miércoles, 16 de julio de 2008

Platón viaja a Utopía



Al hablar de utopía, todos pensamos, remontando las fuentes, en la República de Platón. Sin embargo, la utopía del fundador de la Academia está en su obra de vejez: Leyes (libros IV-IX).

El diálogo es un conjunto de ideas sobre cuestiones prácticas de la política. Platón propone un sistema legal para alcanzar los máximos resultados dentro de las condiciones de la realidad, teniendo en cuenta la imposibilidad de lograr un gobierno ideal, dada la imperfección humana. Pero Platón procede, como diría K. Popper, como un ingeniero utópico, es decir, como aquél que, antes de emprender acción práctica alguna, debe determinar por adelantado su meta última o Estado ideal. En efecto, el libro IV se abre con esta pregunta del Extranjero Ateniense: “Pues bien: ¿cómo hay que concluir sea la futura Ciudad?” Sin duda, el método es convincente y atractivo.

Formalmente, la obra es una discusión entre un Ateniense, un Cretense y un Espartano. La ocasión viene dada por el hecho de que el Cretense es miembro de una junta creada por la ciudad de Cnosos para dirigir la fundación de una colonia en Magnesia.

El Ateniense comienza a proponer leyes. Su objetivo es crear una comunidad ordenada en la que se valoren las cosas correctas, que tienda siempre hacia la Virtud. Por ello debe hacerse una constitución equilibrada que se va a aplicar a un pueblo escogido, de buenas personas, que vendrá de Creta y del Peloponeso. Y más: una legislación acertada requiere no sólo de un hábil legislador sino también de un Tirano que la imponga.

Para empezar a ordenar, la primera ley exige que el territorio ha de dividirse en partes iguales para cada ciudadano y, mediante estratagemas, deberá hacerse imposible que ningún ciudadano sea muy rico o muy pobre. “Es imposible ser grandemente ricos y buenos” (742a), justifica el Ateniense.

Con la comunidad “geométricamente igualada”, podemos darle instituciones. La lista de funcionarios de la burocracia estatal es impresionante. Como la desviación cultural es fuente de conflicto y anarquía para el Ateniense, el encargado de la educación es el mayor de los altos cargos de la Ciudad.

El Ateniense bosqueja también un código penal amplio. Algunas de sus prescripciones son leyes; otras, manifestaciones de la línea de conducta oficial que deben ser impuestas por la persuasión, pero no por la fuerza. Así, con el fin de prevenir el adulterio, ciertas mujeres oficiales deben reunirse todos los días en un templo durante cuatro horas y chismorrear acerca de cualquier mirada lasciva que puedan haber espiado; entonces ellas acuden a casa del delincuente y el administrador lo reprende (784).

Magnesia puede ser considerada una sociedad moderadamente democrática en su aspecto político, pero sin duda no es una “sociedad abierta” en la acepción de K. Popper. En ningún sentido es una comunidad tolerante, aunque pueda entenderse como “perfecta”, pues posee las condiciones correctas que le son impuestas y mantenidas con gran firmeza por la autoridad. Es un ejemplo teórico de la mejor tiranía de la uniformidad.


Publicado el miércoles 17 de octubre de 2007 por TalCual, pág. 17
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