jueves, 14 de julio de 2011

Ontología del mal



Por
Juan Luis Arveláez, 
sdb


 1. Adónde lleva la razón

 Debo decir que comenzar a escribir sobre el mal es un tanto complicado y arriesgado. He tenido muchas veces la impresión de que el mal es aquello de lo que generalmente hablamos, pero que, a la hora de definir qué es, nos faltan las palabras, como sucede con otras tantas cosas. El mal se puede catalogar en tal o cual cosa, pero ¿qué es el mal en sí mismo? Sí, lo sé, es arriesgada la pregunta ¿no? pero no puedo más que preguntarme por el mal en sí mismo, sobre todo cuando hablo de metafísica. Intentaré llegar a donde me lleve la razón. Es osado y atrevido el título de mi reflexión, sin embargo, creo que no puede ser menos debido a las conclusiones a las que he llegado en mi reflexión previa. En un primer momento intentaré demostrar que el mal existe.

 2. Es evidente que el mal existe

 Cuando se habla del mal, generalmente, tiende a atribuírsele a determinadas realidades e incluso a determinadas entidades. Al colocar un “algo” como malo, se entendería su procedencia como del mal mismo o por lo menos cierta participación de él. ¿Puede acaso pensarse que algo provenga de lo que él mismo no es? Así mismo, ¿puede pensarse que lo que catalogamos como malo tenga su origen en otro lugar distinto al mal mismo? Entonces, si discriminamos entre las cosas, las que son “malas”, entonces, siguiendo el argumento anterior, se pudiese concluir que, conociendo los efectos, se llega a su causa. Luego, conociendo algo que sea malo, puedo inferir que este proviene del mal, que debe ser en sí mismo; luego, el mal existe. Me permito un ejemplo. Voy de camino por un campo, en él he conseguido un fruto, una naranja. Sin embargo, no logro divisar el árbol de donde procede. Es de suponerse que de algún árbol ha de provenir. ¡Es evidente que de un árbol de naranjas tuvo que provenir! No es sensato pensar que de un manzano nacerán naranjas. Lo que aparece a los sentidos, los frutos, es garante de lo que no aparece, el árbol. Si el mal aparece a los sentidos, aunque sea atribuido a las cosas, luego el mal en sí, aunque no aparezca, existe. Según este razonamiento el mal existe, pero no queda claro qué es. En el leguaje común se cataloga, no pocas veces, a los entes como malos. ¿De dónde, pues, le viene al hombre la capacidad de distinguir qué es lo malo? Si, por más que éste quiera, no podrá jamás encontrarse con eso lo que he querido llamar “Mal en Sí”. Luego, se sigue la siguiente cuestión: ¿cómo distinguir lo malo si nunca se ha conocido lo que Es el Mal, sino simplemente cuando este es atribuido a tal o cual cosa, pero jamás en sí mismo? ¿O acaso el fenómeno del mal es una vía para llegar al Mal En Sí? ¿En donde, pues, se encuentra eso que llamamos mal, y que hasta ahora sabemos, por el razonamiento, que existe, pero no se conoce mas que sus manifestaciones en los diversos entes? Hasta ahora el razonamiento nos lleva a pensar que el mal tiene existencia ontológica. Aunque en la realidad no sea perceptible en cuanto lo que Es, sino en cuanto a lo que manifiesta de su ser. ¿Qué es lo que el mal manifiesta de su ser? Para responder esta pregunta tomaré el camino de lo que hasta ahora sabemos, las propias manifestaciones. Se dice que algo es malo cuando no ejerce, estrictamente hablando, su funcionalidad dentro del orden de las cosas. Por ejemplo, a la batería del control remoto, mientras cumple su funcionalidad, no nos atrevemos a adjudicarle el calificativo de mala. Pero en el momento en que esta deja de “Ser” y cesa en lo que la caracterizó como batería, inmediatamente es adjudicada como mala (manifestación del mal). Del mismo modo, no se llama malo a aquello que, dentro de su funcionalidad, cumple con lo que en su Ser está establecido, lo que en él es constitutivo. Por el contrario, se denomina malo a aquello que, aún siendo lo que Es, sin embargo, pierde parte de su constitución y en cierto modo sigue siendo, pero su Ser se ve afectado. Explicado de otro modo, llamamos malo a aquello que ha sufrido algún cambio o modificación en su ser, de tal modo que le impida Ser lo que Es en su plenitud. Así el “Mal en Sí” es la secesión del Ser, en cuanto este Es primariamente, y la adhesión a un segundo estado al cual corresponde otro modo de Ser, que no es el originario del ente. Habiendo llegado a lo que es el Mal en Sí, aún queda alguna pregunta: si es cierto que existe, como se ha demostrado anteriormente, ¿cuál es su Ser? Porque unas líneas más arriba se concluía sobre su existencia ontológica. Su Ser corresponde a su fenómeno. El Ser del Mal es, por tanto, el No-Ser de lo que fue determinado ente en principio, algo así como el complemento de cualquier cosa que Es. Así cuando hablamos del Mal, hablamos de No-Ser de lo que fue en su estado originario, que en definitiva es un segundo modo de Ser, que no corresponde con su Ser primitivo. Con esto no me refiero a una única y exclusiva posibilidad del ente de “dejar de ser por siempre”, sino más bien al cambio que en éste ocurre que, para sí mismo, es extraño. Surge una nueva posibilidad de Ser, pero a la vez, y para el mismo ente, se presenta su propio No-Ser, es cuando, para el propio ente se presenta el “Mal en Sí”. No siendo así para la nueva forma de Ser del mismo ente pero, sin embargo, simultáneamente. 

 3. Conclusiones

 Comencé el ensayo, explicando lo arriesgado que es la pregunta por el mal. Decidí dejarme llevar a donde llegara la razón. Y, no con pocas dificultades, llegué a una definición del Mal en Sí, a la Ontología del Mal, aunque comprendo mis inexactitudes y mi dificultad sobre todo en cuanto a lenguaje. No he querido abordar el tema del mal de ningún otro punto de vista más que del metafísico. También, debo confesar que releyendo lo escrito descubro un poco de eclecticismo dentro de las ideas, ya que mucho en la forma de argumentar es agustiniano (aunque, definitivamente, mi conclusión se aleja mucho de la de Agustín), platónico y además con una fuerte influencia lógico-escolástica, pero creo fielmente que es un esfuerzo por retomar el problema del mal, visto desde la metafísica netamente. Entender el Mal de esta manera, implicaría otras consecuencias en el plano de la ética, los cuales no trataré en este ensayo, por no ser pertinentes, pero que, con seguridad en otro momento, me daré a la tarea de plasmarlos.

 UCAB - Los Teques 

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