El principio que permite la invisibilidad originariamente es físico. Se basa en lo siguiente: un cuerpo o bien absorbe la luz, la refleja o la refracta, o bien hace todas esas cosas al mismo tiempo; si no refleja o refracta o absorbe la luz, no puede ser visible por sí mismo. Por ejemplo, vemos una camisa roja porque el color absorbe parte de la luz y refleja el resto, la parte roja que la luz tiene para nosotros.
Pero ese principio se volvió metafísico por la energía del dedo. Claro que no todo es completamente invisible: siempre queda un pigmento fuerte e iridiscente en el fondo del ojo que posibilita adivinar el personaje. Aunque éste insista en desaparecer.
¿Por qué la invisibilidad? Porque se descubrió las extraordinarias ventajas que proporciona; por ejemplo, hacer fortuna en poco tiempo, cometer delitos impunemente y, sobre todo, someter por el terror a la sociedad en su conjunto.
Reduciéndolo al máximo, la invisibilidad es buena por dos cosas: hacer daño y escapar. Aunque esto último no siempre es posible, pues también tiene sus limitaciones. Por más que se cubran, todo el tiempo van dejando huellas que no ven porque tampoco ellos ven sus pies. Otra: pueden ser oídos. Otra: despiden un fuerte olor que cualquier sabueso detecta fácilmente. Más: muchas veces deben guardar ayuno forzoso, porque, al comer, antes de que las sustancias sean asimiladas por el organismo, vuelven los cuerpos grotescamente visibles.
Como son sensibles a la temperatura y sus consecuencias, andan desnudos la mayor parte del tiempo. Pero hay momentos en los que requieren ser vistos. Para ello se disfrazan de una manera teatral y realmente ridícula. Pero con esas fachas que adoptan, no parecen humanos, se ven más bien como espantapájaros y ya no son muy creíbles.
Aunque todavía una buena parte de la población piensa según esas patrañas, otra buena porción de la sociedad los tiene sitiados desde diciembre del pasado año cuando descubrió los pasos de los invisibles para implantar su reino totalitario. Ahora se apresta a cazar al cazador.
¡Piedad, piedad!, más que gritar sollozan aquellos que no conocen ni el significado de la palabra, mientras se vuelven cada vez más opacos. Llegó el tiempo de que aparezcan venas y arterias, nervios y huesos, en fin, carne humana. Lo que pudo haber sido una buena técnica para hacer el bien está terminando en un infinito desastre.
De este modo concluye la historia del inaudito y maligno experimento imaginado por H. G. Wells, el mismo inventor de la máquina del tiempo, que viajó al futuro. Algunos venezolanos viajaron al pasado, a cambio de volverse invisibles.
carloshjorge@hotmail.com
Publicado por Tal Cual, pág. 20, el miércoles 5 de noviembre de 2008.
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