martes, 15 de julio de 2008

Parménides, Heráclito y el partido único

Es necesario decir y pensar que solamente el ser es, pues es posible que sea; el no-ser, por el contrario, no es posible. Por consiguiente, su existencia es imposible. No se puede seguir este camino, pero tampoco el camino por el cual vagan errantes los mortales como si tuvieran dos cabezas. No podemos agitarnos de un lado para otro, sordos y ciegos y al mismo tiempo desorientados, como masas sin juicio para quienes es lo mismo el ser y el no-ser, y para quienes existe en todas partes un camino inverso...

¿Tiene que haber una subordinación del pensar al ser? Por otro lado, conocer verdaderamente significa encontrarse, establecer un contacto de igual con igual. El que el no-ser sea impensable es la razón de que deba ser eliminado como camino. El ser es lo pensable y lo pensable es el ser.

El ser es increado y, por tanto, imperecedero. Es un todo homogéneo y conexo, aunque este todo sea necesariamente limitado. La poderosa necesidad lo mantiene encadenado en límites que lo rodean por todas partes. Pero al tener un límite último es perfecto, semejante a la masa de una bien redondeada esfera, equidistante desde el centro a todos los puntos de la superficie...

Éstas y similares reflexiones del viejo Parménides seguramente ocuparon las mentes de los dirigentes del chiripero de la izquierda venezolana en los últimos días del año ya fenecido y enterrado. Un diputado amaneció en el año nuevo todavía con la resaca de estos pensamientos para apuntar que el partido único impuesto será la vanguardia del proceso. Sin ánimo de aguarle la fiesta, tal función en la política nacional aparece como una película ya vista. Consultemos la Historia, que según Cicerón es maestra de la vida.

El régimen triunfante en Rusia en noviembre de 1917 traía como consigna revolucionaria el siguiente lema: “Todo el poder para los soviets”. Pero en su aplicación se fue desvaneciendo, pues la clase trabajadora fue muy pronto sustituida por el Partido. Razonaba Lenin: Todos estamos de acuerdo en que el socialismo es el gobierno de los trabajadores. Los trabajadores deben ser dirigidos por el partido. El partido tiene que ser una minoría. La minoría debe ser el sector más organizado de la clase trabajadora. Y esto es el Partido Comunista, vanguardia del proletariado. Siete años después, prolongando el razonamiento al final de un tortuoso proceso que lo convirtió en el dueño indiscutible del Partido, J. Stalin llegó a igual conclusión. Muchos años antes, en 1904, ya L. Trotsky había profetizado: La organización del Partido asume el lugar del partido mismo. El Comité Central asume el lugar de la organización. Por último, el dictador asume el lugar del Comité Central.

El diputado debe volver los ojos a Heráclito y seguramente será más feliz. El griego hace mucho que asentó para siempre: Todo fluye.

carloshjorge@hotmail.com
PUBLICADO POR TAL CUAL EL 26 DE ENERO DE 2007, PÁG. 17.
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Nota bene. El de la imagen es Heráclito.

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