martes, 18 de diciembre de 2018

Buen discurso de los amantes del saber



         En cierta ocasión el Bachiller Sansón Carrasco le aseguró a Sancho Panza que “segundas partes nunca fueron buenas”. Espero que no tenga razón el bachiller en este caso, pues el discurso que voy a leer fue pronunciado dos veces: el 25 de mayo de 2016 en la biblioteca del IUSPO en Los Teques. Varios de los oyentes sintieron como si les hubiera echado de un cuarto confortable. Por segunda vez el discurso fue pronunciado como lectio brevis en la hermosa Capilla Mayor de nuestra Universidad el 2 de febrero de este año. Algunos de los presentes, e incluso algunos de los santos que me escuchaban, me regalaron alguna sonrisa benéfica. Por tercera vez, aunque no como tercera parte, porque mi posición fue la misma y no he cambiado de idea, pronuncio este discurso en el I Simposio sobre la naturaleza de la Filosofía.

Antes de pasar al texto, quisiera aclarar que, en román paladino o en buen criollo, el título de la charla, Elogio de la manía filosófica, debiera ser ‘Buen discurso sobre la locura de los amantes de la sabiduría’.

Empiezo manifestando que yo no tengo ninguna definición de ‘filosofía’ o, mejor dicho, tengo una tan general que no define nada. Pero quien sí la tiene es M. Heidegger. Escribió el filósofo de Messkirch: “Philosophia es el corresponder expresamente ejecutado, que habla en tanto atiende al llamamiento-asignación del ser del ente. El corresponder (contrahablar) escucha y obedece la voz del llamamiento-asignación. Lo que se nos asigna como voz del ser determina  nuestro corresponder. ‘Corresponder’ quiere, entonces, decir: estar determinado, etre disposé, a saber, a partir del ente. Dis-posé (dis-puesto) significa aquí, literalmente: expuesto-aclarado y merced a ello puesto en relaciones con lo que es. (...) En tanto a-corde y de-terminado, el corresponder es esencialmente un temple de ánimo”. Clarísimo, ¿verdad? Puede ser de alivio el generoso comentario que nos dejó  B. Russell sobre el profesor de Friburgo de Brisgovia: “Sumamente excéntrico en su terminología, la filosofía de Heidegger es extremadamente oscura. Uno no puede por menos que sospechar que el lenguaje se ha desbocado en este caso” (La sabiduría de Occidente, Aguilar, Madrid, 1962).

Abandonemos la tiniebla, lámpara de muchos filósofos, y lleguemos al Siglo de las luces. A él pertenece Simón Rodríguez, filósofo venezolano que vivió entre 1769 y 1854. Nos dejó no una sino cinco definiciones. La clasificada por mí como quinta dice así: “Filosofía es conocer las cosas y conocernos para reglar nuestra conducta por las leyes de la naturaleza”.

      La definición tiene dos partes. La primera quiere que por la Filosofía conozcamos las cosas. A pesar del afecto que le tengo al “Sócrates de Carcas” como lo llamara Bolívar, en este caso debo manifestarle mi desacuerdo. Si deseáramos “conocer las cosas” por la Filosofía, de seguro estaríamos infinitamente más confundidos de lo que lo estamos. Los filósofos son especialistas en discursos contradictorios. La segunda parte es el imperativo de Delfos: “conócete a ti mismo”. Yo confieso que cada vez que lo he intentado –además no sé por qué habría que hacerlo- me he devuelto porque lo que iba encontrando no era muy de mi gusto.

Mas volvamos al “conocer las cosas”, esto es, la Filosofía entendida como ciencia. No importa cuál sea la definición que tengamos de ciencia, lo que constatamos siempre es que en el concepto de este término no entra la Filosofía o, si entra, es con un sentido tan lato que la ciencia queda bastante mal parada. Ya el viejo Platón había advertido que la Filosofía sólo podía llegar a ser “opinión verdadera”, cuando mucho.

Yo, que no soy ningún experto en epistemología, suelo dividir para mí las ciencias en analíticas o demostrativas: Lógica, Matemáticas y Geometría; en falsables o verificables y grandemente formalizadas: Física, Química y Biología, y las demás disciplinas del conocimiento, entre las que incluyo la Filosofía, disciplina de análisis y síntesis,  exposición y argumentación. ¿Por qué no incluyo esta disciplina entre las ciencias? Bueno, porque se puede hablar de buena o de mala filosofía, pero no de buena o mala ciencia. Y esta distinción es definitiva. Ello no significa que la Filosofía no tenga dignidad. Simón Rodríguez la proponía como ideal para el hombre. Dejó escrito en la Defensa de Bolívar: “Si un filósofo se dedicara a cuidar puercos, el ejercicio de porquero sería honroso, y se diría Pocilga como se dice Academia, Ateneo, Pórtico, Liceo, por el lugar donde se enseña”.

Al grano: la Filosofía –definió J. L. Borges- es un género literario. Hasta ahí. No se puede decir mucho más de ella. 
   
Los géneros literarios son los distintos grupos o categorías en que podemos clasificar las obras literarias atendiendo a su contenido. Basta con pensar en el conjunto de obras literarias de cualquier época para observar que todas ellas se pueden organizar en diferentes grupos  que comparten unas características más o menos comunes. El interés teórico por los géneros comienza con la obra de Platón, el verdadero creador de la prosa filosófica, pues antes de él la filosofía se expresaba en verso.

Pero Benedetto Croce rechazó la validez de la división de los géneros literarios, pues, según él, tal división va en contra de la individualidad y originalidad de cualquier manifestación artística.

No sé por qué pero me apresuro a sospechar que Croce sufre del mayor pecado del que sufren los filósofos: la vanidad. Todos se consideran el último oasis en la travesía del desierto del conocimiento. Juan Nuño recordaba hace ya años el secreto deseo que guarda in pectore todo filósofo de cualquier época. Ese deseo no es otro que acabar con toda la Filosofía… que no sea la suya. Parménides contra Heráclito, Anaxágoras contra Demócrito, Sócrates contra los sofistas, Platón contra los materialistas, “hijos de la tierra”, Aristóteles contra los platónicos, Epicuro contra académicos,  aristotélicos y estoicos, Tertuliano contra la Filosofía… En fin, los liquidadores de la Filosofía siempre estarán entre aquellos  que tienen interés en persistir como filósofos. Ayer y hoy.
Pero no hay que preocuparse demasiado por ese asunto. De seguro el progreso del conocimiento –si se me permite el oxímoron- no viene de la Filosofía que sólo ha aportado revoluciones palaciegas. Y es que la Filosofía es el arte más arbitrario que hay… que se sirve de todos los demás. Sin lugar a dudas, El Quijote, de Cervantes, es menos arbitrario que la Ciencia de la Lógica, de Hegel, que no creo que haya aportado nada al desarrollo de esta ciencia, una de las de las de mayor andadura en estos tiempos, ciencia que terminó por dar grandes zancadas cuando dejó atrás todo intento de decirlo todo. Como Spinoza acerca del Mundo o Hegel acerca de la Historia. Tal pretensión a decirlo todo conlleva un estilo, impuesto, cuando menos, desde Descartes.

Todos los estudiantes de Filosofía recuerdan cómo Descartes comienza por hacer el vacío. Produce luego una evidencia y, a partir del modelo de certeza creada por esa evidencia, desarrolla una serie de certezas tan irrefutables en sí mismas como en el encadenamiento que, entre sí, les impone. Decirlo todo, inmediatamente y de la única manera posible de decirlo: tal es la manía o locura filosófica. Y es que la locura es la fuente de la sabiduría.

Platón llama ‘filosofía’ (‘amor a la sabiduría’) a su investigación, a su actividad educativa, que estaba muy ligada a una expresión escrita, a la forma literaria del diálogo. Y Platón contempla con veneración el pasado, un mundo en el que habían existido los “sabios” de verdad. Por otra parte, la Filosofía posterior, nuestra Filosofía, no es otra cosa más que una continuación del desarrollo de la forma literaria introducida por Platón. A. Whitehead llegó a decir que la historia de la Filosofía se reduce a las obras de Platón… con notas a pie de página. Pero el ‘amor a la sabiduría’ es inferior a la ‘sabiduría’. Efectivamente, amor a la sabiduría no significaba para Platón aspiración a algo nunca alcanzado, sino tendencia a recuperar lo que ya se había realizado y vivido. O lo que es lo mismo, no hubo un desarrollo continuo, homogéneo, entre Sabiduría y Filosofía. Lo que hizo surgir a ésta última fue una reforma expresiva, la aparición de una nueva forma literaria que filtra el conocimiento de todo lo anterior.

Si desandamos lo andado por los senderos de la sabiduría griega, nos encontraremos con los dioses que Nietzsche puso en el nacimiento de la tragedia. Pero, contra el solitario de Sils María, Giorgio Colli destaca la preeminencia de Apolo, pues sólo a este dios hay que atribuir el dominio de la sabiduría de Delfos. En efecto, en Delfos se manifiesta la inclinación de los griegos al conocimiento. Para aquella civilización arcaica el conocimiento de lo futuro del hombre pertenece a la sabiduría. Apolo simboliza ese ojo penetrante, y su culto una celebración de la sabiduría. La adivinación, porque de eso se trata, entraña conocimiento de futuro y manifestación, que es comunicación de dicho conocimiento. Y ello se produce a través de la palabra del dios, a través del oráculo. En la palabra se manifiesta al hombre la sabiduría del dios, y la forma, el orden, la conexión en que aparecen las palabras revela que no se trata de palabras humanas, sino de verbo divino. En esto consiste lo exterior del oráculo: ambigüedad, oscuridad, alusiones difíciles de descifrar, incertidumbre. De ello se deduce que el dios conoce lo porvenir y se lo manifiesta al hombre, pero parece no querer que el hombre lo comprenda. Es este un ingrediente de perversa crueldad de Apolo que se refleja en la comunicación de la sabiduría. Lo dijo Heráclito: “El señor a quien pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni oculta, sino que indica”.

Ese es el fondo del culto délfico de Apolo. Un celeste y decisivo pasaje platónico nos lo aclara. Se trata del discurso sobre la ‘manía’, sobre la locura, que Sócrates desarrolla en el Fedro. Desde el comienzo contrapone locura a control de sí y exalta la primera como superior y divina. Dice el texto: “Los bienes más grandes llegan a nosotros a través de la locura, concedida por un don divino… en efecto, la profetisa de Delfos y las sacerdotisas de Dodona, en cuanto poseídas por la locura, han proporcionado a Grecia muchas y bellas cosas, tanto a los individuos como a la comunidad”. Así, pues, desde el principio  revela Sócrates con toda claridad la relación entre manía y Apolo. Distingue a continuación cuatro especies de locura: la profética, la mistérica, la poética y la erótica. La poética y la erótica son variantes de la profética y de la mistérica. Estas dos últimas están inspiradas por Apolo. En el Fedro manía profética figura en primer plano hasta el punto de que, para Platón, el testimonio de la naturaleza divina y decisiva de la manía es el hecho  de que constituye el fundamento del culto délfico. Apoya su juicio con una etimología, a saber: la ‘mántica’ –el arte de la adivinación- deriva de ‘manía’ y es su expresión más auténtica. De ello se deduce que Apolo no es sólo el dios de la mesura, de la armonía –como quería Nietzsche- sino, como Dionisos, de la exaltación y de la locura.

Parece que ha llegado el momento de proponer abandonar la Filosofía que no remite a ningún dominio determinado y apenas sirve de espantajo para impresionar incautos. La Filosofía no existe sino como género literario. Lo que tenemos son una serie de libros, escritos por gentes más o menos competentes, que versan sobre los más variados temas. Desde metafísica, ética y estética  hasta nomadología… En principio, tales gentes tratan de sostener con argumentos lo que exponen y buscan conferir a sus obras el interés más general posible.  Para lograrlo, les está permitido fabricarse un determinado vocabulario a condición de que sirva para ganar precisión y no perderla, como en el caso heideggeriano

Pero todo ese intento no es, muchas veces,  más que pura charlatanería, que, por otro lado, es su encanto… literario. Pues, en verdad, ¿qué es nuestra Filosofía sino una provincia de la literatura? De esa literatura que los filósofos fingen despreciar al mismo tiempo que buscan ávidamente un reflejo del género de gloria que aquélla procura. Porque, señores oyentes, seriamente hablando, ¿qué es, de punta a punta, Ser y tiempo sino un ejercicio de estilo en lo formal, además de una ontología nazi en su contenido?

¿Cómo alcanza la Filosofía sus propósitos?, nos preguntamos. En otros lugar he hablado de dos métodos: uno más general y otro más particular. El general no es otro que el analíticosintético; el particular, el expositivo-argumentativo. Por el primero, el filósofo descompone un todo en sus partes constitutivas, las examina y las valora. La actividad opuesta y complementaria es la síntesis, que en lo esencial consiste en la exploración de relaciones entre las partes estudiadas y en la reconstrucción de la totalidad, antes desarticulada. A mi entender quien mejor aplicó este método fue Juan Escoto Erígena en su División de la naturaleza. 

Muy de acuerdo con el método empleado se halla el modo de expresión. Y en esto Platón fue también un maestro. Aunque no compartan muchas de sus ideas, todos los lectores están de acuerdo con el profundo dramatismo de su expresión. Quiso ser autor dramático en su juventud. Ante los resultados adversos obtenidos, pensó cambiar de profesión. Pero encontró a Sócrates y no la cambió. Sólo cambió el mythos por el logos como objeto de sus obras, e incluso no completamente. Todos saben del uso impenitente de mitos para ilustrar el logos.

   Otros, como Cicerón, Berkeley o Hume,  para no citar sino a grandes, siguieron al aristócrata ateniense. Algunos emplearon  la narración; los de más allá, la descripción. A Montesquieu le iba bien el estilo epistolar, y a Montaigne, el ensayo. Alguien puede reservarse la intimidad del diario, imitando a Kierkegaard. No faltará quien prefiera el estilo aforístico como Nietzsche o el confesional de San Agustín y Rousseau, y, por qué no, el modo geométrico spinoziano, con definiciones, axiomas y teoremas, lemas y postulados, apéndices y corolarios, o la manera escolástica con sus innumerables distingos. No son malos modelos para seguir. Si algo es característico de la Filosofía es la variedad inmensa de modos de expresión. En todo caso, no debe castrarse la forma creadora que más se ajuste al hacer Filosofía de cada quien. Lo que importa es que sea Filosofía. Buena Filosofía... si es posible.
     Para ir terminando, digamos que la Filosofía surge de una disposición retórica acompañada de un adiestramiento dialéctico. Es, en fin, síntoma morboso de un talento artístico de alto nivel que se descargó desviándose, tumultuoso y arrogante, hacia la invención de un nuevo género literario. Y se mantiene en él.
Muchas gracias por su paciencia.



Bibliografía mínima

COLLI, G. (1977). El nacimiento de la filosofía. Barcelona: Tusquets
JORGE, C.H. (2000). Un nuevo poder. Estudio de las ideas morales y políticas de Simón Rodríguez. Caracas: UNESR.
JORGE, C.H. (2011). Modos de presentar una tesis filosófica  en:
           carloshjorge.blogspot.com.
NUÑO, J. (1972). La superación de la filosofía. Caracas: UCV.
REVEL, J.F. (1962). ¿Para qué filósofos? Caracas: UCV
RODRÍGUEZ, S. (1975). Obras completas (dos tomos). Caracas: UNESR


 Ponencia en el I Simposio de Filosofìa: Naturaleza de la Filosofía, celebrado en la UCSAR, Caracas, el 1º de diciembre de 2018.


Lector, para comunicarse con el autor de la entrada, escriba a carloshjorge@yahoo.es