Algo gordo debe de estar pasando con la Revolución para que sus “ideólogos” estén cortando una de las tres raíces del árbol de los conjurados. (Aunque, lo más seguro, es que se hayan decidido a podar y a serrar el famoso árbol que se había ido secando. La raíz bolivariana fue cortada con un solo hachazo el 15 de febrero pasado, y más de seis millones de votos hicieron leña del asunto de la tiranía que dice que ésta nace de la costumbre del pueblo de obedecer. En su estilo siempre desenfadado, Manuel Caballero nos informó con lujo de detalles sobre lo ocurrido al feberalismo zamorano).
Uno de los argumentos de Simón Rodríguez -la tercera raíz de la frondosa mata- para oponerse a la monarquía versa sobre la corrupción en la distancia. “La ventaja del Gobierno de uno solo -dijo en la Defensa de Bolívar- es que lo que el Gobernante manda se hace; pero tiene la desventaja de no saber siempre el Gobernante lo que manda, porque no puede verlo todo. Las providencias del Soberano recaen en último resultado sobre la Economía: esta pide ojos en todas partes, y el Soberano no ve sino las pinturas que el interés de cada Ministro le presenta (...). Se cree que el sistema Republicano está sujeto a los mismos inconvenientes, en esta parte; pero es porque no se advierte que su Administración es Monárquica” (¡Toma tu tomate!, provoca decir).
En una larga carta al coronel Anselmo Pineda, fechada en Túquerres, Colombia, el 2 de febrero de 1847, le dice el filósofo sobre el asunto de la centralización que hoy desvela a muchos venezolanos: “Los vastos dominios se gobiernan mal, porque la dominación degenera en tiranía, al paso que se aleja del centro. La influencia moral es al revés de la influencia física; en esta se ve que los cuerpos inmediatos a un foco se abrasan, mientras que los distantes están fríos; por el contrario, la Administración más moderada es despótica a lo lejos, por el abuso que los empleados hacen de sus facultades, al favor de la distancia”.
Pero también en la misma carta el maestro de Bolívar apunta soluciones: “La verdadera utilidad de la creación [de dos provincias nuevas] es hacer que los habitantes se interesen en la prosperidad de su suelo; así se destruyen los privilegios provinciales (...) Ojalá cada parroquia se erigiera en Toparquía; entonces habría confederación... el Gobierno más perfecto de cuantos pueda imaginar la mejor política! es el modo de dar por el pie al despotismo”.
¡Quién diría que la contra se ha puesto a la sombra del árbol de la conjura y los próceres de la Revolución tienen que entrar en la Misión Róbinson para formarse ideológicamente!
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