Desde hoy Roma ya no tiene Rey
por
Resumen
La democracia como isonomía y el origen
histórico de la democracia en Occidente tanto en Grecia como en Roma.
Voy a hablar acerca de la libertad.
La palabra libertad, filosóficamente considerada, tiene
varias acepciones distintas. En esta
ocasión la acepción que estudiaremos es principalmente la de la libertad desde
el punto de vista político. Desde este
punto de vista libertad es la ausencia de dominación de un hombre sobre otro;
es la isocracia, la igualdad en el poder;
es la igualdad en los términos de la relación de mando y obediencia entre
los hombres.
La dominación es un desequilibrio en los términos de la
relación de mando y obediencia entre los hombres. Hay en la dominación una prerrogativa del
mando en una de las partes, que al ser constante,
hace de la dominación la característica principal de la tiranía, que es lo otro
de la democracia.
Libertad, entonces, es la ausencia de la voluntaria
sumisión a la despótica voluntad del otro.
Es claro que en los procesos de cooperación entre los
hombres para el logro de determinados fines se da una división social del
trabajo. Fruto de la cooperación exitosa resulta un bien económico, un servicio
o un objeto que es útil para el bienestar humano. Tal bien económico tiene un valor que está
dado por su escasez y por la necesidad que de él tengan las personas. Si una
persona participa en una acción que le resulta inútil para satisfacer sus necesidades,
entonces dicha acción deja de ser de interés para él, deja de tener valor para
él. Aunque, tal acción pueda ser muy
interesante para otra persona participante en el acto cooperativo. Se presentaría
entonces un conflicto de intereses.
La cooperación puede ser obligatoria o voluntaria. Si la
cooperación es forzada, la resolución del conflicto puede ser violenta, por
medio de la negación de la voluntad del otro.
En cambio, si la cooperación es voluntaria, la resolución pacífica del conflicto
se puede lograr por medio de una negociación en la que las partes encuentre
reconocimiento a la licitud de sus demandas.
El reconocimiento de la licitud de las demandas de uso,
disfrute y disposición del bien, obtenido por la participación en el proceso
productivo del bien, es la institución de la propiedad. Este reconocimiento presupone la existencia
de una norma según la cual se efectúa la distribución de la posesión de los
bienes producidos. Dicho con otras palabras, el derecho y la economía son dos
caras de un mismo evento social.
Un historiador francés
afirma que el término isonomía, entendido generalmente como igualdad ante la norma y sinónimo de
democracia, significa más propiamente igualdad en la repartición, igualdad en la distribución, tomando nomos como una
derivación del verbo némein, que
significa distribuir.
La propiedad es la razón de ser del Derecho y el Derecho
es el presupuesto de la convivencia pacífica con otros. Nadie es tan estúpido como para convivir
voluntariamente con otros, sin garantía de conservar pacíficamente sus
posesiones; pues sin la institución de la propiedad no puede haber convivencia
pacífica en ningún grupo societal.
Los celtas, una sofisticada civilización seminómada de
la Edad de Hierro, sostenían que todas las cosas pertenecen a los valientes. Los celtas eran una sociedad apátrida, una
sociedad sin Estado. Sin embargo, no vivían en democracia; pues aunque eran
políticamente libres, desconocían el Derecho, eran un pueblo sin leyes, no
estaban cohesionados por normas comúnmente aceptadas.
Llegamos así a una conclusión, democracia es una forma de
Estado, una forma de civilización. Los romanos llamaron civitas lo que los griegos llamaron politeia, un término griego
antiguo sin traducción clara en español, que algunos han traducido como
Constitución o Estado, para referirse a lo que unía a los ciudadanos entre ellos dentro de una sociedad, es decir, sus
instituciones políticas. Un Estado es una sociedad que reconoce la vigencia de
una legalidad común.
Hemos dicho antes que los celtas eran apátridas, no
tenían Estado, no reconocían un Gobierno para todos. En cambio, los romanos,
que fueron asentamientos de agricultores, construyeron la ciudadanía, la civitas, y desarrollaron el Derecho. Los romanos construyeron la democracia más
exitosa de la historia de la humanidad, en términos de duración (489 años),
estabilidad y progreso.
El Estado en cuanto tal presenta un espectro amplio de
grados de libertad política entre los ciudadanos. Tal rango de dominación política se
corresponde en paralelo con el grado de domesticación de una pulsión vital del
hombre; a saber, la agresividad hacia sus congéneres, la pasión atávica del
deseo de reinar, o sea, la ambición de mandar, la concreción de la profesión
más antigua del mundo, la tiranía. Homo homini lupus, el hombre como el depredador
natural del hombre, como Alejandro
Magno, que donde veía hombres veía súbditos.
Es la historia de los amores entre el hombre de Cro Magnón y el hombre
de Neandertal, que se extinguió en el estómago del Cro Magnón.
Es la historia del desarrollo del Derecho, es la historia
de la evolución de las formas de la dominación de unos hombres sobre otros.
El Derecho establece el pacto que garantiza la paz entre
los hombres. El Derecho se funda en el reconocimiento de la propiedad privada.
El derecho romano les garantizaba a sus ciudadanos la
propiedad de sus posesiones y prescribía las acciones pacíficas para
reivindicar la posesión de sus bienes en los casos en que sus propiedades
fueran usurpadas.
El respeto al derecho es garantía de paz y seguridad para
el progreso de la civilización y para la prosperidad de la vida en sociedad.
De paso que sociedad viene de socio. Socios llamaban los romanos a sus aliados, a
aquellos con los que podían vivir en paz respetando mutuamente la independencia
política de cada nación. Los socios
comparten un pacto, que les garantiza la paz.
Esa igualdad de los socios frente al pacto es la
expresión de la isonomía, palabra que
podemos traducir como la igualdad de todos ante una misma ley. Los socios son distintos entre sí pero
iguales ante la ley.
Esta cuestión de la igualdad de todos ante la ley, la
isonomía, adquiere una gran importancia por ser la garantía de que el pacto no
es un contrato de sumisión, que establezca privilegios para una de las partes. Es el criterio libertario que define e
identifica una democracia. Primitivamente,
cuando no existía la palabra democracia, se le decía isonomía a lo contrario de la tiranía.
Los socios son diversos entre sí por naturaleza; pero a
pesar de su diversidad son iguales ante la ley.
Es un sistema social que acoge respetuosamente en su seno a los
distintos como gentes con iguales derechos. Es un sistema social que reconoce a
todo ciudadano como titular de plenos derechos.
La isonomía o democracia es un sistema social individualista. El individualismo político es la
característica más resaltante de la democracia.
En contraste, en los sistemas colectivistas, la premisa
principal es que los ciudadanos son iguales por naturaleza y distintos ante la
ley. Hay gobernantes y gobernados. Los gobernantes están por encima de la ley;
ellos son los que le dan la ley a los gobernados. Los gobernantes gozan de un privilegio para
ser siempre el que manda y nunca el que obedece en las relaciones de
mando-obediencia.
Los sistemas colectivistas, por definición, constituyen gobiernos autoritarios y totalitarios.
Ante la flagrante evidencia de que las personas somos
distintas, el tirano particiona la sociedad en manadas, digo, en clases
sociales, a fin de simplificar su labor de gobierno.
Huelga decir que la partición en clases de la sociedad es
arbitraria y antojadiza, tomando regularmente como criterio diferenciador las
semejanzas analógicas.
Así, la sociedad queda particionada en clases excluyentes
tales como: ricos y pobres, machos y hembras, adultos y menores de edad, negros y no negros,
civiles y funcionarios empoderados, empleados y patronos, gobernantes y
gobernados, etc.
Al establecer, por ejemplo, la clase de los ricos, no es necesario
que todos los ricos sean iguales por naturaleza; sino que todos ellos sean
semejantes entre sí por satisfacer un atributo común: ganar más de tanto, tener
más de tanto.
Así, pues, en democracia se presupone que cada quien es
distinto de todos los demás y sin embargo la conducta de todos los distintos está
regulada por una misma norma.
En cambio, en el colectivismo, en la tiranía, se
presupone que a pesar de ser todos iguales por naturaleza, unos están
gobernados por unas leyes y otros por otras leyes. De esta manera tenemos la ley de violencia
contra la mujer, que no ampara a los niños ni a los hombres; impuestos con
porcentajes progresivos según el monto de lo ganado en el año; Misión Amor Mayor que es una dádiva sólo para
algunos ancianos; ley de protección a las madres; ley de protección a las
madres solteras; inamovilidad laboral para sindicalistas; ley de protección a
los mochos; etc.
Hablan entonces de la protección a las clases más vulnerables,
que dejan a las clases menos vulnerables desamparadas y castigadas muchas veces
con la obligación de aceptar más confiscaciones a ser repartidas supuestamente
entre las clases parasitarias.
En rigor, asumiendo como bonito el modelo colectivista, en
buena lógica, los que pueden ser objeto de privilegios son las clases más
favorecidas; pues son las capaces de aportar mayor cantidad de bienes para la
población.
La verdadera verdad es que el cuentico redistributivo de
la riqueza ajena es una excusa para el saqueo que hace el tirano de los bienes
privados de los ciudadanos.
Pero regresando al tema, la diferencia más destacada
entre una sociedad democrática y una sociedad gobernada es la igualdad o no de
los ciudadanos ante la ley, la isonomía.
Los privilegios de clase son absolutamente antidemocráticos.
Es fascinante estudiar la evolución
política de las gentes, investigando cómo los hombres, siendo unos animales tan
feroces, pudieron inventar la democracia como modelo de Estado. Asombra ver cómo estos animales pudieron
encontrar la manera de reinventarse a sí mismos para superar la ferocidad de
las bestias y alcanzar las cimas del
humanismo.
Fue el año 510 antes de Cristo una
fecha crucial; porque ese es el año en que nace la democracia, simultáneamente
en Grecia y en Roma.
Comencemos con los griegos
En ese año los griegos derrocaron a
Hipias, el último de los tiranos de Atenas.
Pasó que un grupo de aristócratas griegos en el exilio, dirigidos por
los miembros del clan de los Alcmeónidas y apoyados por espartanos, expulsaron
al rey Hipias. Al principio se intentó
restaurar el gobierno de los aristócratas.
Pero no fue fácil. Surgieron
facciones rivales que luchaban por hacerse con el poder. Finalmente se
decantaron dos facciones; una, liderada por Iságoras y otra liderada por Clístenes, jefe de los Alcmeónidas.
Iságoras era conservador, pero
Clístenes era un político innovador y progresista. Inicialmente, Iságoras prevaleció por ser
arconte de 508-507 a.C., pero no se pudo imponer. No logró restaurar la oligocracia.
Clístenes (570 a.C.-507 a.C.), en
griego: Κλεισθένης / Kleisthénês, hijo de Megacles II y Agarista, que era el
jefe de la familia de los Alcmaeónidas, fue el político ateniense que introdujo
el gobierno democrático en la antigua Atenas.
Clístenes había sido arconte durante
la tiranía de Hipias, pero se negó a restablecer el antiguo orden, y desde su
cargo de legislador, con la aprobación del pueblo ateniense, creó las bases de
un nuevo Estado fundado en la isonomía o igualdad de los ciudadanos ante la ley,
por ello la elección de los magistrados por sorteo, e inventó el ostracismo. Hizo
también cambios en los circuitos electorales reorganizando la población en
demos, que de cuatro pasaron a ser diez.
No nos detendremos en estos cambios administrativos.
La isonomía anulaba los privilegios
hereditarios o por razón de la riqueza.
La elección por sorteo evitaba el
populismo de los demagogos, además de garantizar el derecho a elegir o ser
elegido, ya que así todos los ciudadanos tenían la misma probabilidad de ser electos
Asimismo creó la institución del
ostracismo para evitar en lo posible todo intento de retorno de la tiranía. Consiste esta institución en el derecho de la
Asamblea a decidir si existía un riesgo de instauración de un poder personal; es
decir, la Asamblea decidía si un magistrado se había deslegitimado en el
ejercicio de sus funciones. Era un voto muy especial llamado ostracoforia. Cada uno de los asamblearios presentes
depositaba en una urna su ostraca con el nombre del personaje juzgado peligroso
para la democracia, al que era necesario excluir de la actividad política. Era
preciso un mínimo de votantes (quórum)
de 6.000. Se votaba por mayoría simple. Si
la mayoría lo decidía, el individuo era excluido de la ciudad durante 10 años y
suspendidos sus derechos civiles. No acarreaba juicio ni condena. Del
ostracismo viene el derecho a revocar a los magistrados.
La democracia ateniense tuvo una vida de
186 años, pues puede hablarse de una era democrática en Atenas desde las
reformas de Clístenes, alrededor del 508 a.C., hasta la supresión de las
instituciones democráticas por la conquista de los griegos por Alejandro Magno
en el año 322 a.C.
Pero el nacimiento de la democracia en
Roma tiene un origen más personal, más dramático, más vivencial que el de la
democracia en Grecia. Cayo Julio César
solía decir que en política, muchas veces eventos relativamente pequeños pueden
tener enormes consecuencias. Ese es el
caso que les voy a narrar. La historia
de una mujer que cambió la historia del mundo.
El origen de la república romana
Tito Livio en su Historia de Roma,
titulada en latín Ab urbe condita,
nos cuenta en su primer libro la crónica de los reyes de Roma desde la
legendaria llegada de Eneas a Italia, tras la destrucción de Troya.
Primero y para refrescar la memoria
indicaremos que Roma fue fundada por Rómulo y Remo en el año 753 antes de
Cristo y que se considera a Rómulo como el primer rey de Roma (753-715 aC). Se
considera que hubo siete reyes en Roma antes de proclamarse la Republica y que
ellos son después de Rómulo, Numa Pompilio (715-673 aC), Tulio Hostilio
(672-641 aC), Anco Marcio (640-617 ac), Tarquinio Prisco (616-578 aC), Servio
Tulio (577-535 aC) y Tarquinio el Soberbio (534-510 aC) y después de éste vino
la República.
Son historias que muchas veces están
cargadas de una espantosa violencia, en las que abundan asesinatos horrendos,
acompañadas en ocasiones de gestos supremamente nobles por su mansedumbre. Subyace en sus relatos la pugna perenne entre
el mal atávico (la frase la acuñó él), la ambición de mando, cruel y
despiadada, por una parte y la mansa voluntad negociadora y constructora de la
convivencia pacífica de los hombres que apelan a la razón.
Pudiéramos decir que la obra de Tito
Livio más que la Historia de Roma, nos narra la evolución política del hombre, desde
la primitiva ferocidad hasta la cortesía en el trato urbano de los ciudadanos
pacíficos. Es la historia de la evolución en la interacción social de los
hombres desde la brutalidad de la fuerza despótica hasta la sublime fuerza de
la palabra, hasta la sublime fuerza del lógos.
Haciendo corto el cuento, durante el
reinado de Servio Tulio, éste casó a dos de sus hijas con dos hermanos, Lucio
Tarquinio y Arruncio Tarquinio. Ambos
hermanos tenían caracteres opuestos, uno era muy amable y dulce, Arruncio,
mientras que el otro era arrogante y ambicioso. Análogamente las hijas del rey
también tenían caracteres opuestos. Pasó
que los dos hermanos se casaron con las hijas del rey; pero a cada uno le tocó
la hija con el carácter contrario al suyo.
Tulia, la menor, era la más ambiciosa y decidida. Nos cuenta Livio [1,46] que
(…)
El feroz espíritu de una de las dos Tulias estaba desazonado porque nada
había en su marido que pudiera llenar su codicia o ambición. Todos sus afectos
se cambiaron al otro Tarquinio; él era a quien admiraba; él, dijo, era un
hombre, él era verdaderamente de sangre real. Despreciaba a su hermana, pues
teniendo a un hombre por su marido, éste no estaba animado por el espíritu de
una mujer. Tal semejanza de carácter pronto les unió, pues lo malo suele buscar
lo malo. Pero fue la mujer la iniciadora de las maldades. Constantemente mantenía
entrevistas secretas con el marido de su hermana, a la que incansablemente
vilipendiaba tanto como a su propio marido (…)
(…)
Lucio Tarquinio y Tulia, la joven, con un doble asesinato, limpiaron en
sus casas los obstáculos a un nuevo matrimonio; su boda fue celebrada con la
aquiescencia tácita si no con la aprobación de Servio (…).
Poco después Servio Tulio murió
asesinado por sicarios de Lucio Tarquino, su hija encontró el cadáver en el
camino y le pasó el carruaje por encima adrede. Así de rudo era ese mundo.
Dice Livio en [1,49]
Lucio Tarquinio empezó ahora su
reinado. Su conducta le procuró el apodo de "Soberbio", pues privó a
su suegro de sepultura, con la excusa de que Rómulo no fue sepultado, y mató a
los principales nobles de quienes sospechaba fuesen partidarios de Servio.
Consciente de que el precedente que había establecido, al trono por la
violencia, podría ser utilizado en su contra, se rodeó de una guardia armada.
Pues él no tenía nada por lo que hacer valer sus derechos a la corona, excepto
la violencia pura; estaba reinando sin haber sido elegido por el pueblo, o
confirmado por el Senado. Como, por otra parte, no tenía ninguna esperanza de
ganarse el afecto de los ciudadanos, tuvo que mantener su dominio mediante el
miedo. Para hacerse más temido, llevó a cabo los juicios en casos de pena
capital, sin asesores, y bajo su presidencia fue capaz de condenar a muerte,
desterrar, o multar no sólo a aquellos de los que sospechaba o le resultaban
antipáticos, sino también a aquellos de quienes sólo pretendía obtener su
dinero. Su objetivo principal era reducir así el número de senadores, negándose
a cubrir las vacantes, para que la dignidad del propio orden disminuyera junto
con su número. Fue el primero de los reyes en romper la tradicional costumbre
de consultar al Senado sobre todas las cuestiones, el primero en gobernar con
el asesoramiento de sus favoritos de palacio.
La guerra, la paz, los tratados, las
alianzas se hicieron o rompieron por su voluntad, tal como a él le pareciera
bien, sin autorización alguna del pueblo o del Senado (…)
Tarquinio
tuvo un hijo llamado Sexto Tarquinio, el cual tenía dos primos, Lucio Tarquinio
Colatino y Lucio Junio Bruto.
Lucio
Junio Bruto era un joven de un carácter muy diferente del que fingía tener. Cuando él se enteró de la masacre de los principales ciudadanos romanos,
entre ellos su propio hermano, por órdenes de su tío, determinó que su
inteligencia no podía dar al rey motivo de alarma, ni su fortuna provocar su
avaricia, y que, ya que las leyes no le ofrecían protección, decidió buscar la
seguridad en la oscuridad y el abandono. En consecuencia, cuidó de tener el
aspecto y el comportamiento de un idiota, dejando al rey hacer lo que quisiera
con su persona y bienes.
Durante la guerra con los rútulos, Tarquinio II, llamado el
Soberbio, tenía sitiada la ciudad de Ardea en Italia. Estaban en el campamento romano Sexto
Tarquinio (hijo del Rey) y Lucio Tarquinio Colatino (sobrino del rey). Los príncipes reales a veces pasaban sus horas
de ocio en fiestas y diversiones, y en una fiesta dada por Sexto Tarquinio
Colatino en la que el hijo de Egerius, Lucio Tarquinio Colatino, estuvo
presente, la conversación pasó a girar sobre sus esposas, y cada uno comenzó a
hablar de la suya propia con extraordinarias palabras de alabanza. Encendidos con la discusión, Colatino dijo que
no había necesidad de palabras, ya que en pocas horas se podía comprobar hasta
qué punto su Lucrecia era superior a las demás.
"¿Por qué no", exclamó, "si
tenemos algún vigor juvenil, montamos a caballo y hacemos a nuestras esposas
una visita y veremos su condición según lo que estén haciendo? Como sea su
comportamiento ante la llegada inesperada de su marido, así será la prueba más
segura".
Ellos se habían calentado con el vino, y
todos gritaron: "¡Bien! ¡Vamos!"
Espoleando a los caballos galoparon a Roma,
adonde llegaron cuando la oscuridad comenzaba a cerrar. Encontraron a Lucrecia empleada de manera muy
diferente a como estaban las nueras del rey, a quienes habían visto pasar el
tiempo entre fiestas y lujo, con sus conocidos. En cambio, Lucrecia estaba
sentada hilando la lana y rodeada de sus criadas. La palma en este concurso
sobre la virtud de las esposas se le otorgó a Lucrecia, la cual acogió con satisfacción
la llegada de su marido y los Tarquinios; mientras su esposo, victorioso, cortésmente invitaba a los príncipes a
permanecer en calidad de huéspedes. Sexto Tarquinio, inflamado por la belleza y
la pureza ejemplar de Lucrecia, tuvo la vil intención de deshonrarla. Y con ese
pensamiento regresó al campamento.
Pocos días después Sexto Tarquinio fue, sin
saberlo Colatino, con un compañero a la casa de Lucrecia. Fue recibido amablemente en el hogar, sin
ninguna sospecha, y después de la cena fue conducido a un dormitorio separado
para huéspedes. Cuando todo le pareció seguro y todo el mundo dormía, fue con
la agitación de su pasión, armado con una espada donde dormía Lucrecia, y
poniendo la mano izquierda sobre su pecho, le dijo: "¡Silencio, Lucrecia!
Soy Sexto Tarquinio y tengo una espada en mi mano, si dices una palabra,
morirás". La mujer, despertada con miedo,
vio que no había ayuda cercana y que la muerte instantánea la amenazaba; Tarquinio
comenzó a confesar su pasión, rogó, amenazó y empleó todos los argumentos que
pueden influir en un corazón femenino. Cuando vio que ella era inflexible y no
cedía ni siquiera por miedo a morir, la amenazó con su desgracia, declarando
que pondría el cuerpo muerto de un esclavo junto a su cadáver y diría que la
había hallado en sórdido adulterio. Con esta terrible amenaza, su lujuria triunfó
sobre la castidad inflexible de Lucrecia y Tarquinio salió exultante tras haber
atacado con éxito su honor. Lucrecia, abrumada por la pena y el espantoso
ultraje, envió un mensajero a su padre en Roma y a su marido en Ardea,
pidiéndoles que acudieran a ella, cada uno acompañado por un amigo fiel; era
necesario actuar, y actuar con prontitud, pues algo horrible había sucedido.
Espurio Lucrecio, su padre, llegó con Publio
Valerio, el hijo de Voleso; Colatino llegó con Lucio Junio Bruto. Encontraron a Lucrecia sentada en su habitación y postrada por el dolor.
Al entrar ellos, estalló en lágrimas, y al preguntarle su marido si todo estaba
bien, respondió: "¡No! ¿Qué puede estar bien para una mujer cuando se ha
perdido su honor? Las huellas de un extraño, Colatino, están en tu cama. Pero
es sólo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es pura; la muerte será
testigo de ello. Pero dame tu solemne palabra de que el adúltero no quedará
impune. Fue Sexto Tarquinio quien, viniendo como enemigo en vez de como
invitado, me violó la noche pasada con una violencia brutal y un placer fatal
para mí y, si sois hombres, fatal para él". Todos ellos, sucesivamente, dieron
su palabra y trataron de consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa
de la víctima al ultraje del autor e insistiéndole en que es la mente la que
peca, no el cuerpo, y que donde no ha habido consentimiento no hay culpa.
"Es por ti", dijo ella, "el ver que él consigue su deseo, aunque
me absuelvo de culpa, no me eximo de castigo; en adelante ninguna mujer
deshonrada tomará a Lucrecia como ejemplo para seguir con vida". Ella, que
tenía un cuchillo escondido en su vestido, lo hundió en su corazón, y cayó
muerta en el suelo[1,59]. Mientras
estaban encogidos en el dolor, Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia,
y sujetándolo goteando sangre frente a él, dijo:
Por esta sangre (la más pura antes del indignante
ultraje hecho por el hijo del rey) yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por
testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita
esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance,
y no aceptaré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma.
Bruto prometió: "Juro por esta sangre
castísima que la injuria hecha por el hijo del rey recibirá su merecido. Desde
hoy Roma ya no tiene rey".
Y dicho y hecho, los conjurados mataron al
hijo del rey y expulsaron a Tarquinio el Soberbio de Roma. Ya sin rey,
proclamaron la República y eligieron un Senado, nombrando dos cónsules uno el
propio Lucio Junio Bruto y otro Lucio Tarquinio Colatino (esposo de Lucrecia).
Corría el año 510 antes de Cristo cuando a Lucio Junio Bruto le correspondió el
honor de ser el fundador de la República en Roma.
La República Romana duro 489 años, desde el
510 hasta la batalla de Actium, en la que Octavianus dio inicio al Principado.
Con este relato quise hacerles comprender
que la democracia, o la isonomía, la libertad civil y la dominación tienen todo
que ver con la dignidad y la vergüenza.
Con la pasión de dominar y el respeto a la persona humana. No es un problema metafísico. No es un problema lógico. Es un problema moral. No puede ser libre quien le tiene miedo a la
muerte. Para un hombre libre la
dominación es insufrible; porque sin libertad es imposible alcanzar la vida
buena propiamente humana. Desde hoy Roma
ya no tiene rey.
Busto de Lucio Junio Bruto
Conferencia pronunciada por HENRY LEAL en el II Simposio de Filosofía, UPEL, Caracas,
el 17 de noviembre de 2017. La he puesto en mi blog, sin permiso del autor, porque...
¡es muy buena! Si no creen, relean el imponente final. Por pura envidia de Carlos H. Jorge
¡es muy buena! Si no creen, relean el imponente final. Por pura envidia de Carlos H. Jorge