A Camila Serrano
Algunos filósofos han postulado que la vida ética -la vida buena, como les gustaba decir a los clásicos- se configura entre el deseo y el goce. De otra manera: la necesidad es el último punto de referencia que señala dónde se encuentra el bien humano y el deseo es la interpretación de esa necesidad, de lo que nos hace falta.
Al revisar los fundamentos de aquello que permite vivir moralmente, encontramos que el deseo y el goce son dos conceptos relacionados entre sí dialécticamente, donde el goce es el término universal y el deseo, el particular. Entendidos de este modo, el goce es para un deseo y el deseo es deseo de goce. Ambos términos aparecen entonces como dos momentos que, dentro del movimiento del todo y a través de él, se contraponen y se cancelan dialécticamente, esto es, conservándose.
La necesidad es premoral, pues expresa la falta-en-ser del individuo humano. En efecto, sólo después de satisfacer la carencia de alimentación, vestido, alojamiento, curación y distracción que nos persigue, se puede pensar en vivir racionalmente, esto es, éticamente. Pero la necesidad de distraernos, es decir: de estar fuera de nosotros mismos, introduce una tremenda distorsión de la necesidad, creando una graduación de necesidades indispensables de satisfacer, facticias o convencionales y ficticias. Por ejemplo, a este último grupo de necesidades imaginarias pertenece la de tener una corbata de seda Louis Vuitton, un reloj Cartier, estilográficas Mont Blanc, camioneta Hummer, güisqui escocés de 18 años, quinta en el Este o viajar a Orlando. Siempre es mejor todo ello que andar en alpargatas, vivir medio desnudo entre cuatro latas y tener que curarse en Barrio Adentro I y II.
Ahora bien, comúnmente se le reclama a la Revolución Francesa el que no haya desarrollado su lema de igualdad y se haya contentado con postularlo sólo como principio formal de los ciudadanos ante la ley. Pero esa profundización se da, y con creces, en la revolución que nos arropa: diez funcionarios ganan igual que 513 trabajadores de salario mínimo. En otros términos, socialismo del siglo XXI e igualdad van de la mano. El igualitarismo salarial cubano de diecisiete dólares mensuales acaba de ser derrotado, por la razón que han dicho los jerarcas carcelarios de La Habana: "no hay que tenerle miedo a los altos salarios, siempre que correspondan a resultados concretos". Claro que esos resultados concretos deben de ser los obtenidos por los jefes, sospecha uno.
En conclusión, escasa y exigua satisfacción de necesidades para el proletariado, que con un sueldo de Bs.F. 799 no puede pretender una vida decente; satisfacción plena de sus deseos para la vanguardia revolucionaria... por ahora. Por eso la revolución se llama bonita.
Publicado por Tal Cual, pág. 21, el miércoles 24 de septiembre de 2008
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