miércoles, 2 de julio de 2008

La penúltima versión de la realidad


“Para que no se desvanezcan en el tiempo los hechos de los hombres y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras”, escribió Heródoto de Halicarnaso sus Nueve libros de la historia(Storíai). Pero miles de años antes que el griego emprendiese sus viajes que terminarían en literatura, en muchas entradas de cuevas se repetía la escena. Alrededor de la pitanza del día, se contaba cómo había sido la caza y se recordaban otros días y otras cazas, posiblemente exagerando las proezas. Mientras, en el fondo de la cueva los artistas de la tribu pintaban bisontes, jabalíes, caballos, uros, ciervos y gamos para asegurarse los favores de la naturaleza y de los espíritus protectores. Así puede suponerse el nacimiento de la Historia.

Pero henos aquí entre Escila y Caribdis: el término ‘historia’ tiene un doble contenido, pues designa, a la vez, el conocimiento de una materia y la materia de ese conocimiento. ¿Y de qué “conocimiento” se trata? ¿Qué clase de conocimiento es éste que comprende que algo sea como es porque comprende que así ha llegado a ser? ¿Qué quiere decir aquí ciencia aplicada a estas materias? Cuando alguien escribe como en la fábula “la historia nos enseña”, se expresa como si el pasado hablara por sí mismo. De hecho, invoca una tradición. Sin embargo, la Historia así entendida es una construcción de los que han escrito sobre historia de la misma manera que la Física es una construcción de los físicos. Con una diferencia: toda afirmación de los físicos puede experimentarse; los historiadores -en el mejor de los casos cuando existe “documentación”- pueden verificar un hecho, pero no una interpretación. Y es que la historia no se repite. El físico puede decir: si hiciera esto, sucedería aquello y puede verificar de inmediato la validez de su hipótesis. Por el contrario, el historiador dice en pasado condicional: si se hubiera hecho esto, hubiera sucedido aquello, y nada le permite probarlo. Parece que el historiador está condenado solamente a constatar, que no es un oficio muy enaltecedor. Claro que algunos pretenden también razonar con el fin de entender y explicar para actuar. No les basta con revivir una realidad política, quieren someter un momento y una sociedad a un análisis de tipo “científico”.

Le deseo el mayor de los éxitos a los titanes del novísimo Centro Nacional de Historia en su ciclópea tarea de hacer que los ríos de los acontecimientos corran de la desembocadura a sus fuentes, y no como los han descrito siempre los viejitos de la Academia Nacional de la Historia. Así cualquiera lo hace. La penúltima versión de la realidad nacional promete mucho.

carloshjorge@hotmail.com
Publicado por TalCual el miércoles 14 de febrero de 2008, p. 20
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