‘Rafting’ es un término inglés que pudiera traducirse
por ‘balsismo’ y con el cual se designa una actividad deportiva y recreativa.
En buen romance, con este término se designa el descenso de ríos en dirección
de la corriente en una embarcación, que, entre las más comunes, se cuentan la
canoa o el kayak, rígido o inflable. Por lo general, los ríos que se navegan
tienen algún grado de turbulencia, característica
ésta que los cataloga como aptos o no para el rafting. Así unos son llamados ríos ‘de aguas blancas’, porque este
color es característico de la espuma que genera la turbulencia en los cuerpos
de agua; otra denominación común para los ríos del rafting es simplemente la de ‘rápidos’.
En el descenso de ríos existe una
clasificación internacional ampliamente aceptada para encasillar a los ríos
según su grado de dificultad al navegarlos, ordenamiento que va desde ‘aguas
planas’, donde no hay remolinos, huecos ni olas, hasta la ‘clase v’, que es
para expertos. En este caso las aguas blancas son muy turbulentas, poco
predecibles, con olas y huecos de más de dos metros. Remolinos y cascadas
constituyen gran peligro. Para navegar
en un río de este tipo se requiere la técnica del muy avezado y que posea buen
conocimiento del trayecto que va a recorrer, pues tendrá que realizar maniobras
muy peligrosas para su vida. En este caso, el rafting es deporte extremo.
Esta pequeña introducción no es para
llevarnos adentro del variado mundo de la recreación y del deporte, sino de un
tema filosófico de gran actualidad: Filosofía de la Mente. En efecto, con el
nombre de ‘filosofía de la mente’ se apunta a un conjunto de reflexiones acerca
de la naturaleza de lo mental, de la relación mente-cerebro y de una serie de
escollos filosóficos similares como el
referido al conocimiento y, por ende, a la naturaleza de la realidad. El tema
no es nuevo, es casi tan viejo como la propia reflexión filosófica. Pero el
interés por el asunto de la mente y de lo mental renace alrededor de los años
setenta en el ámbito norteamericano. Por la hegemonía económica y cultural de
los Estados Unidos, esta disciplina se ha ido extendiendo con fuerza por el
resto del mundo.
En otros términos, con la vuelta del
interés sobre lo mental, las reflexiones filosóficas han motivado un nuevo
interés por la metafísica u ontología de
la realidad, por el ser humano en general, por la naturaleza del conocer o
epistemología. Y es sobre este último tema que versa la tesis doctoral de J. J. Rosales Sánchez (UCV, 2013), con la
tutoría de Ezra Heymann.
El documento está estructurado en seis
partes: una introducción, tres capítulos, una conclusión y recuento y la
abundante bibliografía (casi toda en inglés) en la que se basó.
De inmediato, destaca la Introducción por su riqueza estilística.
Generalmente uno no espera encontrar en una obra de carácter filosófico un marcado interés estético de su autor por la propia escritura. Este no
es el caso. Desde el principio el lector está seguro de la preocupación
literaria del autor que le facilitará el abordaje y comprensión de un tema de
suyo áspero, seco, hosco y desabrido.
Justamente en el capítulo I se plantea
sin ambages el tema de la experiencia. Y
es que “el término ‘experiencia’, que hace
parte esencial en el desarrollo de este Capítulo –señala el autor-, es empleado
en distintos sentidos, no sólo en el lenguaje común sino en la actividad
filosófica. De esta manera, es un mandato ineludible en una investigación que
procura mantenerse en los cauces de la claridad expositiva, de la crítica
precisa y de la solidez argumentativa, revisar cuidadosamente cuáles son los
usos del término en las obras filosóficas que se examinan”.
Sin duda, el núcleo del problema
abordado por Rosales Sánchez está magníficamente expresado por un texto de Robert
Stalnaker, tomado de What Might
Nonconceptual Content Be: “Parto de una porción de la jerga filosófica
–dice Stalnaker-, que introdujo por primera vez Gareth Evans, pero utilizada
desde entonces por muchos otros que citan a Evans, incluyendo a Christopher
Peacocke, John McDowell y Michael Tye. Al respecto, mi pregunta inicial fue,
¿qué entienden estos filósofos por ‘contenido no conceptual’, y su contrario,
‘el contenido conceptual’? ¿Qué tipo de objetos son los diferentes tipos de
contenido, y cómo se utilizan para caracterizar la percepción y el pensamiento?
Es motivo de controversia entre los que hablan de contenido no conceptual si
existe tal cosa, y si los estados perceptuales tienen un tipo de contenido que
es diferente de la clase que caracteriza a los estados de creencias y actos de
habla. Pero Evans no nos da una caracterización directa y explícita de la
noción de contenido no conceptual que él introduce - al menos ninguno que yo
pueda encontrar. Y no me queda claro si los diferentes filósofos que usan este
término, tienen en vista la misma cosa. Sin alguna aclaración de lo que puedan
ser los contenidos no conceptual y conceptual, es muy difícil tener más que una
idea general acerca de qué se trata en esta controversia”. Como el lector puede adivinar, un cauce
pedregoso, desigual y traicionero, constituye la base por donde discurre el río
de la investigación . Y a partir de la discriminación hecha por R. Stalnaker
podemos entender bien el título (poco convencional por lo demás) de la tesis de
J.J. Rosales Sánchez:
“¿Conceptual hasta
el fondo o no conceptual hasta el tope? Dos tesis rivales sobre los contenidos
de la experiencia”.
El contenido de la
obra, entonces, se puede resumir en la siguiente pregunta que se hizo el autor:
“¿Es el contenido de la experiencia conceptual hasta el fondo o no conceptual
hasta el tope?” Desde esta pregunta Rosales Sánchez va a analizar el problema
que encierra la oposición entre las tesis conceptualistas y no conceptualistas
de los contenidos de la experiencia. El marco teórico son tesis kantianas sobre
el tema, tesis que no solo defiende el autor –tal como él las entiende- sino
que, además, le sirven para comprender ciertas teorías sobre las relaciones
entre mente, lenguaje y objetos, sobre el papel de los procesos perceptivos y los
de la intelección.
El capítulo II –con
palabras del autor- “ trata de dilucidar
qué significa o cuáles son los significados más relevantes de la muy arraigada
expresión filosófica: “contenido conceptual”. Pero no sólo el o los
significados, sino cuál es su naturaleza o qué lo determina, cómo se da y
cuáles son sus funciones. Abordamos esta noción de contenido conceptual
centrándonos en sus relaciones y usos dentro del debate sobre la experiencia
perceptiva que a su vez implica tener en cuenta sus conexiones con la conformación
del pensamiento y a su papel mediador en la relación de los seres humanos con
su entorno”.
Partiendo de un
texto de J. L. Borges: El jardín de los
senderos que se bifurcan, Rosales Sánchez aborda el origen del conocimiento
fundándose en una expresión de I. Kant de la Crítica de la razón pura (A 51/B 75): “los pensamientos sin
contenido son vacíos”. Y esta afirmación es la que está detrás de la
investigación sobre las posiciones no conceptualistas de la experiencia. Si en
el capítulo anterior Rosales Sánchez había analizado los argumentos esgrimidos
por J. McDowell en Mente y mundo, en
el capítulo III revisa críticamente los ofrecidos por Gareth Evans y Fred
Dretske, representantes de la visión no conceptualista.
Para comunicarse con el autor de la reseña, escriba a carloshjorge@yahoo.es