo esté en la torre del
campanario...”[29] Parece obvio que esta
carta, además de hablar de la familia del filósofo, también habla de su
excelente sentido del humor. Algunos autores han visto en la carnada que ofrece
el filósofo el espíritu perverso y cínico del maestro caraqueño.
Un ilustre viajero, llamado Luis
Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del Colegio Luis El Grande de
París, visitó a Simón Rodríguez en El Almendrón -un barrio del Valparaíso- el
viernes 29 de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario:
Don Simón estaba reducido a la mayor
escasez. Después de tantos viajes y estudios que habían consumido su fortuna,
el pobre hombre se hallaba condenado a no salir de su casa, porque no tenía más
que una chaqueta, un pantalón de tela grosera y el viejo sombrero que llevaba
cuando le vi. Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus
meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo[30].
No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco
reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y
necesitaba cuatrocientos.
El origen del descrédito y abandono en que
había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos
hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días como si los hubiera
tenido de una europea de pura sangre
Agradece
uno este juicio del viajero sobre los hijos de Rodríguez habidos con la “india”
que más adelante se vuelve “querida”[31].
Poco tiempo después, ¿en1841?, el filósofo “Vive en Azángaro, un caserío a
unos 30 Km del lago Titicaca y 4.000 m de altitud. Paul Marcoy, un viajero
francés a quien ofrece hospitalidad por una noche, relatará sus impresiones en
un libro de viajes publicado años más tarde. Vivía –según Marcoy- en una choza
en compañía de una “india”, y se dedicaba a la fabricación de velas de sebo”[32].
El relato del viajero que transcribe A. Rumazo en la pág. 170-172 de
su obra, dice que Simón Rodríguez se dirige a Arequipa en la ruta desde Oruro,
pero hace un alto en Azángaro. El filósofo invita a pasar al también viajero. El francés recuerda,
entre otras cosas, el buen trato del maestro y de la india-criada:
No fue necesario que repitiera su
proposición y, cruzando la tienda detrás del lonjista, penetré en la habitación
inmediata al mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina, de
laboratorio y de alcoba... Una india acurrucada delante del hogar preparaba una
cena cualquiera, que mi patrón me invitó a compartir con él /.../
Nos sentamos uno frente a otro delante de
dos tablas, colocadas sobre otros tantos banquillos, que hacían las veces de
mesa, y la india nos sirvió algunos pedazos de cecina y una sopa con pimienta.
Para beber diónos agua fresca de la fuente, cuya crudeza atenuamos con algunas
gotas de tafia. Durante la cena, mi patrón dio órdenes a su criada para que se
cuidase igualmente del arriero y de nuestras monturas.
Por
carta a su amigo José Ignacio París, fechada en Latacunga, Ecuador, el 6 de
enero de 1846, sabemos que Simón Rodríguez sí tiene familia. Incluso menciona
la palabra que le negaba Bolívar. “Mi familia se compone de 2, una mujer i un
niño”, dice[33].
Y menos de dos años después, exactamente el 26 de noviembre de 1847, le
comunica al coronel Don Anselmo Pineda, posiblemente desde Túquerres
(Colombia), que “la casualidad ha traído aquí un médico naturalista suizo, que
anda explorando, y me ha hecho el favor de dar algunos remedios a Manuelita[34]”.
Pocos diminutivos emplea el filósofo en su escritura. Escogió uno para nombrar
con la ternura delicada del caso a quien, sin duda alguna, quiso
entrañablemente.
En
su partida de defunción, don Santiago Sánchez, cura de Amotape (Perú), escribió
que Rodríguez le había dicho
que fue casado dos veces y que era hijo de
Caracas, y la última mujer finada se llamaba Manuela Gómez, hija de Bolivia, y
que sólo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez[35]”
5 y 6. Temis y Astrea
Si deseáramos saber cuál es la valoración que Simón Rodríguez hizo de
las mujeres, debemos observar la tierra en el día, todos los días, y contemplar
el cielo estrellado en la noche. En efecto, en un pasaje sin igual nos indica
el filósofo cómo son tratadas las mujeres en la tierra y por qué razón han
tenido que ir a refugiarse en el cielo. A la manera platónica, esto lo hace a
través de dos mitos: el de Temis, diosa madre y encarnación de la idea de la
Justicia, y el mito de su hija, Astrea, la diosa de la Administración de la
Justicia.
La “justicia” terrestre se ilustra en estos mitos con dos ejemplos. El
primero abre el famoso pasaje del artículo N. 3 de la Crítica de las providencias
del Gobierno, Lima, 1843. Menciona el caso de una vieja, que no tiene
derecho ni a que se le haga justicia, puesto que su caudal está reducido a
cuatro o seis reales. Leamos lo que escribió el filósofo:
...el valor
de la cosa da importancia a la queja, en los Tribunales se ve:
Demanda que
no pase de 5 pesos toca al alcalde barrio, i-i.. sin apelacion:
Porque nada
importa que haya injusticias de a 4 o de
a seis reales; aunque a
esa suma se
reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la demanda no alcanza a
cubrir el
papel sellado ¿cómo se practicarán las dilijencias? (preguntan).
La
RAZON ! es poderosa porque la Justicia
se pesa[36].
El segundo ejemplo, puesto en el artículo N. 4. de la misma obra[37],
recuerda que “no habiendo, entre los animales del Zodíaco, sino dos Mujeres,,
las atenciones debidas al bello sexo
exijen que se pongan juntas, i i... lejos de esos dos guapos mancebos (Castor i
Polux) que podrían llevarse a la niña por fuerza, burlándose de los clamores de
la Justicia Madre,, i tratándola de LOCA, como hacen los litigantes poderosos
con las pobres Viudas, cuando pleitean con ellas, por quitarles [en toda forma de derecho, i sin proceder de malicia] las hijas o los bienes”.
El
filósofo relata el mito de Temis y Astrea de la siguiente manera:
Los antiguos Vates
materializaron la idea de lo Justo, figurándola en una
mujer sentada,
que llamaron TEMIS, para indicar el reposo en que debe
estar el Juez, le bendaron los ojos, porque el
juez no ha de ver las personas
i le dieron un semblante sereno, porque el juez no se ha de apasionar, le
pusieron balanzas en la mano izquierda, porque el
juez no se ha inclinar más a
un lado que a
otro,, i en la derecha una espada,
con que amenaza al culpable,
porque el
juez no ha de perdonar. ¡Injenioso conjunto de Ideas!, tanto más
hermoso
cuanto más distante de la Realidad. Los antiguos lo sacaron del
movimiento
aparente del Sol. Éste, en su curso, va dando a las noches lo que
quita a los
días hasta tropezar con CÁNCER al Norte,
en Diciembre, se
vuelve i
sigue hasta tropezar con CAPRICORNIO al Sur,
en Junio, i solo en 2
puntos iguala,
cada 6 meses, la luz con las tinieblas,, al pasar por ARIES a
Oriente, en Setiembre,, y al pasar
por LIBRA al poniente, en Marzo. De esta
constante exactitud
dedujeron los poetas que solo en
el cielo había verdadera
JUSTICIA,, i para indicarlo pintaron
en el signo libra unas BALANZAS. Luego,
para
adornar su alegoría dijéron que Júpiter, en uno de sus Matrimonios,
reconoció
por suya la hija de Temis, llamada ASTREA ¾ que la envió al mundo
a presidir los Tribunales i a dirijir los Consejos que mantenían la
Paz! Entre los
mortales, en los venturosos días de la edad de Oro – que, con el tiempo, el oro se
convirtió en bronce, el bronce en hierro,, i que la Niña viendo que los
hombres,
de miedo de quedarse en el suelo, no pensaban sino en matarse,, se volvió
al
cielo, i juró domicilio en el Zodíaco, con el nombre de VIRGO: porque no
habiendo hallado con quien casarse en la tierra, tuvo que retirarse, al lado de
su
madre, Doncella. Allá está, desde entonces, viviendo de la escasa renta de
28 días
y %
avos de día que le da el mes de Febrero. La madre, temiendo la petulancia de
la
especie humana, puso un escorpión de centinela, a su lado,
auxiliado por el
flechero [Sajitario],
i a la hija le puso un
León,, con orden de emponzoñar,
lancear o desgarrar al que osase acercarse. Al
Carnero (aries) su ministro, le
encargó que se defendiese con sus cuernos ó que
ocurriese a los del Toro (taurus)
o a las armas de los jemelos Castor i Polux
(gemini) o a los peces (piscis)
[Tiburones, sin duda]
si los hombres venían embarcados,, o por último recurso, a
un aguacero deshecho
(aquarius) que los ahogase sin dejar uno.
Y aquí viene la moraleja:
Tal es el horror con que las mujeres ven las injusticias de
los hombres, que han preferido vivir
en el aire, entre animales, desnudas, i sin otra capa que la del sol. Desde
allá se están burlando de las ficciones de los pobres poetas
“ Mis balanzas [dice la Diosa madre]
se les han vuelto balanzas de frutera = platos de hoja, astil de palo, fiel romo
que se detiene donde quiere el codo: mi benda
se la ponen floja, para poder ver de medio cuerpo abajo, i juzgar por las
faldas del vestido: ya mi semblante no es sereno, sino airado,, para amedrentar
al desvalido: mi espada se ha vuelto estoque de jugador de manos, que se
alarga o se esconde en el puño según lo requiere la suerte. En una de las
plazas de Florencia han puesto mi estatua sobre una columna,, i los Italianos,
que de todo se burlan con sorna, dicen que me han puesto en alto para que nadie
me alcance” (...)[38]
7. Y muchas más...
Antes
del deceso del filósofo, cuenta Camilo Gómez, -testigo presencial de su muerte,
y que Manuela Sáenz creía que “era hijo de don Simón”[39], aunque el filósofo lo consideraba “como hijo adoptivo” , según palabras del
corresponsal de El grito del pueblo,
que relató los hechos muchos años después, el jueves 4 de agosto de 1898[40]-
: “Todos los días iba al pueblo a buscar el alimento para don Simón, que era
preparada por una señora caritativa” [41].
No fue ésta, sin embargo, la única mujer que se apiadó del filósofo.
Escribió a su amigo el obispo Torres
cuando se hallaba en Latacunga el 11 de mayo de 1843: “Un hacendado me ofrece
llevarme para su hacienda, y no puedo moverme, porque estoy debiendo en las
pulperías, bajo la responsabilidad de una pobre mujer que vive en la casa donde
estoy”[42].
En fin, para cerrar este relato de tantas mujeres que lo quisieron, oigamos de
nuevo a Camilo Gómez que nos dice lo que pasó tras la muerte del filósofo:
Una señora
que me vio salir llorando, se acercó a consolarme y me aconsejó que escribiera
al cónsul de Colombia en Paita; lo que hice inmediatamente”[43]
Después de este recorrido por la vida de Simón Rodríguez, no nos
explicamos cómo A. Rumazo González pudo escribir que “para el educador
caraqueño la cuestión mujeres fue siempre asunto secundario. Punto que, en este
caso, revela lamentablemente limitación”[44].
Pero lejos ya del relato mítico y del relato de su propia historia,
¿qué lugar ocupan las mujeres en la obra
de Simón Rodríguez? Tal es lo que nos proponemos averiguar antes de callarnos para permitir las observaciones de tan distinguida audiencia.
Por una investigación de Mercedes M. Álvarez, sabemos que Simón
Rodríguez hizo una petición al Cabildo
de Caracas, el 11 de noviembre de 1793, solicitando una escuela para niñas[45].
Tuvo el maestro de Caracas que esperar treinta y dos años para concretar su
idea juvenil. En efecto, relata O’Leary que, en 1825, en Arequipa, el Libertador
“fundó escuelas para niños de ambos sexos, y atendió personalmente a la
organización de estos planteles, bajo la dirección de don Simón Rodríguez, y, a
pesar de la escasez de las rentas, halló el modo de dotarlos”[46].
De ahí en adelante, en la subida a Bolivia y de la mano de su antiguo
discípulo caraqueño, irá el filósofo fundando escuelas para niñas y niños.
Algunos años después recordará que Bolívar “Expidió un decreto paraque se
recojiesen los niños pobres de ambos sexos... nó en Casas de misericordia á hilar por cuenta del Estado, nó en Conventos á rogar a
Dios por sus bienhechores, nó en Cárceles á purgar la
miseria ó los vicios de sus padres, nó en Hospicios,
á pasar sus primeros años aprendiendo a servir, para merecer la preferencia de
ser vendidos, a los que buscan criados fieles ó esposas inocentes”[47].
Este es el comienzo de la “libertad civil”, como le expresaba a J.I.
París el 6/11/1846. En otros términos, el señalado es el aspecto negativo de su
proyecto de Educación Popular. Es decir, en primer lugar es preciso rescatar a
hombres y mujeres de las servidumbres de la pobreza. De esta “JENTE NUEVA no se
sacarían pongos para las cocinas, ni cholas para llevar las alfombras detrás de
las señoras...”[48]
Lo positivo del proyecto lo expresó como sigue:
Los niños se
habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas á talleres,
y éstos surtidos de instrumentos, y dirijidos por buenos maestros. Los varones
debían aprender los tres oficios principales, Albañilería, Carpintería y
Herrería porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas mas
necesarias, y porque las operaciones de las artes mecánicas secundarias,
dependen del conocimiento de las primeras. Las hembras aprendían los oficios
propios de su sexo, considerando sus fuerzas, se quitaban, por consiguiente,
á los hombres, muchos ejercicios que usurpan á las mujeres”[49]
Por lo transcrito sabemos que Rodríguez sigue la opinión general de la
época de que hay oficios que son propios de hembras y otros propios de varones.
Pareciera deducirse de esta distinción que Rodríguez comparte la idea de una
cierta diferencia entre las personas que se derivaría de la diferenciación
sexual. Pero si uno lee con atención, los “oficios propios de su sexo” lo son
“considerando las fuerzas”. En otros términos, hasta ahí alcanza la diferencia
de oficios basada en el sexo.
Más bien el filósofo cree que las diferencias entre hembras y varones
son propiamente culturales, de educación. Y por la educación se pueden corregir
diferencias que parecieran naturales.
Por eso apunta que en su proyecto “Se daba instrucción y oficio á las mujeres
paraque no se prostituyesen por necesidad, ni hicieran del matrimonio una
especulación para asegurar su subsistencia”[50].
En un texto sin igual de Sociedades Americanas en 1828[51],
señala que si la instrucción se proporcionara a TODOS, “las mas de las mujeres, que excluimos de nuestras reuniones, por su
mala conducta, las honrarían con su asistencia”.
Sin pretender que Simón Rodríguez fuera un adelantado feminista,
pensamos, sin embargo, que él considera
que en las mujeres hay un plus por el
cual hace la afirmación anterior. Ese plus
explica la exigencia de “las atenciones debidas al bello sexo”, como lo dijo en un
pasaje anteriormente citado. Y explica también esa creencia el trato
diferenciado[52]:
afectuoso, gentil, cortés y amable, que tiene con las esposas y hermanas de sus corresponsales.
Muchas gracias.
Conferencia dictada el 16 de marzo de 2014 en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), Espacios Cálidos, como parte de las actividades de FILVEN 2014.
Para comunicarse con el autor, escriba a carloshjorge@hotmail.com
[1] CARREÑO, Eduardo: Vida
anecdótica de venezolanos, Colección Libros Revista Bohemia, Nº 36, s/f.
Impresión en Caracas, Venezuela, pág. 17-18.
[2] Simón Rodríguez
maestro de América, UNESR, Caracas, 1976, pág. 89.
[3] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor: Biografías de americanos [ Obra en línea
digitalizada por Google de un ejemplar de Harvard College Library ], Santiago, Imprenta
Nacional, calle de Morandé, diciembre de 1854. Ver en http:/books.google.co.ve/
[4] DE LA PLAZA, Simón: Historia del arte en Venezuela, 1 vol., Caracas, 1883.
[5] ROJAS, Arístides: Crónicas
y leyendas, Monte Ávila, Caracas, 1979, pág. 126.
[6] AMUNÁREGUI, ML i GV, obra citada, pág. 233.
[7] ALVAREZ F., Mercedes M.: Simón Rodríguez tal cual fue, UNESR, Caracas, 1977, pág. 19.
[8] CALZAVARA, Alberto: Historia de la música en Venezuela. Período hispánico con
referencias al teatro y a la danza, Fundación Pampero, Caracas, 1987.
[9] Simón Rodríguez, Obras
completas, t. II, pág. 275.
[10] El tema (capital) del origen (expósito-sacrílego) de
Simón Rodríguez lo hemos abordado con detenimiento en nuestra obra Educación y revolución en Simón Rodríguez,
Monte Editores Latinoamericana, Caracas, 2000, pp. 55-100.
[11] Obras completas, t.II, pág. 538.
Subrayado mío.
[12] A. Rumazo González, Simón Rodríguez maestro de América, UNESR, Caracas, 1976, p. 27, nota 3.
[13] El documento está recogido por A. Rumazo González,
ob. cit., pág. 36, nota 33.
[14] Ídem, pag. 45, nota 43.
[15] Idem, pág. 199.
[16] Citado por Mercedes M. Álvarez en Simón Rodríguez tal cual fue, pág. 151.
[17] Ídem,
nota 24, p. 28.
[18] Idem, pág. 131.
[19] Carta tomada de A. Guevara: Espejo de justicia, UNESR, Caracas, 1977, pág. 200
[20] Ibídem, pág. 200-201.
[21] Simón Rodríguez
maestro de América, pág. 89.
[22] Carta desde Oruro del 23 de septiembre de 1827, Obras completas, t. II, p. 512
[23] Obras completas,
t. II, pag. 196ss
[24] Obra citada, pág. 100.
[25] Véase La isla
de Róbinson, Seix Barral, Barcelona,
1981.
[26] Citado por Fabio Morales, “Cronología”, en ob. cit., pág. 320.
[27] Obras completas,
t. II, pág. 503-504.
[28] Carta que reproduce A. Guevara en Espejo de justicia, p. 60.
[29] Obras completas,
t. II, pág 519-520
[30] Esto que cuenta el viajero francés es verdad a
medias, pues en febrero de ese mismo año acaba de publicar el filósofo, casi
todos los días, en el diario El Mercurio. Cf.: Carlos H. Jorge, “Los extractos
de Simón Rodríguez”, en Apuntes
filosóficos 31, UCV, Caracas, 2007, pp. 7-18.
[31] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor, obra
citada, pág. 256.
[32] Fabio Morales, “Cronología” en Simón Rodríguez Sociedades
Americanas, Biblioteca Ayacucho nº 150, Caracas, 1990, pág. 328.
[33]
Obras completas, t. II, p. 534.
[34]
Idem, pág. 543
[35]
A. Rumazo González, ob. cit., 291-192
[36] Obras completas,
t. II, pág. 415.
[37] Ídem, t. II, pág. 417.
[38] Idem, t. II, pág. 415-416.
[39]
Obras completas, t. II, p.550.
[40]
Ídem, pág. 547.
[41]
Ídem, pág. 549.
[42]
Ídem, pág. 528.
[43]
Ídem, pág. 550.
[44]
Obra citada, pág. 136.
[45]
Archivo del Concejo Municipal, Acuerdos
del Cabildo 1793, f. 480 vto. Citado en Simón
Rodríguez tal cual fue, pág. 26.
[46]
Citado por Fabio Morales, “Cronología”, pág. 321.
[47]
Obras completas, t. II, pág. 356.
[48]
Ídem, pág. 361.
[49]
Ídem, pág. 356.
[50]
Ídem, pág. 357.
[51]
Obras completas, t. I, pág. 327.
[52]
Entre otros lugares, ver en O.C., t. II, pág. 506, 528, 530, 531 y 532.