A Guillermo Mosquera
Tanto si se afirma que el término latino ministerium viene de manus: mano o de minus: menos, en cualquier caso el derivado castellano 'ministerio' significa servicio, y ministro, servidor. Hablar entonces de Ministerio del poder popular para lo que sea no deja de ser una expresión muy engreída y muy poco modesta como exige el nombre.
Uno entiende el gusto de los revolucionarios por las palabras pomposas, porque es más fácil y rápido -creen ellos- hacer cambios radicales en el lenguaje que en lo real. Los promotores de la Revolución bonita han sido exitosos en el fomento del uso de algunas palabras, unas para ofender, como escuálido, otras para halagar, como dignificar. Siguiendo el ejemplo del Minpopo para la Economía Comunal, que quiere dignificar en Sabana Grande el Trabajo Popular, un candidato opositor a la Alcaldía de Girardot adula a sus votantes buhoneros prometiéndoles un centro comercial en la Av. Bolívar de Maracay... que los dignificará.
Hay que aclararles a la revolución y a la contra plagiaria que "dignificar" literalmente significa "hacer digno", y lo que se quiere decir es "restaurar derechos que han sido arrebatados" o "dar un trato digno" a quien lo es por ser humano.
Ya Kant recordaba allá por 1775 en sus lecciones de ética que se debe respetar a cada ser humano porque toda persona sintetiza en sí a toda la humanidad. Todo ser humano es digno (que etimológicamente significa que "tiene el mismo precio o valor que otro"). Esto quiere decir, entre otras cosas, que la humanidad merece aprecio y que debe ser estimada digna cualquier persona, aunque se trate del más malvado de los hombres.
La dignidad del ser humano lo obliga a cada uno para consigo mismo con más fuerza que en el trato a los demás, pues sólo uno mismo puede rebajar en su propia persona la dignidad del género humano.
Teniendo lo anterior por delante, no puede uno menos que condenar los innobles medios que algunos desheredados, humillados y ofendidos, emplean para sobrevivir: depredación de accidentados en autopistas, saqueo de los cadáveres por desastres aéreos, de tráfico o por la furia de la naturaleza, invasiones... Tampoco puede uno dejar de lamentar que alguien que recibió una medalla por dar patadas reclame una casa digna que merece por ello: ya recibió su pago en bronce.
Uno condena y lamenta, porque como señalaba el genio de Könisberg, la vida tiene un valor inferior a la dignidad. Vivir no es algo necesario, pero sí vivir dignamente. Uno condena y lamenta, aunque comprende. Claro que no puede uno comprender a los vividores del régimen que se prostituyen practicando la sofística y echando a la basura toda dignidad, así sea por la necesidad de sobrevivir.
Lector, si me dejas un Comentario, mejoro el blog. Doblemente agradecido
Publicado por Tal Cual, pág. 21, el miércoles 10 de septiembre de 2008
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