miércoles, 2 de julio de 2008

Línea dialéctica


Hay, en la historia de las ideas, una serie de términos que conocieron días muy venturosos, a la vez que momentos muy oscuros. De entre un puñado de términos, quizá ninguno como ‘dialéctica’ exprese tan claramente lo que afirmamos.

El término dialéctica no suele, hoy, designar algo muy preciso, pero hasta hace muy poco expresaba “la mejor herramienta y el arma más afilada” para los propósitos revolucionarios, según palabras de Engels. Incluso tenía tres leyes: Negación de la negación, Paso de la cantidad a la calidad y Coincidencia de los opuestos. Sólo con esto por delante se puede entender el sistema paralelo de instituciones y empresas “económicas” que ha puesto en marcha el Gobierno, como SITSSA, línea de transporte que pronto será un montón de chatarra al igual que la dialéctica marxista-leninista.

Atinadamente observó G. H. Sabine que, aunque Karl Marx era, con frecuencia, intolerante, le preocupaba profundamente que sus principios explicaran la sociedad, tal como lo mostraban la observación y la historia. Marx tenía el espíritu de un hombre de ciencia respetuosa de la realidad. Por el contrario, el de Lenin era el de un hombre de fe: si los hechos van contra la fe, peor para los hechos. Para él, la fe se llamaba dialéctica que, más que una ciencia, es magia, la llave mágica que abre todos los enigmas.

Pero no era ningún tonto Lenin. Lenin consideró siempre a la democracia por su valor como medio. En su escala, el máximo valor era hacer la revolución. Para él, todo gobierno es una dictadura y el problema práctico es el determinar quién controla a quién. En las revoluciones -decía Lenin- hay innumerables casos en que las minorías más organizadas, con mayor conciencia de clase y mejor armadas, imponen su voluntad a una mayoría. En otras palabras, un partido revolucionario toma el poder y obtiene después la mayoría.

Mas otra cosa es la economía. El intento emprendido después de la revolución, de hacer que los trabajadores administraran las fábricas, casi arruinó la nación. Los miembros del Partido recibieron durante algún tiempo el salario de un trabajador. Pero, tan pronto se produjo un intento de aumentar la producción, tuvieron que adoptarse diferencias de salarios comparables a las de los países capitalistas a maneras de incentivos. La justicia social -afirmó Lenin en 1920- tenía que subordinarse a los intereses de la producción. 

O como repetía frecuentemente J. R. Núñez Tenorio: la historia todavía no ha parido el modo de producción socialista, no sabemos cómo sería; lo que conocemos se llama capitalismo, aunque suene feo. Claro que algún “dirigente” de la Fuerza Bolivariana de Trabajadores no se ha enterado.


Publicado por TalCual, pág. 21, el miércoles 7 de Mayo de 2008
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