En cierta ocasión el Bachiller Sansón
Carrasco le aseguró a Sancho Panza que “segundas partes nunca fueron buenas”.
Espero que no tenga razón el bachiller en este caso, pues el discurso que voy a
leer fue pronunciado dos veces: el 25 de mayo de 2016 en la biblioteca del IUSPO
en Los Teques. Varios de los oyentes sintieron como si les hubiera echado de un
cuarto confortable. Por segunda vez el discurso fue pronunciado como lectio brevis en la hermosa Capilla
Mayor de nuestra Universidad el 2 de febrero de este año. Algunos de los
presentes, e incluso algunos de los santos que me escuchaban, me regalaron
alguna sonrisa benéfica. Por tercera vez, aunque no como tercera parte, porque
mi posición fue la misma y no he cambiado de idea, pronuncio este discurso en
el I Simposio sobre la naturaleza de la
Filosofía.
Antes de pasar al texto, quisiera aclarar
que, en román paladino o en buen criollo, el título de la charla, Elogio de la manía filosófica, debiera
ser ‘Buen discurso sobre la locura de los amantes de la sabiduría’.
Empiezo manifestando que yo no tengo
ninguna definición de ‘filosofía’ o, mejor dicho, tengo una tan general que no
define nada. Pero quien sí la tiene es M. Heidegger. Escribió el filósofo de
Messkirch: “Philosophia es el corresponder expresamente ejecutado, que habla en
tanto atiende al llamamiento-asignación del ser del ente. El corresponder
(contrahablar) escucha y obedece la voz del llamamiento-asignación. Lo que se
nos asigna como voz del ser determina
nuestro corresponder. ‘Corresponder’ quiere, entonces, decir: estar determinado,
etre disposé, a saber, a partir del ente. Dis-posé (dis-puesto) significa aquí,
literalmente: expuesto-aclarado y merced a ello puesto en relaciones con lo que
es. (...) En tanto a-corde y de-terminado, el corresponder es esencialmente un
temple de ánimo”. Clarísimo, ¿verdad? Puede ser de alivio el generoso
comentario que nos dejó B. Russell sobre
el profesor de Friburgo de Brisgovia: “Sumamente excéntrico en su terminología,
la filosofía de Heidegger es extremadamente oscura. Uno no puede por menos que
sospechar que el lenguaje se ha desbocado en este caso” (La sabiduría de Occidente, Aguilar, Madrid, 1962).
Abandonemos la tiniebla, lámpara de muchos
filósofos, y lleguemos al Siglo de las luces. A él pertenece Simón Rodríguez,
filósofo venezolano que vivió entre 1769 y 1854. Nos dejó no una sino cinco
definiciones. La clasificada por mí como quinta dice así: “Filosofía es conocer
las cosas y conocernos para reglar nuestra conducta por las leyes de la
naturaleza”.
La definición tiene dos partes. La
primera quiere que por la Filosofía conozcamos las cosas. A pesar del afecto
que le tengo al “Sócrates de Carcas” como lo llamara Bolívar, en este caso debo
manifestarle mi desacuerdo. Si deseáramos “conocer las cosas” por la Filosofía,
de seguro estaríamos infinitamente más confundidos de lo que lo estamos. Los
filósofos son especialistas en discursos contradictorios. La segunda parte es
el imperativo de Delfos: “conócete a ti mismo”. Yo confieso que cada vez que lo
he intentado –además no sé por qué habría que hacerlo- me he devuelto porque lo
que iba encontrando no era muy de mi gusto.
Mas volvamos al “conocer las cosas”, esto
es, la Filosofía entendida como ciencia. No importa cuál sea la definición que
tengamos de ciencia, lo que constatamos siempre es que en el concepto de este
término no entra la Filosofía o, si entra, es con un sentido tan lato que la
ciencia queda bastante mal parada. Ya el viejo Platón había advertido que la
Filosofía sólo podía llegar a ser “opinión verdadera”, cuando mucho.
Al grano: la Filosofía –definió J. L.
Borges- es un género literario. Hasta ahí. No se puede decir mucho más de ella.
Los géneros literarios son los
distintos grupos o categorías en que podemos clasificar las obras literarias
atendiendo a su contenido. Basta con pensar en el conjunto de obras literarias
de cualquier época para observar que todas ellas se pueden organizar en
diferentes grupos que comparten unas
características más o menos comunes. El interés teórico por los géneros
comienza con la obra de Platón, el verdadero creador de la prosa filosófica,
pues antes de él la filosofía se expresaba en verso.
Pero Benedetto Croce rechazó la validez de
la división de los géneros literarios, pues, según él, tal división va en
contra de la individualidad y originalidad de cualquier manifestación
artística.
No sé por qué pero me apresuro a sospechar
que Croce sufre del mayor pecado del que sufren los filósofos: la vanidad.
Todos se consideran el último oasis en la travesía del desierto del
conocimiento. Juan Nuño recordaba hace ya años el secreto deseo que guarda in
pectore todo filósofo de cualquier época. Ese deseo no es otro que acabar con
toda la Filosofía… que no sea la suya. Parménides contra Heráclito, Anaxágoras
contra Demócrito, Sócrates contra los sofistas, Platón contra los
materialistas, “hijos de la tierra”, Aristóteles contra los platónicos, Epicuro
contra académicos, aristotélicos y
estoicos, Tertuliano contra la Filosofía… En fin, los liquidadores de la
Filosofía siempre estarán entre aquellos
que tienen interés en persistir como filósofos. Ayer y hoy.
Pero no hay que
preocuparse demasiado por ese asunto. De seguro el progreso del conocimiento
–si se me permite el oxímoron- no viene de la Filosofía que sólo ha aportado
revoluciones palaciegas. Y es que la Filosofía es el arte más arbitrario que
hay… que se sirve de todos los demás. Sin lugar a dudas, El Quijote, de Cervantes, es menos
arbitrario que la Ciencia de la Lógica, de Hegel, que no creo que haya
aportado nada al desarrollo de esta ciencia, una de las de las de mayor
andadura en estos tiempos, ciencia que terminó por dar grandes zancadas cuando
dejó atrás todo intento de decirlo todo. Como Spinoza acerca del Mundo o Hegel
acerca de la Historia. Tal pretensión a decirlo todo conlleva un estilo,
impuesto, cuando menos, desde Descartes.
Todos los estudiantes de Filosofía
recuerdan cómo Descartes comienza por hacer el vacío. Produce luego una
evidencia y, a partir del modelo de certeza creada por esa evidencia,
desarrolla una serie de certezas tan irrefutables en sí mismas como en el
encadenamiento que, entre sí, les impone. Decirlo todo, inmediatamente y de la
única manera posible de decirlo: tal es la manía o locura filosófica. Y es que
la locura es la fuente de la sabiduría.
Platón llama ‘filosofía’ (‘amor a la
sabiduría’) a su investigación, a su actividad educativa, que estaba muy ligada
a una expresión escrita, a la forma literaria del diálogo. Y Platón contempla
con veneración el pasado, un mundo en el que habían existido los “sabios” de
verdad. Por otra parte, la Filosofía posterior, nuestra Filosofía, no es otra
cosa más que una continuación del desarrollo de la forma literaria introducida
por Platón. A. Whitehead llegó a decir que la historia de la Filosofía se
reduce a las obras de Platón… con notas a pie de página. Pero el ‘amor a la
sabiduría’ es inferior a la ‘sabiduría’. Efectivamente, amor a la sabiduría no
significaba para Platón aspiración a algo nunca alcanzado, sino tendencia a
recuperar lo que ya se había realizado y vivido. O lo que es lo mismo, no hubo
un desarrollo continuo, homogéneo, entre Sabiduría y Filosofía. Lo que hizo
surgir a ésta última fue una reforma expresiva, la aparición de una nueva forma
literaria que filtra el conocimiento de todo lo anterior.
Si desandamos lo andado por los senderos de
la sabiduría griega, nos encontraremos con los dioses que Nietzsche puso en el
nacimiento de la tragedia. Pero, contra el solitario de Sils María, Giorgio
Colli destaca la preeminencia de Apolo, pues sólo a este dios hay que atribuir
el dominio de la sabiduría de Delfos. En efecto, en Delfos se manifiesta la
inclinación de los griegos al conocimiento. Para aquella civilización arcaica
el conocimiento de lo futuro del hombre pertenece a la sabiduría. Apolo simboliza
ese ojo penetrante, y su culto una celebración de la sabiduría. La adivinación,
porque de eso se trata, entraña conocimiento de futuro y manifestación, que es
comunicación de dicho conocimiento. Y ello se produce a través de la palabra
del dios, a través del oráculo. En la palabra se manifiesta al hombre la
sabiduría del dios, y la forma, el orden, la conexión en que aparecen las
palabras revela que no se trata de palabras humanas, sino de verbo divino. En
esto consiste lo exterior del oráculo: ambigüedad, oscuridad, alusiones
difíciles de descifrar, incertidumbre. De ello se deduce que el dios conoce lo
porvenir y se lo manifiesta al hombre, pero parece no querer que el hombre lo
comprenda. Es este un ingrediente de perversa crueldad de Apolo que se refleja
en la comunicación de la sabiduría. Lo dijo Heráclito: “El señor a quien
pertenece el oráculo que está en Delfos no afirma ni oculta, sino que indica”.
Ese es el fondo del culto délfico de Apolo.
Un celeste y decisivo pasaje platónico nos lo aclara. Se trata del discurso
sobre la ‘manía’, sobre la locura, que Sócrates desarrolla en el Fedro. Desde el comienzo contrapone
locura a control de sí y exalta la primera como superior y divina. Dice el
texto: “Los bienes más grandes llegan a nosotros a través de la locura,
concedida por un don divino… en efecto, la profetisa de Delfos y las
sacerdotisas de Dodona, en cuanto poseídas por la locura, han proporcionado a
Grecia muchas y bellas cosas, tanto a los individuos como a la comunidad”. Así,
pues, desde el principio revela Sócrates
con toda claridad la relación entre manía y Apolo. Distingue a continuación
cuatro especies de locura: la profética, la mistérica, la poética y la erótica.
La poética y la erótica son variantes de la profética y de la mistérica. Estas
dos últimas están inspiradas por Apolo. En el Fedro manía profética figura en primer plano hasta el punto de que,
para Platón, el testimonio de la naturaleza divina y decisiva de la manía es el
hecho de que constituye el fundamento
del culto délfico. Apoya su juicio con una etimología, a saber: la ‘mántica’
–el arte de la adivinación- deriva de ‘manía’ y es su expresión más auténtica.
De ello se deduce que Apolo no es sólo el dios de la mesura, de la armonía
–como quería Nietzsche- sino, como Dionisos, de la exaltación y de la locura.
Parece que ha llegado el momento de
proponer abandonar la Filosofía que no remite a ningún dominio determinado y
apenas sirve de espantajo para impresionar incautos. La Filosofía no existe
sino como género literario. Lo que tenemos son una serie de libros, escritos
por gentes más o menos competentes, que versan sobre los más variados temas.
Desde metafísica, ética y estética hasta
nomadología… En principio, tales gentes tratan de sostener con argumentos lo
que exponen y buscan conferir a sus obras el interés más general posible. Para lograrlo, les está permitido fabricarse
un determinado vocabulario a condición de que sirva para ganar precisión y no
perderla, como en el caso heideggeriano
Pero
todo ese intento no es, muchas veces, más que pura charlatanería, que, por otro
lado, es su encanto… literario. Pues, en verdad, ¿qué es nuestra Filosofía sino
una provincia de la literatura? De esa literatura que los filósofos fingen
despreciar al mismo tiempo que buscan ávidamente un reflejo del género de
gloria que aquélla procura. Porque, señores oyentes, seriamente hablando, ¿qué
es, de punta a punta, Ser y tiempo
sino un ejercicio de estilo en lo formal, además de una ontología nazi en su
contenido?
¿Cómo
alcanza la Filosofía sus propósitos?, nos preguntamos. En otros lugar he
hablado de dos métodos: uno más general y otro más particular. El general no es
otro que el analíticosintético; el particular, el expositivo-argumentativo. Por
el primero, el filósofo descompone un todo en sus partes constitutivas, las
examina y las valora. La actividad opuesta y complementaria es la síntesis, que
en lo esencial consiste en la exploración de relaciones entre las partes
estudiadas y en la reconstrucción de la totalidad, antes desarticulada. A mi
entender quien mejor aplicó este método fue Juan Escoto Erígena en su División de la naturaleza.
Muy de acuerdo con el método
empleado se halla el modo de expresión. Y en esto Platón fue también un
maestro. Aunque no compartan muchas de sus ideas, todos los lectores están de
acuerdo con el profundo dramatismo de su expresión. Quiso ser autor dramático
en su juventud. Ante los resultados adversos obtenidos, pensó cambiar de
profesión. Pero encontró a Sócrates y no la cambió. Sólo cambió el mythos por
el logos como objeto de sus obras, e incluso no completamente. Todos saben del
uso impenitente de mitos para ilustrar el logos.
Otros, como Cicerón, Berkeley o Hume, para no citar sino a grandes, siguieron al aristócrata ateniense. Algunos emplearon la narración; los de más allá, la descripción. A Montesquieu le iba bien el estilo epistolar, y a Montaigne, el ensayo. Alguien puede reservarse la intimidad del diario, imitando a Kierkegaard. No faltará quien prefiera el estilo aforístico como Nietzsche o el confesional de San Agustín y Rousseau, y, por qué no, el modo geométrico spinoziano, con definiciones, axiomas y teoremas, lemas y postulados, apéndices y corolarios, o la manera escolástica con sus innumerables distingos. No son malos modelos para seguir. Si algo es característico de la Filosofía es la variedad inmensa de modos de expresión. En todo caso, no debe castrarse la forma creadora que más se ajuste al hacer Filosofía de cada quien. Lo que importa es que sea Filosofía. Buena Filosofía... si es posible.
Para ir terminando, digamos que la
Filosofía surge de una disposición retórica acompañada de un adiestramiento
dialéctico. Es, en fin, síntoma morboso de un talento artístico de alto nivel
que se descargó desviándose, tumultuoso y arrogante, hacia la invención de un
nuevo género literario. Y se mantiene en él.
Muchas
gracias por su paciencia.
Bibliografía mínima
COLLI,
G. (1977). El nacimiento de la filosofía. Barcelona: Tusquets
JORGE,
C.H. (2000). Un nuevo poder. Estudio
de las ideas morales y políticas de Simón Rodríguez. Caracas: UNESR.
JORGE,
C.H. (2011). Modos de presentar una tesis
filosófica en:
carloshjorge.blogspot.com.
NUÑO,
J. (1972). La superación de la filosofía.
Caracas: UCV.
REVEL,
J.F. (1962). ¿Para qué filósofos?
Caracas: UCV
RODRÍGUEZ,
S. (1975). Obras completas (dos
tomos). Caracas: UNESR
Ponencia en el I Simposio de Filosofìa: Naturaleza de la Filosofía, celebrado en la UCSAR, Caracas, el 1º de diciembre de 2018.
Lector, para comunicarse con el autor de la entrada, escriba a carloshjorge@yahoo.es