miércoles, 13 de agosto de 2008

La gloria de la Sala

El asedio y la conquista de la ciudad de Numancia constituyen uno de los episodios más interesantes de la conquista romana de la Península Ibérica. El período final del asedio y toma de Numancia se desarrolló a partir del año 134 a.C., cuando el destructor de Cartago, general romano Publio Escipión, se puso al frente de un ejército de 25.000 hombres contra unos 10.000 asediados.

En principio, Escipión no se dirigió directamente contra la ciudad, sino contra el territorio que la circundaba, devastándolo. Levanta, entonces, una serie de torres de observación y fortificaciones y corta el paso por el río Duero, único punto de contacto de la ciudad con el exterior. 

Después de verse sitiada por Escipión durante unos ocho meses, Numancia se rinde agotada por el hambre y las dificultades. Algunos de sus habitantes prefieren darse muerte entre sí antes que rendirse a los romanos. De los rendidos, Escipión se guardó cincuenta para que lo acompañaran en su triunfo a Roma y al resto los vendió como esclavos. La ciudad permanecerá arrasada hasta comienzos del Imperio.

Numancia ha pasado a la gloria de la Historia por su valor, por su afán de libertad que le llevó a resistir durante once años a las poderosas legiones romanas con escasos medios y pocas posibilidades de éxito. Y es que por la gloria se sacrifica todo, sentenció un filósofo. Es cierto: en el altar de esta diosa se ofrenda el reposo, el caudal y hasta la vida. La religión católica la identifica con el estado de los bienaventurados en el Cielo; pero también la misma Iglesia le recuerda al Papa en su coronación: "Sic transit gloria mundi", que en buen cristiano quiere decir que la gloria del mundo se desvanece como el efímero humo del incensario. La verdadera gloria no pasa. La verdadera gloria es la inmortalidad, porque está en la memoria de los pueblos que de esa manera tributan agradecimiento a sus benefactores. Esa inmortalidad es una sombra de la vida que se prolonga en el tiempo más allá de un horizonte sin fin.

Pocos, un grupo de elegidos, tienen la posibilidad real de ver extenderse su existencia, tal como se suceden valles y montañas. Si en las circunstancias que el azar agita esos pocos no ven su gloria, los dados del tiempo les traerán, no la gloria, sino su contrario, el infierno en la eternidad, esto es, el olvido.

Asediada por todos los flancos, sin retirada posible y sin esperanza de conseguir ayuda, la Sala Constitucional del TSJ, por fin, se ha entregado. Con su decreto 1265 prefirió una vida de esclavitud a una muerte gloriosa.


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Publicado por Tal Cual, pág. 20, el miércoles 13 de agosto de 2008

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