lunes, 17 de marzo de 2014

Las mujeres de Simón Rodríguez






 Muy buenas tardes.

0.Teresona

En asunto de amores y amoríos, a fe que don Simón se las traía. A juzgar  por su fealdad procera, por el desorden de su vida y por el descuido de su indumento, no debió de ser propiamente un Don Juan de Mañara.
Antes de entregarse de lleno al ejercicio de la enseñanza, el día 25 de junio de 1794, contrajo matrimonio en esta ciudad con doña María Ronco. Se carece de datos verídicos que comprueben su honorabilidad como pater familias.
Por el año de 1823 lo presentó don Andrés Bello a la Sociedad de Emigrados Españoles. Hacía pasar entonces por mujer suya a una pizpireta muchacha, lirio del Sena, a la cual enseñó las más rotundas interjecciones y escabrosidades del castellano, sin rodeo alguno.
Según propia confesión, en Chuquisaca vivía a lo sultán, sin bien en mal estado; y no faltó quien le atribuyese eróticos líos con unas monjas. En Lima, ciudad que Venus ha favorecido siempre, debió de holgar a todo su talante.
Refiere un historiador, Irisarri, que el año de 1846 halló a don Simón Rodríguez en Ibarra, burgo del Ecuador adentro.  Allí estaba abarraganado con una india robusta a quien nombraba Teresona.
Tenía dos chicos y una chica, “llamados el mayor de ellos Choclo y el otro Sapallo, nombres quechuas que significaban el primero, la mazorca del maíz tierno, que llaman elote los centroamericanos, y el otro, una especie de calabaza que asada tiene el nombre de castaña, y la llaman en Centro América azote. La chica tenía por nombre Zanahoria”.
Don Simón decía que les puso nombres de vegetales a sus hijos para que no se confundiesen con los otros.
Un individuo le arrebató a su compañera. Pasó una semana. El viejo filósofo pensó, de seguro, en el Génesis: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, y le espetó al seductor esta carta:
‘Mi muy estimado: Sírvase devolverme a mi mujer, porque yo también la necesito para los usos a que usted la tiene destinada. De usted atento amigo y seguro servidor, SIMON RODÍGUEZ’[1]

Si la brutal anécdota que cierra el pasaje de Eduardo Carreño -recogida del diplomático guatemalteco Antonio José de Irisarri, autor de la Historia del perínclito Epaminondas del Cauca, Imp. Hallet, Nueva York, 1963, editada por el Ministerio de Educación de Guatemala en 1951-, no valdría la pena ocuparse del Sócrates de Caracas, sobre todo si se tiene en cuenta que el núcleo de su pensamiento es la ética. Pero creo que otra es la historia. Y hay más. En esta charla pretenderé deshacer la tesis que de manera diáfana expusiera A. Rumazo González[2]: “Las mujeres son buscadas y tomadas [por SR] con un sentido estrictamente razonado –el que insurge de la necesidad- y también rousseauniano: retorno a la naturaleza-”

1. Rosalía

El mismo año de la muerte del filósofo caraqueño en Perú, pero en el mes de diciembre -muerte que es registrada en la obra que vamos a comentar- aparece en Santiago de Chile una (¿la primera?) biografía[3] de Simón Rodríguez (1769-1854). Allí el autor escribió, entre otras cosas:

Don Simón Rodríguez nació en Caracas.
Tuvo por padre a un clérigo nombrado Carreño, cuyo apellido llevó don Simón por algún tiempo; pero que cambió después por el de Rodríguez.
¿Cuándo nació? No lo sabemos. La fecha de nacimiento de los hijos bastardos, i sobre todo de los sacrílegos, no se conserva en las familias. La madre no repite jamás esa fecha por que le recuerda un desliz que la deshonra; el padre procura olvidarla para ahogar los remordimientos, de una conciencia culpable (...) Don Simón no fue hijo único; tuvo un hermano, llamado Cayetano, que de afición llegó a ser el mejor músico de Venezuela” (p. 232)

Señaló el historiador Simón de la Plaza[4]  y después reprodujo Arístides Rojas[5] que los hermanos Carreño vivían en continuas disputas. Como resultado de una de ellas, Cayetano siguió llevando el apellido del padre; Simón adoptó el de la madre. No deja de ser curiosa que esta elección de nombre se deba a un pleito entre hermanos, aunque no debió de ser muy grande el enojo del que después será “uno de los pensadores más orijinales que ella [América] haya producido”[6], pues el 28 de octubre de 1794 será testigo con su mujer del matrimonio del hermano músico[7].

Prestémosle atención a la -para nosotros- figura materna. Nadie mejor que Alberto Calzavara nos da noticias de ella. Escribió este historiador del arte[8] en la ficha de Don Cayetano Carreño:

Sobre Rosalía Rodríguez se anotan las siguientes informaciones: Nació en Caracas el 25 de febrero de 1743. Fue hija de don Antonio Rodríguez (propietario de haciendas y ganaderías en los llanos del Guárico) y María Teresa Álvarez Carneiro. Antonio Rodríguez, por su parte, fue hijo de don Matías Rodríguez y Polonia Díaz, ambos vecinos del pueblo de El Sombrero (Guárico) pero naturales de la isla de Tenerife (Canarias); se casaron en Caracas el 1696. Por parte de Teresa Álvarez Carneiro se anota que fue hija del pintor Fernando Álvarez Carneiro y doña Teresa Picón, hija  a su vez del platero y orfebre don Juan Picón. (Sobre estos artistas, véase: Boulton, 1964 y Duarte, 1970). Rosalía Rodríguez Álvarez, madre del Maestro del Libertador y de Cayetano Carreño, tuvo dos hermanos: el doctor don Juan Rafael Rodríguez, clérigo, Canónigo Doctoral de la mencionada Catedral y doña María Isabel Rodríguez quien se mantuvo en estado de soltería toda su vida. Rosalía se casó en primeras nupcias con don Alejandro Areste y Reina en 1759, (contando apenas 16 años de edad) pero enviudó de éste en 1765. Del matrimonio con Areste y Reina tuvo una hija: Petrona Areste y Reina, quien se casó en 1779 con don Francisco López, hijo del pintor Juan Pedro López, convirtiéndose así en concuñada de los músicos Manuel Sucre y Bartolomé Bello (padre de Andrés Bello) quienes se casaron con sendas hijas del mencionado pintor caraqueño. Rosalía Rodríguez contrajo segundas nupcias  hacia 1780 con un tal don Ignacio Abay de quien tuvo una hija: María Josefa Joaquina, nacida el 8 de marzo de 1781. Según los censos de la ciudad, Rosalía Rodríguez vivió en Caracas por lo menos hasta 1792, fecha cuando se estima que viajó a la población de Santa María de Ipire (Guárico) lugar donde falleció en 1799 ó 1800.

1774. Según censo de la parroquia de Altagracia, Rosalía Rodríguez aparece de esta forma:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
Petrona, hija
esclavos:
Ana Santiago
Inés, hija de ésta
Agustina, idem
Victoriano, idem
agregados:
Gerónima
Josefa María
Cornelia
María de Jesús, loca
Simón, párvulo
Ana María, idem “ (AAC, Mat. Altagracia)

1775. El censo de este año reporta lo siguiente:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
d.Petrona, cc
Concepción, esclava
Juana, id.
Ana Santiago, id.
Inés
Agustina
Victoriano, hijos de ésta
Simón, expósito, párvulo
Ana María, id. Párvula
Cayetano, id. párvulo “ (Idem)

1776. A su vez, el censo de este año trae lo siguiente:
Casa de doña Rosalía Rodríguez
d. Petrona, su hija
Juana, esclava
Concepción, idem
Ana Santiago, idem
Inés, su hija
Ignacio, idem
Agustín, idem
agregados: Simón, expósito cc
Cayetano, expósito, párvulo” (Idem).

Entre otras noticias, el historiador nos dice de Rosalía Rodríguez en la ficha de  Don Alejandro Carreño lo que viene:

1779. 31 de marzo. [Alejandro Carreño] Compra una casa en la parroquia Candelaria (Caracas) al bachiller don Mateo Gedler la cual está gravada con una hipoteca de 2.488 pesos 7 y medio reales. Para la realización de esta transacción, Carreño presenta como su fiadora a doña Rosalía Rodríguez Álvarez, quien a través de un poder general y especial, se constituye como fiadora y principal pagadora. El poder de Rosalía Rodríguez está firmado en Caracas el 27 de marzo de 1779. La casa en cuestión está situada “en la calle que baja de la esquina de la Torre de la Catedral para la plazuela de la parroquia de la Candelaria, con 13 varas de frente y 44 varas y media de fondo” (RPC, Esc.)”

En el censo de 1790 Don Simón y Don Cayetano viven con el cura Alejandro Carreño. Al año siguiente, el 2 de febrero, éste se muere. Escribió el filósofo en la Defensa de Bolívar[9]: “En otra parte se ha dicho que un hombre con diferentes aptitudesno remplaza á otro en las mismas funciones.  Muere un padre y lo representa un tutor: éste será mejor padre que el natural, pero nó el mismo, mejorará de suerte el hijo, pero llorará lo que perdió porque nada lo remplaza, aunque lo compense. Esa verdad riega el mundo de lágrimas, y hace aborrecer la vida al que nació para amar”. Pero no queremos hablar de su padre sino de su madre, aunque todo pertenece a la misma maraña[10].

Sin que hubiera razón alguna para el comentario, como si le saliera del fondo del alma, le filósofo le dice a J. I. París en una carta el 30 de enero de 1847: “Ya estoy cansado de verme despreciar por mis paisanos. Abogaré sí, por la primera enseñanza, como lo he hecho siempre, porque mi patria es el mundo, y todos los hombres mi compañeros de infortunio. No soy vaca para tener querencia, ni nativo para tener compatriotas. Nada me importa el rincón donde me parió mi madre, ni me acuerdo de los muchachos con quienes jugué al trompo”[11]. (Cursivas mías).

2. María de los Santos

El 23 de mayo de 1791 el Cabildo de Caracas le otorga a Simón Rodríguez el título de maestro. El 30 prestará juramento. Según A. Rumazo, Caracas tenía 25.000 habitantes. La ciudad contaba con tres escuelas y una universidad. Simón Rodríguez estaba al frente de la pública, que en cierto momento llegó a contar con 140 estudiantes, entre ellos el niño Simón Bolívar. Esa escuela estaba entre las esquinas de Veroes y Jesuitas de la Caracas actual, en el piso alto de la casa de doña Juana Aristiguieta; la parte baja estaba destinada a los cursos de latinidad del maestro Guillermo Pelgrón, quien había recomendado al maestro que ahora quedaba al frente de la escuela[12].

 Dos años después considerará el maestro del Cabildo caraqueño que es buen momento para casarse. El acta de matrimonio lo atestigua:

En la ciudad mariana de Caracas, en veinticinco días del mes de junio de mil setecientos noventa y tres, yo el infrascrito cura teniente de esta parroquia de Nuestra Señora de Altagracia, habiendo precedido todo lo prescrito por el ritual romano, pragmática sanción y licencia del señor gobernador don Pedro Carbonell, presencié el matrimonio que por palabra de presente contrajeron in facie ecclesiae don Simón Rodríguez, expósito de esta feligresía, y doña María de los Santos Ronco, hija legítima de don Juan Ronco y de doña María Ignacia Pulido de la misma feligresía. Fueron testigos don Antonio Aleado y doña Juana Nuevo; para que conste firmo, Br. José Nicolás Fajardo[13]

El matrimonio Rodríguez Ronco fue a vivir entre las actuales esquinas de Cují y Romualda[14] de Caracas.

Este autor que estamos siguiendo califica al maestro caraqueño “temperamento erótico”[15], pero no se nos ocurre que el calificativo pueda aplicarse en la relación que tuvo con su mujer María de los Santos. Veamos lo que sabemos.

Según algunos historiadores, Simón Rodríguez salió de Caracas posiblemente en el mes de noviembre de 1795. Nunca más regresó a la ciudad.

El 8 de diciembre de 1823, desde Pallasca, Perú, cuando Bolívar está dirigiendo la última campaña de la guerra de Independencia, le escribe a Francisco  de Paula Santander en Bogotá: “He sabido que ha llegado de París un amigo mío, don Simón Rodríguez; si es verdad, haga usted por él cuanto merece un sabio y amigo mío que adoro. Es un filósofo consumado y un patriota sin igual; es el Sócrates de Caracas, aunque en pleito con su mujer, como el otro con Jantipa, para que no le falte nada socrático[16]...”

En plena gloria del Libertador, María Antonia Bolívar, que manejaba los intereses económicos de su hermano Simón cuando éste se ausentaba de Venezuela, recibe una carta que pudiéramos calificar de insólita. En ella el Libertador le da órdenes para entregar dinero a la esposa de Rodríguez. Éste estaba con su insigne discípulo en el Perú[17]. La carta enviada desde el Cusco el 27 de junio de 1825 por Simón Bolívar a  su hermana María Antonia dice así:

     Don Simón Carreño, que está conmigo trabajando en   la educación de
     este país, me ha pedido que le entregue a doña María de los Santos, su
mujer, que vive con don Cayetano Carreño, cien pesos al mes, hasta que se completen tres mil pesos que debe entregarme con este objeto. Llama a Carreño de mi parte, y dile la orden que tienes de entregarle los cien pesos al mes, los que pondrás a su disposición sin la menor falta, pues amo mucho a don Simón y a su familia.

En la misma fecha el Libertador se dirige a Cayetano Carreño y le manifiesta:

Este dinero jamás lo ha poseído hasta ahora, porque es tan desinteresado que no quiere ni pide cosa alguna. Se ha puesto a trabajar por ganar esa cantidad y me ha rogado que la adelante a usted con el fin de aliviar a su infeliz mujer que aún ama entrañablemente[18]

Es claro que el Libertador, además de exagerado, miente (piadosamente, se entiende). Si no lo hiciera, no sería humano.

María de los Santos escribe al Libertador, dándole las gracias por el dinero recibido y, por adelantado, por otro favor que le pide:
    
Caracas: 23 de agosto de 1825
Señor Simón Bolívar.
Mi apreciado señor:
Recibí el regalo que Vd. Se dignó hacerme y lo agradecí en el último grado, por hallarme, como Vd. no ignora, sin tener ningún amparo. Le suplico que no se olvide de prodigarme sus favores, siendo de su gusto socorrer a una infeliz.
He tenido noticias de que Simón está en el Congreso; espero que sin que le sirva de molestia y entorpecimiento a sus negocios, le dé un recuerdo, como que sale de Vd., a él, de lo que le quedaré muy agradecida.
Ambas mercedes espera de Vd. la que ha sido con el mayor reconocimiento su servidora que desea se halle sin novedad, y verle lo más pronto.
María de los Santos Ronco”[19]

“Cuánta delicadeza y seráfico pudor al mandarle memorias a Róbinson. Así lo amó”, comentó de esta carta Arturo Guevara.

Unos meses después “la desvalida esposa” de Simón Rodríguez le vuelve escribir al Simón benefactor (que no al desmemoriado, a pesar de que fuera éste quien le ¿enviara? el dinero):

Caracas, 5 de noviembre de 1825.
Señor Presidente Simón Bolívar.
Muy estimado señor y protector:
La señora María Antonia su hermana, me ha entregado por orden de Vd. trescientos pesos, y más me ha participado que si necesitare de alguna otra cosa, ocurra a ella con franqueza, pues tiene orden para remediar mis urgencias.
También he visto por una nota de Vd. dirigida a Cayetano Carreño, que se me asignan cien pesos mensuales hasta cubrir tres mil, que me ha donado de su trabajo mi legítimo marido Simón Rodríguez, pero no expresando la carta de Carreño  de quien deba recibir esta cantidad, pues su señora hermana dice no tener orden para hacerme este abono, ocurro a Vd. para que se sirva darla a quien corresponda.
No tengo expresión con que manifestar a Vd. hasta que extremo llega mi gratitud y reconocimiento, y me congratulo con la plausible noticia de la venida de los Simones para el año próximo venidero.
Repito a Vd. mi agradecimiento con las protestaciones más sinceras, deseándole toda felicidad, y que pueda verlo lo más pronto posible.
Su atenta y segura servidora.
Q.B.S.M.
María de los Santos Ronco”[20]

Con razón Arturo Guevara la llama “infortunada mujer”. Después de este dinero que recibe de su “legítimo marido”, no volvió a saber de él -que se sepa- ni volvió a verlo como era su deseo, según lo manifestaba en la carta al Libertador. Éste sí vino a Caracas en 1827. Por última vez.

3. La francesita

Escribió A. Rumazo González[21]:

¿Cómo se presenta Samuel Robinson en Londres, en aquel 1821?
“El señor Bello recordaba haberlo introducido en la sociedad de los emigrados españoles en Londres. Lo acompañaba entonces una francesita que él presentaba como su mujer y a quien había tenido tiempo de enseñar el castellano en su feroz crudeza, con todas sus interjecciones y sin ninguna reticencia. Era ese el lenguaje que, según contaba don Andrés, usaba en sociedad la picaresca hija del Sena con maliciosa ingenuidad”. José Victoriano Lastarria le oyó contar esos detalles al propio Bello, en Santiago. Robinson, en 1821, gobierna pasajeramente su ir con himnarios a la concupiscencia. ¿Al amor? Jamás escribió esa palabra en sus obras; nunca se mostró sentimental.

Antes de seguir ganamos mucho si deshacemos esta última afirmación. A Simón Bolívar[22] le dijo Simón Rodríguez: “El amor es muy delicado y la amistad lo es más aún, y en el hombre sensible [¿el propio filósofo?], estos sentimientos son de una delicadeza extrema, la menor sospecha es una mancha indeleble. Porque soy incapaz de perdonar una injuria, no quiero saber que me han ofendido; es cuanta generosidad puede esperar de mí una amante o un amigo”.

Y en la Defensa de Bolívar [23] les recuerda a los compañeros de armas del Libertador que “disfrazados con las canas de la senectud, os retiráis de los campos donde vencisteis, buscando en los poblados... nó los honores del triunfo... sino los brazos de vuestros compatriotas, y... tal vez... el corazón de vuestras amantes”.

Y continúa en la misma dirección: “Ha! Volved los ojos hácia esos retratos que dejasteis al despediros, y preguntad por qué causa habeis salvado, sin sentirlo, los floridos años de vuestra vida. Y... ¡cuántos, entre vosotros, no se verán privados hasta de ese consuelo! La amante, que unida, en otro tiempo, á vuestra suerte, os habría sido constante, ofendida de ver sus gracias pospuestas á la saña de Marte, oyó los consejos de la ausencia y os entregó al olvido.
“¡Todo lo habéis perdido! Salud, caudal, parientes, ¡amantes!...”

A pesar de lo expuesto,  A. Rumazo González asegura que Simón Rodríguez “se embarcó sólo, abandonándole en Londres a la francesita. Es duro de sentimientos”, comenta[24].

Otros autores creen que la francesita llegó a América, entre ellos A. Úslar Pietri[25]. Se basan para ello en una carta que el general Juan Paz del Castillo le enviara a Bolívar desde Guayaquil donde le decía:

Se me había olvidado participar a usted que tenemos aquí a don Simón Rodríguez, nuestro maestro /.../ Perdió la mujer en la navegación de Panamá a este puerto, y le robaron la ropa, instrumentos y todo cuanto tenía. Le voy a traer a casa como mi mejor amigo. Incluyo la carta que escribe a usted[26]

Pero en esa carta que Rodríguez le dirige “Al Libertador de Colombia[27]” el 30/11/1824 no nombra para nada algo tan grave como el haber perdido la mujer en el viaje para encontrarse con el antiguo discípulo. A menos que tenga razón el Libertador cuando escribió a Cayetano Carreño (27/06/1826):  “Créame Vd.,  mi querido amigo, su hermano de Vd., es el mejor hombre del mundo; pero como es un filósofo cosmopolita, no tiene ni patria, ni hogar, ni familia, ni nada”[28]. En ese momento el filósofo no tenía familia, pero no siempre será así, como se verá a continuación.


4. Manuela

La familia, tal vez, se haya formado en Bolivia y consolidado en Chile. En carta a Bernardino Pradel del 19 de agosto de 1836, el  filósofo le dice desde Trilaleubu: “Amigo: Ni puedo pasar el Deñicalqui ni tengo a quien confiar el rancho, para ir a ver a V. Estoy varado: ni puedo irme porque no tengo dónde, ni puedo quedarme porque no tengo qué... ; V. sabrá lo que ha de hacer conmigo: póngame V. en estado de ganar el sustento aunque sea de sacristán: todavía me acuerdo de mi tiempo, con 2 o 3 días de ejercicio repicaría como otro cualquier, empéñese V. con el señor Jarpa o con su coadjuntor tenga ya una recomendación, que es tener mujer moza y un muchachito que poder poner a cuidar la puerta mientras yo esté en la torre del campanario...”[29] Parece obvio que esta carta, además de hablar de la familia del filósofo, también habla de su excelente sentido del humor. Algunos autores han visto en la carnada que ofrece el filósofo el espíritu perverso  y cínico del maestro caraqueño.

Un ilustre viajero, llamado Luis Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez en El Almendrón -un barrio del Valparaíso- el viernes 29 de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario:

Don Simón estaba reducido a la mayor escasez. Después de tantos viajes y estudios que habían consumido su fortuna, el pobre hombre se hallaba condenado a no salir de su casa, porque no tenía más que una chaqueta, un pantalón de tela grosera y el viejo sombrero que llevaba cuando le vi. Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo[30]. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba cuatrocientos.
El origen del descrédito y abandono en que había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días como si los hubiera tenido de una europea de pura sangre

Agradece uno este juicio del viajero sobre los hijos de Rodríguez habidos con la “india” que más adelante se vuelve “querida”[31].

Poco tiempo después, ¿en1841?,  el filósofo “Vive en Azángaro, un caserío a unos 30 Km del lago Titicaca y 4.000 m de altitud. Paul Marcoy, un viajero francés a quien ofrece hospitalidad por una noche, relatará sus impresiones en un libro de viajes publicado años más tarde. Vivía –según Marcoy- en una choza en compañía de una “india”, y se dedicaba a la fabricación de velas de sebo”[32].

El relato del viajero que transcribe A. Rumazo en la pág. 170-172 de su obra, dice que Simón Rodríguez se dirige a Arequipa en la ruta desde Oruro, pero hace un alto en Azángaro. El filósofo invita a pasar  al también viajero. El francés recuerda, entre otras cosas, el buen trato del maestro y de la india-criada:

No fue necesario que repitiera su proposición y, cruzando la tienda detrás del lonjista, penetré en la habitación inmediata al mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina, de laboratorio y de alcoba... Una india acurrucada delante del hogar preparaba una cena cualquiera, que mi patrón me invitó a compartir con él /.../
Nos sentamos uno frente a otro delante de dos tablas, colocadas sobre otros tantos banquillos, que hacían las veces de mesa, y la india nos sirvió algunos pedazos de cecina y una sopa con pimienta. Para beber diónos agua fresca de la fuente, cuya crudeza atenuamos con algunas gotas de tafia. Durante la cena, mi patrón dio órdenes a su criada para que se cuidase igualmente del arriero y de nuestras monturas.

Por carta a su amigo José Ignacio París, fechada en Latacunga, Ecuador, el 6 de enero de 1846, sabemos que Simón Rodríguez sí tiene familia. Incluso menciona la palabra que le negaba Bolívar. “Mi familia se compone de 2, una mujer i un niño”, dice[33]. Y menos de dos años después, exactamente el 26 de noviembre de 1847, le comunica al coronel Don Anselmo Pineda, posiblemente desde Túquerres (Colombia), que “la casualidad ha traído aquí un médico naturalista suizo, que anda explorando, y me ha hecho el favor de dar algunos remedios a Manuelita[34]”. Pocos diminutivos emplea el filósofo en su escritura. Escogió uno para nombrar con la ternura delicada del caso a quien, sin duda alguna, quiso entrañablemente.

En su partida de defunción, don Santiago Sánchez, cura de Amotape (Perú), escribió que Rodríguez le había dicho

que fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamaba Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que sólo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez[35]” 

5 y 6. Temis y Astrea

Si deseáramos saber cuál es la valoración que Simón Rodríguez hizo de las mujeres, debemos observar la tierra en el día, todos los días, y contemplar el cielo estrellado en la noche. En efecto, en un pasaje sin igual nos indica el filósofo cómo son tratadas las mujeres en la tierra y por qué razón han tenido que ir a refugiarse en el cielo. A la manera platónica, esto lo hace a través de dos mitos: el de Temis, diosa madre y encarnación de la idea de la Justicia, y el mito de su hija, Astrea, la diosa de la Administración de la Justicia.

La “justicia” terrestre se ilustra en estos mitos con dos ejemplos. El primero abre el famoso pasaje del artículo N. 3 de la Crítica de las providencias del Gobierno, Lima, 1843. Menciona el caso de una vieja, que no tiene derecho ni a que se le haga justicia, puesto que su caudal está reducido a cuatro o seis reales. Leamos lo que escribió el filósofo:
         
...el valor de la cosa da importancia a la queja, en los Tribunales se ve:
Demanda que no pase de 5 pesos toca al alcalde barrio, i-i.. sin apelacion:
Porque nada importa  que haya injusticias de a 4 o de a seis reales; aunque a
esa suma se reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la demanda no alcanza a
cubrir el papel sellado  ¿cómo  se practicarán las dilijencias? (preguntan). La
RAZON ! es poderosa porque la Justicia se pesa[36].

El segundo ejemplo, puesto en el artículo N. 4. de la misma obra[37], recuerda que “no habiendo, entre los animales del Zodíaco, sino dos Mujeres,, las atenciones debidas al bello sexo exijen que se pongan juntas, i i... lejos de esos dos guapos mancebos (Castor i Polux) que podrían llevarse a la niña por fuerza, burlándose de los clamores de la Justicia Madre,, i tratándola de LOCA, como hacen los litigantes poderosos con las pobres Viudas, cuando pleitean con ellas, por quitarles [en toda forma de derecho, i sin proceder de malicia] las hijas o los bienes”.

El filósofo relata el mito de Temis y Astrea de la siguiente manera:

               Los antiguos Vates materializaron la idea de lo Justo, figurándola en una
mujer sentada, que llamaron TEMIS, para indicar el reposo en que debe
estar el Juez, le bendaron los ojos, porque el juez no ha de ver las personas 
i le dieron un semblante sereno, porque el juez no se ha de apasionar, le
pusieron balanzas en la mano izquierda, porque el juez no se ha inclinar más a
un lado que a otro,, i en la derecha una espada, con que amenaza al culpable,
porque el juez no ha de perdonar. ¡Injenioso conjunto de Ideas!, tanto más
hermoso cuanto más distante de la Realidad. Los antiguos lo sacaron del
movimiento aparente del Sol. Éste, en su curso, va dando a las noches lo que
quita a los días hasta tropezar con CÁNCER al Norte, en Diciembre, se
vuelve i sigue hasta tropezar con CAPRICORNIO al Sur, en Junio,  i solo en 2
puntos iguala, cada 6 meses, la luz con las tinieblas,, al pasar por ARIES a
Oriente, en Setiembre,, y al pasar por LIBRA al poniente, en Marzo. De esta
constante exactitud dedujeron los poetas que solo en el cielo había verdadera 
JUSTICIA,, i para indicarlo pintaron en el signo libra unas BALANZAS. Luego, 
para adornar su alegoría dijéron que Júpiter, en uno de sus Matrimonios, 
reconoció por suya la hija de Temis, llamada ASTREA ¾ que la envió al mundo 
presidir los Tribunales  i a dirijir los Consejos que mantenían la Paz! Entre los 
mortales, en los venturosos días de la edad de Oro – que, con el tiempo, el oro se 
convirtió en bronce, el bronce en hierro,, i que la Niña viendo que los hombres, 
de miedo de quedarse en el suelo, no pensaban sino en matarse,, se volvió al 
cielo, i juró domicilio en el Zodíaco, con el nombre de VIRGO: porque no 
habiendo hallado con quien casarse en la tierra, tuvo que retirarse, al lado de su 
madre, Doncella. Allá está, desde entonces, viviendo de la escasa renta de 28 días 
y % avos de día que le da el mes de Febrero. La madre, temiendo la petulancia de 
la especie humana, puso un escorpión de centinela, a su lado, auxiliado por el 
flechero [Sajitario], i a la hija le puso un León,, con orden de emponzoñar, 
lancear o desgarrar al que osase acercarse. Al Carnero (aries) su ministro, le 
encargó que se defendiese con sus cuernos ó que ocurriese a los del Toro (taurus) 
o a las armas de los jemelos Castor i Polux (gemini) o a los peces (piscis) 
[Tiburones, sin duda] si los hombres venían embarcados,, o por último recurso, a 
un aguacero deshecho (aquarius) que los ahogase sin dejar uno.

           Y aquí viene la moraleja:

Tal es el horror con que las mujeres ven las injusticias de los hombres, que han      preferido vivir en el aire, entre animales, desnudas, i sin otra capa que la del sol. Desde allá se están burlando de las ficciones de los pobres poetas
“ Mis balanzas [dice la Diosa madre] se les han vuelto balanzas de frutera = platos de hoja, astil de palo, fiel romo que se detiene donde quiere el codo: mi benda se la ponen floja, para poder ver de medio cuerpo abajo, i juzgar por las faldas del vestido: ya mi semblante no es sereno, sino airado,, para amedrentar al desvalido: mi espada se ha vuelto estoque de jugador de manos, que se alarga o se esconde en el puño según lo requiere la suerte. En una de las plazas de Florencia han puesto mi estatua sobre una columna,, i los Italianos, que de todo se burlan con sorna, dicen que me han puesto en alto para que nadie me alcance” (...)[38]


7. Y muchas más...

Antes del deceso del filósofo, cuenta Camilo Gómez, -testigo presencial de su muerte, y que Manuela Sáenz creía que “era hijo de don Simón”[39],  aunque el filósofo lo consideraba  “como hijo adoptivo” , según palabras del corresponsal de El grito del pueblo, que relató los hechos muchos años después, el jueves 4 de agosto de 1898[40]- : “Todos los días iba al pueblo a buscar el alimento para don Simón, que era preparada por una señora caritativa” [41]. No fue ésta, sin embargo, la única mujer que se apiadó del filósofo. Escribió  a su amigo el obispo Torres cuando se hallaba en Latacunga el 11 de mayo de 1843: “Un hacendado me ofrece llevarme para su hacienda, y no puedo moverme, porque estoy debiendo en las pulperías, bajo la responsabilidad de una pobre mujer que vive en la casa donde estoy”[42]. En fin, para cerrar este relato de tantas mujeres que lo quisieron, oigamos de nuevo a Camilo Gómez que nos dice lo que pasó tras la muerte del filósofo:

Una señora que me vio salir llorando, se acercó a consolarme y me aconsejó que escribiera al cónsul de Colombia en Paita; lo que hice inmediatamente”[43]

Después de este recorrido por la vida de Simón Rodríguez, no nos explicamos cómo A. Rumazo González pudo escribir que “para el educador caraqueño la cuestión mujeres fue siempre asunto secundario. Punto que, en este caso, revela lamentablemente limitación”[44].

Pero lejos ya del relato mítico y del relato de su propia historia, ¿qué lugar ocupan las mujeres en la obra de Simón Rodríguez? Tal es lo que nos proponemos averiguar antes de callarnos para permitir las observaciones de tan distinguida audiencia.

Por una investigación de Mercedes M. Álvarez, sabemos que Simón Rodríguez hizo una  petición al Cabildo de Caracas, el 11 de noviembre de 1793, solicitando una escuela para niñas[45]. Tuvo el maestro de Caracas que esperar treinta y dos años para concretar su idea juvenil. En efecto, relata O’Leary que, en 1825, en Arequipa, el Libertador “fundó escuelas para niños de ambos sexos, y atendió personalmente a la organización de estos planteles, bajo la dirección de don Simón Rodríguez, y, a pesar de la escasez de las rentas, halló el modo de dotarlos”[46].

De ahí en adelante, en la subida a Bolivia y de la mano de su antiguo discípulo caraqueño, irá el filósofo fundando escuelas para niñas y niños. Algunos años después recordará que Bolívar “Expidió un decreto paraque se recojiesen los niños pobres de ambos sexos... nó en Casas de misericordia á hilar por cuenta del Estado, nó en Conventos á rogar a Dios por sus bienhechores, nó en Cárceles á purgar la miseria ó los vicios de sus padres, nó en Hospicios, á pasar sus primeros años aprendiendo a servir, para merecer la preferencia de ser vendidos, a los que buscan criados fieles ó esposas inocentes”[47].

Este es el comienzo de la “libertad civil”, como le expresaba a J.I. París el 6/11/1846. En otros términos, el señalado es el aspecto negativo de su proyecto de Educación Popular. Es decir, en primer lugar es preciso rescatar a hombres y mujeres de las servidumbres de la pobreza. De esta “JENTE NUEVA no se sacarían pongos para las cocinas, ni cholas para llevar las alfombras detrás de las señoras...”[48]

Lo positivo del proyecto lo expresó como sigue:

Los niños se habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas á talleres, y éstos surtidos de instrumentos, y dirijidos por buenos maestros. Los varones debían aprender los tres oficios principales, Albañilería, Carpintería y Herrería porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas mas necesarias, y porque las operaciones de las artes mecánicas secundarias, dependen del conocimiento de las primeras. Las hembras aprendían los oficios propios de su sexo, considerando sus fuerzas,  se quitaban, por consiguiente, á los hombres, muchos ejercicios que usurpan á las mujeres”[49]

Por lo transcrito sabemos que Rodríguez sigue la opinión general de la época de que hay oficios que son propios de hembras y otros propios de varones. Pareciera deducirse de esta distinción que Rodríguez comparte la idea de una cierta diferencia entre las personas que se derivaría de la diferenciación sexual. Pero si uno lee con atención, los “oficios propios de su sexo” lo son “considerando las fuerzas”. En otros términos, hasta ahí alcanza la diferencia de oficios basada en el sexo.

Más bien el filósofo cree que las diferencias entre hembras y varones son propiamente culturales, de educación. Y por la educación se pueden corregir diferencias que parecieran naturales. Por eso apunta que en su proyecto “Se daba instrucción y oficio á las mujeres paraque no se prostituyesen por necesidad, ni hicieran del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”[50]. En un texto sin igual de Sociedades Americanas en 1828[51], señala que si la instrucción se proporcionara a TODOS, “las mas de las mujeres, que excluimos de nuestras reuniones, por su mala conducta, las honrarían con su asistencia”.

Sin pretender que Simón Rodríguez fuera un adelantado feminista, pensamos, sin embargo,  que él considera que en las mujeres hay un plus por el cual hace la afirmación anterior. Ese plus explica la exigencia  de “las atenciones debidas al bello sexo”, como lo dijo en un pasaje anteriormente citado. Y explica también esa creencia el trato diferenciado[52]: afectuoso, gentil, cortés y amable, que tiene con  las esposas y hermanas de sus corresponsales.

Muchas gracias.


Conferencia dictada el 16 de marzo de 2014 en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), Espacios Cálidos, como parte de las actividades de FILVEN 2014.

Para comunicarse con el autor, escriba a carloshjorge@hotmail.com


[1] CARREÑO, Eduardo: Vida anecdótica de venezolanos, Colección Libros Revista Bohemia, Nº 36, s/f. Impresión en Caracas, Venezuela, pág. 17-18.
[2] Simón Rodríguez maestro de América, UNESR, Caracas, 1976, pág. 89.
[3] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor: Biografías de americanos [ Obra en línea digitalizada por Google de un ejemplar de Harvard College Library ], Santiago, Imprenta Nacional, calle de Morandé, diciembre de 1854. Ver en http:/books.google.co.ve/
[4] DE LA PLAZA, Simón: Historia del arte en Venezuela, 1 vol.,  Caracas, 1883.
[5] ROJAS, Arístides: Crónicas y leyendas, Monte Ávila, Caracas, 1979, pág. 126.
[6] AMUNÁREGUI, ML i GV, obra citada, pág. 233.
[7] ALVAREZ F., Mercedes M.: Simón Rodríguez tal cual fue, UNESR, Caracas, 1977, pág. 19.
[8] CALZAVARA, Alberto: Historia de la música en Venezuela. Período hispánico con referencias al teatro y a la danza, Fundación Pampero, Caracas, 1987.
[9] Simón Rodríguez, Obras completas, t. II, pág. 275.
[10] El tema (capital) del origen (expósito-sacrílego) de Simón Rodríguez lo hemos abordado con detenimiento en nuestra obra Educación y revolución en Simón Rodríguez, Monte Editores Latinoamericana, Caracas, 2000, pp. 55-100.
[11]  Obras completas, t.II, pág. 538. Subrayado mío.
[12] A. Rumazo González, Simón Rodríguez maestro de América, UNESR, Caracas, 1976,  p. 27, nota 3.
[13] El documento está recogido por A. Rumazo González, ob. cit., pág. 36, nota 33.
[14] Ídem, pag. 45, nota 43.
[15] Idem, pág. 199.
[16] Citado por Mercedes M. Álvarez en Simón Rodríguez tal cual fue, pág. 151.
[17] Ídem, nota 24, p. 28.
[18] Idem, pág. 131.
[19] Carta tomada de A. Guevara: Espejo de justicia, UNESR, Caracas, 1977, pág. 200
[20] Ibídem, pág. 200-201.
[21] Simón Rodríguez maestro de América, pág. 89.
[22] Carta desde Oruro del 23 de septiembre de 1827, Obras completas, t. II, p. 512
[23] Obras completas, t. II, pag. 196ss
[24] Obra citada, pág. 100.
[25] Véase La isla de Róbinson,  Seix Barral, Barcelona, 1981.
[26] Citado por Fabio Morales, “Cronología”, en  ob. cit., pág. 320.
[27] Obras completas, t. II, pág. 503-504.
[28] Carta que reproduce A. Guevara en Espejo de justicia, p. 60.
[29] Obras completas, t. II, pág 519-520
[30] Esto que cuenta el viajero francés es verdad a medias, pues en febrero de ese mismo año acaba de publicar el filósofo, casi todos los días, en el diario El Mercurio. Cf.: Carlos H. Jorge, “Los extractos de Simón Rodríguez”, en Apuntes filosóficos 31, UCV, Caracas, 2007, pp. 7-18.
[31] AMUNATEGUI, Miguel Luis i Gregorio Víctor, obra citada, pág. 256.
[32] Fabio Morales, “Cronología” en Simón Rodríguez Sociedades Americanas, Biblioteca Ayacucho nº 150, Caracas, 1990, pág. 328.
[33] Obras completas, t. II, p. 534.
[34] Idem, pág. 543
[35] A. Rumazo González, ob. cit.,  291-192
[36] Obras completas, t. II, pág. 415.
[37] Ídem, t. II, pág. 417.
[38] Idem, t. II, pág. 415-416.
[39] Obras completas, t. II, p.550.
[40] Ídem, pág. 547.
[41] Ídem, pág. 549.
[42] Ídem, pág. 528.
[43] Ídem, pág. 550.
[44] Obra citada, pág. 136.
[45] Archivo del Concejo Municipal, Acuerdos del Cabildo 1793, f. 480 vto. Citado en Simón Rodríguez tal cual fue, pág. 26.
[46] Citado por Fabio Morales, “Cronología”, pág. 321.
[47] Obras completas, t. II, pág. 356.
[48] Ídem, pág. 361.
[49] Ídem, pág. 356.
[50] Ídem, pág. 357.
[51] Obras completas, t. I, pág. 327.
[52] Entre otros lugares, ver en O.C., t. II, pág. 506, 528, 530, 531 y 532.