A despecho de los posmodernos, sigo proponiendo un retorno a los clásicos porque tienen mucho que enseñarnos.
En estos días pasados oí tantos llamados a la concordia y a la unidad, a la paz y al amor, pedidos al abrazo fraterno de alegría y esperanza -mientras la aviación de Israel pulverizaba ¡en sábado! los escondrijos de Hamas en la franja de Gaza-, que no pude menos que recordar una comedia del fraile mercedario llamado Gabriel Téllez, mejor conocido por su nom de plume como Tirso de Molina. El nombre de la comedia de marras, de 1622, lleva el título del artículo.
En pleno Siglo de Oro el autor se atrevió a enfrentar el régimen absolutista del Cuarto Felipe con su “teatro de oposición”. Con una actitud audazmente agresiva, mostró el fraile su hostilidad al hombre recién devenido monarca. Y más. Tirso de Molina no suele ser complaciente con nadie, no sólo con los poderosos. Y no lo es porque, como cura, conocía la conciencia de la gente que se confesaba. Y lo que uno confiesa no son precisamente las virtudes, sino los pecados. Entre otros, el de la hipocresía.
Después del bochornoso espectáculo brindado gratuitamente a propósito de las elecciones de 23 N, por ejemplo, en Bolívar (¡perdón, Andrés Velásquez, que prefirió a un golpista!) y Carabobo (el de la soberbia familiar), creo que la oposición venezolana –la revolución hace tiempo que está en la consideración de las tres erres- debe hacer examen de conciencia y confesión general, porque se comporta como un personaje de la comedia que ama a uno en su interior y a otro en apariencia, “y si de pesar no muero, he de fingir que le quiero por sólo razón de Estado”.
Los diccionarios jurídicos suelen aclarar que tal “razón” constituye pretendida justificación de lo injustificable, sin otra fuerza que la proveniente de la autoridad que la invoca, si es capaz de mantener la decisión adoptada. Con esta expresión en los labios suele lanzarse todo ultimátum; y, tras la jactancia castigada, vuelve a lucir, humilde entonces, para implorar la paz cuando la derrota es inevitable. En lo agresivo, la razón de Estado se escupe al enemigo; en el armisticio, se suplica a los ciudadanos.
En lo nacional, la razón de Estado es muletilla del Gobierno para hacer cuanto quiere y sin explicaciones.
Si la oposición no se confiesa con propósito de enmienda, es decir, con el propósito de que la enmienda constitucional promovida por la revolución con fecha de vencimiento no se constituya, le digo lo que un personaje de la comedia de Tirso: “Sólo sé que el ciego dios (Amor)/ da, señora, a su fortuna/ las dichas de una en una/, las penas de dos en dos”.
carloshjorge@hotmail.com
Llegado hasta aquí, lector, te pido un Comentario para que me orientes. Salud.
1 comentario:
Saludos. Lo he colocado entre mis links como "científico social", espero que no le moleste dicha clasificacìón.
su alumno
ProfeBalla
http://venezuelaysuhistoria.blogspot.com
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