No fue exactamente una borrachera sino un sueño, que es el nombre de las borracheras cuando dormimos. Ante todo hay que decir la verdad, aunque hablaré de mentiras, porque la mentira solo puede ser en la medida en que pasa por verdad. Y digo que es final porque cesé. La vida comienza y cesa. Como la nube que expulsa la lluvia que la constituye y se desvanece. La mía cesó y desvaneció en esa Navidad
Me fui a dormir después de que mi hija menor había cumplido años. El sueño comenzó siendo pacífico y placentero pero yo terminé sudoroso y sofocado. Como si hubiera estado peleando como Jacob con el ángel. ¿Cómo ocurrió tal cambio? No nos adelantemos. Empecemos por el comienzo, pues, aunque cuento, puro cuento, esta es historia viva.
Yo estaba en un altarcito, una especie de altarcito japonés donde recuerdan a los antepasados. Claro que no había velas porque a mí no me gustan. Solo mi foto de niño de ocho años en la escuela rural de Tortoreos delante de un mapa de España. ¿Por qué una foto de los ocho años? Seguramente para ilustrar que fui pura promesa, como decía mi maestra Ana, primer amor. Mi otro amor, el más grande, fue Amalia. Duró más de treinta y cuatro años. Hubo otros, pero menores: Martha Argerich, Virginia Woolf, Karen Dinisen y, sobre todo, Rosalía de Castro, aquella gallega que cantaba, suplicando,
Airiños, airiños aires,
airiños da miña terra;
airiños, airiños aires,
airiños, levaime a ela
airiños da miña terra;
airiños, airiños aires,
airiños, levaime a ela
Estamos todos en la sala. Yo me veo y veo todo en foto desde el altarcito. Amalia en la computadora está repasando por enésima vez una novela turca, que la oía ya en turco porque, después de haber visto tantas novelas, entendía el turco. María Emilia, echada en el chinchorro, tomaba un mate. Victoria, en su silla ejecutiva de trabajo, bebía algo achocolatado. Mis hijas hablaban. Su madre las escuchaba como quien no quiere la cosa. Como si no fuera con ella. La cosa, para ella, era Ask yenidem. Pero también oía a sus hijas, por lo que se supo a continuación.
Hablaban de profundizar y ampliar la memoria familiar en el Día de Todos los Santos. Emilia le decía a su hermana que ya había comprado los pasajes para España y para Italia. Ambas se tomarían unas vacaciones. En España recorrerían algunos de los lugares que habían conocido aunque de manera separada. Ahora les interesaba hurgar en los archivos parroquiales de Rubiós y Tortoreos, ayuntamiento de As Neves, provincia de Pontevedra.
Rubiós era la aldea de la abuela María Pérez Rodríguez, hija de Dolores Rodríguez Cuña y de su esposo, José Pérez Gil. Ambos eran de Rubiós. En Tortoreos tenían que averiguar sobre José Miguel Jorge Carballido, el abuelo que había nacido en 1910 en Buenos Aires, hijo del sastre José Benito Jorge Domínguez y de la labradora María Carballido Estévez, que eran gallegos emigrantes en la Argentina y vecinos de Tortoreos.
Le recordaba Emilia a su hermana que por la memoria es la única manera de acceder a la inmortalidad. ¿Y qué es inmortalidad, preguntó Victoria? Su hermana le contestó leyéndole un texto de Simón Rodríguez que adornaba la sala y que decía así:
La Inmortalidad es una sombra indefinida de la vida
—que cada uno extiende hasta donde alcanzan
sus esperanzas—
y hace cuanto puede por prolongarla
y hace cuanto puede por prolongarla
Se complace, el hombre sensible, figurándose
su existencia proyectada en el interminable
espacio de los tiempos=como se complace
en ver, desde una altura, sucederse
los valles, los bosques y los montes
mas allá de un horizonte sin fin
IDEAS, sin duda, y nada mas que ideas;
pero la vida espiritual se sostiene con ellas.
pero la vida espiritual se sostiene con ellas.
Son obra de la Imajinacion
como lo eran el néctar, la ambrosía y el humo
de que se alimentaban los dioses del
Paganismo
--¿Y a Italia dónde vamos a ir?, preguntó Victoria a su hermana. Allá hay mucho que ver. Posee el segundo patrimonio cultural de la humanidad, según la UNESCO.
--Bueno, le dijo Emilia, a nosotras solo nos importan los Abruzos y Avelino. De los Abruzos altos, los Abruzos de los Apeninos, era nonna Emilda Pancione, cuyos padres: nonnó María y nonnó Alfonso, vivieron y murieron en Valencia, la tierra de Amalia.
--Así es, asintió esta cuando se oyó nombrada y siguió con la novela.
--De cerca de Avelino es el nonno Doménico Mauriello Marrone (que algún idiota de inmigración le puso Marrune), volvió a tomar la palabra Emilia. Sus padres eran Giovanni y Amalia, nombre que va a heredar su primera hija, o sea, nuestra Amalia, nuestra madre.
ooo
Ya dije antes que desde una foto yo veía y oía todo. Detrás de mí había un mapa político de Venezuela al lado del de Galicia, divididos ambos por provincias y ayuntamientos.
El mapa de Venezuela tenía veintitrés provincias, con sus respectivas capitales. Estas provincias, en orden alfabético, eran:
Amazonas (Guayana)
Apure (San Fernando)
Aragua (Maracay)
Barinas (Variná)
Nueva Valencia (Carabobo)
Cayena (Barcelona)
Cojedes (San Carlos de Austria)
Coro (Coro)
Cuicas (Trujillo)
Cumaná (Cumaná)
Delta (Tucupita)
El Tocuyo (Barquisimeto)
Los Teques (Los Teques)
Margarita (La Asunción)
Mérida (Mérida)
Orinoquia (Angostura)
Portuguesa (Guanare)
Roscio Nieves (San Juan de los Morros)
Táchira (San Cristóbal)
Uyapari (Maturín)
Vargas (La Guaira)
Yaracuy (San Felipe)
Zulia (Maracaibo)
Capital: Caracas
Me alegró mucho ver que ya no había Estados, uno de los mayores timos en la historia del país ("Dios y federación", ¡qué buen chiste!). Había provincias y ayuntamientos. Sin distritos ni parroquias.
--Ahora que lo pienso, creo que fue una muy buena idea esa de volver a la Primera República, la imaginada por Roscio, le decía Victoria a su hermana. A Carlos le hubiera gustado mucho volver a la "patria boba". La patria de gente laboriosa, de héroes profanos, no de gente que, religiosamente, se mata entre sí. Por eso celebro que se haya censurado Venezuela heroica, de Eduardo Blanco. La única censura.
--Es verdad, le contestó Emilia. También le hubiera gustado saber que su deseo expresado en 2003 en TalCual, y que después publicó en su blog en julio de 2008, se cumplió. Me gustan los Días Sagrados: 5 de julio, 8 de septiembre y 2 de noviembre. Son días sagrados porque nos unen separándonos de todo lo demás: día de la República, día de la Nacionalidad (establecida por Carlos III de Borbón en 1777) y día de Todos los Santos, de los santos de cada uno, los que están en el altar familiar. El día de los que nos han amado y nosotros hemos querido.
ooo
Hacia el final del sueño entré en una lucha. Peleaba, y perdí, con un monstruo gigantesco y muy feo. Tenía dos cabezas. La cabeza de la peste china ("virus chino", la llamó Trump) y la cabeza heroica, que Manuel Caballero había nombrado "peste militar".
Y desperté. El can Ortro seguía ahí.