domingo, 15 de septiembre de 2013

A propósito de la experiencia (Reseña)



    ‘Rafting’ es un término inglés que pudiera traducirse por ‘balsismo’ y con el cual se designa una actividad deportiva y recreativa. En buen romance, con este término se designa el descenso de ríos en dirección de la corriente en una embarcación, que, entre las más comunes, se cuentan la canoa o el kayak, rígido o inflable. Por lo general, los ríos que se navegan tienen algún grado de turbulencia, característica ésta que los cataloga como aptos o no para el rafting. Así unos son llamados ríos ‘de aguas blancas’, porque este color es característico de la espuma que genera la turbulencia en los cuerpos de agua; otra denominación común para los ríos del rafting es simplemente la de rápidos’.
    En el descenso de ríos existe una clasificación internacional ampliamente aceptada para encasillar a los ríos según su grado de dificultad al navegarlos, ordenamiento que va desde ‘aguas planas’, donde no hay remolinos, huecos ni olas, hasta la ‘clase v’, que es para expertos. En este caso las aguas blancas son muy turbulentas, poco predecibles, con olas y huecos de más de dos metros. Remolinos y cascadas constituyen gran  peligro. Para navegar en un río de este tipo se requiere la técnica del muy avezado y que posea buen conocimiento del trayecto que va a recorrer, pues tendrá que realizar maniobras muy peligrosas para su vida. En este caso, el rafting es deporte extremo.
    Esta pequeña introducción no es para llevarnos adentro del variado mundo de la recreación y del deporte, sino de un tema filosófico de gran actualidad: Filosofía de la Mente. En efecto, con el nombre de ‘filosofía de la mente’ se apunta a un conjunto de reflexiones acerca de la naturaleza de lo mental, de la relación mente-cerebro y de una serie de escollos  filosóficos similares como el referido al conocimiento y, por ende, a la naturaleza de la realidad. El tema no es nuevo, es casi tan viejo como la propia reflexión filosófica. Pero el interés por el asunto de la mente y de lo mental renace alrededor de los años setenta en el ámbito norteamericano. Por la hegemonía económica y cultural de los Estados Unidos, esta disciplina se ha ido extendiendo con fuerza por el resto del mundo.

En otros términos, con la vuelta del interés sobre lo mental, las reflexiones filosóficas han motivado un nuevo interés por la metafísica  u ontología de la realidad, por el ser humano en general, por la naturaleza del conocer o epistemología. Y es sobre este último tema que versa la tesis doctoral  de J. J. Rosales Sánchez (UCV, 2013), con la tutoría de Ezra Heymann.
El documento está estructurado en seis partes: una introducción, tres capítulos, una conclusión y recuento y la abundante bibliografía (casi toda en inglés) en la que se basó.

    De inmediato, destaca la Introducción por su riqueza estilística. Generalmente uno no espera encontrar en una obra de carácter filosófico  un marcado interés estético  de su autor por la propia escritura. Este no es el caso. Desde el principio el lector está seguro de la preocupación literaria del autor que le facilitará el abordaje y comprensión de un tema de suyo áspero, seco, hosco y desabrido.

    Justamente en el capítulo I se plantea sin ambages  el tema de la experiencia. Y es que  “el término ‘experiencia’, que hace parte esencial en el desarrollo de este Capítulo –señala el autor-, es empleado en distintos sentidos, no sólo en el lenguaje común sino en la actividad filosófica. De esta manera, es un mandato ineludible en una investigación que procura mantenerse en los cauces de la claridad expositiva, de la crítica precisa y de la solidez argumentativa, revisar cuidadosamente cuáles son los usos del término en las obras filosóficas que se examinan”.

    Sin duda, el núcleo del problema abordado por Rosales Sánchez está magníficamente expresado por un texto de Robert Stalnaker, tomado de What Might Nonconceptual Content Be: “Parto de una porción de la jerga filosófica –dice Stalnaker-, que introdujo por primera vez Gareth Evans, pero utilizada desde entonces por muchos otros que citan a Evans, incluyendo a Christopher Peacocke, John McDowell y Michael Tye. Al respecto, mi pregunta inicial fue, ¿qué entienden estos filósofos por ‘contenido no conceptual’, y su contrario, ‘el contenido conceptual’? ¿Qué tipo de objetos son los diferentes tipos de contenido, y cómo se utilizan para caracterizar la percepción y el pensamiento? Es motivo de controversia entre los que hablan de contenido no conceptual si existe tal cosa, y si los estados perceptuales tienen un tipo de contenido que es diferente de la clase que caracteriza a los estados de creencias y actos de habla. Pero Evans no nos da una caracterización directa y explícita de la noción de contenido no conceptual que él introduce - al menos ninguno que yo pueda encontrar. Y no me queda claro si los diferentes filósofos que usan este término, tienen en vista la misma cosa. Sin alguna aclaración de lo que puedan ser los contenidos no conceptual y conceptual, es muy difícil tener más que una idea general acerca de qué se trata en esta controversia”.  Como el lector puede adivinar, un cauce pedregoso, desigual y traicionero, constituye la base por donde discurre el río de la investigación . Y a partir de la discriminación hecha por R. Stalnaker podemos entender bien el título (poco convencional por lo demás) de la tesis de J.J. Rosales Sánchez: “¿Conceptual hasta el fondo o no conceptual hasta el tope? Dos tesis rivales sobre los contenidos de la experiencia”.  

    El contenido de la obra, entonces, se puede resumir en la siguiente pregunta que se hizo el autor: “¿Es el contenido de la experiencia conceptual hasta el fondo o no conceptual hasta el tope?” Desde esta pregunta Rosales Sánchez va a analizar el problema que encierra la oposición entre las tesis conceptualistas y no conceptualistas de los contenidos de la experiencia. El marco teórico son tesis kantianas sobre el tema, tesis que no solo defiende el autor –tal como él las entiende- sino que, además, le sirven para comprender ciertas teorías sobre las relaciones entre mente, lenguaje y objetos, sobre el papel de los procesos perceptivos y los de la intelección.

    El capítulo II –con palabras del autor-  “ trata de dilucidar qué significa o cuáles son los significados más relevantes de la muy arraigada expresión filosófica: “contenido conceptual”. Pero no sólo el o los significados, sino cuál es su naturaleza o qué lo determina, cómo se da y cuáles son sus funciones. Abordamos esta noción de contenido conceptual centrándonos en sus relaciones y usos dentro del debate sobre la experiencia perceptiva que a su vez implica tener en cuenta sus conexiones con la conformación del pensamiento y a su papel mediador en la relación de los seres humanos con su entorno”.

    Partiendo de un texto de J. L. Borges: El jardín de los senderos que se bifurcan, Rosales Sánchez aborda el origen del conocimiento fundándose en una expresión de I. Kant de la Crítica de la razón pura (A 51/B 75): “los pensamientos sin contenido son vacíos”. Y esta afirmación es la que está detrás de la investigación sobre las posiciones no conceptualistas de la experiencia. Si en el capítulo anterior Rosales Sánchez había analizado los argumentos esgrimidos por J. McDowell en Mente y mundo, en el capítulo III revisa críticamente los ofrecidos por Gareth Evans y Fred Dretske, representantes de la visión no conceptualista.

    Para terminar, podemos decir que la investigación de Rosales Sánchez es un descenso calmado y seguro por un trayecto turbulento de un antiguo río filosófico de aguas muy  bravas. El autor navega por ellas entre dos riberas amenazantes con la destreza del conocedor. ¿A dónde ha llegado? En filosofía nunca se sabe. Sólo se sabe desde dónde  se parte. Pero su posición sobre el tema está claramente expresada  partir de la página 256 hasta la 272. No esperará el lector que este cronista le revele un secreto que únicamente  la lectura pausada y reflexiva de la obra le develará muy gratamente.

Para comunicarse con el autor de la reseña, escriba a carloshjorge@yahoo.es