miércoles, 16 de julio de 2008

Fourier viaja a Utopía




Hacia 1835 se veía cada día en París a un viejito pulcro, de corbata blanca y levita negra, abandonar su humilde habitación de la calle Saint-Pierre, Montmartre, y dirigirse hacia un café del Palais Royal. Allí se sentaba, leía los periódicos y tomaba apaciblemente un café. Su cabeza socrática, sus ojos azules que desprendían una extraña luz inteligente, su nariz aguileña desviada hacia la izquierda y su manía de escribir en la mesa apenas llamaban la atención. Quien tenía el privilegio de observarlo advertía que el anciano abandonaba su café y sus periódicos poco antes del mediodía y se dirigía con cierta prisa a la calle de Montmartre. Y es que desde 1826 había citado a esa hora en su casa a alguno de los cuatro mil mecenas posibles que, según él, podían financiar la primera asociación de su invención: el falansterio para la felicidad. Sin embargo, en su buhardilla esperó inútilmente la llegada de Chateaubriand, Bolívar, lady Byron, George Sand, el presidente Boyer de Santo Domingo, el príncipe boyardo Scherematov... También había escrito al emperador Napoleón, a los ministros de la Restauración y a los de Luis Felipe. Ninguno de ellos acudió a la extraña llamada.

Este anciano era Carlos Fourier (1768-1837), fundador de la escuela societaria y falensteriana de los economistas reformadores. Profeta de transformaciones radicales, había escrito con orgullo en 1808: “Yo solo he conseguido confundir veinte siglos de imbecilidad política y las generaciones actuales y futuras sólo a mí deberán la iniciativa de una inmensa felicidad. Antes de mí, la humanidad ha desperdiciado varios miles de años luchando locamente contra la Naturaleza. Yo, el primero, me he doblegado a ella al estudiar la atracción, órgano de sus decretos; y ella se ha dignado sonreír al único mortal que le rindió culto y me ha entregado todos sus tesoros. Poseedor del libro de los Destinos, vengo a disipar las tinieblas políticas y morales, y sobre la ruina de las ciencias inciertas elevo la teoría de la Armonía universal”.

Para Fourier el gran mal de la sociedad moderna resulta de que las pasiones que mueven a los hombres son contrariadas y oprimidas sin cesar. Los crímenes, los vicios y las degradaciones de los individuos no son sino el producto de la resistencia que encuentran. En consecuencia, el amor libre será la ley del Falansterio; en otros términos, comunidad de hombres y de mujeres. Esto, a su vez, produce un control sobre el crecimiento de la población, pues si, en vez de unirnos en parejas y favorecer la fecundidad por medio de la exclusión, nos prostituimos todos, se está logrando el equilibrio demográfico. Amor libre es amor estéril.

En Brasil hubo dos grandes experimentos fourieristas. El del médico francés Jean-Benoit Mure en Palmetar, Estado de Santa Catherina, y la colonia Cecilia, del genovés Giovanni Rossi. Después del fracaso, proyectó otra en las fronteras del Mato-Grosso con indias salvajes que no estarían “contaminadas” como las genovesas y que aceptarían sin prejuicios el amor libre.


Publicado por TalCual el jueves 16 de agosto de 2007, p. 17
Lector, si me dejas un Comentario, te lo agradezco. Me servirá para la construcción del blog.
Si no lo conoces aún, te invito a que visites carloshjorgeii.blogspot.com

No hay comentarios: