miércoles, 16 de julio de 2008

Los Jesuitas viajan a Utopía






Aunque la Compañía de Jesús es la última orden religiosa autorizada a pasar a la América española, sin embargo adquirirá gran renombre por su acción en el Río de la Plata con las famosas reducciones de indios

Es un hecho que los jesuitas no usaron la fuerza en su trabajo de reducción y de evangelización. El poder de persuasión de los misioneros debió de ser grande, sobre todo si consideramos que en cada Pueblo había solamente un Padre y un Hermano, pocas veces más. En ciento cincuenta y nueve años que duró el experimento hubo poco más de 400 misioneros.

¿Cómo era la vida diaria de cada Pueblo? “Al amanecer -dice el Padre Bruxel- despertaban los indios con el repique de campanas y a tambor batiente. Delante de la iglesia, los niños recitaban en dos coros el catecismo y las oraciones que sabían, y luego asistían a misa, con la libre participación de muchos adultos. El trabajo no pasaba de seis horas diarias. En cuanto los hombres se ocupaban en la labranza o en talleres, y las mujeres, en casa, ejecutaban su tarea de hilar la lana y el algodón, los niños desde los siete años se entregaban a la comunidad tanto para el trabajo como para las tres comidas diarias. Algunos niños, especialmente los hijos de caciques, iban a las clases de música, canto y danza, o a los talleres, en cuanto a la gran mayoría trabajaba en las labranzas comunes. Los adolescentes extirpaban con un hueso de buey las malezas que crecían en los algodonales, arrastraban leña de arbustos y árboles pequeños para llevarlos a los hornos de hacer tejas y ladrillos y barrían las calles, las niñas recolectaban algodón, quedando para los más jóvenes la divertida ocupación de espantar los loros y otros pájaros que atacaban los maizales. Al toque de la campana, al mediodía, todos paraban por dos horas para el almuerzo y volvían al trabajo. A las cinco o seis de la tarde, la campana llamaba a los niños para el catecismo seguido del rosario en el que igualmente participaban muchos adultos. Los niños tomaban la cena, las mujeres recibían la carne y la yerba mate para la familia y todos regresaban para casa. Poco después, al anochecer, el pueblo quedaba en silencio”.

”Porque representan una experiencia económica y sociocultural sin precedentes en la historia de los pueblos”, la UNESCO ha declarado las ruinas de los Treinta Pueblos Misioneros “patrimonio cultural de la Humanidad”.

Nuevamente, en toda la América española se hacen esfuerzos para revivir el experimento de recitar el catecismo socialista. ¿Tendrá éxito ahora?


Publicado por TAL CUAL el miércoles 24 de octubre de 2007, pág. 20
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