lunes, 21 de julio de 2008

Sociedades Americanas en 1828 por Simón Rodríguez




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Simón Rodríguez (Caracas, Venezuela, 1769; Amotape, Perú, 1854) no escribió (totalmente) en 1828 la obra que lleva por título Sociedades americanas en 1828. En efecto, en ese año de 1828, en Arequipa (Perú) solamente publicó un cuaderno de treinta y cuatro páginas que constituye el "Pródromo" o discurso precursor de la que será denominada por el autor "obra clásica". Y es muy posible que gran parte de la primera publicación del filósofo caraqueño fuera redactada en Europa, en donde había vivido, entre 1800 y 1823, dedicado a la enseñanza, pues le dijo a Simón Bolívar en noviembre de 1824: "Tengo muchas cosas escritas para nuestro país, y sería lástima que se perdiesen". En 1831, en Lima, el autor hace imprimir un volante que "anuncia una obra larga". El 27 de febrero de 1840, El Mercurio de Valparaíso (Chile) publicó un curioso "EXTRACTO de la introduccion á la obra intitulada SOCIEDADES AMERICANAS en 1828". La "Imprenta del Comercio por J. Monterola", de Lima, en 1842 edita la obra completa que ahora consta de 153 páginas. De ella hablaremos en este artículo, no sin antes referirnos al poco éxito que tuvieron, en vida, las publicaciones del filósofo, según nos confesó un año después al publicar las Críticas a las Providencias del Gobierno : El año 28 dio, en Arequipa, el primer ataque al Gobierno Representativo i al abuso de la Prensa, un Cuaderno de nueve pliegos intitulado SOCIEDADES AMERICANAS [el cuaderno es el Pródromo, o discurso precursor, de una obra larga que las circunstancias no han permitido continuar]—i el año 30 (en Arequipa también)apareció la Defensa de los Jefes Republicanos, en la persona del Jeneral Bolívar. Chocáron con las preocupaciones las Ideas,, i muchos de los que debian acojerlas las despreciáron: la Defensa de Bolívar, tasada en 2 pesos por costos de impresión, la hizo vender un librero por las calles a real,, i el Pródromo anduvo por las tiendas envolviendo Especias—ahora buscan uno i otro = luego se aprecia hoy lo que se despreció ayer.

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A cualquier lector deben extrañarle tres aspectos de la escritura de Simón Rodríguez. En primer lugar, la manera de presentar las ideas y los pensamientos. Las primeras son pintadas "en Paradigma"; los segundos, "en Sinópsis". El paradigma hace sentir; la sinopsis, pensar. En un largo pasaje de Luces y virtudes sociales (Concepción, 1834; Valparaíso, 1840), justificó el filósofo la "FORMA que se da al DISCURSO", forma que él había adoptado por primera vez en el Pródromo de 1828. ¿Por qué ese modo de expresión? Porque su intención permanente fue instruir, informar (dar forma con ideas fundamentales que todos han de saber para vivir en República ), en una palabra: educar. Una característica esencial de la filosofía de Simón Rodríguez es su intención pedagógica. El maestro que fue de primeras letras en la Caracas colonial entre 1791 y 1795 lo marcará para siempre. El lector de Rodríguez siente que está en un aula escuchando al maestro que le enseña y le explica lo que le enseña; siente que el maestro se baja al nivel del alumno para aclararle el correcto significado de los términos que emplea, para advertirle, para hacerle notar la importancia de algo. Sociedades Americanas en 1828 está llena de notas, advertencias y definiciones. Si esta forma de expresión hace que la escritura del filósofo caraqueño sea inconfundible, también lo es su ortografía. Muy de acuerdo con su doctrina pictórica, la ortografía fonética que emplea daría cuenta de los sonidos que la boca emite. En realidad, en esto no es original Simón Rodríguez, aunque lo parezca. El filósofo no hace sino seguir las recomendaciones de Nebrija (a quien nombra en otro lugar) y del Padre Feijoo (a quien nombra en esta obra de 1828), y que hace poco volvió a proponer Gabriel García Márquez en Zacatecas, México. Hay un tercer aspecto de la escritura de Rodríguez (sobresaliente en Sociedades Americanas en 1828) al que es preciso dedicarle unas líneas. Simón Rodríguez escribió en aforismos, como F. Bacon, y en máximas, como la Rochefoucauld. Pero esta elección de la forma expresiva entraña una grave contradicción. El discurso aforístico, como recordó el filósofo, es para hablar con los sabios, pues "para ellos las sentencias son PALABRAS". ¿Cómo conciliar entonces esta forma de expresión con la intención manifiesta de "instruir al pueblo"? En otro lugar, el autor se deshizo de esta observación mostrando que hay varias especies de pueblo. El empleo de la palabra 'pueblo', como categoría que expresa las distintas formas, grados y estratificaciones del conocimiento, es uno de los legados más preciosos de Rodríguez a la posteridad. Tal vez la comprensión de América, hoy, implique la comprensión de los grados del verdadero o falso saber que tiene el pueblo americano para vivir en República.

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Al tratar de atrapar la estructura de Sociedades Americanas en 1828, el lector descubre que se le escurre. Sigue Rodríguez un método expositivo que bien podríamos denominar de asociación libre. Sin dejar de pensar en el objeto de sus reflexiones (y siguiendo un plan perfectamente calculado), el filósofo se deja llevar, sin embargo, por el encantamiento que sobre él ejercen ideas de la más diversa índole (y que considera deber participar al lector). Así, teorías políticas y observaciones pedagógicas, principios morales y económicos, cuestiones de lingüística, historia, semiología o geografía danzan con temas sociológicos, de antropología, de religión, de botánica..., al lado de definiciones, y adobado todo con ironía voltairiana. Como en el Platón de la vejez, la obra incluye, también, ¡varios arbitrios y... un "PROYECTO DE LEI". De todo hay en Sociedades Americanas en 1828.

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El postulado que Rodríguez asienta para iniciar una investigación de las sociedades americanas en 1828 es: 

En la América del Sur las Repúblicas están Establecidas pero nó Fundadas 

A partir de esta proposición que admite sin pruebas, pero que le es imprescindible para la indagación filosófica, llega el autor a una primera conclusión importante: el Gobierno que adopten las naciones americanas debe ser "Etolójico, esto es, fundado en las costumbres". Y añade: "En él serán felices todos los que sean capaces de seguir un nuevo plan de vida". Aquí comienza el fundamento republicano (en el que se puede apoyar un futuro distinto): costumbres republicanas, de los jefes y de la masa. Por esta razón pasa revista, de inmediato, a las impropiedades de ambos en tan decisivo momento histórico. Hecha la revisión, emprende Rodríguez la tarea -por la que espera ser recompensado con gloria- de introducir (llevar adentro) la República en los pueblos de América, en los seres que pueblan América. Y más: el salto de la América colonial a la América independiente se le presentaba como el momento estelar para reformar racionalmente la manera de vivir que durante tanto tiempo el mundo había esperado. Por esta razón, asentó al comienzo de la edición completa de la obra en 1842: 

 Solo pido, a mis contemporáneos, una declaracion, que me recomiende a la posteridad, como al primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres, para evitar revoluciones— empezando
por la ECONOMIA social, con una EDUCACION POPULAR reduciendo
la DISCIPLINA destinacion a ejercicios UTILES, i propia de la economía a 2 principios aspiracion FUNDADA a la propiedad
i deduciendo
de la disciplina el DOGMA lo que no es JENERAL no es PUBLICO lo que no es PUBLICO no es SOCIAL 

 Y éste es el gran proyecto del maestro caraqueño. En otros términos, las costumbres que se necesitan para vivir en República sólo pueden lograrse mediante una educación popular, de todos y para todos. Esa educación no puede quedar en manos de cualquiera. Popular quiere decir general, pública, social. Se entiende, por tanto, que importa al Gobierno. En el sistema republicano, comenta el filósofo, el Gobierno debe formar las costumbres del pueblo (de quien es gobierno) a través de una educación social, que, a su vez, creará una "autoridad pública nó una autoridad personal (monárquica), que se sostendrá "por la voluntad de todos". Insiste el filósofo en que las costumbres son "efectos necesarios de la EDUCACIÓN", porque "educar es CREAR VOLUNTADES". En otros términos, la autoridad republicana descansa en las costumbres del pueblo republicano, porque circula por todo el cuerpo social como la sangre en el animal. Si la autoridad descansa en todos, sin excepción, todos deben contribuir con su sostenimiento. Y deben tener la oportunidad de dar esa contribución. Por ello, el concepto de ejercicios útiles de Simón Rodríguez, además de suponer la distinción fundamental entre trabajo productivo e improductivo, no es solamente un concepto económico. No hay que entender la “destinacion a ejercicios UTILES” como un no estar ocioso, pues se puede estar ocupado sin “estar ocupado socialmente”. El concepto de utilidad supone la presencia social e histórica del otro. En la sociedad de Rodríguez no hay competidores, hay socios en igualdad de condiciones. La oportunidad que se pide para los pueblos de América está en la posibilidad de la propiedad a que todos aspiran. Pero esa propiedad debe ser fundada (esto es, basada, debida a las propias fuerzas), de tal manera que, a través de ella, se puedan satisfacer las necesidades que persiguen al hombre y que por ellas se destrozan. Todos aspiran satisfacer sus necesidades porque la propia aspiración es una necesidad conservadora. Esas necesidades son de alimento, de vestido, de alojamiento, de curación y de distracción, necesidades que “estan, como 5 fuentes, manando centenares de pleitos al día”. Rodríguez cree, con Aristóteles, que la propiedad es el fundamento de la virtud, pues “el HAMBRE convierte los crímenes en actos de virtud, por la obligacion de conservarse”. No puede ser virtuoso quien no es propietario, porque le falta -en el sistema de aristotélico- una condición indispensable para ello: la autonomía o la autarquía; el no propietario depende de los demás y, por tanto, no puede aspirar a ser libre. En el sistema de Rodríguez -sistema eminentemente ético-, la satisfacción de las necesidades (con el acceso a la propiedad) es el punto de partida de una vida virtuosa. En esto se apoya su idea de “COLONIZAR el pais con... sus PROPIOS HABITANTES”, cuyo proyecto cierra Sociedades Americanas en 1828. Simón Rodríguez pide a la clase influyente que se les dé (en propiedad) a los desposeídos las tierras abandonadas. Pero los colonos no han de ser abandonados a su suerte, sino regidos por una “Dirección Jeneral” del Gobierno que “debe considerar las conveniencias económicas, civiles, morales y políticas de la Industria y la condición de los productores”.

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No es casual que en la página (capital), en donde aparecen las ideas con las que concluimos el punto anterior, termine el autor hablando del amor propio. Y no es casual porque, si se quiere efectuar esa transformación profunda de la sociedad, hay que contar con los hombres que la constituyen. Y el resorte fundamental del obrar humano, según el filósofo caraqueño, es el amor propio . Para Rodríguez, el hombre es un animal de deseos. Y el amor propio es un deseo "de ESENCIA" en el hombre. "Es -define el filósofo- el deseo de ser más que otro, u otro tanto, si es mucho lo que otro vale: i cuando no halla con quien compararse, desea solamente ser más de lo que es, para no exponerse a dejar de ser, i quedar en lo que debe ser—entonces no se llama amor propio, sino amor de sí mismo". En el orden de preferencias, Simón Rodríguez está más por el amor propio que por el amor de sí mismo, aunque propiamente todo es uno. El amor de sí mismo expresaría la conservatio sui que prefería Rousseau, porque es una especie de amor propio sin término de comparación. En pocas palabras, el amor de sí mismo no es otra cosa que la tendencia natural (propia de todos los seres) al bienestar, a estar bien, pero que no opera mucho como resorte de la acción. Rousseau había rechazado el amour prope porque es amor "que se compara". Justamente para Rodríguez, es en esta comparación con los demás donde radica el que el amor propio sea "el motor de todo lo que emprendemos", "causa de todos los yerros como de todos los aciertos", "juez de todo lo que hacemos". Entonces, ¿cómo aprovechar lo bueno y dejar lo que alucina del amor propio? La respuesta a esta pregunta es un grito de las angustias éticas del filósofo.
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En algún lugar dije alguna vez que Sociedades Americanas en 1828 es la expresión del esfuerzo de Simón Rodríguez para definir, de otra manera, el concepto de 'civilización'. Porque nos hacemos mucho daño, critica implacablemente a quienes están viendo la civilización en otro lado. Al final de la obra, en una página escasa, define el filósofo el término mostrando que es el resultado de un largo proceso de evolución moral, es decir, a través de él es posible constatar, o no, si hubo ascenso del hombre. La evolución humana pasa por tres estadios. En un primer momento, la naturaleza le concede al hombre tres derechos: a la existencia, a ocupar un lugar que posibilite la existencia y el derecho a defenderlo para defenderla por los medios que el instinto le dicta. Es éste el estadio individual. Hay, sin embargo, dos sentimientos humanos originarios que van a diferenciar al hombre de otras especies animales. El primero es el sentimiento de compasión. El hombre comprueba que los otros hombres padecen como él. Sobre este sentimiento se puede asentar la convivencia posterior. El segundo sentimiento es el de la predilección por sus semejantes. Este sentimiento, como el de la compasión, surge del saber humano. El hombre "conoce que, en su compañía (la de los semejantes), padece ménos i goza mas, que estando Solo, o en compañía de otros animales". No cabe duda, entonces, de que el semejante -como le gusta decir a Rodríguez- es el objeto más placentero para el hombre, porque no sólo se goza en él sino que goza con él. Por eso el hombre elige al hombre. De ello se deduce que no puede destruirse mutuamente para gozar de las comodidades de la vida, puesto que el mayor goce está "en compañía" del semejante. Estamos aquí en el estadio gregario o de la manada (sociedad actual = conjunto por agregación). Es éste el estadio de los individuos indiferenciados que se han conectado entre sí, a través de lazos familiares o de clase, para defender -así sea a cornadas o a mordiscos como la jauría- sus interés más descarnados. El tercer estadio es el social, momento de perfeccionar la naturaleza. Es el encuentro o, más bien, la creación de su humanidad. Para alcanzar lo social es preciso, en primer lugar, transmutar los sentimientos gregarios de compasión y de predilección por los semejantes. Esa perfección no es otra cosa que la reducción de los dos sentimientos a uno solo: el sentimiento de HUMANIDAD. Ahora, el animal humano es hombre. Sólo "en el trato con sus Semejantes", el hombre tiene la posibilidad de construir (y de encontrar) su humanidad. Sólo a través de su trato, el hombre se descubre como hombre descubriendo al semejante. De la reducción y "combinación de sentimientos forma cada hombre su conciencia" . En el trato con los semejantes el hombre ha perdido sentimientos, pero ha ganado la conciencia de que el otro es hombre como él, igual que él. Ahora puede entenderse con él. No estará ya únicamente unido al otro por conveniencia propia, no estará sólo conectado con él por el goce ocasional o instrumental que el otro le proporciona. Ahora, con su conciencia, el hombre está en condiciones de gozar con el otro, de ser plenamente hombre. Ahora está las puertas de la civilización. La unión íntima que deriva de esa conciencia se denomina sociedad. Los actos de humanidad son las virtudes sociales. Los puntos de reunión son las ciudades. Y de ciudad deriva CIVILIZACION, que está constituida por "todas las pruebas de Sociabilidad que un Pueblo da en su conducta". El autor cierra la obra:

El que no VE lo que le TOCA está ciego 
el que no lo SIENTE está muerto.

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Muchos se preguntan sobre la vigencia del pensamiento de S. Rodríguez. En apretada síntesis podemos decir que su indagación filosófica nunca pasará de moda, como no pasa la de Tales de Mileto ni la de otros presocráticos que afanosamente buscaron los primeros principios del ser en general. Preocupado como Platón por los problemas humanos, el "Sócrates de Caracas" -como lo llamó Bolívar- creyó encontrar su origen en las necesidades del hombre. Es su filosofía eminentemente práctica y muy ligada a su momento histórico. Aquí residen, básicamente, sus deficiencias, como la platónica. Pero el interés de solucionar problemas sociales a partir e la búsqueda filosófica es perfectamente válido. Sólo el tiempo dirá la última palabra. Por ahora, su proyecto merece, cuando menos, ser estudiado.




Maracay, octubre de 2003. (Este artículo fue publico por Núcleo Abierto Nº 8, órgano informativo de la UNESR, en el mes de noviembre de 2004)

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