viernes, 18 de julio de 2008

Utopía


Sin duda los 60 fueron años revolucionarios, locos... y sangrientos en América. Recordamos la instauración del régimen cubano (con no pocos fusilamientos) y la matanza de Tlatelolco. Pero también fueron años de revoluciones menos violentas, aunque sí más mugrosas. ¿Cómo olvidar a los hippies? Los nuestros, aunque tardíamente, un día se fueron para La Azulita y para El Paují, en la Gran Sabana, a vivir su utopía de paz y amor.

Pero el siglo de la colonización utópica fue el XIX (testigo turístico es la hermosa Colonia Tovar) y América, el lugar para el no hay tal lugar. Aunque hubo teóricos muy importantes como Flora Tristán, sin embargo este continente fue el campo de experimentación del saintsimonismo, del falansterismo, de la sociedad cooperativa y de la Icaria de Cabet.

A partir de 1830, se fundaron una serie de colonias en las que la propiedad en común de los bienes de producción, el reparto comunista del consumo o el amor libre, para dar algunos ejemplos, parecían más factibles en las soledades americanas que en el anquilosado mundo del control social europeo.

Robert Owen le pidió a la República de México que le cediera libremente la provincia de Texas y de Cohauila a una sociedad que se formaría con el fin de realizar un cambio radical en la especie humana. El gobierno mexicano no lo escuchó. Pero sí a A. K. Owen con el que firmó unos contratos para que fundara la colonia de Topolobampo.

En Brasil hubo dos grandes experimentos socialistas europeos. Uno, alrededor de 1840, dirigido por el médico francés Jean-Benoit Mure. Giovanni Rossi dirigió el experimento de la colonia socialista Cecilia, fundada por él en febrero de 1890 en el Estado de Paraná, en un territorio desierto, en tierras vírgenes de una región aislada. Rossi consideró que gran parte del fracaso de Cecilia se había debido a la “contaminación” que traían los europeos, quienes, por esa razón, no podían vivir en una comunidad libertaria como la que él planteaba. Por eso, para la futura colonia elegiría a indias salvajes, que no estarían contaminadas como las europeas por la civilización, y aceptarían sin prejuicios el amor libre que preconizaba en la frontera del Estado de Matto Grosso.

El eje Orinoco-Apure no sería un mal territorio para un ensayo. Los expelidos y marginados, rechazados y vomitados, humillados y ofendidos por una sociedad y un Estado que los considera escoria, tal vez encontrarían su lugar. Con lujo de detalles el maestro Simón Rodríguez diseñó el experimento en 1842, para que los hombres pudieran empezar a vivir “como Dios manda que vivan”.

Claro que un problema no menor tal vez sería la elección del Ministro de Colonias. ¿A quién elegiría usted?


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Publicado por TalCual, pág. 12, el 27 de agosto de 2003
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