jueves, 17 de julio de 2008

La mugre

Nadie sabe muy bien qué es. Tampoco se explica cómo apareció. Ni cuándo. Algunos en la casa quieren recordar un punto de partida: tres explosiones que, se afirma, mataron a mucha gente. Pero no es seguro que esto haya sido así. Los hechos, en realidad, fueron menos ruidosos, más bien sigilosos. La imagen más certera de lo que ocurrió es la de la casa tomada, de J. Cortázar.

Un día entró sin llamar a la puerta. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de su presencia. Tal vez entró por todas partes y no nos percatamos de ello porque estábamos dormidos. Ahora suponemos que fue tomando cuerpo cuando una noche se alzó un gran ruido.

Primero apareció como un polvillo plateado, que algunos veían dorado. Romántico, decían. Vino desde el fondo de la casa hasta el frente. Atravesando paredes, se diseminó por doquier: encima, debajo, dentro, fuera... No permite trabajar, estudiar, jugar ni hacer el amor, porque pasamos de la ansiedad a la euforia y caemos, a continuación, en una anemia espiritual y decaimiento general. Al tiempo que se iba apoderando de todas nuestras cosas y de nosotros mismos, ha ido cambiando de color y de textura. Polvo fino, granulado; pasta áspera; masa grasa, viscosa... Del color llamativo inicial no queda nada. Pasó por el gris, marrón, pardo, negro... A partir de ese momento, se ha vuelto incolora. Es como “pega loca”, pero más grasa y penetrante. Se agarra de uno y no lo suelta. Va con nosotros y con nuestras cosas adonde vayamos, como una sombra. Envuelve todos los enseres y nos cubre a todos. Se ha vuelto casi una segunda piel, como el amor propio.

No hemos hallado manera de quitárnosla de encima. No sale con nada. Hemos probado todo. Primero, no le prestamos atención porque la considerábamos un polvillo más de la calle que nos había invadido. Por eso algunos se pusieron a limpiarla con plumero. Lo que se consiguió fue una polvareda. Otros decidieron probar con el agua. Algo se hizo, pero muy poco. Al final casi nos vimos metidos en una inundación. De ahí se pasó al detergente, todos los detergentes habidos y por haber, nacionales e importados. En algunas partes se logró intimidarla, hasta el punto de que a fuerza de exfoliantes hubo ciertos retrocesos. Pero siempre regresa. Es taimada y voluntariosa, persistente, desafiante e infame. Ya hemos pasado por desinfectantes, soda cáustica, thinner... y nada. Hay quienes en su desesperación se han bañado en ácido muriático. Parece que sólo queda desollarnos.

¡Menos mal que sólo fue un sueño!


carloshjorge@hotmail.com
Publicado en TalCual, pág. 15, el jueves 5 de agosto de 2004
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